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Gracias a la Vida – Gonzalo Cardozo

Todas las mañanas, después de despertar, baja a su patio y enciende un brasero vetusto. Ahí, con parsimonia y reverencia, echa varias hojas de coca mientras, en voz baja, agradece a la vida por estar con su esposa, sus hijas y sus amigos, por el país y por el planeta.

En Oruro es muy conocido. De hecho, para llegar a su casa no hace falta más que preguntar por Gonzalo Cardozo. El vehículo se dirige a la zona este, hasta la calle Junín, 738 (entre Iquique y Arica), en un barrio que se caracteriza por las tradicionales casas familiares de una a dos plantas. Muy distinta es la vivienda del escultor: ostenta símbolos precolombinos en la pared de piedra y un mural en la parte superior muestra una ciudad llena de colores, con el Sol y la Luna juntos, y la figura del artista, que ha sido pintada hace unos días por un colectivo de viajeros argentinos y peruanos.

El escultor Pedro Gonzalo Cardozo Alcalá nació el 29 de junio de 1954, en la misma zona donde reside ahora. Sus primeros recuerdos están ligados al taller de carpintería de su padre (Zenón Cardozo), donde construía espadas con pedazos de madera no solo para él, sino para “armar” a todos sus amigos de barrio. “A partir de entonces fui independiente en mis cosas, era libre de hacer lo que quería y como podía. Con el tiempo me di cuenta de que eso era ser artista”, comenta el escultor.

Su casa siempre está abierta. Al cruzar el callejón enlosetado que llega al patio es inevitable sentirse en otro mundo, con las infaltables esferas de piedra que caracterizan su trabajo y con plantas de colores verdes y rojos intensos. Ahí espera Gonzalo, vestido con una camisa blanca, una chamarra celeste descolorida, un chal blanco con toques violetas y el infaltable sombrero negro de ala ancha. Saluda con naturalidad, como si el visitante fuera un amigo muy cercano. Para completar la bienvenida enciende el brasero y echa hojas de coca, con el objetivo de que el ambiente se llene de buenas energías.

Es difícil concentrarse, ya que el patio está repleto de esculturas, partes de vehículos, cadenas, desechos metálicos, una fuente de agua y escondido, dentro de un hueco, un Tío de la mina pequeño, al que no le faltan sus cigarrillos, bolsas con coca y botellas de alcohol para ch’allar.

En el costado derecho está el solario —igual lleno de arte—, donde Gonzalo empieza por contar que estudió Arquitectura en la Universidad Técnica de Oruro (UTO), carrera que no terminó porque no colmaba sus expectativas. “Había días en que no asistía el docente, también había golpes de Estado y clausuras, era todo un drama. Entonces dije que no era para mí”.

De ese modo se formó —de manera autodidacta— como escultor en piedra, madera y bronce, además de ceramista. En aquel tiempo se casó con María Velásquez, con quien coincidió no solamente en el amor, sino también en el arte.

“No me gusta la forma angular porque me parece muy agresivo, pero la forma curva es mucho más agradable, con más vida”. Un día decidió trabajar con esferas, así es que en sus viajes fue reuniendo piedras, hasta que consiguió labrar 52 balones. Después llegó a un centenar. “Si he llegado a cien, ahora quiero hacer mil”. Cuando obtuvo esa cifra dejó de hacer cuentas, pero continuó recolectando y esculpiendo sus esferas.

Sus obras lo llevaron a que fuese reconocido en el ámbito artístico boliviano, además de exponer en Argentina, Brasil, Francia, Bélgica, Alemania, Países Bajos, Suiza y China. Así también —en coordinación con María y sus hijas Kurmy, Nayra, Tani, Wara y Lulhy— decidió convertir su vivienda de la calle Junín en el Museo Casa Taller Cardozo Velásquez, donde uno corre el riesgo de perderse todo el día con el afán de conocer cada detalle del patio-jardín, el living-comedor que fue convertido en repositorio de obras de artistas nacionales y, si hay suerte, visitar su taller: especie de rompecabezas de chatarra, objetos viejos, fierros, madera, herramientas,  esculturas y las infaltables esferas.

A mediados de 2017, la vida le dio una prueba muy dura, cuando le detectaron problemas en la válvula aórtica, por lo que fue trasladado a hospitales de La Paz y Cochabamba para salvarle la vida.

De repente, la tranquilidad de su familia se vio turbada por la necesidad de conseguir dinero para las intervenciones quirúrgicas, mientras estaba en terapia intensiva. “No he sentido dolor en ningún momento, pero mi familia y los amigos del entorno han sufrido demasiado”.

En ese momento complicado afloró la amistad. A través de la campaña “De corazón a corazón”, en La Paz se organizaron encuentros musicales y venta de obras. Lo mismo ocurrió en Cochabamba, Santa Cruz y Chuquisaca. En Oruro, una vecina se brindó a comprar pollo y otras se ofrecieron a cocinar para armar una kermés. Así, con el apoyo de todos sus amigos, Gonzalo se recuperó.

“Por todo lo que me ha pasado, no hay una palabra que sintetice esa emoción que tengo”. Para él, un “gracias” es insuficiente. Por eso retomó el proyecto “Para volver a ser niños juguemos con ellos”, que consiste en visitar áreas rurales y zonas periurbanas para permitir que menores de edad, jóvenes u personas de la tercera edad tengan la oportunidad de dibujar.

Un día es insuficiente para conversar con Gonzalo, porque tiene reflexiones, anécdotas e historias que pueden tardar en ser contadas toda una vida.