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En el café vinilo

Andábamos vuelteando por el bello San Telmo, un pariente nos tenía en su depto bonaerense. Entonces me animo a comprar Página 12, un gran periódico, che, si lo exprimieras saldría un zumo nutritivo de buena información y también un jarabe contra los macristas corruptos. Me fijo en su potente agenda cultural, veo: “Café Vinilo presenta Ciclo de Canciones de Verano con Fernando Cabrera”. ¡Uy, un ídolo mío en concierto! Pero no podía ir, el cantautor uruguayo tocaba la semana que yo estaba en Cosquín. Sigo leyendo la cartelera del Café Vinilo: Ciclo de Pianistas con Leo Masliah. Carlos “el Negro” Aguirre presenta su nuevo disco. “Aquí quiero tocar”, afirmo tácito y jodiéndome la vida.

Entonces nos vamos a conocer el Vinilo hasta Palermo, en la calle Gorriti. Ingresamos, había gente filando en un pequeño patio, me meto a la cola sin motivo, llegando a la boletería pregunto: “¿Quién toca hoy?”. “¿En el chico o en el grande?”, increpa una dama. “En el chico”, tartamudeo. “Está Tomy Lebrero, cantautor y bandoneonista”, responde. “Dale, dame dos entradas”, le digo pagando unos Bs 60. Nos sentamos en un banquito en el patio, ahí, viendo afiches y panfletos me entero de que el Vinilo tenía un teatro pequeño para unas 50 personas y uno más grande, para 100. Veo en un afiche al percusionista de Aka Seka Trío anunciando un concierto con una pianista, veo al Negro Aguirre, que tocaría el próximo fin de semana. Recuerdo el recuerdo con Aguirre, un músico paranaense muy admirado, compositor, multiinstrumentista… habíamos tocado en Rio de Janeiro en el marco de los Talleres de música latinoamericana, allá por 1987, me rasco arcaico.

Entonces se mueve la cola para ingresar a ver a Tomy. Ingresamos a un mini teatrito con piano, mesitas chulas con candelabros, pedimos una cerveza grande, le pregunto a la mesera quién es la responsable de la programación del Vinilo. “Es Teresa, está afuera con un periodista”, dice amable. Salgo y veo a Teresa sentada hablando con un barbudo. Cuando se da una pausa me acerco. “Hola, Teresa”, le digo en confianza, le recito un rápido currículum enrevesado mostrándole el disco que habíamos hecho con Litto Nebbia en homenaje al abuelo. “Venite mañana más temprano y conversamos, dejame el disco”, dice mientras aplauden a Tomy, que ingresa con su bandoneón, una bajista altísima y un pianista teatral.

El show de Tomy Lebrero transcurre lleno de sorpresas, es un cantautor-bandoneonista de voz cálida, con letras irónicas. De pronto lanza un Libertango muy bien tocado. Terminado el concierto se me acerca. “Escuché por ahí que eres nieto de Chazarreta, me encanta la música santiagueña”, dice amable. Le respondo tácitamente: “Querido Tomy, yo tocaré aquí en un mes, quería invitarte a tocar conmigo”. “Claro”, afirma dándome su watsap.

Al día siguiente llevo a Teresa una buena artillería que incluía varios de mis discos y libros, se impresiona con el Libro de 40 años de canciones. “Nosotros programamos con tres meses de anticipación, pero como dices que te vas…”, afirma dubitativa. Se anima a plantear una fecha. “Solo tengo el miércoles 12 de febrero en el teatro grande porque falló alguien, de 21.00 a 23.00”. “Gracias”, le digo nervioso. “Mandame el arte cuanto antes, estamos a tres semanas”, instruye. “Vendrá también público boliviano”, le digo despidiéndome y confundiéndola aún más.

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Entonces me doy una vueltita por el teatro grande, se trataba de un café concert muy sofisticado, con buen escenario, luces y sonido; realizaba la prueba un trío de tango de gran nivel. Al salir del teatro me viene el vértigo. “Ahurraaa… no tengo guitarra… ¿ken vendrá?”, sollozo como cholita. Me acuerdo de la amiga Claudia, aquella compatriota que me había apoyado en los conciertos seis meses atrás con la comunidad boliviana, la llamo y le pido que me ayude difundiendo el evento con la comunidad. Tomando una chevita por Palermo, le solicito vía watsap a Luchito Mercado, gran percusionista boliviano que estudió en Baires, si podría recomendarme un bajista. Responde rápido mandándome el número de Jero Santillan. Otro gran hermano músico porteño, Fede Gamba, que andaba por Jujuy, me pasa el watsap del percusionista Juan Cruz Donati. Esa noche se arma mi trío argentino y el concepto del show para el Café Vinilo.

Entonces llegan los ensayos sudorosos: Jero, gran bajista tucumano, me recibe en su depto que quedaba, gracias a los dioses, en Palermo; con las partituras del Libro de canciones se facilita todo, en tres ensayos teníamos montado el concierto: 10 canciones mías y cuatro del abuelo. El par de intensos ensayos con Donati dio resultado: percusionista versátil y de gran voluntad, se lució en Historia de Maribel. Mi amigo Carlos Fiengo hizo el arte desde Bolivia, que mandamos a Teresa en plazo acordado: “El Papirri en el Vinilo, cantautor boliviano con raíces santiagueñas: Homenaje a mi abuelo Andrés”, títuló al fin el evento. Se sumó la hermosa personalidad y voz de Jorge Luis Carabajal, cantautor santiagueño, que vino generosamente desde Córdoba.

Ese mismo día del concierto apareció en la prueba de sonido mi sobrino, el cantautor y flautista tucumano Pato Molina Chazarreta, con quien estrenamos el gato El Barrilito, música del abuelo y letra mía, recién compuesta. Con Tomy montamos La Telesita, la zamba 7 de abril y de broche de oro cantamos en coro general mi huayño Bien le cascaremos. Los espíritus superiores también lograron que el guitarrista y comunicador nacional radicado en Baires, Alejandro Bejarano, me preste su guitarra española para poder dar el concierto. Gracias a todos ellos. En especial al prestigioso Café Vinilo, por la confianza.

Tuvimos el teatro casi lleno de hermanos argentinos y bolivianos. Fue hace tres meses. Si este fuera mi último concierto, me voy tranquilo y feliz, fue uno de los mejores. Aquí, la foto con mi banda argentina.