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Maquetas para describir la historia

Si bien han pasado 39 años, cada vez que Edwin Sánchez Mansilla (59 años) escucha petardos o dinamitas de alguna marcha callejera, su cuerpo empieza a temblar igual que cuando fue detenido el mediodía del jueves 17 de julio de 1980, cuando paramilitares tomaron el antiguo edificio de la COB (Central Obrera Boliviana) por el golpe de Estado de Luis García Meza.

De aquellos sucesos se ha escrito y contado mucho. Edwin —restaurador de imágenes en yeso— decidió relatar lo que ocurrió con dos maquetas: una de la infraestructura cobista y otra de una caballeriza del Estado Mayor del Ejército, donde cientos de personas fueron torturadas.

A finales de los años 70, el país vivía una frágil democracia. Después de siete años en el poder, el coronel Hugo Banzer se veía obligado a convocar a elecciones para julio de 1978, aunque fue derrocado por el general Juan Pereda Asbún. Éste, a su vez, fue depuesto por el general David Padilla, quien convocó a comicios para el 1 de julio de 1979, en los que —después de un empantanamiento en el Congreso— resultó presidente Walter Guevara Arze.

El sistema democrático se quebró el 1 de noviembre de ese año, cuando el coronel Alberto Natusch Busch encabezó un cruento golpe de Estado, con casi un centenar de muertos y medio millar de heridos. Luego de 15 días se vio obligado a renunciar y ceder su puesto a Lidia Gueiler Tejada, quien —al igual que sus predecesores civiles— gobernó un país debilitado y expuesto a las asonadas militares. La primera alerta fue fatídica. El 22 de marzo de 1980 era encontrado el cadáver del sacerdote jesuita Luis Espinal, quien había sido secuestrado, torturado y asesinado con al menos 17 disparos de ametralladora.

El anuncio estaba hecho. Los militares querían retornar al poder y lo lograron cuatro meses después. El hecho más trascendental del golpe de Estado encabezado por el general Luis García Meza fue la toma violenta de la sede de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), donde funcionaban las oficinas de la Central Obrera Boliviana (COB), en la avenida 16 de Julio de La Paz.

Aquel mediodía del 17 de julio, dirigentes políticos y sindicales del Comité Nacional de Defensa de la Democracia (Conade) —integrado por Marcelo Quiroga Santa Cruz, Simón Reyes, Juan Lechín Oquendo, y Oscar Eid, entre otros— se reunían para analizar la medidas de resistencia ante una inminente insurrección. Para comunicar las principales resoluciones del encuentro convocaron a una conferencia de prensa en el edificio de tres pisos. El destino quiso que Edwin también estuviera ahí.

“Desde radio Metropolitana había la orden de que cubriéramos la conferencia de prensa del Conade”. Con 19 años, Edwin era un novel reportero de la radioemisora paceña, así es que tras ir a hacer una nota en la contraloría bajó hacia la COB.

Fue la primera vez que entró al inmueble antiguo de fachada amarilla, múltiples balcones y teja de ladrillo. “Cuando ingresamos, los dirigentes se estaban preparando nuevamente para dar la conferencia de prensa, porque los periodistas de canal 7 ese día habían llegado tarde”.

“Se estaban acomodando en sus asientos. Estaban Quiroga Santa Cruz, Simón Reyes, Juan Lechín y el padre Julio Tumiri”. Justo en ese momento se escuchó un estruendo. “Pensé que se trataba de un cortocircuito, porque los de la televisión estaban instalando los cables de los reflectores”. No era un cortocircuito. Eran ráfagas de metralleta disparadas por paramilitares desde la calle. “¡Todos al suelo, todos al suelo!”. Dirigentes sindicales, políticos, y periodistas se tiraron al piso y se guarecieron en algún rincón, mientras la balacera no se detenía en 20 minutos eternos. Cuando terminó hubo un silencio total… mortal.

“¡Bajen, hijos de puta! ¡Manos a la nuca, mierdas!”. De repente, los gritos de los paramilitares se escucharon desde la planta baja del edificio.  “Chango y con tantas balas, yo estaba temblando como papel, hermano”, cuenta Edwin. Recuerda que en la habitación donde estaba oculto también se encontraba Quiroga Santa Cruz y un líder evangelista. “Aquí, mucha gente inocente va a morir”, decía el líder del Partido Socialista 1 (PS-1). Para evitar que ello ocurriera sacó de la pechera un revólver y lo lanzó a la parte trasera del edificio.

“¡Bajen, carajo, bajen!”.

El pastor evangélico —de quien Edwin olvidó su nombre— sacó un pañuelo blanco y respondió: “¡Nos rendimos, nos rendimos!”. Primero avanzaron a gatas y luego bajaron las gradas viejas de madera.

Cuando estaban descendiendo el segundo piso, un paramilitar reconoció a Quiroga Santa Cruz y le ordenó que fuese a otra habitación. “¡Carajo, tú adentro!”. “Estoy yendo con los demás”, respondió el político. “¡Carajo, he dicho que vos adentro o te planto dos tiros!”, retrucó el agente.

Otro silencio antecedió a dos disparos secos que impactaron en el pecho del jefe del PS-1. “Me quedé pasmado. Era la primera vez que veía de tan cerca que mataban a un hombre, la escena era fuerte porque se trataba de un líder”. Edwin fue un testigo macabro, pues estaba detrás.  Marcelo intentó sujetarse de la baranda pero el peso de su cuerpo hizo que cayera en las gradas. “He sentido miedo, terror y pánico. Si lo han timbrado (asesinado) a él y yo estaba atrás, pensé que a mí más me podían disparar”. No hubo tiempo para más pensamientos, todos pasaron por encima de Quiroga Santa Cruz para seguir bajando, mientras que los pasillos brillaban por la alfombra de casquillos de metralleta.

La salida del edificio de la COB está recreada en la maqueta que hizo Edwin. Él, por ejemplo, viste chamarra café y pantalón crema claro, lleva el cabello largo y las manos en la nuca. Está al final de una fila de 12 personas, quienes son introducidas en una ambulancia, mientras que los paramilitares —que se distinguen por una cinta blanca en el brazo derecho— apuntan con sus armas. Una tanqueta completa la escena del edificio donde cuelga una pancarta de la Central Obrera Boliviana.

Seguía siendo mediodía cuando los vehículos blancos pasaron por la calle Campero y doblaron hacia la avenida Simón Bolívar, con dirección al Estado Mayor del Ejército. Al bajar de las ambulancias, los detenidos fueron recibidos por un callejón humano de paramilitares y soldados; donde las patadas, puñetes y culatazos no cesaron contra los cautivos.

Primero fueron llevados a un ambiente amplio, donde les hicieron sacar zapatos y cinturones. “¡Elemento peligroso! ¡Estos son rojos (comunistas)! ¡A estos hijos de puta hay que matarlos!”, se oía. Con las manos en la nuca y la mirada al suelo, los civiles fueron llevados a las caballerizas.

La otra maqueta de Edwin muestra esta escena: una habitación larga, de paredes de cemento y llena de paja, donde los detenidos se encuentran echados boca abajo. “El estiércol de los caballos estaba en nuestras caras ensangrentadas y debíamos estar quietos, con las manos en la nuca”.

“En la calle había chiquitos que jugaban con la pelota y un perrito que ladraba. En ese momento pensaba que estaba soñando. Traté de reaccionar pero no podía, el paso de los soldados por nuestras espaldas me demostraban que todo era realidad”.

Estuvieron así desde las 14.00, aproximadamente; entre insultos, amenazas de muerte y golpes, hasta que a eso de las 23.00 se llevaron al dirigente minero Simón Reyes a otra habitación. Desde la caballeriza se escuchaban los golpes y culatazos en su cuerpo. “¡Mamitaaaaaaa, mamitaaaaa! ¡Ya no más, ya no más!”. “Pobre hombre, le han golpeado con mucha saña”.

La maqueta sirve para mostrar cómo estaban los detenidos y en qué lugar se encontraba la puerta, por donde —a eso de las 04.00— se escuchó una orden contundente: “¡Cinco, afuera!”. A los pocos segundos de que salían las cinco personas se escuchaba el sonido mortal de las metralletas. ¡trrrrrrtrrrrtrrrr! “Ese momento he empezado a temblar, mi cuerpo no me respondía, temblaba porque creía que iba a morir. Pensaba en mi madre, se me cruzaba todo, quería gritar que era inocente”.

“Un, dos, tres, cuatro, cinco. ¡Afuera!”. Salieron otros cinco y se volvía a escuchar las metralletas. “Un, dos, tres, cuatro, cinco. ¡Afuera!”. Entonces le tocó su turno.

“Tambaleaba al caminar, seguía con las manos en la nuca. Afuera, todo estaba oscuro”.

La madrugada del 18 de julio, Edwin salió con otras cuatro personas al patio. Pensaba en su madre, en que no era justo que muriera de esa manera… ¡trrrrrtrrrrrrtrrrrr! “Maleantes, estaban haciendo un simulacro”, cuenta el restaurador 39 años después.

Subieron a los detenidos a una vagoneta y los sacaron del Estado Mayor. “Mi temor era que nos transportaran a Chuspipata para deshacerse de nosotros. El vehículo subió por la avenida Saavedra. De repente dio vuelta a la plaza Uyuni, pasó el mercado Yungas y la plaza Murillo”. A las 05.00, el coche se detuvo al lado del Palacio Legislativo en las oficinas de la DOP (Dirección de Orden Político), donde fueron llevados a unas celdas en las que al menos podían mover las articulaciones y dormir un poco.

Según Edwin, un oficial argentino quería que los 67 detenidos de la COB fueran asesinados, pero militares bolivianos se opusieron. Al igual que a los demás civiles, le cubrieron el rostro con un saquillo ensangrentado y sucio, y lo golpearon en todo el cuerpo durante el interrogatorio.

De alguna manera fue afortunado, pues su cautiverio duró solo ocho días; mientras que otros fueron llevados a lugares lejanos y se quedaron más tiempo. “Quedan secuelas de todo eso. Mucho tiempo he odiado a los militares debido a los problemas que he sufrido. Me sigue doliendo la espalda y tengo un pulmón lastimado”.

Décadas después, al ver bocetos del muralista Walter Solón Romero sobre la dictadura, Edwin decidió hacer maquetas del frontis de la antigua COB y de una caballeriza.

“El objetivo es mostrarlas a los estudiantes, contar a las nuevas generaciones cómo fueron los golpes de Estado, mostrar cómo hemos vivido”. Sentado en el comedor donde están sus bosquejos, el restaurador continúa relatando los entretelones de una pesadilla en la que tuvo la suerte de ser uno de los sobrevivientes.