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Videntes: Marca del destino

En las afueras del Cementerio General se forman 12 casetas de adivinos. El 12 simboliza el orden y el bien, según la numerología, y también está presente en la religión con los apóstoles de Jesús. Quizá sea una casualidad que sean 12 estas personas que aseguran ver el futuro y la suerte en temas como el amor, la salud y el dinero. Lo que no es casual es que estos adivinos además son personas que viven con una discapacidad visual, por lo que hace tres décadas decidieron apostarse en el lugar para ofrecer sus servicios mágicos, en una sociedad en que sobrevivir es mucho más difícil para una persona no vidente.

Cornelio Yagua tiene 70 años y está casi tres décadas en el lugar. Nació en Tarabuco, Chuquisaca, y a los 12 años perdió la vista. “Me trajeron a La Paz y me operó el famoso doctor Javier Pescador Sarget, pero no pude ver porque dijeron que tenía cataratas al nacer que se complicaron porque pasó mucho tiempo”, explica quien cree que su mal se dio porque cuando era niño vio cómo cayó un trueno en los campos que sus padres labraban.

Cornelio asegura que, desde aquella vez, sus sentidos se agudizaron y le dieron poderes divinos para ver cosas que los demás no pueden ver. Lo que sí es evidente es su agilidad y capacidad para moverse sin más ayuda que la de un bastón para llegar solo desde Viacha hasta el Cementerio General, a diario, para subsistir leyendo la coca. Él se comunica en español, quechua y aymara sin problema alguno, algo que le ha ayudado mucho en su oficio.

Cornelio Yaguar, quien atiende consultas en tres idiomas. Foto: José Lavayén

“Hace 30 años que trabajamos aquí. Este trabajo no es fácil porque se gana Bs 10 por una lectura. Entonces, ¿cómo hacemos para sobrevivir? Con la pandemia las cosas se pusieron peor, porque la gente no quiere venir por miedo. A veces no hay ni para comer”, revela el adivino, quien en un espacio de un metro por un metro espera paciente a que algún cliente llegue.

Yagua no es el único con una historia para compartir. Lucía Jaimes, más conocida como Aydi, tiene 50 años y da fe de que puede conocer el futuro a través de la lectura de cartas. Sus cartas son circulares, tiene baraja española y tarot, y en cada una de ellas hay relieves hechos a punta de pinchazos de aguja para que las reconozca con el braille, un sistema de lectura y escritura táctil pensado para personas que no pueden ver,  ideado a mediados del siglo XIX por el francés Louis Braille, que se quedó ciego debido a un accidente de niñez mientras jugaba en el taller de su padre.

En la caseta 12, que es la que atiende Aydi, hay una litografía de una Sagrada Familia en la que el niño Jesús es sostenido amorosamente por María y José. “Yo solo hago trabajos para el bien porque mi objetivo es ayudar a los otros, como el Señor lo manda, no hago trabajos de maldición”, recalca. Ella perdió la vista a los 17 años y es una superviviente de un intento de feminicidio, en el que su exesposo la agredió echándole ácido en el rostro.

“Desde niña era perceptiva y cuando me llegó la ceguera adquirida, mis capacidades sensoriales se agudizaron. Mi pareja me volvió ciega y en un principio tenía mucho dolor y hasta ganas de matarlo. Mi cuerpo y alma estaban ciegos totalmente, pero después de eso me di cuenta de porqué estoy acá y la misión que Dios tiene para mí, que es ayudar a otros. No guardo odio hacia el agresor, él estuvo en la cárcel un tiempo y salió”, narra la madre de tres hijos, quien dice sentirse bendecida por sus retoños, los cuales ya tienen estudios superiores y a quienes formó con su trabajo duro en la caseta pintada de naranja.

“Al principio me pesaba el prejuicio y el qué dirán. Mi mamá averiguó sobre la existencia de un centro para personas no videntes y me dijo que allí podía aprender a leer y escribir. Fui por si acaso y en el centro las personas caminaban solas, hasta manejaban bicicleta y entonces me sentí libre. Así lo logré, me muevo sola y mis hijos nunca fueron mis lazarillos”.

La adivina explica que las plantas son sus aliadas en los trabajos en los que busca sanar el cuerpo y el alma de las personas. El precio de su consulta ronda los Bs 10.

Marks Canaviri Choque lee las manos y las hojas de coca. Este consejero espiritual de más de 50 años proviene de una comunidad de la provincia Los Andes, de La Paz. Cuando tenía 26 años, un golpe le generó un desprendimiento de retina que lo dejó sin visión. “Aunque quedé ciego de adulto, desde mis dos años y medio podía ver personas muertas caminando entre las vivas. No me generaban miedo los espíritus y les decía eso a mis padres. En este oficio no se trata de trabajar por trabajar, hay que tener un don especial”, dice muy serio y cubriendo sus ojos con lentes oscuros.

Marks Canaviri Choque, quien asegura que su comunicación con espíritus de otro plano se da desde que era un niño de dos años y medio de edad. Foto: Álvaro Valero

Estos magos o videntes, como se denominan, recordaron que las casetas existen gracias a una resolución edil durante el gobierno de Jaime Paz Zamora que estipulaba la disposición de estos espacios desde la puerta del camposanto para personas que viven con discapacidad visual.

Según datos estadísticos del Instituto Boliviano de la Ceguera, del 100% de personas que viven con discapacidad visual, un 58% son menores de edad, de 0 a 17 años de edad. Los más afectados son varones, un 55% del total, mientras las mujeres ocupan el restante 45%. Hace unas semanas, este sector marchó por el centro paceño en demanda del bono de Bs 1.000 que beneficie a los ciudadanos con cualquier tipo de discapacidad y fueron reprimidos con gases lacrimógenos.

“Nosotros trabajamos duro y somos autosuficientes, pero una ayuda es necesaria para muchas personas que viven como nosotros sin poder ver”, agrega Yaguar.

El afamado escritor argentino Jorge Luis Borges quedó ciego a sus 55 años y siguió creando. Él decía que “el mundo del ciego no es la noche que la gente supone” y atribuía a estas personas el ser muy valerosas. Ese valor es el que transmite cada una de las historias de los videntes del Cementerio General, que si bien creen en el destino, ellos también han sabido forjárselo.