El silencio de las ranas
Un hongo mata a los anfibios en todo el mundo. En Bolivia acabó con al menos siete especies. El hongo Batrachochytrium dendrobatidis (Bd) provoca la quitridiomicosis.
El croar se apaga. Los últimos años, un hongo causó la desaparición de al menos siete especies de ranas en Bolivia y ya contagió a la mayoría de las que quedan.
El sombrío panorama se repite en todo el mundo. A veces, solo dejan de verse, en otras, se hallan alfombras de cuerpos en las orillas de las lagunas. Un reciente descubrimiento, en la piel de una rana gigante preservada en un museo, señala que este parásito asesino ya vivía en el lago Titicaca hace más de 150 años.
Desde hace tres décadas, los biólogos buscan al causante de la repentina y masiva muerte de anfibios. Durante este tiempo y a pesar de hallarlo, el patógeno causó la desaparición de unas 200 especies, algunas de ellas en Bolivia, uno de los países que tiene la mayor diversidad de ranas del mundo, con 270 variedades registradas. En 2018 se descubrió el sitio de origen de la cepa mortal en Corea y, a la vez, los expertos lanzaron una alerta mundial por la posible expansión de una nueva, la más mortal, según afirman.
Por primera vez en la historia, un hongo ataca y mata a animales vertebrados. Las ranas lo adquieren en los cuerpos de agua. Se adhiere a ellas y en cuatro meses, intoxicadas y casi asfixiadas, mueren por un paro cardíaco. El herpetólogo boliviano James Aparicio explica que la infección causa un desbalance en el intercambio de electrolitos en la piel de las ranas, perjudicando el proceso químico que les ayuda a eliminar toxinas y regular la hidratación de su cuerpo. Las envenena de a poco.
En la década de 1970 se alertó sobre la cuantiosa muerte de anfibios. En 1973 se identificó a una afección dérmica que cundía entre las ranas de África. Pero recién en 1998 se la describió científicamente en Europa, se trata de un hongo quitridio al que se llamó Batrachochytrium dendrobatidis (Bd), nombre que deriva de batracio, de olla de barro —por la forma del hongo— y del primer anfibio en el que se estudió el mal, una rana de la especie dendrobates, que habita las selvas suramericanas, entre Nicaragua, Colombia, Venezuela y Brasil.
Sin embargo, entonces, ya era tarde para algunas. El biólogo Mauricio Carrasco cuenta que uno de los casos simbólicos se dio en Costa Rica, donde se vio la rápida declinación de una especie que era monitoreada cada año, que es el sapo dorado. “Hasta 1987 la población estaba normal. Para el año siguiente solo encontraron ocho machos y dos hembras. En poco tiempo, prácticamente desapareció”. En 1989, los herpetólogos se reunieron para ver qué estaba sucediendo. Debatieron.
Cotejaron. En 1990 se declaró la existencia de una epidemia a nivel global y se empezó a buscar al culpable.
En Bolivia se tardó 18 años en determinar que el hongo estaba en el territorio. En 2008 se confirmó, científicamente su presencia. Pero hasta entonces ya había causado cientos de víctimas y, según el herpetólogo Arturo Muñoz, la desaparición de entre siete y 12 especies de ranas y sapos. “Hay algunas, como el Atelopus tricolor, un sapito de colores negro y naranja que desapareció; también la Telmatobius de los Yungas: Chau, ya no se la vio”.
Aparicio acotó que “el primer reporte de la presencia del hongo en el país fue dado en una publicación sobre el sapo Rhinella quechua, que habita el Parque Nacional Carrasco en Cochabamba. Los investigadores encontraron la afección en los renacuajos”. El daño era evidente alrededor de la boca. La quitridiomicosis les deformaba esta parte del cuerpo y les impedía alimentarse. Morían de hambre.
“Lo más preocupante es que, prácticamente, todas las especies son susceptibles de infectarse y sufrir consecuencias negativas, aunque no lleguen a producir mortalidad. Las especies que más riesgo sufren son aquellas con distribuciones reducidas y de regiones relativamente frías, por ejemplo, especies endémicas de zonas altas de montaña o de zonas altas tropicales de todo el planeta”, refiere Jaime Bosch, experto en anfibios y miembro del Museo Nacional de Ciencia Natural de España, quien desde hace años trabaja en la investigación de este microorganismo.
Desastre global
Miles desaparecieron de un día para otro, incluso en espacios protegidos, como en Australia y Costa Rica. En este país centroamericano, por ejemplo, más de 70 especies de ranas arlequín fueron reportadas como extintas entre 1980 y 2000. “Ya no habrá un príncipe tras un beso porque las ranas están desapareciendo”, dramatizó el periódico El País, de España, en 1990, cuando se hizo pública esta preocupación.
En Bolivia, en las incursiones de los últimos 10 años, los biólogos no lograron ver varias especies; no obstante, aún faltan investigaciones específicas para confirmar la pérdida de anfibios.
La tesis de Gabriel Callapa, de 2017, realizada en tres locaciones en el lago Titicaca sostiene que en la Isla de la Luna, Chachapaya y Chicharra, en promedio, el 29 por ciento de las ranas que habitan este espejo acuático, cargan con el quitridio. “En algunos lugares encontramos mayor población de ranas y en otras menos, esto también tiene que ver con las condiciones de su medio ambiente”.
En otra investigación sobre el tema, los herpetólogos Patricia Burrowes, de la Universidad de Puerto Rico, e Ignacio de la Riva, del Museo Nacional de Ciencias Naturales de España, hicieron un estudio en ocho comunidades (2017), en áreas montañosas y templadas de Oruro, Potosí y La Paz. Allí dedujeron que, de 54 ranas halladas, 44 presentaban el hongo, es decir, un 81%. Según Ocampo, eran parte de ocho especies de anfibios, siete tenían miembros infectados.
Diferentes investigaciones se enfocaron en saber cómo el quitridio se esparció de forma tan rápida por el mundo. En 2004 surgió una teoría. Una tesis efectuada por Che Weldon, Louis H. du Preez y otros, señala que la mano del hombre originó la expansión de esta afección. ¿Cómo?
Durante el siglo pasado, la rana Xenopus laevis era ampliamente utilizada para experimentos de laboratorio. Desde 1934, según la tesis, esta rana fue usada como “test” de embarazo. Se tomaba la primera orina de la mujer y se la inyectaba al animal, si en 24 horas la rana ponía huevos, por efecto de las hormonas, se confirmaba la gestación. Con ese fin, millones de especímenes se exportaron desde África a todo el planeta. Su uso duró hasta los años 60 y 70, cuando Margaret Crane inventó y patentó el test usado hasta hoy.
Según el herpetólogo boliviano Mauricio Ocampo, aquellas ranas dejaron de tener una función en los laboratorios y pasaron a ser vendidas o liberadas. Los investigadores “vieron que esta mascota era la que estaba más extendida en el mundo y, como tenía el hongo, se la culpó de ser la transmisora de la quitridiomicosis”.
Los otros portadores
Pasaron años para que la ciencia indique a otro portador. En 2012, una investigación de la Universidad del Sur, de la Florida, confirmó que el cangrejo de río podía llevar el parásito en su cuerpo. En los estanques donde el hongo había matado a todas las ranas, aún se registraba la enfermedad cuando llegaban nuevos habitantes. Este informe, cuyos resultados se publicaron en la revista Proceedings, de la Academia Nacional de Ciencias estadounidense, revela que los cangrejos eran también víctimas del hongo, ya que más de un tercio de los expuestos a la enfermedad moría en siete semanas. Los sobrevivientes la portaban y, al ser puestos junto a renacuajos sanos, los infectaban.
Algo que tienen en común ranas y cangrejos es la queratina, proteína que poseen en la piel y de la que el hongo se alimenta. El humano también la lleva en el cabello, las manos y uñas, en poca cantidad. De ahí que algunos científicos señalaran que la mala manipulación de especímenes, en laboratorios, sin medidas de seguridad, también tendría que ver con la reacción del Bd en el mundo anfibio. En 2013 se encontró a otro portador: las ranas toro norteamericanas (Lithobates catesbeianus). También utilizadas en laboratorios, desde antes eran consideradas una especie invasiva por su resistencia —incluso al quitridio—, agresividad y adaptabilidad. Fueron ampliamente exportadas y llevan el hongo en el cuerpo.
La certeza de que otros animales podían ser portadores amplió la búsqueda de los herpetólogos, quienes luego pusieron sus ojos en las aves migratorias. En 2017, un grupo de investigadores emprendió la búsqueda en Sudamérica y determinó que, por lo menos en los Andes, “un vector o agente propagador involuntario de este hongo podían ser las aves”. Cinco años antes, un investigador de apellido Garmin, de Bélgica, había hecho un estudio similar, no obstante, como solo analizó las plumas, no halló al parásito.
El estudio se centró en Bolivia. Burrowes y De la Riva buscaron el quitridio en Bolivia, en 48 ejemplares de aves acuáticas andinas colectadas entre 1977 y 1997. Según datos del Museo español, se tomaron muestras de ADN de las patas de diferentes especies de aves acuáticas de este país, preservadas en colecciones científicas de la Estación Biológica de Doñana y de la Colección Boliviana de Fauna.
De la Riva explicó que, “con técnicas de amplificación y secuenciación de ADN, se confirmó la presencia del hongo en el 42% de las aves muestreadas”. Los resultados afirman que las aves acuáticas pueden actuar como vectores de la quitridiomicosis, al mover el patógeno de unos cuerpos de agua a otros.
Ésta, empero, es también solo parte de la respuesta. Bosch afirma que “con total seguridad, por los estudios genéticos llevados a cabo el último año, el ser humano ha sido el responsable de la expansión de estos hongos por todo el mundo, ya que de otra forma es imposible explicar su evolución. La migración de las aves, al igual que otros movimientos de animales, únicamente sería responsable de la expansión de estos hongos a cortas distancias, y nunca a nivel de continentes”.
Los orígenes del hongo
Una investigación publicada en la revista Science en 2018 asevera que el hongo tiene su origen en la península de Corea. Científicos de 37 instituciones internacionales participaron en la secuenciación genética de más de 230 cultivos de hongos de diferentes orígenes y llegaron a esa y a otras conclusiones más. Por ejemplo, que la última de las cuatro cepas que hay en el mundo es la más peligrosa y que se debe evitar su diseminación.
“Lo recomendable es prohibir el comercio internacional de anfibios. El sureste asiático y probablemente Corea son el origen de la segunda especie de hongo quitridio conocida en la actualidad (Bsal), aún más peligrosa que la que ya está distribuida por todo el mundo (Bd): tiene formas de resistencia que la hacen casi indestructible y es mucho más virulenta para la rana y la mayoría de especies de anfibios con cola”, afirmó Bosch. Esta cepa habría eliminado a al menos dos especies de tritones hasta 2017, sus nuevas víctimas.
El análisis de especímenes preservados llevó a descubrir que, por ejemplo, algunos anfibios llevaban el quitridio desde principios del siglo pasado. Entre ellos, una rana de la Isla de la Ascensión, en el Reino Unido, que data de 1938; otra de Estados Unidos, preservada desde 1944, y una más recogida en Chile, en 1962. La pregunta es, ¿por qué entonces el hongo no fue tan letal como lo es ahora?
“Sabemos que el calentamiento global está exacerbando la infección del hongo quitridio en zonas altas de montaña de latitudes templadas y en algunas zonas tropicales. Pero, además, también sabemos que los ejemplares en peor condición física son los más proclives a morir con Bd, por lo que cualquier efecto negativo sobre el medio actúa de forma sinérgica con la infección fúngica”, manifestó Jaime Bosch.
Las ranas eran cada vez más débiles, fue el momento propicio para la expansión mortal del hongo. James Aparicio asegura que influye la degradación del medio ambiente. “La destrucción de los hábitats naturales ha incrementado el estrés de estos animales, así como la contaminación de cuerpos de agua con residuos agrícolas, mineros y domiciliares, también el incremento de ruido y de la temperatura que ocasiona el cambio climático. El estrés disminuye las defensas de estos animales y son atacados por las enfermedades”.
A los biólogos solo les quedaba ver la forma de salvar algunas especies de ranas. Actualmente, según Bosch, hay varios frentes abiertos para evitar la extinción de las afectadas, como establecer colonias cautivas de las más amenazadas, o diseñar protocolos de mitigación de la enfermedad aplicados al medio donde habitan. No se descartó la búsqueda de una vacuna.
Sin embargo, hace falta inversión y compromiso. Muñoz acota que en Bolivia no hay una política de conservación nacional y que a pesar de que se analiza el apoyo a los trabajos de preservación, los proyectos se plantean con años de intervención. “Si se genera un proyecto a siete años, tal vez sea tarde para algunas ranas, tenemos que ver que se están muriendo ahora, en uno o dos años habrá otras especies desaparecidas. Será tarde”.
Al rescate de las ranas
Los biólogos coinciden en que, además de afectar la cadena alimenticia de muchas especies, estos animales son importantes para controlar a los insectos. Por ello es que la reducción de algunas especies podría explicar la aparición de plagas que obligan al hombre a usar más insecticidas y causar mayor contaminación.
“Por desgracia, esperamos que la enfermedad se extienda aún más por todo el planeta y acabe afectando a la totalidad de las regiones, mientras que, probablemente, la obtención de un método de control, en condiciones naturales, tardará aún muchos años en llegar”, sentenció Bosch.
Los herpetólogos actualmente utilizan fungicidas comunes para tratar a las ranas con quitridiomicosis. Según Callapa, por lo general, disuelven un par de tabletas en una fuente de agua y allí las sumergen una vez por día. El tratamiento puede durar hasta tres meses. Tras esta cuarentena, las ranas curadas normalmente son criadas en cautiverio. “Pocas veces se las devolvió a su hábitat, por la presencia del hongo”.
Mauricio Ocampo expone que no se puede tratar a todas las afectadas por el Bd por su condición de vida silvestre, el costo del tratamiento y la falta de personas interesadas en ayudar a salvar a estas especies. “No se las puede agarrar y vacunar, es imposible”.
Pero, entre las certezas y la resignación, también surgen esperanzas, puesto que en 2015 un equipo de científicos halló en Ecuador especímenes vivos del sapo Atelopus bomolochos, que se creyó desaparecido hace 15 años. Lo extraño es que no muestran indicios de quitridio. No es el único. Una ranita de cañón, uno de los pocos anfibios que puede “solearse” en rocas en el desierto de Norteamérica a más de 40 grados centígrados durante el día, demostró que tolera las esporas del quitridio. Asimismo, la Sachatamia albomaculata, una ranita de cristal de actividad nocturna mostró también resistencia, pese a que habita en arroyos del bosque, donde coloca sus masas de huevos en la vegetación.
Finalmente, el trabajo de Bourroues y De la Riva, en Bolivia, establece que los sapos y ranas que habitan las regiones bolivianas estudiadas en 2017, si bien llevan el patógeno en la piel también mostraron “buena salud”. Es decir que tenían comportamientos de vida normales, pues las ranas enfermas con el hongo suelen quedar aletargadas, no se mueven mucho e incluso dejan de comer. Lo más alentador: existe la posibilidad de que éstos hayan desarrollado resistencia a la enfermedad.
Respuestas en el lago Titicaca
Un último hallazgo podría verter más luces sobre el tema. En un estudio complementario, los mismos investigadores descubrieron en el cuerpo de una rana gigante del Titicaca, Telmatobius culeus, la muestra más antigua del mundo del microorganismo. Estaba en la piel de un espécimen preservado hace 155 años. “Nuestros estudios han demostrado que el Bd ya estaba presente en Bolivia al menos desde 1863, cuando, obviamente, no causaba ningún problema, indicando que este hongo probablemente ha estado siempre ahí, y la cepa patogénica fue introducida en los años 90”, menciona la investigación de Burrowes y Bosch.
Pero “se está jugando con varias teorías —agrega Ocampo—, como que no es que se haya diseminado el hongo, sino que estaba ya esparcido y que por el cambio climático, la mutación del Bd empezó a dispararse por todo el mundo”. Y que tal vez aún siga mutando.
Hoy, un puñado de científicos y biólogos sigue luchando por salvar a la mayor cantidad de ranas que sea posible y hacen frente a este hongo asesino. Mientras, ante la mirada indiferente de los gobiernos y de la población, el silencio de las ranas seguirá creciendo, arrastrando de a poco las voces de otras especies.