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Chipayas, cuidadores de la arena

Flamencos rosados y zorros son algunas de las especies que pueden verse a lo largo de la carretera que llega hasta Chipaya. El camino que atraviesa suelo orureño por unos 200 kilómetros retrata el clásico paisaje altiplánico, con poca vegetación y ondulaciones eternas de pampas multicolores. Sin embargo, a medida que terminan las cuatro horas de viaje, el panorama va cambiando y revela un territorio aún más árido. Rodeado por fronteras naturales de sal, arena y una cultura diferente a la suya, la aymara, los uru chipayas se alzan como uno de los pueblos vivos más antiguos de América. 

Una duna de arena colorada de varios metros de alto, en el ayllu Ayparavi, funciona como mirador turístico, ya que desde la cima puede verse el espacio urbano de Chipaya, así como el territorio que ocupan sus cuatro ayllus: Aransaya, Ayparavi, Manasaya y Wistrullani. Germán Lázaro, guía y escritor uru, sube corriendo, casi sin cansarse, y una vez en lo más alto, narra.

“Desde aquí se pueden ver diferentes cerros: el Coipasa, por ejemplo, que está en el centro del salar con el mismo nombre, al sur. Y al oeste está la frontera boliviana con Chile”, detalla, para explicar después que ese es su principal destino migratorio desde hace generaciones.

En la base de la duna espera Gabriel Felipe, otro de los guías chipaya. “En los otros ayllus el elemento más importante para la agricultura es el agua, aquí, es la arena. Como no hay ningún río cerca, son las dunas las que mantienen la humedad que necesitamos para sembrar”, cuenta.

Tierra fértil se esconde debajo de los miles de granos que indican que en esta zona alguna vez existió abundante agua. Las dunas se mueven, crecen y alimentan a muchas familias, es por eso que son consideradas casi como seres vivos. Cada una tiene un dueño que se encarga de mantenerla y de tener cuidado de que no se aproxime demasiado a otra, ya que podría causar disputas entre familias.

“No soltamos las dunas. Para eso construimos siwis, que son paredes de paja brava que nos permiten separar o guiar el movimiento natural de la arena. Así incluso podemos crear nuevas dunas, aunque tardan muchísimos años en crecer”.

Los siwis también son imprescindibles en la siembra en la que participan hombres y mujeres con tareas específicas, como ha sido durante cientos de años. Todas las personas adultas de la comunidad llevan consigo pequeñas chuspas tejidas de colores rojizos. Los hombres las tienen colgadas en el cuello mientras las mujeres las guardan entre los pliegues del urkhu, tejido oscuro, parte de la vestimenta tradicional femenina. Para comenzar el ritual que da inicio a cualquier actividad, los participantes intercambian chuspas, donde cada uno lleva coca y una pequeña botellita con alcohol. Así se realiza un pedido a las diferentes deidades para que lo que se vaya a realizar tenga éxito. Después se cogen unas cuantas hojas de coca y se devuelve la bolsa colorada a su dueño.

Luego los hombres comienzan a desenterrar arbustos de paja brava, mientras las mujeres los transportan al lugar elegido para sembrar, cerca de las dunas de arena. Tras ello, se volverán a introducir los arbustos en el suelo, desde la raíz, formando con todos ellos un paredón natural.

“El siwi protege a la producción de que la arena que trae el viento la entierre. Por eso es la parte esencial de nuestra forma de agricultura”, detalla Gabriel.

Posteriormente, los hombres cavan huecos en la arena hasta encontrar tierra húmeda, en la que las mujeres depositan un puñado de quinua. La elección de lo que se cultivará —que puede ser cebada, trigo, cañahua e incluso papa— depende de la humedad que tenga el suelo que se encuentre. En esta tierra, aparentemente estéril, los chipayas encontraron un tesoro que produce incluso más que la tierra que requiere riego convencional. 

Esta técnica, así como las diferentes formas de manejo de agua, su idioma, tejidos y expresiones artísticas, como la música, son algunos de los saberes que este pueblo milenario ha mantenido, incluso bajo la presión externa por asimilarse a las culturas que los rodean. Es por eso que en 2014 los cuatro ayllus tuvieron un referéndum en el que eligieron pasar de ser un municipio a convertirse en una nación, bajo la figura de las autonomías indígenas originarias. Si bien ha sido un proceso complicado, ya que el Estado no tenía el marco legal para acoger los cambios que se han generado, Chipaya recuperó sus formas tradicionales de organización y liderazgo. 

Hace menos de 50 años, los extraños no eran bienvenidos en esta tierra. Poco a poco la comunidad se fue abriendo, para después sentirse explotada por investigadores, cineastas y periodistas. Ahora, ha decidido dar a conocer su cultura con el turismo —experiencia que puede organizarse a través de www. turismo.chipaya.org o al teléfono 68295299— desde su propia voz.