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Observatorio San Calixto Guardián de la tierra

1247 veces Bolivia tembló en 2018. Si bien su intensidad no generó daños considerables —y puede que la mayoría fueran apenas perceptibles— la tierra en el país se mueve constantemente y La Paz tampoco es una excepción.

Los temblores se originan por el contacto de placas que almacenan y después liberan energía, esta liberación se denomina sismo, terremoto o temblor. Estos  movimientos se generan a diferentes profundidades. Aquellos que se producen entre los 500-700 kilómetros bajo tierra se consideran profundos y se registran en todo el planeta. Los intermedios tienen entre 100 y 350 kilómetros y son los más recurrentes. Mientras que los superficiales —que se dan desde los 70 kilómetros de profundidad o menos— son los más peligrosos y destructivos.

“Mucha gente piensa que no hay actividad sísmica en el altiplano, pero cerca de la ciudad de La Paz existen fallas geológicas corticales potencialmente activas que pueden que pueden ser causantes de un temblor, explica el director del Observatorio San Calixto (Indaburo 944, casi esq. Jenaro Sanjinés), Gonzalo Fernández. Por ejemplo, en 2014 pobladores de La Lloja e Irupana sintieron el suelo temblar.  Sus casas comenzaron a rajarse al igual que la carretera que llega a estas comunidades. El movimiento también fue percibido, aunque con  menor intensidad, en La Paz y Cochabamba. Esta falla  —denominada La Paz, porque está debajo del río con el mismo nombre— está a tan solo 79 kilómetros de la urbe.

Gracias a un software desarrollado por los técnicos del centro sismológico, ahora se puede determinar exactamente la localización de los sismos con mucha rapidez. El programa recibe las señales que emiten diferentes estaciones situadas en La Paz, Cochabamba, Potosí, Oruro, Santa Cruz, Tarija y Sucre casi en tiempo real: “Lo que hace el software es marcar las fases P —que es la fase primaria de la onda sísmica la cual llega más rápido. Ésta viaja a una velocidad de entre 5 a 8 kilómetros por segundo— que marcan nuestras estaciones. Luego busca  similitudes entre ellas y al encontrar cinco fases o más que se parezcan, identifica y aísla la secuencia, para luego localizar el movimiento sísmico”. Así se pueden identificar las fallas que activan los temblores. Después, los miembros del observatorio recaban más información para determinar la dirección en la que se mueve la falla.

“Denominamos las fallas de acuerdo a la población más cercana a ellas. Luego cruzamos muchos datos, como hacia dónde se dirigen las réplicas y realizamos diferentes estudios de campo, para elegir la mejor solución para la falla y determinar la dirección que podría tomar”, expone Mayra Nieto Canaviri, ingeniera geóloga que es parte del equipo del observatorio.

Todos estos datos, que conforman diferentes tipos de guías, se sintetizan para crear un mapa de amenazas sísmicas. El primero data del año 2016 y el segundo será presentado en mayo de este año. Éste le permitirá saber a autoridades, constructores y a la población en qué nivel de riesgo sismológico está su ciudad o pueblo.

“Un error que suele cometerse es construir caminos o puentes sobre fallas geológicas, lo que es muy riesgoso. Mientras que con esta información se pueden planificar mejor este tipo de construcciones”, indica Mayra, mientras Fernando aclara: “lo que no se puede hacer al pronosticar, es decir, dar una latitud, longitud y la profundidad exacta de un terremoto. Lo que hacemos es trabajar con probabilidades y comparar diferentes registros históricos para determinar las zonas más riesgosas”.

El sistema de monitoreo del observatorio San Calixto tiene 16 estaciones en diferentes departamentos. Todas enterradas a varios metros de profundidad en espacios alejados de la comunidad humana. Esto porque los equipos son muy sensibles y el ruido excesivo puede distorsionar las señales que envían. Hace poco instalaron una estación de aceleración en Aiquile, que les permitirá monitorear una de las zonas con fallas más activas del país.

De las 16, tres —La Paz, Peñas (La Paz) y San Ignacio (Santa Cruz)— están certificadas internacionalmente y Toro Toro lo estará pronto. Además, el observatorio tiene el orgullo de poseer la mejor estación certificada en el ámbito mundial, que se encuentra en Milluni, en las faldas del nevado Huayna Potosí. La certificación es un proceso anual donde se mide que los instrumentos estén perfectamente calibrados y que los técnicos del observatorio tengan una capacitación de primer nivel. Ambos factores permiten que los resultados de las investigaciones que realizan estén considerados con mucha seriedad  por las diferentes redes de estudios sismológicos internacionales.

Esta distinción tiene una tradición muy larga. Ya en 1949 los  conocidos sismólogos americanos Beno Gutenberg y Charles Francis Richter —en su libro Seismicity of the Earth— la denominaron como “la estación sismológica más importante del mundo”. El trabajo del centro comenzó hace más de un siglo, en 1892, por iniciativa de la Compañía de Jesús, como lo es hasta ahora. Los primeros estudios que se llevaron a cabo fueron investigaciones astronómicas, ejecutadas por los mismos miembros de la orden.

Con el tiempo y el crecimiento de la ciudad, también aumentó el uso de la luz eléctrica en la noche, lo que hizo imposible seguir con la observación de los astros. Aún hoy, el observatorio —cuyas instalaciones están asentadas en una casa patrimonial que perteneció a Antonio José de Sucre— mantiene en buen estado todo lo que se heredó de aquella época: “Todos los instrumentos, incluso los telescopios aún funcionan, pero no se puede ver gran cosa por la luz. Es por eso que creamos el museo Pierre-Marie Descontes SJ”, cuenta Gonzalo.

Tras cerca de 20 años, llegó la primera estación sismológica de Bolivia y Sudamérica, que comenzó a operar en 1913. A lo largo de los años, el observatorio tuvo diferentes responsabilidades, como determinar la hora oficial del país. Responsabilidad que en 1985 pasó al Observatorio Astronómico de Tarija. Igualmente, efectuaron reportes para el Senamhi, y realizan consultorías para empresas privadas que así lo requieran.

Otro de sus tesoros son los registros y estudios que datan desde los primeros años del observatorio: “Tenemos archivos en diferentes tipos de papel. Para mantenerlos les hacemos tratamientos químicos, porque esos datos nos permiten hacer investigaciones históricas importantes. Aquí se pudo registrar y estudiar el terremoto con mayor magnitud que se haya registrado, de 9,5 grados en la escala de Richter, que  sacudió Chile en 1960. Llevamos mucho tiempo escuchando el latido de la tierra y queremos seguir así ”.