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La arquitectura también es para disfrutar

Christian Dávila es paceño y acaba de ganar la VII Bienal Internacional de Arquitectura de Santa Cruz.  La edición virtual organizada por el Colegio de Arquitectos cruceño recibió 180 postulaciones en cinco categorías y tuvo lugar a finales de julio. El edificio “Isabel” —una “gran casa” para una familia de ocho miembros/departamentos, ubicado en Achumani— se alzó con el Premio Gran Bienal Nacional Fancesa. Dávila también ganó una de las cuatro menciones con el “Estudio en casa EQ”.

El jurado internacional de la Bienal estuvo formado por Handel Guayasamín (Ecuador), Fabián Farfán (Bolivia), Edwin González (Costa Rica), Carlos Pinto (Colombia), Martín Gualao y Marcelo Gualano (Uruguay), Fabián Dejtiar (Chile), Gustavo Izaguirre (Venezuela), Omar París (Argentina), María Cecilia Kesman (Argentina) y Jesús Yépez (Venezuela).

Dávila estudió en la Universidad Católica de Córdoba (Argentina) y terminó la carrera en la Facultad de la UMSA. Fundó junto a Jennifer Shepard el estudio SD Arquitectos y ahora —desde hace ocho años— produce junto a Ignacio Asturizaga, su principal colaborador.  Christian autodefine su obra simplemente con dos palabras: pasión y seriedad. No cree en una “arquitectura nacional” y es un convencido —gracias a “messie” Le Corbusier— de que “la arquitectura trata fundamentalmente de mejorarle la vida a la gente”.

Dávila destaca que en su obra logró calidad espacial, buen asoleamiento y aislación térmica, y visuales hacia las montañas paceñas, entre otros aspectos. Foto: Ricardo Bajo
—El jurado internacional de la Bienal destacó de tu obra ganadora sus asequibles costos y materiales. En el mundo reina la denominada “arquitectura parásita” también con dicho objetivo. En estos momentos de pandemia y crisis económica galopante, ¿qué papel debe jugar una arquitectura que apueste por lo barato sin perder calidad?

—Se trata de hacer lo más y mejor posible con la menor cantidad posible de recursos. El edificio “Isabel” no es arquitectura parásita pero en palabras de mis colegas, como por ejemplo Brisa Scholz —refiriéndose al desafío financiero—, “el reto se ha convertido en el valor”. Luis Ignacio Gallardo dice también que “es un edificio magnífico, logrando muchas cosas con muchas limitaciones”. Independientemente de los halagos, creo que ambos comentarios describen bien el valor del edificio que optimizando al máximo los recursos logró calidad espacial, buen asoleamiento y aislación térmica, buena iluminación y ventilación naturales, terrazas completamente integradas como extensiones del espacio interior en seis de ocho departamentos y visuales hacia las montañas paceñas. Además es un edificio formal y estéticamente interesante que se relaciona con la ciudad. Finalmente y más importante, en palabras de un habitante del edificio, son viviendas que al habitarlas “se disfrutan”. 

Mi posición filosófica con respecto a la arquitectura en general, trata de eso justamente, por mucha disponibilidad presupuestaria que tenga un proyecto creo que lo responsable, casi obligatorio, es minimizar costos, más en un país como el nuestro y también porque hay una relación intrínseca entre costos y consumo de energía. Está demostrado en todo el mundo y hace mucho tiempo que la buena arquitectura no depende del presupuesto como muchos piensan, la buena arquitectura es la que responde correctamente a lo que la condiciona en cada caso específico.  A mis alumnos les digo que la arquitectura correcta se hace con sensibilidad, ética e inteligencia. 

—¿Cómo abordaste el desafío con esas limitaciones de costo y espacio que tenías de inicio?

—Creo que fue uno de los proyectos más interesantes y desafiantes que tuve la oportunidad de hacer. Lo que tú llamas limitaciones, para mí en todos los proyectos son variables proyectuales a resolver y una vez interpretadas, analizadas y “digeridas” son las oportunidades que motivan la generación de las primeras ideas resolutivas, las ideas fuerza que son las más importantes en el proceso. El encargo consistía en una especie de “gran casa” para “subfamilias” de una familia grande; había que resolver las viviendas independientes de abuelos, hijos y nietos adultos. De un cliente pasaron a ser ocho con requerimientos, anhelos y finanzas diversas. Para lograr factibilidad para todos los propietarios se debían bajar lo más posible los costos comunes, para ello se planteó una estructura sencilla de hormigón armado, que mediante una modulación inteligente permitió resolver a partir de ella las mejores condiciones de asoleamiento, iluminación y ventilación posibles en los ocho departamentos 

—La crítica de arquitectura del diario El País de España dibuja una diferencia entre lo simple y lo sencillo. Para Anatxu Zabalbeascoa “lo sencillo es certero, esencial, preciso, sobrio, escueto, claro y puede también ser modesto, falto de pretensión”. ¿Compartes esta distancia radical entre lo sencillo y lo meramente simple? ¿Puede la arquitectura evidenciar esto con certeza y rotundidad?

—Comparto y me gusta mucho. Me vienen como anillo al dedo para hablar en clases. Creo que esto se entiende mejor desde el proceso de diseño más que desde el resultado. Pasa que lo esencial siempre va a ser sencillo porque es certero y preciso desde las demandas hasta las respuestas arquitectónicas: a la pregunta o al problema; la respuesta contundente, sin mayores pretensiones. Lo simple, en cambio, se acerca más a lo fácil, a lo carente de esencia y de reflexión. Cuando lo que provoca las respuestas arquitectónicas es algo externo, como por ejemplo la moda, la sobre/intención de destacar, la forma rara o lo decorativo, estos elementos eventualmente pueden ser parte de la respuesta pero definitivamente no son parte de lo esencial. Es muy probable entonces que ese edificio no perdure como bueno, como correcto y vigente a través del tiempo. Óscar Niemeyer decía que “no hay arquitectura antigua o moderna, hay arquitectura buena o mala”.

—Ya que sacas el tema de la moda, la forma rara, lo decorativo y la vanidad. En los últimos años en Bolivia y fuera de nuestro país, por lo menos mediáticamente, parece que solo tenemos palabras para la arquitectura “cholet/transformer” y la obra de Freddy Mamani. ¿Es injusto esto con el resto de arquitectos y su trabajo? ¿Qué opinión te merece el trabajo de Mamani en El Alto y su exportación incluso a los barrios de bolivianos en Buenos Aires?

—No me puse a pensar si es injusto. Pienso que el “cholet/transformer” es interesante en tanto fenómeno socio-cultural más que en tanto arquitectura. El resultado puede ser visto como arquitectónico pero si lo analizamos desde ahí creo que nos limitaríamos a hablar de lenguajes decorativos que expresan el fenómeno socio-cultural y la arquitectura, como antes dije, debe responder a muchas más variables.   

El edificio ‘Isabel’ se encuentra en el barrio de Achumani, en la zona Sur de la ciudad de La Paz. Foto: Ricardo Bajo
—Volviendo al debate filosófico/arquitectónico, siempre hubo una falsa dicotomía entre lo funcional y lo bello. Dicen algunos que lo bello siempre es mejor porque lo funcional —y no lo complicado— permanece en el tiempo. ¿Qué lecturas haces sobre la belleza en la arquitectura?

—Lo que pasa es que en arquitectura la belleza no es solamente lo que se ve, es la percepción sensorial completa. Steven Holl habla de la “fenomenología de la arquitectura”. Se refiere a un fenómeno o varios que le suceden al habitante que hacen que se sienta bien ahí, sin tener mucha conciencia del por qué; fenómenos que hacen que no quiera irse o que quiera regresar (o todo lo contrario). Por otro lado lo funcional no tiene por qué ser primero, es parte de un entero. Me gusta ver la arquitectura como un proceso holístico, integral y trato de trabajarla así. No es fácil porque se trabaja con muchas variables que deben informar al proyecto en su proceso para tomar buenas decisiones. 

—En la historia de nuestra arquitectura siempre hubo una búsqueda y un anhelo de alcanzar un logro mayor: la construcción de una arquitectura nacional y universal. Esos senderos fueron caminados y reflexionados por maestros como Emilio Villanueva o Juan Carlos Calderón. ¿Por dónde crees que debemos transitar ahora para tener una idiosincrasia arquitectónica propia?

—Me gustaría preguntarles pero yo creo que ni Calderón, ni Villanueva se pusieron como meta en algún momento esa búsqueda. Creo que simplemente respondieron correctamente al medio en el que trabajaron. Para nada me parece mal que los edificios públicos, que son de y para todos, evoquen u homenajeen a nuestras culturas pero, si lo van a hacer, que lo hagan como parte de un todo. Villanueva en el Monoblock de la UMSA por ejemplo, así como Gustavo Medeiros en la UTO de Oruro, lo hicieron magistralmente. En ambos casos esas evocaciones no se leen como agregados u ornamentos. Son parte indivisible del todo y el todo es una respuesta integral. La arquitectura pertenece a un lugar si responde correctamente al mismo con todas sus especificidades, no porque agregue símbolos. En ese entendido, no creo que tenga que haber una arquitectura nacional. Las condiciones territoriales van a producir muchas variantes si es correcta la arquitectura.

—Hablando de Calderón, un observador perspicaz podría darse cuenta de que hay algunas líneas comunes entre la obra del último maestro del siglo XX y tu trabajo de Achumani (incluso con la obra ganadora en el capítulo internacional, el edificio Pueyrredón de Buenos Aires de Pablo Gagliardo). Me refiero al gusto por la simetría y especialmente por las figuras geométricas en tu edificio, lo que el jurado ha denominado “sencillas operaciones geométricas”. ¿Has bebido de ese Calderón organicista y/o de movimientos artísticos de vanguardia como el cubismo? A ratos tu “Isabel” puede recordar también al edificio Hansa del centro paceño con ese juego de fachadas.

—Como fanático que soy, he “bebido de todas las fuentes”, de la historia de la arquitectura y del arte, pero como lo describí antes, las decisiones proyectuales que tomo son fruto del análisis más sensible posible que hago de la situación y condiciones específicas de cada caso en cuanto a todas sus variables. Las sencillas operaciones geométricas valoradas por el jurado de la Bienal se hicieron motivadas por la búsqueda de soluciones variables profundas más que a una búsqueda formal o estética. No es que éstas no me interesen, las trabajo mucho, pero suelen ser más resultantes que un fin en sí mismas o un objetivo.

Normalmente pasa que el “haber bebido de las fuentes” de grandes maestros se manifiesta en los resultados casi “sin querer queriendo”. Lo que más me interesa es sustentar mis decisiones y si lo que las motiva fuera simplemente parecerme a “x” o “z” maestro, no sería suficiente, sería caprichoso y superficial.