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Cartas de orgullo, amistad y amor

No soy homofóbica, pero estos desviados deberían suicidarse”, leyó Nadia en el comentario que una mujer puso en Facebook en una nota sobre la adopción de parejas LGBT (lesbianas, gais, bisexuales y transgénero). Nadia es la mamá de Luz, una pequeña de cinco años con ojos chispeantes, juguetona y muy cariñosa. La cría junto a su pareja, Carolina. “¿Con qué derecho viene esta persona a desearme la muerte? ¿A sugerir que matándome el mundo será mejor? Yo no le he hecho nunca daño a nadie, al contrario, soy una persona de bien, trabajadora”. Fue así que Nadia aceptó participar en estas cartas que comparten familias y amigos de la comunidad LGBT en Bolivia.

La lucha contra la depresión causada por los constantes ataques, la autoaceptación y el proceso que ha vivido cada persona y cada familia es común en sus historias, así como la convicción de que estos amores y estas amistades, su apoyo incondicional y su profunda entrega, merecen celebrarse por lo alto.

Amistad a prueba de prejuicios

Siempre sacas lo más lindo de mí, tanto física como espiritualmente. Veo mis fotos antiguas, con corbata, desaliñada… me sorprendo, porque cuando nos maquillamos juntas y me fotografías soy una top model. Suena frívolo, yo sé, pero esos momentos han hecho que mi transición hubiese sido posible, incluso que yo sea capaz de creer en mí misma. Siempre has estado a mi lado, te cuento cosas que no puedo contar a nadie”, escribe Jessica Velarde. El sol de la tarde salpica de luz el negro cabello de la mujer trans de 29 años. Es artista visual, compositora… la creatividad es su refugio. También escribiendo, y a su lado, está su amiga Daniela Gandarillas, de 26. Ella está vestida de negro, con una hilera de coquetos puntos negros pintados sobre las cejas; es fotógrafa, estudió cine y hace música. Se escriben, una a la otra, una carta que no abrirán hasta dentro de 10 años.

“Jess: te conocí en el colegio —ensaya Daniela— yo estaba en primero medio y tú en cuarto, eras supercorcha. Te recuerdo muy prolija, con el cabello bien cortado, corbata recta… como tenía que verse un chico. Años después nos volvimos a encontrar cuando tocabas en la banda Pishiko Electrónico, que tenía canciones como La Caca. No podía creer que eras la misma persona. Estabas estudiando cine y ahí descubrimos que tenemos el mismo sentido del humor y los gustos en el arte. Me mostraste algunos cortos que hiciste. También estuve cuando saliste  del clóset, sé que fue jodido. Me di cuenta de que eras trans porque tenías un perfil en Facebook que decía ‘Jorge’ y otro con ‘Kimy’. Normal. Cada quien tiene sus tiempos. Eso sí, has, salido como una loba: sacando un canal en Youtube. Sé que nunca me lo has dicho directamente, así como no te he dicho que yo era lesbiana. Si ya lo sabíamos, era algo natural.  Lo que sí me contaste es que eras bisexual. ‘También me gustan las chicas’, me dijiste. ‘Es normal, tranquis’, te respondí.

Confías en mí para contarme todo. Sé que a veces te critican porque no andas con tacos o porque no tienes busto, hay muchos estereotipos. Ni la ropa ni las tetas te van a definir, tampoco el maquillaje o el buzo. Tú eres tu propia versión de ti misma. Eres la Jess. Creo que por eso nos gusta maquillarnos juntas. Tenemos ambas nuestro lado neutro, y otros días nos sentimos más masculinas que ayer. Está bien, son los químicos de cada una. De viejitas nos imagino bien colorinchis, tomando vino. Y sin depresión que nos venza. Es muy jodido: cosas que parecen sencillas y superficiales, como que la gente se dé la libertad de juzgarte, te deprimen mucho al escucharlas todo el tiempo.

Jess, cuando te pongas triste, acuérdate de cuando eras niña, hallarás un momento en que estabas sola, en un punto de confianza contigo misma en que eras un ser neutro, asexuado y más inocente; en un limbo en el que agarrabas plastilina y creabas, un estado de paz. Quiero que seas feliz. Primero estás tú, por sobre los demás. Date todo el permiso del mundo para ser. Has hecho cosas que nadie hizo por mí. Cuando estoy en la hora oscura de la vida, me dices lo bueno que yo no veo en mí. Gracias. Te quiero. Dani”.

Por su lado, Jess sigue escribiendo. Recurre a Dani con una sonrisa cómplice y le habla suavito. Dani la mira a los ojos y devuelve la sonrisa. Jess regresa al papel.   

“Sé que es muy difícil encontrar personas que no te juzguen— continúa Jess—. A mí nunca me ha gustado que me digan, decidite; es un proceso. Siento que siempre he sido chica desde que he nacido, pero a mis 19 años recién he descubierto el concepto y he sabido que podía transicionar. Antes sentía que era la única en el mundo; mi familia, mi entorno, todo me empujaba a ser hombre.

El nombre de Jessica me gustaba desde que era niña: es fuerte, femenino. ‘No digas que eres trans, te van a pegar’, me decían. ‘Puedes tomar hormonas o no, no te estreses’, me decías tú. Nosotras discutimos de las parejas, las dos somos súper  pasionales y sufrimos. Somos de las que damos un consejo pero no lo aplicamos.  Lo lindo ha sido que nuestras familias, que son muy conservadoras, poco a poco nos han ido aceptando. Todavía les cuesta, es un proceso. A veces nos dicen cosas molestas porque no quieren vernos sufrir. Recuerdo que cuando mi mamá te conoció dijo: ‘¿Y esta chiquita? ¿Quién es la loca de tu amiga?’ Pero luego te ha conocido y valora mucho nuestra amistad. Ella ahora también me compra vestidos y maquillaje. Quién diría. Sé que se ha preguntado alguna vez de quién es la culpa; no es cuestión de culpables, sino de que yo sea feliz, de que soy capaz y valgo mucho. Eso es lo que importa.

Siempre tendrás en mí a alguien en quien confiar, Dani. Eres una gran persona. Cree en ti, en tu capacidad y tu talento. Eres súper creativa y haces maravillas, pero a veces no lo valoras. Las personas son pasajeras, solo tú permaneces, no puedes poner en un pedestal a nadie, todos tenemos errores. Gracias por ser mi amiga. Te quiero. Jess”

Ambas han terminado de escribir. No hay palabras entre ellas, solo miradas cómplices y un largo y profundo abrazo.

Jonathan Arancibia, temple de luchador

La luz es el negocio de la familia Arancibia Coca en la calle Isaac Tamayo de La Paz. Dentro de la tienda de lámparas, resguardada por una gata vigilante sobre un mostrador, están los tres hermanos: Joel (24 años), Gabriel (19) y Jonathan (25). Este último estudia Antropología y es secretario general del Consejo Ciudadano de Diversidades Sexuales de La Paz. A él le escribe Joel.

“Querido Jonathan. ¿Recuerdas cuando  tenías 15 años, has entrado a mi cuarto y me has contado que eras gay? Nosotros ya nos dábamos cuenta desde que éramos niños. Ha sido muy normal. Así nos hemos reunido toditos. ‘Ayudame a decirles’, me pediste. Todos hemos llorado, no porque sea algo triste, sino porque nos hemos puesto muy emocionales. Nos abrazamos. Al final hemos quedado en que no nos teníamos que guardar las cosas, ha sido algo muy bueno entrar en esa confianza en la familia.

De niño tenías gustos diferentes a los nuestros, tenías mejor relación con las primas que yo. No jugabas fútbol. Gabriel era todavía niño, tenía nueve años, cuando nos contaste. Él es el que más sentimental se puso, es el que al principio ha llorado. Dice que eres un hermano al que se le puede contar todo, ‘100 puntos’. Sé que entre todos no hablamos mucho, cada uno está más enfocado en sus actividades, pero siempre nos llevamos bien.

Nos gusta que siempre has sido tú, el Yoko. Te decían así desde primaria, dicen que eras un sabelotodo, que decías ‘yo sé’ ‘yoco… nozco’ y desde sexto de primaria que todos te dicen así. Debe haber sido muy difícil, la familia es muy estricta. Testigos de Jehová. Tu cuentas que, como leíamos la Biblia y había estos mensajes sobre la homosexualidad, una vez escuchaste que mi tío le dijo al papá que qué pasaría si le salía un hijo gay. ‘Son mis hijos, qué voy a hacer’, respondió. Por eso yo he sido de los primeros en decirte que no tengas miedo de hablar con los papás.

Soy yo el que te invita a compartir con mis amigos. Y si estoy hablando sobre este tema con alguno de ellos, le digo orgulloso que mi hermano es gay y que es activista por los derechos de las personas LGBT. Cuando quieren ser despectivos, les digo eso y de una me dicen: ‘Qué interesante’, así de alguna forma les informo. No ha habido problemas con mi círculo de amigos: siempre se interesan, algunos también se ponen incómodos, pero me gusta que se sientan así, incómodos, para que piensen lo que dicen.

Cuando escucho en la calle un comentario homófobo me da rabia. A veces me meto.  ‘¿Qué pasa si tu hijo es gay?’, suelo decir. No me gusta entrar en discusiones, pero es que me hacen enojar. Por suerte, con toda la gente con la que he hablado de esto no he tenido nada fuerte.

Mi abuela te ama y entre primos también te apoyamos, hasta mi tía ha ido al desfile; todos ya saben y te apoyan. Si alguien tiene alguna diferencia con esto, no nos han dicho. Por eso cuando vemos tu foto en los periódicos o la Tv nos sentimos orgullosos. A veces mis papás se preocupan, tienen miedo de que te pase algo. Cuando el papá estaba enfermo con cáncer o cuando los papás se peleaban, siempre hemos estado juntos los tres. Gabriel dice que siente admiración por ti porque eres muy fuerte. Por eso siéntete orgulloso, siempre has hecho las cosas por ti solo. Y cuando tengas cualquier problema, puedes hablar con nosotros. Vas a estar bien, todo siempre nos sale bien.

Cuando nos enteramos de tu diagnóstico ha sido más fuerte. No teníamos la información necesaria sobre el VIH. Empezaste a enfermarte y la mamá estaba muy atenta. Estabas súper delgado, pálido. Cuando te enteraste repetimos el proceso para informar a la familia, fue como volver a salir del clóset todos juntos. Igual nos pusimos a llorar. En ese entonces estábamos muy preocupados y quizá en algún momento te hemos juzgado, pero sobre todo hemos estado unidos. Con información cambian las cosas y a pesar del peso social que te cayó encima, hemos comprobado que eres muy fuerte y que todo se sobrelleva. Como tú dices, el VIH no te define, tú lo defines a él. Estamos muy orgulloso de ti y te queremos. Tu hermano, con ayuda de Gabriel, Joel”.

Nadia y Carola, las dos mamás de Luz

Acaban de acostar a la pequeña Luz, de cinco años, en el segundo piso de la casa. Nadia y Carola al fin tienen tiempo de escribir. La primera tiene 41 años y la segunda, 30. Se conocieron a través de las redes sociales, vivían en ciudades diferentes y a principios de año decidieron casarse, al menos de forma simbólica. Sus seres más queridos asistieron a la boda y celebraron con ellas. Ahora aprovechan que la pequeña está dormida para escribirle una carta, que leerá cuando sea grande.“Querida Luz, soy tu mamá, Nadia. Ya serás grande cuando leas esto, así que te puedo contar que tuve la dicha de disfrutar relaciones amorosas largas, buenas y sanas. En algún momento no han terminado de llenar lo que yo necesitaba, pues siempre he soñado con tener una familia, una persona con la que pueda despertar, ir al mercado y compartir momentos cotidianos. Tener un equipo.

Con Carola hubo un ‘click’ desde el primer momento, ambas pensábamos en dar un paso más, en un compromiso con alguien que quiera una vida seria a tu lado. Lo mío era más complicado, porque ya era tu mamá. Cuando te tuve tenía 36 años. Fue un parto de año y seis meses para poder adoptarte. La trabajadora social me dijo: ‘¿por qué tiene tantos títulos académicos? Mejor salga un fin de semana, consígase un macho en vez de adoptar’.

Fuiste recibida con todo el amor de la vida. Años después conocí a Carola. Una cosa es que se enamoren de ti y otra es que se enamoren de ti y tu bendición. Pero asumimos el reto.

Ella vivía en otra ciudad, íbamos y veníamos, el estado no iba a reconocer nuestros derechos, pero igual decidimos casarnos, por compromiso. Si esto estaría  formalizado en Bolivia, nos casaríamos solo por los derechos. Yo puedo ir al seguro médico pero no puedo llevar a mi esposa. Es duro. Tampoco  podemos heredar o comprar juntas una casa”.

”Hola, soy Carola, la esposa de tu mamá. Sí, nos casamos a principios de este año en mi ciudad. Mi familia es muy tradicional, así que invitamos a la gente que realmente estaba con nosotras. Soy hija única y mi mamá es una guerrera. Tuve que dejarla allí. Tu mamá y yo estábamos decididas a ir por todo. Yo renuncié a mi trabajo allá y me vine a trabajar a La Paz.

Reconocer que soy lesbiana ha sido muy duro. Un día, una chica me dio un pico y me sentí halagada; entonces me di cuenta de que desde muy pequeña sabía que el amor es el amor, no importa el género ni la edad. Y no sentía nada por los chicos. Llegué a inventarme o imponerme un churro para charlar con mis amigas. Tuve un primer  chico, era buena gente, caballero, pero nada, no me despertaba nada. El último quería otras cositas y yo no me sentía cómoda con eso. Pesaba mucho la religión, la familia. Lo dejé.

A mi mamá le dije a mis 20 años. Ella no me rechazó, “ahora me toca a mí aceptarlo”, me dijo. Toma su tiempo. Mi familia sabe, pero no es algo de lo que hablemos. Ahora estoy con tu mamá. Yo decidí hacer familia con ella y contigo, decidí ser la compañera de vida de Nadia, que sea mi complemento. Por algo la vida me puso en tu camino. Me siento cuidada por ti, como la vez que me quedé dormida y me dijiste despacito al oído: ‘te quiero, Caro’. Nunca había sentido algo así”.

“Para mí tampoco fue fácil, hija, ni para mi familia. A tu abuela le costó mucho, lo asumió con apoyo profesional, igual que tu abuelo. La gente que amo lo sabe, no me interesa que nadie más sepa. A mis más de 40 años de vida entiendo qué es el orgullo LGBT, porque significa ser muy valiente, con batallas diarias. Somos muchas, somos millones, trabajamos y aportamos tanto al mundo… Después de que mi familia ha conocido a mis amigos, recién entendió que no estamos enfermos.

Yo casi me caso con un hombre. A mi primera pareja femenina la conocí en un retiro espiritual. Antes no me había cuestionado nunca al respecto. Llevaba tres años con un chico, pero cuando la abrazaba a ella era muy lindo. Luego vino la culpa, sentía que me iba a ir al infierno. Luego de dos años de salir con ella le terminé y le dije que iba a hacer lo que mis papás querían. Conseguí novio y alistamos una boda con 450 invitados. Entonces ella me llamó: de solo escucharla supe que yo la quería. ‘Se te va a pasar’ o ‘tu amiga la lesbiana te ha pegado eso’, me decían. Fueron años de llorar y sentir rechazo, cuando solo quería ser feliz.

Pero ya pasó eso. Para que conozcas a Carola recurrimos a un psicólogo. Entre las dos te pedimos permiso para que Carola entre a la casa, primero a visitarnos unos días. Desde el inicio hubo cariño y respeto. Te hemos enseñado que hay familias diversas, con una abuela, un papá solo o dos mamás. Todavía no sabemos cómo vamos a manejar esto en el colegio, pero siempre buscamos asesoramiento profesional para hacerlo de la mejor manera posible. Mis papás han sido heterosexuales y soy lesbiana, yo no lo aprendí de nadie; esto no se enseña.

A Carola quiero verla sonreír hasta que la vida quiera. Yo la amo, quiero agarrar su mano siempre, que vivamos grandes sueños y aventuras. Y me alegra mucho que la quieras tanto. Nuestra vida no va a ser fácil, pero te prometo que haré todo para evitarte dolores. Eso sí, tienes que luchar por lo que quieres, hija.Voy a enseñarte a caer y a levantarte, a planificar lo que quieres. Lucha por ser tú, te daremos todo nuestro apoyo, queremos ser tus guías para que seas una persona de bien, que aporte al mundo. Si eres feliz, seremos felices. No te impondremos nada: te guiaremos en base a nuestra experiencia. Carola te ama y yo te amo más que a nada, Luz. Tu mamá”.

El alma de la fiesta e inspiración  de mamá

Pienso en ti y veo alegría y brillo, querido Mauricio. Soy tu mamá, María del Carmen Gemio. Recuerdo que de niño, tu juguete favorito era la muñeca Barbie. Para mí era un gusto particular, no lo veía malo, lo veía como cuando yo jugaba con biclicleta o pelotas. Claro, me parecía muy comercial, no era un juguete muy positivo, pero tú le confeccionabas sus propios trajes. El artista estaba surgiendo desde temprano. No había algo paternal en tu juego con la muñeca, sino artístico.

De pequeño dibujabas por todo lado, hasta en las paredes de tu dormitorio, usabas crayones y lo hacías con mucho gusto. Te pedí que los dibujos no salgan de su cuarto, nada más. Eras muy autónomo, recuerdo que no lloraste en tu primera clase en kínder, estabas muy feliz.

El colegio fue una etapa más complicada. Hay recuerdos más difíciles para mí. Había bullying. Te metí al colegio San Ignacio, me parecía un proyecto interesante, pero no fuiste feliz. No me decías nada. Claro, tuviste buenos amigos allí, duraron algunos hasta después del colegio.

Sabía que eras gay desde que jugabas con muñecas o danzabas como bailarina. Lo tomé con mucha naturalidad, no era para mí un tema de complicación, pero sí el rebote. La gente te decía que no debes jugar con muñecas. A veces, por protección, yo te pedía que no hagas esos movimientos suaves, pero lo hacía para que no te molesten, no quería que sufras por eso ni que te ataquen.

A tus 15 años nos dijiste que eras gay. Fue muy difícil para ti. Lloraste mucho. Era la primera vez que te gustaba un chico y eso te dolió mucho. Fue un año muy difícil, empezó la depresión, nos llamaron del colegio. Te vimos muy triste y nos pediste que te cambiáramos de colegio. Había compañeros que te insultaban, te decían “maricón”. No querías volver más.

“No te preocupes, no sufras, es una cosa tan natural, hay tantos chicos que viven así”. Cuanto te dije eso sentí que te aliviaste. Y desde ahí me contabas de todo y fuiste más libre. Nunca te gustó ser víctima. Tus problemas, las cosas homofóbicas que te pasaban, las traducía en humor. Nunca lo hacías tragedia. No me avisabas las cosas malas que te sucedían porque no querías preocuparme. Te mostrabas fuerte y a la vez eras muy sensible. Por eso empatizabas mucho con la gente, tantas personas te amaban y te aman hoy.

Era lógico que estudies Artes, te apasionaba el dibujo y la Historia del Arte, te rajabas. Y llenaste la casa de pinturas, tomaste la mesa de la sala con tus materiales y hasta cortaste varios manteles.

Como soy psicóloga, contigo podía hablar de eso, además de historia, cine, teatro… tenías un gusto estético exquisito. Me hablabas de tu vida personal, pero no eras muy abierto, había cosas dolorosas que te reservabas exclusivamente para ti. Eso no era bueno para ninguno de los dos.

Luego te apasionaste por la fotografía y fuiste gestor cultural, le dedicaste muchísimo tiempo y corazón a Viñetas con Altura, después te enamoró el turismo. Caminaba contigo y a la media cuadra te encontrabas con alguien. En muy poco tiempo, la gente te amaba.

A los 15 años también empezó la depresión. En ciertas etapas, cuando quisiste, los psicólogos te ayudaron, pero en otros momentos te alejabas y te hundías. Ni bien hicimos la nueva casa, te construí un taller. “Ya no cortarás mis manteles”, te dije. Habías retomado la pintura y eras el alma de la fiesta. Tenías una agenda repleta de actividades y te las ingeniabas para cumplir con todos. Tuviste dos parejas estables con relaciones felices.

He aceptado que hace tres años hayas decido irte. Desde que elegiste la primera Barbie, siempre acepté tus decisiones. Solo me he preguntado por qué te deprimías así, si yo quizá tenía alguna culpa.

Esto me ha cambiado mucho. Gracias a ti ingresé al activismo, encabezo FAMELI, el grupo de apoyo donde conocí a otros papás de personas LGBT, porque los padres también salimos del clóset.

Ahora estoy muy esperanzada y vivo contigo muy presente en mí. El amor que te tengo se expresa en cada pequeña cosa que hago. Me inspiras mucho en la vida. Hijo, te amo y te quiero para siempre.