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Cuando las mujeres toman la batuta

Clara Schumann, Fanny Mendelssohn y Alma Mahler fueron mujeres que compusieron música para grandes orquestas. Vivieron —o fueron obligadas a vivir— bajo la sombra de sus maridos famosos. Hoy sabemos lo que ayer sospechábamos: Clara, Fanny y Alma —como otras escritoras anónimas escondidas bajo pseudónimo— hacían gran parte del trabajo de sus “maestros” esposos. En 2003 seis mujeres salieron licenciadas en Dirección de Orquesta de la Universidad Católica de La Paz. Eran las primeras en asaltar un territorio exclusivo de los hombres. Hoy, una de ellas, Raquel Maldonado, dirige y sigue la estela de otras pioneras como Ligia Amadio, que estuvo al frente de la Sinfónica de Bolivia y actualmente es la directora artística de la Orquesta Filarmónica de Montevideo.

Raquel Maldonado comenzó de niña tocando el piano y ahora roza el cielo con la punta de su batuta comandando dos orquestas: el Ensamble Moxos del Beni y la Orquesta Femenina de Bolivia. Hace unos días ha participado en el III Simposium Internacional de Mujeres Directoras que ha parido un manifiesto latinoamericano con dos partituras: igualdad de oportunidades para las mujeres en la dirección y mayor inclusión femenina en la música clásica.

Las directoras de toda América Latina se han conjurado para dar pasos juntas hacia esa igualdad soñada en el atril. Han decidido levantar la voz y también hacer: este sábado 3 de octubre, la Orquesta Femenina de Bolivia, bajo la dirección de Raquel Maldonado y la Orquesta de Mujeres de Chile bajo la batuta de Ninoska Medel, unieron esfuerzos para recaudar fondos para compañeras músicas sin recursos por la pandemia. Las dos orquestas congregaron ayer a 50 mujeres de Chile y Bolivia para fusionar dos canciones en un arreglo: Gracias a la vidade Violeta Parra y El regresode Matilde Casazola. Las mujeres directoras no han vuelto porque nunca se fueron, siempre estuvieron ahí. La sombra no es más la sinfonía obligada. La validación masculina se esfuma de los pentagramas.

—Arrancaste tocando piano como tantas niñas y niños, ¿cómo se llega a dirigir una orquesta? —Soy pianista de formación, desde mis ocho años y durante 11, estudié formalmente en el Conservatorio de La Paz. Siempre me imaginé dando conciertos de piano, pero a mis 16 una enfermedad articular me empezó a dar problemas y truncó mi carrera como instrumentista. Posteriormente surgió el Taller de Música en la Universidad Católica y me aventuré a la carrera de dirección, más por ocasión que por opción.

Supongo que mi subconsciente indicó que era cosa de hombres, pero me aventuré.

Seis hombres y seis mujeres terminamos la carrera con la mención de Dirección Orquestal y Composición. Poco después de defender mi examen de grado, dirigiendo la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos de Cergio Prudencio, me invitaron a liderar un proyecto educativo en el Beni.

Para mí fue la oportunidad de emprender una aventura y de salir del nido. Vine a San Ignacio de Moxos a “probar”, a tener una experiencia laboral, sin mayores compromisos que la voluntad de hacer algo bien.

El emprendimiento estaba muy por encima de mis pretensiones y desde el primer minuto me encontré con un proyecto que me permitía soñar sin límites en un entorno humano fascinante y de naturaleza avasallante y seductora. Caí rendida al instante. Me acompañó siempre mi marido, Toño Puerta, en aquel momento gestor del proyecto y quien me contactó y contrató para dirigir la Escuela de Música de San Ignacio de Moxos. Desde entonces, aquí seguimos persiguiendo sueños y dejándonos alcanzar con los regalos de la vida, porque lo inesperado puede ser mejor que lo que planeas. El Ensamble Moxos y la Escuela me han llevado a vivir experiencias trascendentales que me han transformado. Ambos proyectos han sido mi escuela de vida y música.

—¿Cuándo fue la primera vez en tu vida que soñaste con ser directora?

—Cuando dirigí la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos, era la primera vez que me colocaba frente a un grupo humano y me sentí feliz y cómoda de manejar a la gente como a un instrumento musical. La carrera como pianista me ha enseñado muchísimo en el trato humano y la resolución de problemas. La lucha diaria con mi instrumento es muy parecida a la lucha diaria con la orquesta. Requiere paciencia, cariño, aceptación de tus debilidades y aprovechamiento de tus potencialidades, aunque también tiene sus diferencias: la lucha con el instrumento es finalmente la lucha con uno mismo, pero la orquesta tiene vida propia, muchas vidas que hay que saber congregar en fuerza y espíritu. Estar frente a esos niños y jóvenes me hizo saber que eso era lo mío y que iba más allá de la dirección musical, era educación integral.

—Cuando una mujer toma la batuta, ¿la orquesta o el elenco lo nota?

—Hay estilos que varían la gesticulación y técnica de dirección, pero en definitiva el resultado debe estar en absoluta coherencia con la idea que el compositor plantea en la partitura. Hay movimientos que se pueden interpretar como femeninos o masculinos, pero deben comunicar las mismas intenciones. La música no tiene género y la dirección tampoco. La historia de la música, como la historia en general, escrita por mano blanca, masculina y de la clase social dominante, se ha empeñado en invisibilizar a las mujeres. Por ende, la figura del “Maestro” siempre ha sido la inspiración de las nuevas generaciones, no así la de la maestra. Poco se sabe de las maestras, pero es bueno descubrirlas, desde Hildegarda von Bingen, Franccesca Caccini, Clara Schumann, Fanny Mendelssohn o Alma Mahler (las últimas tres, esposas que vivieron a la sombra de sus maridos, de las que se sospecha que les hacían parte del trabajo compositivo).

También directoras como Antonia Brico, la primera mujer en dirigir la Filarmónica de Berlin en 1930, o Verónica Dudarova, que también llegó a dirigir la Filarmónica de Berlín, pero que nunca consiguieron un puesto oficial y tuvieron que emprender sus propios proyectos. Así hasta la actualidad. Hay muchas que desbrozan el camino de las nuevas generaciones.

—¿Por qué existen tan pocas mujeres directoras en el mundo, algunas en América Latina y muy pocas en Bolivia?

—Directoras de orquesta, muy pocas; directoras de coro, muchas. La dirección orquestal requiere una formación musical sólida como instrumentista o cantante, luego un conocimiento profundo del repertorio orquestal universal, conocimiento de la orquesta como instrumento y de la técnica instrumental, la técnica de dirección, el trato humano, la capacidad de gestión y relaciones públicas. La suma de todos estos factores te hace una directora solvente. Se llega a la dirección una vez que ya eres una música profesional. Por así decirlo, la dirección es un posgrado musical. Hay pocas en Bolivia, sí, porque la formación en esta carrera no existe, salvo el taller mencionado de la Católica.

—¿Y compositoras? ¿Cuál es el mayor desafío de ser mujer y hacer música?

—Como mujeres nos crían para estar detrás del protagonista, no para ser protagonistas y, aunque conozco varias compositoras, muy pocas son visibles y eso responde a dos variables. Por un lado, hay que enfrentarse a una sociedad machista que usará lo políticamente correcto para anularte. Por otro, la mujer no fue educada en la perseverancia, lo que nos hace rendirnos y aceptar nuestra condición de dependientes “para la que nacimos”. De todos modos, hay algunas que se están abriendo camino en espacios privados y alternativos.

—Desde el Movimiento Mujeres Directoras que nació en Brasil hace tres años se está promoviendo un manifiesto para promover la igualdad de oportunidades para las mujeres. ¿Cuáles son sus objetivos?

—El Simposio ha reflexionado acerca de nuestra labor de mujeres al mando en el podio de la orquesta, que tiene una gran fuerza simbólica para la sociedad y que se lee desde distintas perspectivas. El manifiesto visibiliza todas las dificultades que enfrentamos, desde la conquista de espacios de formación hasta el ejercicio de nuestra profesión. También demanda la generación de políticas públicas que promuevan la paridad de género en puestos oficiales artísticos. Por último, pretende fomentar la formación profesional especializada y la promoción de espacios adecuados para la práctica profesional.

—¿Algún día veremos —rompiendo con tabúes y prejuicios— una mujer boliviana dirigiendo una orquesta en Brasil o en la Argentina?

—Sí, seguro, este movimiento no para. Cada directora ha llevado su propia lucha en solitario, el Simposio nos ha permitido darnos cuenta de que estamos en el mismo barco y remamos juntas. Los prejuicios existen y tenemos que luchar para destruirlos. Que la sociedad nos juzgue por nuestras capacidades y competencias y que podamos ganarnos los espacios que nos pertenecen en base a estos conceptos, es un sueño posible. Debemos emprender más, atrevernos a más. Aunque se nos han negado ciertos privilegios, aunque nuestros pares tienen por nacer hombres, siempre hay maneras de sortear los obstáculos y, por último, crear tu propio proyecto. Con la formación adecuada y el coraje para hacer y hacernos a nosotras mismas las mejores profesionales posibles, se consigue lo imposible.

—En tu exposición en el Simposium has arrancado con una cita de Domitila Chungara y una referencia suya a las mujeres y las clases sociales. ¿Cómo hacer para romper esas barreras y construir una sororidad feminista?

—Tomando consciencia de nuestros privilegios sociales, económicos, raciales…

Todo cuenta en el camino para lograr tus objetivos. Ser mujer es un obstáculo más y no nos iguala en condiciones. Aprender a reconocernos en nuestras diferencias y aprender a luchar juntas es un llamado fundamental. Hay que aprender a buscar oportunidades. Esa asignatura que lamentablemente no nos enseñan en casa, es determinante. Si vamos a esperar a que los medios de comunicación nos llamen, nos publiquen, que las orquestas nos convoquen, nos inviten… podemos esperar sentadas. Cuántas oportunidades habré perdido en la vida por no saber pedir. Hay colegas que lo tienen innato, pero otras tantas, enormes profesionales, viven frustradas por no obtener crédito de su trabajo, en fin… Las oportunidades nos encontrarán buscando.

—Tu hija también estudia música, ¿y si en unos años te dice “mamá, yo también quiero ser directora”?

—¡No está sola, yo la acompaño en la aventura! Cada generación viene con sus ventajas y desafíos. Para muchas cosas me parece que los niños de hoy lo tienen más fácil, el acceso a la información está al alcance de un click, toda la música y tutoriales desde para hacer una bomba casera hasta para resolver problemas técnicos en el violín, todo. Pero tienen que lidiar con el exceso de información y otros vicios que traen los tiempos nuevos. El reto consiste en adaptarnos.

Moxos, la revolución

La labor del Ensamble Moxos no solo es musical. Hace unos días salió una delegación desde San Ignacio de Moxos rumbo al TIPNIS para enseñar y formar músicos en flauta de tacuara en un viaje por río de varias jornadas. ¿Qué gratificaciones dejan estas actividades al Ensamble y a la Escuela?

—El proyecto de la Escuela de Música y del Ensamble tiene muchos pilares. Nuestra labor en el TIPNIS es una labor de reciprocidad y reivindicación cultural. Hablamos de un territorio históricamente avasallado por “los colonos” y una cultura que a raíz de ese avasallamiento que no solo es territorial sino de enajenación cultural, se encuentra en riesgo de desaparecer. La música en el TIPNIS es una herramienta de identidad cultural que ha sido el aporte más importante, por ejemplo, para la construcción del Archivo Misional de Moxos. Es también la inspiración más importante para la música del Ensamble Moxos, porque en sus comunidades se mantiene la espiritualidad y la funcionalidad de la música como manifestación de su fe y su arraigo cultural. El internado “Katery Tekawitha”, ubicado en medio del Territorio Indígena, reúne a jóvenes que hacen la secundaria y el Técnico Agropecuario. Ellos nos invitaron a hacer ese cursillo que mencionas durante la pandemia. En cinco días les hemos enseñado a construir su propia flauta, instrumento fundamental de la cultura moxeña, y a interpretar los toques tradicionales.

—¿La música puede ser un arma de revolución social?

—Nuestra revolución está en las vidas que transformamos con la música, hacemos que su existencia valga la pena. La Escuela de Música y el Ensamble son parte del orgullo y de la identidad de nuestra comunidad y del departamento. Ser un miembro del Ensamble te da prestigio en el pueblo, la gente te admira y te respeta. Ser músico ya no significa ser un vago, un borracho, un “pa nada” como la cigarra. Nuestros profesionales son el sostén económico de sus familias, viven dignamente de la música y crían a sus hijos en un entorno rodeado de arte. Esa es la revolución.

Sororidad: un sueño posible

Domitila Chungara jamás dirigió una orquesta. De origen humilde, Domitila, una destacada líder del feminismo boliviano que sufrió hambre, prisión y tortura, era la esposa de un minero potosino que buscando mejores días para su marido y para su familia —para las familias de todos los mineros—, enfrentó a las dictaduras que eran el pan nuestro de cada día y pasó a la historia como una de las heroínas que tumbó la de Hugo Banzer en 1978, liderando una huelga de hambre a la que se unieron miles de compatriotas.

Pero la parte de su historia que introduce mi conferencia/texto sucedió en 1975, cuando participó en la Tribuna del Año Internacional de la Mujer organizada por Naciones Unidas, cuyo lema era “Igualdad, desarrollo y paz”. Sin embargo, el discurso de la única representante obrera en aquel evento no fue tan pacífico como se pretendía y una colega le espetó: “……hablaremos de nosotras, señora… Nosotras somos mujeres. Mire, señora, olvídese usted del sufrimiento de su pueblo. Por un momento, olvídese de las masacres. Ya hemos hablado bastante de esto. Ya la hemos escuchado bastante. Hablaremos de nosotras… de usted y de mí… de la mujer, pues”.

Entonces Domitila le respondió: “Muy bien, hablaremos de las dos. Pero, si me permite, voy a empezar. Señora, hace una semana que yo la conozco a usted. Cada mañana usted llega con un traje diferente; y sin embargo, yo no. Cada día llega usted pintada y peinada como quien tiene tiempo de pasar en una peluquería bien elegante y puede gastar buena plata en eso; y, sin embargo, yo no. Yo veo que usted tiene cada tarde un chofer en un carro esperándola a la puerta de este local para recogerla a su casa; y, sin embargo, yo no. Y para presentarse aquí como se presenta, estoy segura de que usted vive en una vivienda bien elegante, en un barrio también elegante, ¿no? Y, sin embargo, nosotras, las mujeres de los mineros, tenemos solamente una pequeña vivienda prestada y cuando se muere nuestro esposo o se enferma o lo retiran de la empresa, tenemos noventa días para abandonar la vivienda y estamos en la calle. Ahora, señora, dígame: ¿tiene usted algo semejante a mi situación? ¿Tengo yo algo semejante a su situación de usted? Entonces, ¿de qué igualdad vamos a hablar entre nosotras, si usted y yo no nos parecemos, si usted y yo somos tan diferentes? Nosotras no podemos, en este momento, ser iguales, aun como mujeres, ¿no le parece?”.

Este episodio nos interpela a las directoras que ha congregado el Simposio Internacional. Tal vez nuestro único denominador común es que somos mujeres… y en nuestro caso músicas, pero nuestro origen, nuestro color de piel, nuestra posición económica y nuestra formación, que en gran parte es consecuencia de la anterior, nos distinguen. Factores todos ellos que suelen dar pie a distintas formas de discriminación en nuestra sociedad.

¿Nos resignamos a que se extiendan esas discriminaciones universales a la música o seremos capaces como mujeres de unirnos en la diversidad para impedir que esas diferencias horaden los cimientos de nuestra alianza? Podemos aceptar la célebre frase de Georges Orwell en Rebelión en la granja: “Todas somos iguales, pero algunas somos más iguales que otras”. (Obviamente, él la redactó en masculino). O podemos permitirnos vislumbrar un horizonte más justo entre nosotras.

Ese es el meollo del título de mi conferencia, porque la sororidad es un sueño posible —pero por ahora un sueño— y en nuestra mano está construirlo, porque las utopías, como decía Eduardo Galeano, “nos ayudan a caminar”.

¿Romperemos el tópico de que las mujeres somos las peores enemigas de las propias mujeres? ¿Es posible compartir esferas y trabajar en alianza dejando de lado los celos profesionales? ¿Cómo y quién determina el espacio que nos merecemos? ¿Cómo hacer efectiva la red de colaboración entre mujeres profesionales en la dirección?

Que las oportunidades que nos ha regalado la vida y que supimos o pudimos aprovechar, nos den la generosidad suficiente para facilitar el acceso de las nuevas generaciones a otras iguales o mejores. Siempre habrá mujeres que nos precedieron, que desbrozaron el camino por el que nosotras transitamos. Seguro que en este Simposio hay unas cuantas ilustres veteranas a las que las más jóvenes tenemos mucho que agradecer o de las que tenemos mucho que aprender, aunque ni siquiera nos conozcamos. Al fin y al cabo, la reciprocidad es la base de nuestras culturas antiguas. En el mundo indígena, que me es familiar por el lugar donde trabajo, existe la máxima de que quien sabe más, enseña a quien sabe menos. Y ni el primero se jacta por sus enseñanzas ni el segundo se humilla por recibirlas.

La cooperación entre mujeres músicas puede traspasar fronteras y de hecho lo hace. No solo en espacios de reflexión teóricos como este Simposio, sino concretándose en actividades prácticas. Y hablo desde mi experiencia. Varias prestigiosas músicas americanas y europeas, con excelente formación, han visitado nuestra Escuela de Música en el corazón de la Amazonía boliviana y se han puesto a mi lado y al de mis músicos, sin jerarquías, brindándonos sus conocimientos, intercambiando repertorio, dirigiendo a ratos y convirtiéndose en músicas o coralistas de infantería cuando la batuta regresaba a mis manos. Como hago yo misma cuando les cedo la dirección. Y si no vienen más a menudo, es porque hace falta dinero para el viaje —que ellas mismas se pagan— y huecos en su agenda.

La brasileña Ligia Amadio ha llevado al menos a tres grandes profesionales mujeres al podio de la Filarmónica de Montevideo que dirige. Puso a disposición de ellas a sus músicos, que seguro que ven en Ligia un ejemplo de profesionalismo y de una sororidad que debe convertirse en nuestra mejor herramienta de defensa ante la discriminación que sufrimos como mujeres, también en el ejercicio de nuestra profesión. La sororidad es un sueño posible, porque los sueños pueden hacerse realidad si se tiene el suficiente coraje para perseguirlos.

(*) Raquel Maldonado es directora del Emsamble Moxos. Este texto es un fragmento de su ponencia en el III Simposium Internacional de Mujeres Directoras.