Cumple
El Papirri cuenta cómo fue el V 18 S, el día de su paso al dígito 6
Este V 18 S fue mi cumple 60 A. He recibido pocos regalos pero todos muy significativos. El Papirri regaló unas salteñas delis y prohibidas a las 11.00, luego mi compañera me entregó, feliz en su sonrisa de niña, un regalo muy especial: un retrato mío al óleo del artista José Carlos Auza (37, Sucre), dos veces Premio de Artes Plásticas Pedro Domingo Murillo. Mientras saboreamos las salteñas, pongo el cuadro en el sofá, nos sentamos al frente y quedamos en silencio absoluto. Entonces dice el Manuel: “El óleo de Auza es conmovedor, desnuda mi vida bien vivida y bebida, llama la atención una lágrima gris corrida debajo de la mejilla izquierda, esa lágrima perenne es por la muerte de mi madre cuando aún era un niño”. Mientras ella sorbe todo, continúo: “Auza es de una expresividad implacable, insobornable, recuerda que ingresé a la tercera y última edad, aquel jodón recuperándose del último ch’aquies parte de mi anterior vida, la cuarta: ahora ingreso a mi quinta y última vida”. Carolina opina, levantando algo: “El óleo me gusta, es arte total, cambia de colores y de estado de ánimo según la hora, es una pintura enérgica, no es un retrato/foto que alegra la vanidad, es una interpretación del alma”. Entonces aparece el Papirri a recoger su segunda salteña, ve la pintura de reojo y dice: “Parece mi retrato después de dos días de muerto, un muerto caliente aún, un muerto con vida”. Carolina sonríe, “es el estilo Auza”, dice con la zeta en su labio inferior, “además me encanta cómo logra que me mires…” El cantautor le guiña un ojo y se aleja a ver fútbol en la tele. “Golpe a la vanagloria, mapa de las heridas de la vida, tiene un aire de dignidad que valoro cada minuto”, dice el Manuel lamiendo un locoto. En aquel tiempo aparece Cock, el niño de mis adentros, va detrás de una salteña humeante, es el guitarrista exigente, presumido. —¿Qué miran?, pregunta. —El cuadro, coreamos con una sodita… —¿Quién es ese?, interpela masticando su salteña. —Eres tú, o sea yo, le digo saboreando una aceituna. —¿¿Yo??… no creo, ese pareces tú después de un cachascán, agarra la salteña y se va corriendo.
Carolina recoge todo, me quedo inquieto contemplando la obra, hay una herida debajo del ojo izquierdo que recuerdo, fue un puntazo de paramilitar; la sombra debajo de la nariz denuncia al llockallita moco tendido pata pila puntero derecho; los pelos lanudos protegen como árbol añejo a la pobre calavera a punto de estallar; la mano izquierda gigantesca parece la de mi abuelo Andrés, esa me alegró la vida con sus acordes enredados, la izquierda tenía que ser… Llega el Papirri a servirse soda, mira el cuadro. —Uy cara, ¿qué regalito, no?, parece que ya no te quiere mucho la que sabemos, acota atorándose con algo. Justo tocan el timbre, cosa rara en esta época, es mi compadre Silverio con mi calefón en su espalda. Se descarga. —Compadre yashta, dice, y se queda paralizado ante el cuadro. —Comadreeee… ¿este es el cuadro que decías?… —Sí compaaaadre, se escucha desde la cocina. —Ayshta, compadrito, ya tienes tapa para tu próximo disco que está tan triste como este cuadro, vas a disculpar pero ese tu disco nuevo sin la metafísica popular no compraría nica, además ni siquiera estás poniendo las últimas canciones para nuestro Tigre, o sea que cabal casero.
—Compadre, es pues un cuadro artístico, hay que verlo desde varios perfiles, es una interpretación personal plástica… — Ya, ya compadre, está bien, te lo pondré más bien tu calefón, apenas lo he arreglado, yo creo que en unos añitos más es chau.
—Sí pues, como yo, compadre… mejor nos serviremos un vasito de cerveza y brindaremos por estos mis 60, afirmo creando la espuma en su vaso. —Feliz tienes que estar, grita desde el baño, vas a cobrar Renta Dignidad, además el pasaje en avión es más barato, te digo por experiencia, yo hace cinco años que cobro. —Ojalá que mantengan los bonos, porque si siguen los neoliberales con su nación camba administrando nuestro Estado, grave va a ser, le respondo en sordera…
Entonces Carolina llama: “A la mesaaaa…”, todos salen de sus guaridas. —Nos vas a acompañar por favor compadrito, mi sobrino español me ha regalado esta deliciosa paella… —Uytutuy… eso sí, lo mejor, pa’kes decir, se alegra el Silverio frotándose las manos. Me pongo serio, recuerdo mi época diplomática y digo cuasi solemne: “Ahora que celebramos nuestro inicio al dígito 6, deseo abrazar a Uds., mi familia más querida, ahora que se escuchan otra vez soles democráticos, ahora que el movimiento popular levanta la cabeza, ahora que en la tele salen por fin hermanos indígenas denunciando tanto abuso, ahora que se vislumbra un futuro donde los masacradores serán juzgados, ahora les digo que los amo… ¡salud!”, le digo al cuadro.
Así, va fluyendo mi cumple cuarenta y veinte, brindis tras brindis, bocado a bocado, ya al anochecer, Carolina se entra a dormir con el nene en brazos, el Papirri se k’onaneacon el compadre, le explica con dibujitos y alineación por qué el Tigre no está en la Copa, y yo que me descubro brindando con el cuadro de Auza que me mira con su mirada más piadosa, como diciendo tranquilo kilo, no pasa nada empanada, mientras le respondo suavito: “No te olvides de hacerme recuerdo”.
(*) El Papirri: personaje de la Pérez también, es Manuel Monroy Chazarreta