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Jorge Stege deslumbrado por la imagen

Jorge (Georg) Stege pasó su cautiverio como prisionero del Ejército estadounidense —en 1945, durante la Segunda Guerra Mundial— editando un periódico. “Tuvo mucha suerte, los americanos reconocieron su potencial artístico y le encargaron ese trabajo”, narra su hijo Klaus, quien reside en Alemania y donó a la Fundación Flavio Machicado Viscarra (Ecuador 2448, casi Rosendo Gutiérrez) cerca de 5.000 fotografías de Bolivia tomadas por su padre.

Este apasionado por la imagen mecánica nació en Chile en 1917. A los pocos meses llegó a La Paz, donde sus padres, de origen alemán —Georg y Christine—, habían fundado Stege, la hasta hoy conocida fábrica de embutidos, carnes frías y conservas. A sus 12 años se enfermó de reumatismo, así que fue enviado al país de sus padres para curarse. Allá se recuperó y se quedó a terminar el colegio.

Si bien comenzó con el dibujo y la pintura —artes que nunca iba a abandonar del todo—, la fotografía llamó profundamente su atención, gracias a la influencia de su hermana, Anneliese Stege, y de Roberto Gerstmann, ambos fotógrafos. “Tuvo una gran habilidad para reproducir lo visual, destacando lo más esencial de lo que retrataba. La familia cuenta que a la edad de solo seis años dibujó un jinete a caballo tan perfecto, que parecía una fotografía”.

Al terminar el colegio fue aceptado en la Academia de Arte y Diseño de la ciudad de Braunschweig. Sus padres no estaban de acuerdo con esa carrera, así que tuvo que dejar de lado sus planes. En lugar de abrazar la creación se especializó en la elaboración de conservas con fruta, verduras y chucrut, para colaborar con la empresa familiar que se desarrollaba lejos de Europa.

Debido a que sus padres eran alemanes, en 1937 cumplió el arbeitsdienst o servicio a la patria, tiempo en que comenzó, sin sospechar, la turbulencia política que se avecinaba, no solo en ese país, sino en todo el mundo. Dos años después fue reclutado como soldado del Ejército, en el que se de-sempeñó como paracaidista, con estaciones al sur de la nación germana, el norte de África e Italia. Dos semanas antes de que terminara el conflicto bélico, en 1945, Jorge fue tomado prisionero y pasó algunos meses bajo custodia estadounidense.

Puesto que no había  forma de que retornara a Bolivia trabajó en la editorial Westermann en Braunschweig, durante un año. Al mismo tiempo cumplió su anhelo de estudiar arte cuando asistió a una escuela especializada, en la que aprendió más sobre fotografía y diferentes artes gráficas. En 1948 se reunió con su familia en La Paz e inmediatamente tomó el mando de Stege junto a su hermano Reinaldo.

Algunos discos y portadas del conocido grupo Los Jairas tienen la mirada de Jorge, quien retrató a sus miembros para esas producciones. Además, la Empresa de Correos de Bolivia sacó una serie de estampillas con sus fotografías de flores. También tuvo un par de exposiciones en vida y una póstuma.

Su pasión era tan grande que en su casa instaló un laboratorio para perfeccionar las imágenes que capturaba. Sus cámaras fotográficas preferidas eran las Rolleiflex y, para diapositivas a color, una máquina alemana Edixa-mat Reflex.

“En paseos y viajes por Bolivia sacó una gran cantidad de imágenes: de personas, objetos, paisajes, plantas, flores, animales y situaciones diarias, como bailes, mercados y fiestas. Su carácter sencillo y humano le abrió muchas puertas. Le encantaba intercambiar ideas, conocer gente y compartir. La música,  la literatura, el arte, la historia universal,  la ciencia y  la naturaleza le llenaban”.

En 1984, tras vender Stege, se fue a vivir a Cochabamba junto con su esposa Brunhilde Mueller-Heinecke. La falta de agua en la urbe truncó su carrera fotográfica, después de más de tres décadas de experimentación, ya que el revelado fotográfico utiliza, además de químicos,  mucho líquido.

El primer plan de Klaus —el mayor de los hijos de Jorge— era llevarse todas las fotografías de su padre. Sin embargo, al revisar algo de su contenido decidió que era mejor buscar una manera para que se quedaran en el país. Así dio con la Fundación, a la que llegó con un fólder de unas 30 imágenes.

“Al verlas me encantaron, y ya estaba comenzando a pensar dónde las archivaríamos, cuando le pregunté ¿y cuántas son en total?, a lo que Klaus respondió: ‘Tengo 5.000, en diferentes formatos’”, narra Cristina Machicado, parte de la Fundación.

La importancia de que este legado esté aquí radica también en que todo aquel que tenga curiosidad puede consultarlo. Sus imágenes retratan un sinnúmero de paisajes que manifiestan el paso del tiempo, pero también la belleza de una mirada enamorada del arte de hacer retratos, en sí mismo.