El traje del Moreno
La antropóloga Varinia Oros describe el paso del bordado religioso al festivo.
El bordado es una expresión viva de la cultura festiva boliviana. Esta técnica llegó con los primeros sastres de las expediciones de la Colonia, en el siglo XVI. Los sastres europeos trajeron nuevos conocimientos, herramientas, finos géneros e hilos para la elaboración de los trajes de las nuevas élites. La importancia y la demanda de la confección de trajes finos, ya sean eclesiásticos o civiles, condicionaron a que se instruya en el oficio a indígenas, que pronto lograron gran maestría en el bordado.
Los bordados de los siglos XVII y XVIII se realizaban en talleres especializados y en conventos de monjas, donde se confeccionaban y bordaban trajes litúrgicos (casullas, ternos, trajes religiosos, mantos de vírgenes). En estos centros de claustro la técnica del bordado en bastidor alcanzó su máxima expresión, ya que fueron espacios de aprendizaje. Este es el caso de la comunidad de San Francisco de Avichaca, ubicada en Achacachi, en la provincia Omasuyos del departamento de La Paz, en el templo en honor a la Virgen de la Concepción se acogió a un grupo de monjas españolas, quienes fueron las primeras maestras de bordado para los pobladores de la región.
La enseñanza del bordado en bastidor a los indígenas al principio se centró en las vestimentas de santos y vírgenes y en los trajes del clero. Pronto los alumnos aprendieron y desarrollaron la técnica hasta crear un estilo propio y lo plasmaron en los trajes de Morenos: el “estilo Achacachi”, siendo uno de los que nutrió al bordado paceño, tras instalarse en la populosa zona Los Andes de La Paz, que además alberga a mascareros, boteros y otros especialistas en la confección de vestimenta y accesorios para las fraternidades del Gran Poder.
El bastidor
La herramienta para bordar el traje festivo del moreno es el bastidor hispano que tiene el tamaño y forma de una mesa, a éste se fija y tensa una tela de saquillo (tela de algodón) sobre la que se borda.
El bordado con esta herramienta es particular porque los hilos metálicos o entrefinos no se enhebran ni atraviesan la tela; al contrario, los hilos van envueltos en carretes y se fijan sobre el diseño. El bordador trabaja intercalando las manos de arriba abajo, para pasar un hilo que sujetará con pequeñas puntadas laterales los hilos metálicos a los diseños.
Esta técnica permite bordar con hilos metálicos o entrefinos como si fuesen la piel de los diseños, previamente elaborados en cartón. Los diseños —que son ramas, rosas, dragones u otros— después de bordados se hilvanan al saquillo tesado con hilo de algodón. Finalmente, se realiza el venanchado, que es la aplicación de un torzal de hilo de algodón más grueso o vena, que se adhiere a modo de venas a los diseños, pero cuidando que sean delicadas puntadas para no crear hendiduras. Esta vena atraviesa la parte central de todos los diseños, dando realce al bordado, como si fueran venas de un cuerpo.
Una importante diferencia entre el traje religioso y el festivo son los diseños barrocos, que reflejan abundancia, no dejan espacio sin bordar ni tela vista, gracias a la aplicación de pedrería de fantasía, lentejuelas y mostacillas.
Los materiales
Uno de los materiales primordiales tanto en las vestimentas religiosas como en los trajes festivos son los hilos metálicos. En el periodo colonial estos hilos también eran conocidos como entorchado o torzal porque albergaban en su interior una delgada fibra de seda o de algodón, denominada alma —en los más antiguos era tripa animal— que estaba recubierta por láminas de oro y plata. Con estos finos hilos se bordan mantos para la vírgenes, como la pieza de la colección del Museo Nacional de Etnografía y Folklore (Musef) que se ve en la foto.
La variedad de hilos metálicos era amplia e incluía otros metales, como el latón o el cobre. También se disponía de hilos falsos, que podían ser de plata u oro falso, es decir, que el metal era de bajo contenido.
En los trajes de morenos más antiguos (1890) de la colección del Musef se encontraron hilos metálicos de níquel, cobre y plata. En estos trajes resalta la composición barroca que incluye finas telas como el terciopelo y otros elementos como los cristales de tipo checoslovaco.
Las nuevas dinámicas comerciales abastecieron a los bordadores de hilos encadenados que provenían de Alemania, China y de Japón, de este último eran los más cotizados. Desde la década de 1920 hasta 1950 aproximadamente los materiales eran importados por mercerías como la Samaritana de La Paz. Actualmente se usa el hilo entrefino, un hilo elaborado con nailon, que es importado de Brasil, China y Corea. Estos hilos, al igual que sus antecesores hispanos, están provistos de alma, ya sea una fibra de lino o de algodón.
Otro elemento central en el traje del moreno es la pedrería de fantasía. Las más preciadas fueron las “checoslovacas”, llamadas así por su procedencia. Fueron importadas hasta la década de los años 70 y eran valoradas porque conservaban el brillo y color. Durante la Segunda Guerra Mundial la provisión de estas piedras fue escasa.
Las piedras catedral producidas por bordadores achacacheños fueron igual de importantes. Esta pedrería con formas cuadradas, octogonales, redondas fueron manufacturadas por los mismos bordadores de Achacachi con restos de vitrales de las iglesias que después de recortados se engarzaban a láminas provenientes de las latas de manteca o alcohol, recortadas y formadas a modo de ganchos.
La iconografía
Los trajes de moreno se diferencian de los religiosos por su iconografía. Los maestros artesanos hábilmente introdujeron íconos sagrados de origen andino, como el katari o la serpiente alada con forma de dragón. La representación de este animal sagrado tiene que ver más con la concepción andina barroca que con el dragón asiático, porque este animal mítico es una wak’a (ser o lugar sagrado), algunas veces asociado al arco iris, que une el mundo de arriba con el de abajo en un abrazo. Este ser puede ser benigno o maligno, entonces para protegerse de él se usan elementos con puntas como el k’ili (espina de pescado) y p’uyto (con aristas o puntas), éstas atraviesan el cuerpo de la serpiente. Así no es casual encontrar junto a los dragones multicolores de los trajes otras figuras con formas de aristas o espinas.
La iconografía festiva del traje de moreno incluye una variedad de íconos como soles, cóndores y figuras florales. La composición de estas iconografías engrandece el traje hasta exacerbarlo en abundancia barroca.
Trajes con alma
En este breve recorrido se advierte que los maestros bordadores no fueron aprendices pasivos, ni siquiera en el bordado de los trajes religiosos, pues en ellos también incluyeron la iconografía de su entorno y de sus creencias. Las generaciones de bordadores, cada vez más diestros en las técnicas del bastidor hispano, tuvieron además la osadía de emplear estas técnicas y materiales en la elaboración de complejos trajes de morenos, que tenían el mismo valor sagrado que los religiosos, por ello no es casual que se emplearan en estas piezas finos hilos dorados y plateados.
Para entender el traje del moreno es necesario comprenderlo desde la concepción de lo sagrado en los Andes. En esta concepción los trajes son objetos con camaquen (alma), tienen una fuerza divina, tienen almas que están resguardadas por finos hilos, en suma son pieles divinas que cargan wak’as. No en vano se pone tanto esmero en los bordados, sobre todo en el venanchado, que no es más que la inclusión de una fibra central, que corre como un sistema de venas por todo el traje. Por eso es imperante tratar los trajes festivos con respeto, ch’allarlos, porque si no reciben una debida atención pueden afectar al bailarín, envolviéndolo en el insomnio del baile.