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Todos somos ‘pandemials’

Una mujer tiene pesadillas de multitudes sin barbijo, un niño hace meses que no juega con sus compañeros en la escuela, un adulto mayor lleva sin salir a la calle, pasear y tomar el sol desde marzo, un joven se ha quedado sin fiesta de promoción y sin celebraciones en la primavera de su vida y una oficinista teletrabaja más de la cuenta y ha perdido la conexión con sus colegas. Son “pandemials” a la boliviana. Los “millennials” y los “centennials” forman parte del pasado, ha llegado la hora de los “pandemials”. El nuevo concepto acuñado por la sociología, la psicología y la antropología ha roto también las barreras de edad pues se muestra como un término transgeneracional. Los “pandemials” son todas aquellas personas cuyas vidas, trabajo, relaciones, prioridades y forma de estar en el mundo han cambiado radical y profundamente por la llegada del coronavirus y las diversas cuarentenas posteriores.

La generación “pandemial” tiende a un mayor pesimismo/ansiedad/depresión y no tolera el peso de la incertidumbre. No poder saber ni cuándo ni cómo terminará el virus se hace insoportable, afectando incluso a su propia estabilidad psíquica y emocional. El tiempo de la  invulnerabilidad ha terminado. Una vida con riesgos detrás de cada esquina o espacio cerrado está provocando traumas permanentes.

El espacio personal es cada día más importante. Foto: Ricardo Bajo

La incógnita es saber si esos daños serán reversibles para la gran mayoría en un par de años cuando pase el temblor. La duda pasa por comprobar en nuestras pieles la capacidad innata que tenemos de recuperarnos y hacernos más fuertes, esa resiliencia con la que venimos al mundo de las epidemias y las pestes desde el origen de los tiempos.

Los consultorios de psicología y psiquiatría en Bolivia han visto aumentar las inquietudes sobre salud mental. El psicólogo clínico cruceño Miguel Ángel Áñez la tiene clara: “El ser humano no gusta de la incertidumbre y la reacción a la misma varía de persona a persona en función de la historia individual. Hay unos que se adaptan mejor a los cambios que la pandemia impone y otros que tienen más dificultad en hacerlo. Lo que vengo observando en los últimos meses es un cambio de humor, es decir, la gente está más intolerante a las contradicciones del día a día sea con la pareja, hijos, amistades o vecinos”.

Trabajo. Las normas de bioseguridad, incluyendo el distanciamiento físico, ahora forman parte importante de la vida laboral cotidiana. Foto: Ricardo Bajo

Los efectos más preocupantes a largo plazo serán sufridos por la niñez y la adolescencia. Los niños y niñas junto a los jóvenes que se han visto privados de las clases presenciales y la educación junto al resto de compañeros verán sus facultades de interactuación y sociabilidad tocadas, incluso soportarán un déficit educacional que afecte a su inserción laboral, más acentuado en las clases populares que ni siquiera han podido acceder a una educación a distancia. La incapacidad de las autoridades del Ministerio de Educación solo ha servido para acrecentar esa grieta.

El incremento de la vida digital —proceso que ya venía “in crescendo”— es el remate para unas generaciones que verán sus capacidades sociales mermadas, lo que nos llevará a un mundo menos empático, más aislado, egoísta y conservador. Los niños y niñas junto a los adolescentes son también los más proclives a padecer problemas de insomnio, dificultad para concentrarse o adquirir hábitos violentos y/o antisociales. Se desconoce sin embargo, a ciencia cierta, cómo esta niñez criada en la distancia social y el uso de barbijos va a ver afectado su comportamiento en el futuro.

La juventud entre los 16 y los 30 años también verá saboteados sus deseos de emancipación, incluso la demografía puede ser alterada pues la crisis estructural de la economía hará más difícil la decisión de tener hijos. Las brechas sociales entre ricos y pobres (y países pobres y ricos) se agrandarán. La adaptación y la flexibilidad de las nuevas generaciones es el único punto positivo.

Foto: Ricardo Bajo

Y si la niñez y la adolescencia han visto cambiada la forma de aprender, los adultos asisten de repente a unos modos de empleo inéditos. El teletrabajo ha elevado los niveles de estrés, la “esclavitud”,  la despersonalización de las relaciones laborables y una pérdida incluso del sentimiento de conciencia de clase.

Los adultos mayores verán su esperanza de vida afectada por un sedentarismo obligado. El encierro está teniendo consecuencias en cuanto a la necesaria vida cotidiana al aire libre que tiene aspectos positivos como la vitamina D que proporcionan los rayos solares.

¿Y cómo nos está cambiando sin darnos cuenta la falta de besos y abrazos? ¿Cómo está modulando nuestro cerebro la ausencia de sonrisas y expresiones faciales detrás de un barbijo y una máscara de plástico? ¿No da un poco de miedo la rapidez con la que hemos adquirido casi inconscientemente ya el alejamiento del otro, el miedo al cuerpo del otro? ¿Por qué damos un salto de dos metros cada vez que alguien osa acercarse sin las medidas de bioseguridad pertinentes? ¿Habrá una “vacuna” para curarnos de esas cicatrices que no se ven? ¿Qué consecuencias duraderas dejará la hiperconexión junto al exceso de trabajo/educación/ocio digital con tantas videollamadas y “zoom” por doquier? ¿Dejaremos de ser “pandemial” a pesar de estar vacunados?

La ansiedad también atraviesa todas las edades: cuanto más ansiosas son las personas, más pesadillas sufren, especialmente durante los peores meses de cuarentena rígida. La mitad de nuestros sueños se han vuelto pesados y oscuros, la gran mayoría alrededor de la muerte. La acumulación de emociones negativas como tristeza, ira, intensidad y ansiedad se traducen luego en la noche en pesadillas traumáticas donde reina la impotencia, malos sueños que han afectado y afectan más a las personas que han estado y están en la primera línea de batalla contra el virus: los hombres y las mujeres de la medicina, los y las enfermeros y las profesiones esenciales, incluidas el periodismo.

¿Cómo lidiar con este estrés emocional? Los expertos en sueño dan algunos consejos. El exceso de estímulos nuevos, la sobresaturación de información y opinión negativa sobre la enfermedad y la preocupación constante nos obligan durante el descanso a imaginar situaciones donde encontramos tranquilidad. Si los malos sueños son reiterados, el estrés emocional gana la batalla y las pesadillas se vuelven cotidianas.  Desconectar es la salida. ¿Quién no tuvo algún mal despertar en las peores semanas del confinamiento estricto? Soñar con nuevas formas de actuar y comportarse también colabora en nuestra capacidad de aprender a vivir en este nuevo mundo que llegó para quedarse un par de años.

Lo que sí será más difícil de vencer será la pandemia de la desigualdad y la pobreza que se ceban en las mujeres. En el mundo ellas son todavía más frágiles, no ocupan la mitad de los puestos de poder aunque son la mitad de la población. Acusan mayor violencia e inseguridad y tienen los peores trabajos, concentrando los que ni siquiera son remunerados como la casa y los cuidados, muy tocados especialmente por una pandemia que ha llegado para exacerbar estas diferencias y tratar de sepultar en un mundo dominado por el conservadurismo con los derechos conquistados.

Según datos de Naciones Unidas, el próximo año habrá un 11% más de mujeres pobres en el planeta. En todo el mundo durante este encierro permanente ha crecido drásticamente la violencia machista y los feminicidios por la convivencia obligada de víctimas y agresores. Mientras los hombres deciden en las esferas de poder, las mujeres en la primera línea de la batalla no son escuchadas. Solo el 3% de los organismos al nivel mundial que han tomado y toman decisiones sobre el coronavirus son paritarios. La pandemia ha llegado para retrasar, ralentizar y atrasar todos los objetivos del Millenio. Las políticas de lucha contra las desigualdades (de género, de clase, de raza…) han dejado de ser urgentes.

Mientras poco a poco tratamos de volver a la cotidianidad en la llamada “nueva normalidad”, mientras los miedos son lentamente derrrotados, comenzamos a vislumbrar también los aspectos positivos que ha dejado la pandemia como es la revalorización de virtudes como la austeridad, el esfuerzo, la familia, la sobriedad. El psicólogo Áñez añade dos más: la salud y la necesidad de escucharnos: “en cuanto a la vulnerabilidad, la pandemia nos muestra la fragilidad de la vida y eso nos torna más preocupados con la salud, lo cual es una gran ganancia para todos ya que por primera vez muchísimas personas se han dado cuenta de que cuando se pierde la salud todo queda secundario. Esto de por sí ya es una gran ganancia. La otra se centra en nuestra capacidad de escuchar: en tiempos difíciles y de cambios, escuche a su pareja. Escuche a sus hijos. Escuche a sus padres. Escuche a sus amigos. Escuche a sus vecinos. Escuchar es una actividad curativa. Escuchar es la base de todas las terapias”.

Los rasgos característicos de los “pandemials” son respuestas coyunturales que tras la llegada de una vacuna desaparecerán. ¿Tienen los “pandemials” una fecha de caducidad? Probablemente, sí. Probablemente, todos somos “pandemials” en este momento aunque muchos no lo sepan.

Foto: Ricardo bajo

Test: ¿Es usted ‘pandemial’?

Uno: ¿Ha salido de su casa dos veces al mes o menos?

Dos: ¿Tiene miedo y/o flojera de salir a la calle a pesar de mantener la distancia social y/o usar barbijo?

Tres: ¿Ha reducido su vida social a sus relaciones digitales estrictamente y no tiene contacto físico ni siquiera con sus familiares y/o pareja?

Cuatro: ¿Tiene pensamientos negativos, pasivos o depresivos desde el comienzo de la cuarentena?

Cinco: ¿Cree que el coronavirus ha cambiado su vida para mal de forma permanente?

Seis: ¿Tiene miedo de tomar un zumo de naranja en la calle?

Si ha respondido sí a más de tres preguntas, usted es ‘pandemial’. No se preocupe, la etiqueta será probablemente pasajera.