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Catacaos, la meca artesanal del Perú

A 2.500 kilómetros de La Paz y a 23 metros de altitud sobre el nivel del mar se yergue Catacaos o ‘Valle grande exuberante’, según su traducción en idioma tallán. El nombre y la urbe son el último eslabón de esa nación prehispánica convertida hoy en la capital artesanal de Perú.

La brisa del océano Pacífico se siente al recorrer las calles de Catacaos, mientras el sol abrasa a los turistas que transitan por la calle Comercio, que tiene una historia de al menos 200 años, donde centenares de artesanos muestran su trabajo.

La cerámica, la platería y la orfebrería, además de la sombrerería, son los estandartes de Catacaos. “Soy artesano desde mis 12 años, como lo fueron mis padres y mis abuelos”, infla el pecho José Luis Rodríguez Moncada.

Allí las manos febriles de los cataqueños dan forma a la arcilla transportada desde las comunidades de Simbilá, Chulucanas y Encantada, a unos minutos de esa capital al norte de Perú. Solo en Catacaos es posible ver pequeñas cerámicas de un “famoso cura mañoso”, como lo conocen en Perú, que enamoraba a las mujeres casadas en Trujillo, otra provincia costera.

“Aquí los artesanos son tan buenos que hicieron pequeñas cerámicas de ese cura mañoso y mucha gente se las lleva de recuerdo para reír”, relata José Martínez Rodríguez, otro trabajador.   

Para tener una idea de cómo los cataqueños son artesanos, basta decir que unas 600 familias, unas 2.400 personas se dedican a la platería y la orfebrería de acuerdo con el platero Pedro Aguirre de Dios.

“Nosotros hicimos la joyería para la Miss Perú Laura Spoya en 2015”, cuenta al momento de mostrar en sus manos un pequeño gallo de pelea hecho con finos hilos de plata.

La gran habilidad que tienen para confeccionar joyas de oro y plata en filigrana, hilos muy finos, que luego se transforman artísticamente en collares y anillos ha hecho que la urbe sea un atractivo turístico para todo visitante. Catacaos obtuvo el título de Capital Artesanal por parte del Estado peruano a través de la Ley 25132 promulgada en 1989.

La pequeña ciudad, que se encuentra a una media hora del mar, se destaca también por los sombreros de paja de toquilla. “Mire, no es necesario ir hasta Panamá para conseguir estos sombreros tan bellos”, enseña feliz Saúl Hernández, responsable de prensa de la Embajada de Estados Unidos que se compró uno de esos tocados.

Otros convierten la madera hualtaco, una especie muy fuerte a los golpes, en delicadas artesanías que brillan por su belleza, perfección y diseño. “Hacemos además estos lindos morteros, hay algunos parecidos, pero ninguno hecho en la madera saporte (otra especie maderable noble)”, describe Fiorella Sipilú, otra artesana cataqueña.

Pero Catacaos no solo es artesanía. La urbe, fundada en 1985, el mismo año que nació Bolivia, sobresale también por su Plaza de Armas y por el templo San Juan Bautista, donde se alzan vigilantes varias estatuas de santos, mientras que en el interior luce una copia de la famosa Capilla Sixtina.

Llegar a esta ciudad no es complicado, se puede tomar uno de los vehículos que hacen servicio de transporte de pasajeros entre las ciudades de Piura y Catacaos y después de un recorrido de aproximadamente 20 minutos por una campiña llana se ingresa al poblado donde la temperatura bordea casi todo el año los 27 grados centígrados.  

Y si eso le parece poco, la gastronomía cataqueña, como no podía ser en Perú, extiende un menú variado a los visitantes con los populares tamalitos, una especie de humintas a la olla; mientras que para calmar la sed, los amigos ofrecen una deliciosa y refrescante chicha de jora, otro grano que florece en el ‘Valle grande exuberante’.