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Una boliviana en Taiwán

El encanto de vivir en esta isla asiática

/ 17 de abril de 2019 / 04:00

El sonido de la lluvia constante, ese olor tan particular a comida que solo sentí aquí y que hasta ahora no descubrí qué es exactamente, ese que a veces se mezcla con el del incienso alrededor de los templos. Los zapatos afuera de las casas y los paraguas en la puerta de las tiendas y restaurantes, el zumbido de las motos por las cuatro esquinas en cualquier lugar y a cualquier hora.

Taiwán es un pequeño estado insular que está ubicado frente a las costas de la China Continental que prácticamente lo tiene todo para vivir cómodamente durante mucho tiempo. El contraste entre su vibrante modernidad y su arquitectura tradicional rodeada por naturaleza y paisajes deslumbrantes muchas veces me han dejado con la boca abierta. He caminado sus calles sin aceras, viajado de norte a sur en bus, tren normal, tren bala, metro y auto. Después de un poco más de un año lo digo sin titubear: Taiwán me enamoró.

Antes de llegar no sabía muchas cosas sobre esta isla, sobre su gente o sobre sus tradiciones porque preferí descubrir todo ello con experiencias propias, sin ninguna carga de prejuicios externos y así fue desde la primera noche que puse los pies en Taiwán, porque tuve una de esas experiencias que te la pasas contando a todo el mundo por mucho tiempo.

Dejar olvidada la mochila

La regla número uno de cualquier viajero o viajera es jamás perder el pasaporte y tu dinero. Todo eso, más muchas otras cosas de valor, las tenía en mi mochila, la que dejé bien acomodada arriba de mi asiento en el THSR (Taiwan High Speed Rail), el famoso tren bala. Estaba tan bien acomodada que se quedó ahí incluso después de que yo me bajé del tren. Había olvidado mi mochila en mi primera noche en un país nuevo. Por suerte estaba en Taiwán y pude recuperarla al día siguiente con absolutamente todas mis cosas. No creo que existan palabras suficientes para expresar cómo me sentí en ese momento, parecía una utopía.

Ese fue el primer episodio de muchos más en los que me sentiría segura en Taiwán. Al haber nacido y haberme criado en Bolivia, tengo ese chip en la cabeza de tener que estar alerta todo el tiempo, de cuidar mis cosas con excesiva precaución, de no caminar sola en la noche y de no ir a ciertas áreas de la ciudad por ser peligrosas. Viviendo en esta isla asiática todos esos miedos se esfumaron, ya que podía regresar a mi casa a cualquier hora de la noche por cualquier calle que escoja con la plena seguridad de que nada me pasaría. Hay cosas que el dinero no puede comprar y esa sensación de estar segura en las calles es una de ellas.

Escuché muchas historias de amigos que se olvidaron sus billeteras en restaurantes o Seven Eleven (cadena multinacional de tiendas) y las recuperaron sin ningún problema. Los taiwaneses llevan en su educación la mentalidad de que si algo no te pertenece no lo tocas, uno por respeto y otro por seguridad.

El país más amigable del mundo

Cuando mi profesora de mandarín me recomendó que ante cualquier problema que tuviera siempre acuda a alguna de las tiendas de las cadenas internacionales Seven Eleven o a un Family Mart, me pareció que era un poco exagerada.

— ¿En serio? ¿Cualquier problema?

— Sí. Incluso si te pierdes, si necesitas llamar un taxi, dejar tu basura para reciclar o simplemente charlar con alguien. En pocos días viviendo aquí comprobé que podía preguntar lo que sea a cualquier taiwanés en la calle y siempre obtendría respuestas amables, incluso con el obstáculo del idioma, ellos tratan de hablar en inglés y lo que no sepan lo dicen con señas. Si buscaba una dirección, muchas veces me acompañaban al lugar a riesgo de atrasarse en sus actividades diarias.
Ya sea en tiendas, restaurantes o bares, la amabilidad de los taiwaneses está presente. En el año y medio que llevo viviendo en la isla he hecho grandes amigos que me han ayudado en cada pequeña o gran cosa en la que necesitara ayuda y eso lo llevo guardado en el corazón.

歡迎 (Huānyíng) “Bienvenida”, 謝謝 (Xièxiè) “Gracias” y 對不起 (Duìbùqǐ) “Discúlpame”; son palabras que escuchas todo el tiempo y también son las primeras que aprendemos al estudiar chino. Lo fascinante de la cultura asiática es el respeto al prójimo, a su espacio y a sus sentimientos. Estos ciudadanos tienen miedo de hacer sentir mal a la otra persona, es por eso que jamás te contradirán, aunque estén en desacuerdo; jamás te dirán: “No, no puedo”, sino que utilizarán otras palabras para expresar lo que quieren decir sin la brusca honestidad que tenemos los latinos. Los extranjeros le llamamos a esta clase de educación “Disfrazar la verdad”.

Tengo que confesar que muchas veces esto me chocaba porque esperaba respuestas más directas, pero luego de un tiempo me acostumbré y asimilé que era otro rasgo de los asiáticos.

Los sabores insospechados

En este aspecto tengo sentimientos encontrados. He leído acerca de cómo la cocina taiwanesa está calificada como una de las mejores y más variadas del mundo, pero en todo el tiempo que llevo viviendo en Hsinchu, la ciudad industrial de Taiwán, he odiado con toda el alma la comida.

Hay muchos factores a considerar respecto a esto. El primero, soy vegetariana y en principio pensé que tal vez no le ponían el mismo empeño a las preparaciones sin carne como a las que sí la tienen, hasta que vi a mi amiga finlandesa Inkeri llevar consigo todo el tiempo especias y sal en su bolsa, cuando le pregunté el porqué, aunque sabía muy bien la respuesta, me dijo:

—Es que por más que lo intento la comida no tiene sabor. Luego me di cuenta de que muchos de los lugares con comida exclusivamente vegetariana son budistas y que por religión ellos no comen ajo, cebolla y ningún condimento fuerte. Con esto en mente tuve que comenzar a cocinar mi propia comida sabiendo muy a conciencia que mi talento no radicaba precisamente en ello.

El segundo factor es que absolutamente todo está salteado en aceite, incluso las verduras, es raro encontrar ensaladas crudas y crujientes a las que estamos acostumbrados en el mundo occidental, y si hubiese tenido que comer este tipo de comida todos los días, no hace falta decir que habría muerto de un infarto.

Es muy probable que esta percepción sobre la comida taiwanesa me hubiese marcado irremediablemente al punto de que ahora estaría escribiendo sobre mi odio mortal hacia ella. Por suerte para mí, he podido visitar varias ciudades de la isla donde lo que probé hizo que cambiara mi opinión para siempre y debo decir que la comida taiwanesa es ¡deliciosa! Mi plato favorito es un rollo de verduras envuelto en piel de tofu frita y rebozado en panko (pan rallado japonés), lo comí en Chung Tai Chan, un monasterio ubicado en Nantou, Puli —el centro mismo de Taiwán— y como mi amiga Louise me prometió, fue el mejor restaurante vegetariano al que haya ido. Sin embargo, esta búsqueda de los manjares de los que todos hablaban, no terminó allí, mientras más viajaba y probaba las distintas opciones taiwanesas más entendía que el problema siempre estuvo en Hsinchu y no en el resto del país.

El té en la vida diaria

Ya sea que no tenga sabor o que sea maravillosa, la comida taiwanesa en su mayoría es grasosa, entonces ¿por qué los taiwaneses no son obesos? La respuesta no es un secreto bien guardado y de hecho la descubres en pocos días de vivir en el Asia: el té verde es la solución a todos los problemas, al menos en mi opinión.

Los taiwaneses toman té todo el tiempo, no solo el verde sino cualquiera de las muchas variedades disponibles en el Asia, uno de los más populares es el 烏龍茶 (té oolong), una variedad de té verde, el de jazmín, el matcha (té verde de hoja entera), el negro, entre otros muchos. Sin duda, la marca registrada de Taiwán es el 珍珠奶茶 (té con leche y perlas de mandioca o bubble tea), el cual se inventó en la ciudad taiwanesa de Taichung y que ahora se puede encontrar en todo el mundo, incluso en Bolivia.

La experiencia de comprar té es tan variada como deliciosa y para nosotros los extranjeros es un reto lleno de vocabulario nuevo y necesario. Existen tiendas donde puedes comprar el té en hojas y decidir cuál quieres mientras el dueño te sirve distintas variedades para que las pruebes contándote la historia de cada una.

También están las casas del té donde ofrecen diferentes ceremonias tradicionales para el momento del consumo, las cuales son una experiencia en que hacen uso de todos tus sentidos y llegan a ser hasta espirituales; por último están las “tea shops”, tiendas de té donde puedes comprarlo como en un lugar de comida rápida, y es allí donde se encuentra el famoso té con perlas o bubble tea. Se lo puede pedir caliente o frío, escoger el nivel del hielo deseado, el tamaño de las perlas, así como el del vaso, los niveles de azúcar, etc.

Con miedo a casi todo

A veces los extranjeros lo decimos en chiste, pero es una realidad que los mismos taiwaneses aceptan: les tienen miedo a muchas cosas. Por ejemplo le temen a estar solteros, a quedarse solos o no tener amigos; tal vez es por esto que siempre buscan agradar a los demás. Temen también un inminente ataque de la China Continental, por ello se realizan simulacros de defensa en todo el país cada cierto tiempo.

Les asusta la pobreza, la enfermedad y sobre todo la muerte (死亡); es por eso que existe la creencia de que el número 4 (四) es de mala suerte, ya que suena igual a la palabra muerte. Es muy común ver que los ascensores tengan otro símbolo en vez del 4, se evita nominar las casas con este número al final, etc. También tienen pánico a algo que en mi opinión es universal: a quedarse sin batería en el celular. Por esta razón se pueden encontrar puntos para cargarlo en muchos lugares, aunque no son realmente necesarios porque la mayoría tiene un banco de energía portátil para evitar quedarse sin el tan necesitado teléfono.

Ya sea por una razón u otra, Taiwán es un país muy conveniente para quedarse a vivir una buena temporada, incluso muchos bolivianos han echado raíces aquí. En mi caso soy muy feliz en este hermoso país, que no solo me ha regalado experiencias increíbles sino también atardeceres de ensueño.

Cecilia Saavedra (IG: @ceciliasaavedra, instagram: ceciliasaachz)

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‘Dani El Rojo’ Buscado

En la vida de Daniel Rojo pasaron muchas cosas. Ladrón, drogadicto y guardaespaldas, pero hoy devenido en famoso escritor y actor, la trama de ‘Dani’ es una narración del género policial.

/ 26 de junio de 2017 / 16:03

La entrevista

Daniel Rojo Bonilla, mejor conocido como Dani El Rojo o El Millonario por la Policía de Barcelona, España, deslumbra con su carisma cautivante quizá debido a la intensa vida que ha llevado. Exatracador de bancos, expolitoxicómano, asistente personal de artistas y deportistas, y ahora escritor de éxito y actor emergente, hizo de todo para estar muerto. Pero por suerte para sus lectores sigue vivo para contar y escribir sus historias. Su gran inicio en la delincuencia fue a los 12 años robando una papelería y de ahí no pararía hasta sumar 150 bancos con una cifra etérea de más de 60 millones de dólares, aunque siempre sin herir a nadie, como reza parte de sus códigos de ladrón romántico que pagó con tres estadías en la cárcel y se rehabilitó de todas sus adicciones.

A finales de los 90 decidió cambiar de vida y reinsertarse en la sociedad gracias a su amigo Loquillo, cantante que lo contrata primeramente para que esté a cargo de su merchandising, codearse con famosos y comenzar a trabajar de asistente personal de varios de ellos, como los cantantes Enrique Bunbury, Andrés Calamaro, Paulina Rubio o el futbolista Lio Messi. Hoy está casado, tiene dos hijos y mucho por contar a una audiencia, la boliviana, que ya encuentra su oscura obra en algunas librerías del país.

— Un resumen, si se puede.

— He tenido una vida complicada, intensa, pero porque yo me la compliqué. Tengo 54 años de los cuales 35 fui un politoxicómano, estuve enganchado a la heroína y cocaína, por estos motivos llegué a la delincuencia, aunque no provengo de una familia desestructurada ni me educaron para drogarme o delinquir, pero las circunstancias de la época, Franco, su muerte, una serie de libertades tanto literarias como visuales y musicales, me influenciaron erróneamente hacia ese camino. Lo bueno de todo esto es que lo superé en el sentido de que salí de las drogas, llevo 20 años fuera de la cárcel y en todo este tiempo desde que decidí estar fuera de ese mundo, del cual lo que me atraía era el dinero, las drogas, las mujeres, etc., descubrí que puedo ser feliz con otras cosas.

  • Imponente. Daniel es un hombre que impacta por su enorme físico (foto arriba). Tras su carrera delictiva, empezó a trabajar con famosos. En la foto junto a Lionel Messi, Andrés Calamaro y Javier Mascherano (foto abajo). Fotos: Internet

— ¿Cómo pasó de una vida delictiva a ser un escritor de éxito totalmente rehabilitado?

— Fui yo el que dio el primer paso para salir de esto, pero fue muy importante el que mi familia me apoyase, el haber encontrado el amor, un trabajo en el que me encontraba a gusto. Llevaba una vida normal, pero al estar metido en el mundo de la farándula y el fútbol y explicarles mis historias a los famosos, éstos se quedaban con la boca abierta. Luego me llegaron los hijos, un cáncer de hígado que hizo que ya no pueda trabajar; así que pensé que tenía algo que contar, por lo que empecé primero a narrar. Mis primeras tres novelas Mi vida en juego, Confesiones de un gánster en Barcelona y El gran golpe del gánster fueron narradas por mí, pero escritas por Liuc Oliveras a cuatro manos. Mis obras son una biografía novelada porque les cambié todos los nombres, ya que en las tres novelas salen 150 personajes y 140 están muertos. Puedo hablar de mí, pero no de los demás por respeto. Gané muchos premios y gracias a las ventas de estas novelas, especialmente de Confesiones de un gánster, la editorial Planeta me llamó para hacer otras tres en las que ya me arriesgo a escribir con un estilo muy llano y directo; lo que quiero hacer son novelas negras. He creado un personaje que es Hugo el Tiburón y también me salió una trilogía con títulos como La venganza del Tiburón, El secuestro de la virgen negra, Gran golpe en la pequeña Andorra. Tengo dos novelas más con este personaje; como un adelanto, la cuarta novela de Hugo el Tiburón se desarrolla en Sudamérica. Me considero un transgresor de la novela negra, ya que desde Agatha Christie o Dashiell Hammett este género siempre está visto desde el punto de vista del detective, del policía o del periodista judicial, en cambio en mis novelas los protagonistas son los delincuentes.

— ¿Cuándo comienzan a llamarlo Dani El Rojo?

— Dani El Rojo me lo pongo yo como nombre artístico cuando empiezo a trabajar con artistas y ellos, por mi físico, me hacen salir en los videoclips, entonces los de producción me preguntaban qué nombre poner y ya que mi nombre real es Daniel Rojo puse el rollo de Dani El Rojo, porque es un guiño a Daniel Cohn-Bendit, que fue el famoso revolucionario estudiantil de mayo del 68 en París, al que llamaban Dani El Rojo.

— ¿Tiene algo de ‘rojo’?

— Los ideales se terminaron hace tiempo. Ahora soy un anarcoaburguesado.

— ¿Cómo se inició su vida delictiva?

— A los ocho años. Si mis padres me daban 25 pesetas para comprar algún material escolar, yo iba a la librería del colegio, me llevaba el material sin pagar y estaba contento porque encima seguía teniendo el dinero que mis padres me habían dado, así empecé aunque en esa época aún no tenía el verbo “robar” en la cabeza.

— A la heroína, que fue la droga que más lo enganchó, lo introdujo una amiga suya que en el libro Confesiones… la llama Estefanía. ¿La volvió a ver?

— No, aunque sé que está viva, no nos interesó encontrarnos; pero si el destino quiere que algún día nos veamos, yo no tengo ningún problema ni le guardo rencor. También hablo de una chica que fue con la que probé la cocaína y aunque lo pongo de punto inicial, no las culpo de nada porque no me pusieron ninguna pistola en la cabeza. Eran otras épocas, en las que cuando tu padre te pillaba fumando te decía “si fumas, que todo el mundo lo sepa”, así que me dejó fumar y ya a los 12 años fumaba tabaco delante de todo el mundo, con 13 años porros (marihuana) y de ahí en adelante todas las sustancias que empezaron a aparecer mezcladas con alcohol. Esto junto con una serie de libros que me influenciaron a probar esas drogas, la música del momento como Ian Dury con Sexo, drogas y rock and roll, Patti Smith con Horses, Lou Reed con Rock’n roll Animal, me lleva a ver que todos mis ídolos le cantaban a la heroína y todos eran triunfadores, no había una percepción negativa de esa droga, ni de la cocaína ni de nada. No me excuso, simplemente pongo en perspectiva la situación del momento. Mi familia estaba en contra, me echaron de casa, me encontré en la calle enganchado a todo y empecé a robar, porque además me gustaba vestir bien, la emoción, las cosas fuertes, estaba habituado a tener dinero. Los primeros seis meses tuve que hacer muchos robos a farmacias, cualquier cosa que tenga una caja registradora. Luego vi dónde estaba el dinero, porque necesitaba mucho dinero para mis vicios, mi piso, mis coches y mis chicas. Con 16 o 17 años ya estaba atracando el primer banco, creo que entrar en un banco te segrega tanta adrenalina que al salir, haberlo hecho bien y pensar en lo que puedes hacer con ese dinero hace que quieras repetirlo y atracar bancos, engancha más que la heroína o la cocaína.

— ¿Cómo se gana el sobrenombre de El Millonario?

— Yo creo que en los años 90 o 91 es la primera vez que en la prensa hablan de mí y dicen: “han detenido al atracador millonario…”, apodo que me puso la Policía de Barcelona. Antes, cuando salgo en el 89, los médicos me dijeron que si no dejaba las drogas y todo eso, pues me quedaba un año de vida, así que una vez que salgo a la calle decido vivir mi último año de vida lo mejor posible, y es en ese momento en que reúno toda mi experiencia anterior en el atraco a bancos y comienzo a trabajar. Nunca creí necesaria la violencia durante un atraco, prefería decirles a los trabajadores que solo iba por el dinero que amenazarlos de muerte, era mi forma de actuar. A partir del 89 ya era todo un profesional que trabajaba solo, como me habían dicho que me quedaba un año de vida no pensaba que iba a volver a la cárcel, ahí es cuando me gano el apodo de El Millonario y sí que tengo un modus operandi que era entrar a primera hora de la mañana con el primer empleado, ya sabiendo perfectamente cuánto dinero hay en caja, etc., al entrar guardaba el arma para que vean que no les iba a hacer daño y la gente lo comprendía.

  • Aventura. ‘Dani El Rojo’ ya ha publicado seis libros, que de alguna manera son autobiográficos. Dice que en algún momento llevará alguno de ellos al cine.

— ¿Cuántas veces entró a la Modelo, la famosa cárcel de Barcelona?

— Tres veces, la primera del 81 al 83, la segunda del 85 al 89 y la tercera del 91 al 98. En la Modelo estuve nueve años porque en el 93 empecé a cambiar, dejé de drogarme y me llevaron a un penal llamado La Roca, que era un poco más duro, pero donde ya no tenía el cartel de toxicómano, y ahí es donde pude salir a la calle para trabajar con permisos y comenzar una nueva vida.

— ¿Cuándo decidió dejar las drogas?

— Cuando entré a la cárcel en el 91. A medida que pasaba el tiempo yo seguía consumiendo heroína, pero la cárcel había cambiado mucho, había psicoterapeutas, etc. y de tanto hablar con ellos empecé a reflexionar hasta que llegó un momento en que vi que algo fallaba en mi vida, dije: “Llevo 25 años consumiendo drogas como si no hubiera un mañana, a ver si sé vivir sin drogas”. Estuve 18 meses sin consumir nada, pero como todavía me quedaban muchos años de condena por cumplir me volví a enganchar en la heroína porque estar dentro de la cárcel sin drogas es mucho más duro

— ¿Cómo y de qué manera empieza a cambiar su vida?

— Cuando me encontré a Loquillo. Éramos amigos desde los 14. Él sabía que yo era delincuente; de hecho, en un montón de conciertos me dedicaba canciones cuando estaba en la cárcel. Y aunque ahora no me habla, siempre le estaré agradecido. Luego me contrataron Bunbury, Messi, Calamaro…

— ¿Qué hacía con ellos?

— Asistente personal, merchandising… Los cuidaba, los llevaba, les conseguía lo que necesitasen… No era guardaespaldas; mi seguridad es pasiva. He estado 35 años buscando problemas, y durante ese tiempo me dediqué a evitarlos. Estuve 10 años haciéndolo, hasta que tuve los niños.

— También tiene una faceta como actor y ya participó en producciones españolas con actores como Imanol Arias. ¿Cómo fue esa experiencia?

— Soy una persona afortunada y agradecida de serlo, tuve la suerte de que gracias a que trabajaba con artistas los medios de comunicación me conocían, entonces cuando comencé a publicar libros tuve más facilidad para salir en los medios, a lo mejor también porque decía cosas interesantes y tengo un físico característico y justamente por eso el director de Anacleto: agente secreto me llamó directamente, porque otro director me conocía por los videoclips de los músicos en los que salía, y aunque le dije que no soy actor, me preguntó si sabía de armas, como le dije que sí, solo era cuestión de dejarme dirigir. Básicamente hago de mí mismo, soy Joe El Carnicero, la mano derecha del personaje de Carlos Areces que es el malo de la película El Vázquez, que es una cinta de acción cómica porque Anacleto era un cómic de los años 70 en España, pero la trama se desarrolla 30 años después, es por eso que lo interpreta Imanol Arias.

— ¿Hay algún plan para llevar al cine alguna de sus novelas?

— Sí, una gran productora me dio dinero para que no venda los derechos de Confesiones de un gánster a nadie más. Me encantaría, pero no lo tengo como objetivo de vida. No puse mi vida en novelas con la intención de llevarlas a la pantalla, sino porque creía que al explicar mis vivencias estoy dando una experiencia a gente que no tiene por qué cometer mis errores.

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