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Sayuri Loza: ‘La rebeldía viste pollera’

Sayuri Loza (36 años) encuentra en los archivos de Radio Televisión Popular (RTP) una conexión atemporal con sus padres —Remedios Loza Alvarado y Carlos Palenque Avilés— y con el legado que ambos han dejado. Es por eso que su labor como  guardiana de la historia de este canal de televisión, antes radio, es su trabajo soñado. Al escucharlos y verlos reconoce que la unión de una “chola y un k’ara”, que se relacionan como iguales, es un salto muy importante para Bolivia.

“RTP es patrimonio nacional, de todos los bolivianos, no solo de los indígenas. En algún momento la semilla de lo que sería Condepa (Conciencia de Patria) soñó con la nación boliviana. En La tribuna libre del pueblo veías a dos aymaras y dos k’aras —Remedios, Carlos, Mónica Medina y Adolfo Paco— que se trataban por igual y eso es muy importante”.

Remedios y Carlos son la cara más dura y contradictoria de la realidad boliviana. Por un lado, el compadre no nació en una familia rica o con alguna importancia política, pero tenía la tez blanca. Eso hacía que su pasión por la música folklórica y las tradiciones indígenas llamaran mucho la atención. La curiosidad de Remedios la llevó a buscar a aquellos jóvenes que tanto la inspiraban con su música. Después, ya en el programa de radio, se les uniría como copresentadora.

“Él se enamoró del pueblo que lo seguía, que lo escuchaba. Ella, que formaba parte de ese pueblo, no dejó que los prejuicios la detuvieran y buscó conocerlos. La atracción siempre estuvo allí. Y creo que es lo mismo que nos pasa a los bolivianos, estamos enamorados unos de los otros, pero tenemos miedo”. Juntos rompieron esquemas y lo que sentían no fue un obstáculo, sino una puerta, explica Sayuri, mientras arregla los guantes negros que le cubren las manos.

En los días posteriores a la muerte de Remedios, que falleció el 18 de diciembre, los guantes le fueron muy útiles, porque se le hace difícil tener contacto físico con personas que no conoce, debido  al grado leve de autismo que sufre. Poco tiempo después de iniciar una conversación todo rastro de incomodidad se evapora, sin embargo, las exequias en honor a “la comadre” duraron varios días.

Para quien la sigue en las redes sociales queda claro que la ropa que utiliza es una manifestación de su intensa creatividad, que sintetiza herencias y rompe moldes, al mismo tiempo. Sayuri viste un traje de chola antigua, con unos toques góticos.

“Me molesta mucho que haya gente que piensa que las cholas no pueden o no deben usar tacones, o que no tienen un porte elegante”, por eso las botas tienen plataforma y taco alto.  Éstas las diseñó ella misma. Este conjunto no se inspira en el de la chola, sino en la capacidad que esta figura paceña tiene y tuvo para cambiar y apropiarse de lo que no es suyo, según su estilo y estética.

Una de sus grandes influencias es la cultura del siglo XIX y una idea que le robó al poeta cubano José Martí: “la aristocracia de espíritu, antes que la de la sangre”. El bastón, la chistera —en lugar del bombín— las flores en el cabello y los colores negro, blanco y rojo, despliegan un discurso intenso, como su mirada, que en este caso hablan directamente del poder.

Cada detalle, desde el color de las enaguas —que son blancas como solían llevarse hasta finales de 1900— hasta el número de pliegues o bastas  que lleva su pollera (que además no tiene forro, lo que la hace más liviana), tiene una razón. Y el conocimiento que tiene de la historia de este traje le permite moverse entre diferentes modas y épocas.

“La chola paceña está inspirada en cientos de trajes, es más, la pollera ni siquiera es europea, es de origen árabe. Es como las Naciones Unidas, se viste con todo, lo hay de Europa y más allá, lo adapta para sí, a lo que le gusta y le nace. El sombrero es inglés; las blusas, españolas, el mantón de manila, filipino. Las medias en algún momento fueron japonesas y los zapatos o botas, españoles”.

Y si bien su mamá fue siempre una chola tradicional, nunca la obligó a que siguiera ese camino. Otro elemento que marcó la relación entre ambas fue la reacción de Remedios ante el diagnóstico de los médicos sobre su hija: Sayuri tiene síndrome de Asperger. Durante la década de 1980, en Bolivia poco o nada se sabía sobre esta condición y los tratamientos tenían que ver sobre todo con medicación. Pero Loza vio que su hija se desarrollaba de forma normal, con ciertas torpezas o fijaciones, pero siempre respondió: “es inteligente y nunca le va a faltar nada, así que no hay necesidad de esos tratamientos”, según narra la historiadora.

Es por esto que cuando llegó el momento de cuidar a su madre, Sayuri no titubeó ni un momento. En su familia, el cáncer es un amargo compañero que ya se llevó a varios de sus miembros e incluso amenazó la vida de la hija de la comadre Remedios hace ya varios años, así que el camino a seguir ya había sido recorrido por ambas.

“Estuvimos juntas, como siempre, y le permití decidir qué quería hacer. Tomó la decisión más previsible: luchar. Es irónico, porque su diagnóstico fue tardío —no le gustaba ir al doctor porque creía que no le iba a dejar comer como le gustaba: picante y grasoso— a pesar de que en el programa siempre se recomendaba hacerse revisar pronto”.

Para quienes conocen a Sayuri, que Carlos Palenque sea su padre no es una sorpresa. Lo ha dicho siempre, sin ningún reparo. Solía visitarla de pequeña, muy seguido y fue pareja de Remedios hasta poco tiempo después de que ella naciera, en 1982. La política destruyó las familias que rodearon a este fenómeno político cuya imagen fue el músico paceño.

Sin embargo, el tiempo ha hecho que los lazos vuelvan a unirse. Tanto Mónica Medina como Jorge Luis Palenque estuvieron muy cerca de ambas. “Fueron muy unidas, pasaron una época muy dura donde les tocó compartir un pan o defenderse mutuamente. Ella es la mamá de mis hermanos y es de mi familia también”.

No hay ya restos de resentimiento en una de las historias familiares más importantes de Bolivia, por lo menos ahora que la política ha dejado de ser parte primordial de sus vidas. De “la comadre”, Sayuri aprendió a manejar con destreza sus manos, que elaboran mantas, sombreros, polleras, blusas y todo lo que su caprichosa imaginación demanda para hacerla feliz. Pero la dulzura y la capacidad de dar cariño solo pueden verlas aquellos que están más cerca de la diseñadora.

La influencia de Carlos tiene que ver con su amor por el conocimiento y por detalles fuera de lo común: “Aún recuerdo lo último que quería contarle antes de que dejara de venir a verme —que sucedió así, de la nada—, que los pulpos se comen sus tentáculos cuando ya no tienen nada qué comer: le hubiera encantado”.

Después de más de tres décadas el legado de sus padres le pesan menos y con decisión, Sayuri elige con qué quedarse y qué dejar de lado: de él, el escenario y la capacidad de mostrar quién fue; de ella la resistencia y la creatividad.

“De lo que quiero alejarme es del miedo que tuvo mi padre, de su incapacidad para dejar de lado todos los prejuicios que lo rodeaban, aunque sí rompió muchísimas barreras. Y de mi mamá, la resignación, el aceptar, por eso ahora soy yo la que pone las reglas”.