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En Isla mujeres

Mientras mastico una tucumana en un banco dominguero de la Pérez cierro los ojos y me pongo a conmemorar el mejor de los mares vistos. Confronto: la tibieza de las olas de Florianópolis, las olas rudas del mar del Japón, el mar lúcido coreano, el clasemediero de Arica, el insurrecto marplatense, el coagulado inglés, todos, todos con ese olor a infinito. Categóricamente el mejor: aquel chapuzón caribeño en Isla Mujeres, a unas horitas de Cancún.

Y me recuerdo: resulta ser que por culpa de mi canción Historia de Maribel (no sé por qué te has casado Maribel con ese sordo del alma…) una organización internacional feminista me invita a cascarle la referida música nada más y nada menos que en La Habana. Era 1999, junio creo. Veo el pasaje, me sorprende el vuelo: La Paz–Cancún–La Habana. Pendejamente me voy a la agencia de viajes, era jueves por la mañana, pregunto si puedo quedarme unos días a conocer Cancún. La señorita dice: “Sí, pero tendría que irse esta noche y tomar el vuelo del domingo a La Habana cancelando 50 dolaricos, joven”. ¡Cabal casera!, porque el compromiso en La Habana comenzaba el lunes. Salgo eufórico, no tengo maleta, la ropa está sucia, mi pasaporte, por suerte, bien, tomo el vuelo y al día siguiente amanezco en Cancún.

El de las visas se parece a Manzanero. “¿Tiene reserva en algún hotel?”, me dice. “No”, respondo. “¿Tarjeta de crédito?” “No, de débito nomás”. Y así, el kiudo dudando, apeeenas me hace pasar. Saliendo del aeropuerto, un minibús gigante —valga la metafísica popular— nos lleva al centro de Cancún. El chofer también se parece a Manzanero, pero esta vez amable. Los de atrás se abrazan y besan con pashon, el problema es que son dos individuos que hablan en argentino. Mientras los cuates se chapan, le pregunto al chofer si conoce alguna pensión, un hotelito. “Claro, el de mi comadre Manuela, a Ud. sí lo llevo”, dice en mexicano.

Depuesta la pareja en la plaza, el cuate me coloca donde mi tocaya, veo el reloj, son las 07.00. El cuartito con ventilador es limpiecito y vale 20 dolaricos en pleno corazón de Cancún. Salgo a caminar por la cintura cósmica del sur, soy feliz y quiero que me perdonen…

De desayuno, unas enchiladas frijoladas con su Tecate después de 20 años. Sumo y me doy cuenta que mi ex —chica mexicana de los 80— ya debe ser abuela. Le pregunto al mozo dónde podría ir hoy. “A Isla Mujeres”, dice a lo Chavo. El barco mexicano sale en media hora y allí me ves, en un barco de guerra mundial con todo el turismo mexicano a bordo. Viajamos un par de horas hacia el centro del Caribe que va llenando los ojos. Los delfines regodean cerquita. Me doy cuenta de que el aliscafo que parte en paralelo a nuestro barco es del turismo gringo, llegarán en 10 minutos a la isla, cuesta 10 veces más y no verán nada… sonrío. El mar infla mi pecho. Al rato se acerca un pirata mex y nos oferta a lo Cantinflas hacernos conocer la isla, aceptamos; llegando a Isla Mujeres hacemos un grupito de 15 personas. La arena de talco, el mar verde caribe sin olas lame el borde del planeta.

Primera actividad: manguearle los aeróbics al tour de gringos que a unos 30 metros bailan con instructora de cable y música hi–fi. Nos meamos de risa de la mangueada aspirando latinamente el sol. Luego, a pescar el almuerzo. En el velero del pirata nos metemos mar adentro, Isla Mujeres se ve pequeña en la espalda. El pirata “parquea” en pleno océano: “¿Quién se anima al chapuzón?”. Soy el único, me lanzo unos 10 metros abajo en un histórico panzazo partiendo la médula del Caribe. Los demás aplauden. El pirata, que se lanzó al cachito, me entrega escafandra y un pequeño oxígeno. Y me animo a bucear cerquita nomás del borde de la lancha conociendo con agitación el universo del océano. Peces multicolores, rayas magníficas, anguilas amenazantes y en el fondo una especie de tiburón que me hace dar flor de julepe, salgo casi ahogado, dignamente, como buen stronguista. Me suben apenas y todos aplauden. “El boliviano sin mar fue el único en animarse”, bromean. Luego el pirata nos da unas cañas, tengo suerte, pesco con ayuda un asunto enorme de bigotes que luego comeremos a la parrilla viendo un altivo sol rojo caer en el sempiterno Caribe.

Al volver, resecos de sol, nos despedimos con emoción de excursión estudiantil. Cae la noche en el centro de Cancún, se me acerca otro Manzanero a ofrecerme un tour a Xcaret y a las ruinas mayas, lo acepto. A las 05.00 del sábado partimos a las ruinas y… ¡ay carajo! , la tucumana quema, se chorrea por mi muñeca, la casera me putea porque no le he pagado, un excombatiente se ríe con su k’asa, vuelvo a este domingo paceño con olor a jigote y a mar sin motivo.