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La tierra prometida: Cañadillas

Desde que hay registros de su historia, la nación Guaraní se ha caracterizado por su lucha por la libertad. Hasta 1996, habitantes de Huacareta (Chuquisaca) mantenían una relación patronal con los hacendados, sin tierras para la producción. Hoy no solo viven y conviven con el bosque, sino que contribuyen a la recuperación y uso sustentable de especies alimenticias de la región.

“Llegamos a una tierra y un espacio nuevo en el que debíamos desarrollar habilidades, había que adecuarse al clima, a la época de siembra, al mismo contexto. Comenzamos por identificar nuestro bosque, a protegerlo y cuidarlo. Pese a que no pertenecemos a ningún área protegida o parque natural, cuidamos el bosque y comenzamos a sobrevivir gracias a él”, relata su actual Mburuvicha Zonal Ingre (líder), Vicente Ferreira.

Ferreira tenía 14 años cuando su pueblo llegó a la comunidad de Cañadillas, en el municipio de Monteagudo (Chuquisaca), el 2 de septiembre de 1997. Con la llegada de los guaraníes de Huacareta a su nueva tierra, a “la tierra prometida”, el bosque ahora se protege, se reconoce su valor, su biodiversidad y agrobiodiversidad. “Comenzamos a alimentarnos del guayabo, miel, nogal, gargatea. No fue fácil, los primeros años fueron críticos, pero hemos avanzado mucho, hemos estudiado y valorado nuestro medio ambiente”, explica Ferreira.

Hoy en día ya hay gente que se ha especializado en salud, agricultura, tecnología y medio ambiente. “Nosotros (los comunarios) reconocemos el valor de los frutos y nadie chaquea, como tampoco nadie usa agroquímicos y glifosato. Hemos empezado a valorarlas semillas propias del lugar y no usamos semillas transgénicas por ser organismos genéticamente modificados; cuidamos nuestro medio de subsistencia”.

Esta interconexión con el bosque y la naturaleza es potenciada a partir de 2018, en el marco del proyecto Agrobiodiversidad, ejecutado por la FAO en coordinación con el Ministerio de Medio Ambiente y Agua, junto a la Asamblea del Pueblo Guaraní (APG), con asesoramiento técnico para la recuperación y uso sustentable de especies propias de la región, como el nogal, mistol, guayabilla, sarhuinto, algarrobo y arrayan, dentro de los frutos silvestres; y los maíces nativos de la región del Chaco.

Entre otras acciones, se implementaron viveros de frutos silvestres y se concretó un emprendimiento que aporta a la nutrición y la salud, con el respaldo del Instituto Superior Tecnológico Monteagudo (ISTM): Amandiya, una pequeña planta de transformación de frutos como el mistol, el al garrobo y la nuez para preparar un multivitamínico proteico que actualmente se comercializa como producto artesanal. Además, se inició la producción de mermelada de guayabilla que se comercializa en el mercado de Monteagudo como producto artesanal.

La nuez del nogal tiene alto contenido de omega 3 y minerales, ayuda principalmente aprevenir enfermedades cardiovasculares, la formación de tejido óseo y regula la función de sistema nervioso. El mistol tiene un alto contenido de vitamina C, mientras que el algarrobo presenta un alto contenido de calcio, fibra y de proteína que favorecen la formación de músculos y huesos.

Hacia adelante, se espera obtener el permiso del Servicio Nacional de Sanidad Agropecuaria e Inocuidad Alimentaria (Senasag) para incrementar la escala de producción de las especies transformadas con valor agregado y llegar a otros mercados.

“Como pueblo Guaraní es importante proteger nuestros recursos, nuestro bosque. Tenemos al nogal, que ahora lo consumimos y a nuestros niños les gusta porque da energía y es muy bueno”, comparte Verónica Flores, comunaria indígena guaraní de Cañadillas.

Actualmente, las haciendas donde vivían estas familias que ahora habitan el bosque permanecen como reliquias en el sector de Huacareta y son el pasado. Ahora el pueblo guaraní escribe su futuro y recupera conocimientos ancestrales que mantienen el equilibrio y la relación con la naturaleza, porque el bosque es vida y es su proveedor de alimentos.

Historia del pasado

En la memoria de los guaraníes está el 29 de marzo de 1892, cuando el líder Apiaguaiki Tumpa (que significa Hombre-Dios) murió fusilado a raíz de un levantamiento armado contra los terratenientes que esclavizaron a su pueblo.

Cien años después, la comunidad Cañadillas de la Capitanía Zonal del Ingre aún vivía en esa relación patronal, sin posibilidad de acceso a tierras propias para producir sus alimentos, con una educación que se interrumpía en los primeros cinco años de primaria porque los niños tenían que empezar a trabajar.

Esta historia cambió cuando la noche del 11 de septiembre de 1997 llegaron camiones dispuestos a llevarse a quien quisiera irse.“Cargamos las pocas cosas de las familias que eran posibles de llevar, subimos enseres y a nuestros animales de granja y partimos con carros llenos. Recuerdo que durante el trayecto hubo muchas lágrimas, lloraban las mamás, los niños, los perritos aullaban; no sabíamos lo que nos esperaba. En mi caso,me fui solo, dejé a mi familia para luego volver por ella y traerla a una nueva tierra”, recuerda Ferreira con una profunda emoción en la voz.

Al día siguiente llegaron a Cañadillas, donde levantaron campamentos. “Cuando arribamos, llegamos a una tierra y un espacio nuevo en el que debíamos desarrollar habilidades, había que adecuarse al clima, a la época de siembra, al mismo contexto. Comenzamos por identificar nuestro bosque, a protegerlo y cuidarlo, a precautelar la regeneración del bosque, a cerrar los ojos de agua para que no se chaquee la cabecera del agua, pese a que no pertenecemos a ninguna área protegida o parque natural, pero cuidamos el bosque y comenzamos a sobrevivir gracias él”.

Actualmente, la totalidad del territorio de la Capitanía Zonal Ingre se encuentra en los municipios de Monteagudo y Huacareta en Chuquisaca, y esta capitanía aglutina a las comunidades de Cañadillas, Ivoperenda, Cazapa, Itapenti, Ñaurenda, San Jorge de Ipaty, Anguaguasu, Villa Hermosa, Tentapuko, e Ivaviranti.