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Marionetas de Edo, artilugios inmortales

Cada espectador puede ver los hilos que unen a la marioneta del león asiático con el titiritero que la controla. Pero pareciera que los movimientos del felino nacen de otro lugar, que la energía le fuera tan propia como su melena o la cola que, en algún momento de su danza, morderá. Tal es así que, cuando otras figuras emergen del cuerpo de tela del león —representando a los bailarines ocultos debajo del disfraz de fiera—, despierta una duda imposible ¿es el titiritero quien lo mueve? o ¿son ellos en realidad?

En la primera parte del espectáculo el director de Teatro Marionetas de Edo, el maestro titiritero Mitsuru Kamijo, explica las características de las marionetas, así como qué tipos existen y sus diferencias. Sin embargo, cuando coge cada una, la magia vuelve a comenzar, como si el truco no se hubiera descubierto nunca.

El elenco —compuesto por Mitsuru Kamijo, Kumiko Fukuda y los comediantes Koji Ohgami, Kenichi Medachi y Yuroku Seki— se presentó el 25 de mayo en el auditorio de la Sociedad Japonesa (Batallón Colorados 98) —con el auspicio de la Embajada del Japón en Bolivia— para luego ser parte del Festival Internacional de Teatro Santa Cruz de la Sierra.

Cuatro bailes tradicionales componen la primera parte del espectáculo. Kappore, el primero, es una danza masculina que representa el ambiente de Edo, el antiguo nombre de Tokio. El segundo es Yoidore, el borracho, un hombre que se despierta y comienza a bailar al son de flautas y tambores, después de haberse tomado toda una botella de sake en una fiesta o Matsuri. La historia de una mujer que espera ansiosa a su amante en su habitación es la tercera pieza. En ella, las pequeñas manos blancas que sobresalen del kimono de la muñeca, se aferran a una chaqueta que cubre de nostalgia el escenario. Y la nieve completa una escena íntima construida con delicadeza. La cuarta es una fiesta, donde la tradicional danza del león, que se extiende por toda Asia, llama a la abundancia, la salud y la alegría.

“Estas marionetas fueron creadas hace 370 años. Su tamaño es de 60 centímetros, mientras que hace 100 años tenían 45. A medida que los japoneses crecieron, también ellas lo hicieron. El control que utilizamos, que tiene forma cuadrada, es único en el mundo”, detalla el titiritero.

Tras cada baile, el artista explica las características de los tipos de marioneta, así como las diferencias en su estructura. “Las masculinas y femeninas son muy diferentes. La primera no tiene cadera y sus piernas se manejan libremente. Tienen un mecanismo movible (debajo del cuello, en lo alto de la espada) para desplazar el rostro de derecha y izquierda, así como para crear la ilusión de la respiración”. La segunda es más pequeña, tiene tres aros en el torso y cadera.

Los aros permiten que el titiritero obtenga movimientos suaves y sutiles. La cadera de madera dirige las piernas hacia adelante “porque antes la mujer no abría las piernas hacia los costados para no desordenar su kimono”.

Comienza la segunda parte. En busca de la madre es una obra clásica que Kamijo adaptó a su estilo. Narra la historia de Chutaro, que fue abandonado por su madre de niño y se hizo parte de la mafia japonesa, Yakuza. Años después busca a su progenitora; ella al principio lo rechaza, pero luego se arrepiente y, junto a su hija, sale a su encuentro. Si bien la historia, escrita por Shin Hasegawa, es parte del repertorio popular japonés, el director le dio un giro inesperado: incorpora actores cómicos para interactuar con los muñecos. Para esto también creó marionetas inspiradas en gestos y rasgos de los artistas.

Gracias a las explicaciones y las danzas, el universo de las marionetas se expande e incorpora también al público. Con pequeñas pistas en español, las risas y suspiros son señales de que la historia se transmite sin problema. Los combates despiertan asombro y la muerte se tiñe de destreza artesanal: cuando uno de lo títeres es partido por la mitad, muestra sus entrañas de tela. O cuando a otro, de un espadazo, le cortan el rostro, quedan solo dos ojos saltones en un marco rojo.

“Las marionetas fueron una manera de encontrar qué significa para mí ser japonés. Comencé con este arte hace 42 años y las piezas tradicionales fueron las que me brindaron más respuestas, por eso continúo”, cuenta Kamijo.

Un tubo de oxígeno que usa Chutaro en su versión en miniatura muestra que el personaje está en La Paz. Y tras vencer a sus contrincantes, en su forma humana, se reencuentra con su madre, quien le presenta a su hermana. El protagonista, agachado, las abraza con cuidado para no estropear los hilos que las sujetan. Llueven los aplausos. Los niños gritan con alegría, mientras la gente aplaude contenta, pero el encanto no ha terminado: los artistas del grupo sueltan al aire pequeñas libélulas hechas de papel de colores. Es una despedida que prolonga la magia de las marionetas de Edo.