Historias desde la selva
Fotografías, pinturas y cuentos muestran la vida de animales silvestres que sufrieron maltrato y que ahora viven en la Comunidad Inti Wara Yassi

Son historias verdaderas. Todas ellas tienen un inicio en común: animales silvestres que fueron maltratados para ser sacados de su hábitat natural, al que nunca más podrán regresar. Ante este panorama, hay personas que ayudan a que estos seres vivan mejor. De esa manera se puede resumir Vengo de la selva, un libro de cuentos que se basa en hechos reales, con relatos y gráficas de la artista plástica Silvia Cuello e imágenes del fotógrafo Víctor Fernández.
En una de sus excursiones, el grupo llegó a un pueblo cerca de la selva y se topó con un monito atado a un árbol, frente a un bar. Los borrachines salían de vez en cuando y se reían del monito, le daban cerveza y lo atosigaban con sus torpes caricias.
Esta historia (la verdadera) —que trata de una mona llamada Nena, liberada de las vejaciones de algunos pobladores de Rurrenabaque— dio origen a que Juan Carlos Antezana y Tania Baltazar rescataran más animales y que, después, construyeran un espacio en el Chapare para que más seres vivos descansen ahí.
La inspiración llegó a través de un viaje hacia los Yungas con hijos de mineros despedidos durante el gobierno de Víctor Paz Estenssoro, quienes vivían en barrios humildes de El Alto. En su visita disfrutaron de la flora y fauna del Parque Nacional Cotapata, pero también se encontraron con los chaqueos y el maltrato a Nena, a la que rescataron, aunque no sabían dónde iban a dejarla. Al final, Tania la llevó a su casa. “Pero destrozó todo. Ante lo sucedido, mi madre me advirtió que o se iba la mona o nos íbamos las dos. Por eso agarré la mochila y nos fuimos ambas”.
Sin ningún conocimiento en zoología y con una mochila llena de ilusiones, los voluntarios abrieron en 1992 el primer refugio para animales silvestres en Bolivia, en 38 hectáreas del Parque Machía, en Villa Tunari, departamento de Cochabamba.
Papi es un tucán. No puede volar porque sus antiguos captores quebraron sus alas para que no escapara. Papi tuvo suerte y fue rescatado. Desde entonces vive en un aviario en medio de la jungla, pero apartado de las otras aves porque les pica.
Acompañados por dos monos araña, dos monos capuchinos y un mono ardilla, los creadores de este refugio bautizaron el lugar como Comunidad Inti Wara Yassi (CIWY), que significa sol, estrella y luna en aymara, quechua y chiriguano guaraní, respectivamente, y que simboliza unidad.
Alfredo es un loro de frente roja. Como es muy pequeñín y curioso por naturaleza, un día se coló por la verja que le separaba del recinto de Papi. El solitario tucán quedó muy sorprendido de que un animal tan pequeño no le tuviera miedo.
Durante más de 25 años, CIWY se ha dedicado a rescatar animales silvestres que fueron maltratados, para lo cual crearon tres santuarios: Machía, Ambue Ari y Jacj Cuisi, donde habitan más de 50 especies distintas. La falta de políticas para evitar el comercio de animales ha ocasionado que más historias tristes lleguen al refugio cochabambino.
“Estamos a punto de colapsar porque no hay sanciones para la gente que está traficando animales, como en el caso de los colmillos de jaguar”.Por desgracia, en Bolivia no es raro que un cazador mate a un puma para vender sus crías. Así es precisamente como empieza la historia que nos ocupa. Menos habitual, pero, es que las crías de puma las compre una mujer de la gran ciudad, que quiere tenerlas como mascotas y, para que no ensucien la casa, las ponga en su balcón.
El albergue está quedando pequeño, pero las ganas de seguir luchando siguen como el primer día. Por eso, Inti Wara Yassi se autogestiona a través de campañas de recolección de fondos, aportes voluntarios y donaciones. El proyecto también fomenta la toma de conciencia en niños y adultos sobre la fragilidad e importancia del medio ambiente, por lo que cada año reciben artistas en residencia, quienes tienen la misión de contar historias.
Balú era aún cachorrito cuando un despiadado cazador mató a su mamá. Por fortuna, a él le dejó vivir, pero solo porque quería venderlo como mascota. Al poco tiempo de tenerlo, la familia que había comprado a Balú se dio cuenta de que no podían mantener al oso en la casa y trataron de venderlo a un circo.
“Mi primera idea era hacer pinturas y dibujos para presentar una exposición y desde ahí recaudar dinero, pero me di cuenta de que mi labor iba a ser mucho más útil si generaba conciencia en los niños a través de un libro”. Nacida en Barcelona (España) y radicada en Bolivia hace varios años, la artista Silvia Cuello aceptó el desafío de estar un mes en el refugio para conocer a los animales silvestres.
Rogue sale de paseo a la hora de descansar. Si le llevas la cena querrá desayunar.
Junto a Silvia, el informático y fotógrafo español Víctor Fernández fue seleccionado para la residencia artística que se llevó a cabo a inicios de 2017. Para él, esta experiencia fue hermosa, ya que tuvo la oportunidad de mostrar otra faceta de las consecuencias del tráfico de animales. “Muchos están enfermos, a otros les han lastimado de tal forma que no pueden valerse por sí mismos; como las aves, a las que les rompen las alas para que no puedan volar nunca más”.
Éste es Big Red, un ave sin igual. De pequeño dañaron sus alas para que no pudiera escapar.
Haber estado un mes en el refugio como voluntarios permitió que Silvia y Víctor conocieran los antecedentes de crueldad que atravesaron estos animales y la esperanza que les da Inti Wara Yassi. El libro de 80 páginas contiene cinco cuentos y 12 microrrelatos, con obras artísticas hechos con colage, acrílico, lápices de colores, pastel, carboncillo y acuarelas.
La historia principal trata del jaguar Juancho, que nació en un zoológico. Como tenía un problema en la cadera prefirieron no exponerlo, sino esconderlo en una jaula diminuta, donde vivió 20 años. En ese tiempo le dañaron los ojos hasta casi dejarlo ciego. Por ello lo donaron a CIWY, que le construyó un espacio amplio, donde el felino pasó sus últimos días.