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La Paz, te has comido las estrellas

Por cuestiones de salud y varios achaques estoy más en Cochabamba que en La Paz, mi ciudad. Y cómo la extraño. Llego a El Alto y empieza esa visión extraordinaria de mi hoyada del alma, con el Illimani cada vez más plateado, el  tata Mururata me saluda con su lengüita de nieve, más allá el gran Huayna Potosí saca su pecho de bronce, todo brilla en su aire puro, en su mar aéreo, en sus laderas encendidas. No me canso de escribir loas a este territorio aymara, La Paz, mi ciudad, te has comido las estrellas, albergas en tus polleras sabias a todo el país y a los gringuitos más.

Es verdad, el frío bajonea un cacho, pero el paceño es orgulloso hasta de su frío. Además anda en polera como dishendo: “qué cosa pues, está de la puta el frío, ¿quiere que cierre la ventana? ¿Usted no es paceño?”. Algún periodista se acuerda de mí y quiere hacerme una entrevista, solo que es a las 23.30, hora en la que este cuerpito está tapado hasta la nariz. Hoy a las 19.00 horas toco en el Ch’ukuta Fest de Mi Teleférico, en un escenario Nacional Tropical o algo así, mientras mis compañeros de curso del colegio ven la tele  envueltos en ponchos y polcos. Qué envidia. Pero sin llorar: soy paceño, ch’ukuta, pico verde, stronguista y antiimperialista hasta la muerte. Hay que festejar.

Caminando por la avenida Arce el Papirri se encuentra con Don Enredoncio. “¿Cuál frío? ¿Cuál frío?”, dice saboreando su helado invernal, “¿cochalo te has vuelto? Cáscale un té con té y listo, además hay que agasajar a las julianas. Eso sí, quisiera hacer una aclarashón, dice solemne: hay algunos periodistas bien giles que están titulando y dishendo 210 años de La Paz… será pues del primer grito libertario de las Américas, porque La Paz cumple este octubre 471 años de fundación española, estamos ahicito de La Habana, que cumplió 500 años”.

“Sí pues”, contesta el Papirri. Somos ciudades madres del continente americano, por eso insto a los paceños a festejar con tres verbenas en octubre: una en Laja, otra en la Ceja y otra en la Plaza de los Héroes. Porque así se llama. La Plaza Mayor está en Madrid, no en Chuquiago. Insto a los paceños a que se reponga en el atrio de San Francisco la obra de Ted Carrasco sobre el Mariscal de Zepita, instalación andina, taypi paceño denominado La Cabeza de Zepita; epicentro emocional que debe volver a su lugar completito, con los achachilas a su alrededor y su Pérez Velasco extendida.

Entonces, respiramos profundo y nos vamos con don Enre a pasear por el teleférico y volamos desde la Arce de manera silenciosa, espectacular. Cuando pasamos por el Cementerio General la imagen es patrimonial, más adelante aparece un barrio en una ladera impresionante donde pintaron las paredes de las casitas con murales de colores. “Toda la ciudad tiene que seguir este ejemplo —dice Don Enredoncio— La Paz sería el mural más grande del mundo. Insto a la Alcaldía a premiar a los barrios que pintan de colores sus paredes, incluso con murales de máscaras de morenos, cholitas, qué belleza, che”. Llegando a la Feria de El Alto decidimos conocer la Línea Plateada, volamos rozando las casas de los amautas que inflaman su k’oa bendita, una estatua de Bartolina y Túpac Katari nos recuerda el cerco, es impresionante planear raspando la Ceja que parece un hombro eterno. Entonces decidimos conocer la Línea Morada, gran bajada enfática, me hace recuerdo a aquel gigante resbalín que quedaba en el Parque de los Monos,  le cascas como bicicleta de bajada de un solo jauk’aso, sin parada, desde el borde del cerco hasta el Obelisco del centro paceño. Tardamos toda la vuelta,  a ver,  una hora y 15 minutos y costó unas ocho lucas por nuca. Flor de paseo.

Entonces bajamos la subida en El Prado, sintiendo ese sol paceño poderoso.  Bendigo tener una ciudad tan  diversa, maravillosa, con sus polleras de colores y su noche en desvelo. Don Enredoncio se para en una tarima y discursea: “insto a los paceños y no paceños a ser cada vez más paceños, es decir, a ser vanguardia de integración, tolerancia, amor, cobijo de tantas soledades, dando siempre la bienvenida a los gauchitos paceños, a los paceños vascos, a los tupiceños de La Paz, a los paceños de Potosí, a los chapacos paceños”. El Papirri se cuela: “felicito al paceño de La Paz que se lava el pelito en su bañador entibiado de luz, cantando desde su interculturalidad su tango Illimani, su taquirari Kollita, tomándose una chevita con los cuates luego de cascarle un partido en la Zapata de la categoría sub 60”. Continua Don Enre: “Gloria a Murillo, ¡ tremendo mestizo que hizo tambalear al imperialismo español, dejando la tea encendida en nuestros corazones libertarios!”. Incita el Papirri: “¡Gloria a Julián Apaza y Bartolina Sisa! Sembraron su memoria rebelde aymara en nuestras almas turbulentas”. Ambos corean: “Gloria al pepino pandillero que salva vidas en los aguaceros feroces. Jallalla La Paz ¡Uka Jacha uru Jutaskiwaya…yaaaaaa!