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Disco online

Pasaron siete meses, el tiempo parece una mazamorra sin péndulos, un círculo sin tic tac. Vino el golpe cívico militar de noviembre con sus dos meses de cuarentena política, la fascistización en las ciudades olía a muerte, no pudimos más y nos fuimos detrás de afectos argentinos por 60 días. Luego llegaron tres meses de cuarentena sanitaria. Días antes de ser decretada, mi abuelito Andrés nos regaló con sus derechos de autor una computadora de escritorio, un micrófono, el más baratito que venía en combo con audífonos, una tarjeta de sonido del tamaño de un celular y con el asesoramiento de mi hermano sobrino Manu Rocha instalamos mi pequeño home studio. Faltaban unos cablecitos y zasss… se cerró todo.

Pero alcanzó para empezar a practicar cómo grabar música en casa. Manu con paciencia de madre me enseñó a manejar lo básico del programa Cubase. Mi relación con las máquinas siempre fue de conciencia mágica vs. Tecno. Puro julepe: uyyy se apaga, esto no sale, carajo, se borró. El Manu no podía venir a casa, llegaron sus tutoriales vía mail, poco a poco le agarré a lo primordial del asunto. En abril, mientras se compraban respiradores inservibles con sobreprecio, yo me afanaba por grabar en guitarra y voz unas 16 canciones inéditas, sin motivo alguno, esperanzado en algo. Nunca me gustó mi voz, o sea, llegó la tortura de escucharme, grabarme, otra vez escucharme. Las llamadas al Manu eran cada vez más patéticas: “Manuuu, se me borró la guitarra…” “Manuuu, help, no suena nada…” “A ver, Papirri, tranquilo… son máquinas”, sentenció una tarde el sobrino poniéndome en el molde.

En mayo, mientras se compraban con sobreprecio gases lacrimógenos, apareció la melodía de la canción Ch’utis en mi celular, la había tarareado en un taxi el año pasado y en una tarde de bohemias llegó la letra, bastante coronavirus: “Es la muerte que sonríe con su porte y su regazo y el candor de su mirar”. Contra todo pronóstico había salido una cumbia mex, la ch’alla full dancing con mi compañera me daba más motor. Grabé la guitarra, la voz; aprendí a aumentar canales, con un cuchillo y un tenedor emulé un reco, con una lata de cerveza vacía y arroz le puse una especie de afuché y meta cumbia, nació la canción y el título del disco, Ch’utis: 60 Aniversario. Saldrá en septiembre, en mi onomástico, decreté otra vez sin motivo. Compartí la maqueta con el ingeniero de sonido Martino Alvestegui (27), joven profesional de alta sensibilidad cuyo estudio Submarine Production (con sala, mesa, de verdad pues), se encuentra en Obrajes, La Paz. Le gustó la canción. “¡Le cascamos, Papirri!”, respondió con un watsap que sumó una decena de motivos.

A la vez que la tele mostraba al Ministro de Salud ingresando preso por lo de los respiradores inútiles, aprendí a mandar la maqueta por We Transfer. Temblando enviaba mi guitarra, la voz, el cuchillo reco, la latita con arroz por el ciber espacio. Entonces convocamos a Heber Peredo (28), notable pianista, le insté a hacer el arreglo, aceptó de todo corazón y buena voluntad. Martino le envió la maqueta, creamos el grupo de watsap “Disco 2020” convocando a Raúl Flores, notable bajista. Heber grabó sus teclados en su home studio de Aranjuez y Raúl su sutil y preciso bajo en su home studio de Miraflores, ambos remitieron por We Transfer a Martino, que a su vez le pasó al baterista Vico Guzmán, quien grabó su bata en su celular devolviéndole a Martino y… ¡goooool! Ch’utis sonaba a cumbia mex de la Pérez, bien húmeda, con ambiente de ch’aqui de tres días.

Mientras un Ministro decía en un periódico que no podía ser del MAS porque era de pelo crespo y ojos azules, decidimos que sean cinco canciones con toda la banda (Ch’utis, A casa de Gabo, Ojos de botón, Camote y Bailando saya), sumándose a todas ellas la talentosa y muy profesional cantante Diana Azero y el sax colorido de Roby Morales. La canción Camote (Caporal bilingüe) nos hizo mover las caderas mientras en el face me insultaban grave por denunciar que se mataba al Ministerio de Culturas. Para equilibrar los ánimos, dos queridos amigos se suman a la ciber aventura: Carlos Fiengo va trabajando el clip de Ch’utis y Ale Arxondo le casca la gráfica del disco. Todos con gran corazón y gran voluntad. Y sin kibo, Cirilo.

Estos 15 días de junio se incorporan, dando más motivos al disco, diversos jóvenes músicos y compositores. Mauricio Segalez (28), desde su home studio de El Alto, agarra valientemente el desafío de hacer dos arreglos de canciones de amor y desamor: el extraño Bailecito k’onana y Amartelo, canción que esperó 15 años para sonar en un disco. José Carlos Auza (37), valioso pintor y compositor, acaba de terminar el planteamiento sonoro de la canción Kaluyo del retorno, que la hice en música y letra en el avión cuando volvíamos a Bolivia luego de ocho años de ausencia.

El charanguista Ariel Choque (29) se encarga de la propuesta sonora de la morenada Mamita Cantila desde su home studio de San Pedro, La Paz. Fede Gamba (28), compositor y arreglista, realiza su propuesta sonora desde su home studio de Buenos Aires sobre un Gato compuesto por mi abuelo Andrés Chazarreta que se llama El Barrilito, al que le puse letra hace unos meses, parece que llegará vía We Transfer con bandoneón de Salta, violín de Tucumán, bombo y contrabajo de Santiago.

El músico chaqueño Conrado Acosta (26) me da un gran espaldarazo grabando algunas voces con mic de verdad en su estudio de Cochabamba. Gracias a todos ellos por sumar más motivos a esta ciber aventura. Solo queda saber el destino de El Olvidado, canción dedicada a mi abuelo paterno… en estos días se sabrá. Mientras las canciones se van armando, el portavoz del partido de gobierno sin rumbo —también vocero del partido del ex sin miedo alcalde paceño—, dice en la tele que parece no habrá elecciones, que hay mucho contagio, sobre todo de ansias de libertad.