Ana María Romero de Campero: Años apacibles
La periodista Sandra Aliaga escribía la biografía de Ana María cuando fue sorprendida por la muerte. La familia Campero Romero comparte con los lectores este capítulo sobre la vida familiar de la primera Defensora del Pueblo del país
Me alimenté con leche de burra al nacer… Cuando la madre no podía lactar, se tomaba esa leche. Nosotros teníamos una burrita que me alimentaba y fue mi nodriza. Ana María nació en un Obrajes entre residencial y campestre de los aires paceños.
Venía de la clase media, de un entorno de ideas liberales. Sus orígenes están poblados por un lado, por hombres del mundo de la diplomacia, el periodismo, la política: su bisabuelo Carlos V. Romero, su abuelo Carlos Romero Cavero, su padre Gonzalo Romero Álvarez. Por otro lado, hay genes de mujeres fuertes, de carácter firme: su madre Mary Pringle MacDonald, su abuela Ana Álvarez García de Romero. El encuentro entre un oriundo de la zona rural del sur de Bolivia llamada Cinti y una descendiente de migrantes canadiense/escoceses formaron la familia Romero-Pringle. Mi madre era una mujer de avanzada, hija de un ingeniero que llegó a Bolivia para trabajar en las minas. Bellísima, estudió literatura y teatro en Boston, EEUU. Me dejó un espíritu creador que le mostró el arte de escribir.
Su padre: abogado, parlamentario, historiador, diplomático. Su trayectoria política comenzó cuando él tenía 34 años y Ana María, nueve. Fundó con otros jóvenes intelectuales el Grupo Cívico Pachacuti. Después ingresó a la Falange Socialista Boliviana (FSB) y llegó a ser subjefe de este movimiento político conservador. Era un hombre excepcionalmente humano y estudioso, además de guapo… Se dio entero a sus ideales, luchó por ellos dejando de lado cualquier interés de tipo material. Estuvo exiliado durante siete años en
el gobierno del MNR, batallando contra la corrupción durante otros cinco años. Mi padre me inculcó un gran amor por la vida y por mi país.
“Gonzalo Romero se fue al exilio cuando Ana María tenía 10 años y volvió cuando ella tenía 17. El hecho la hizo solidaria con gente que sufre persecución por sus ideas”, cuenta Elsa Dorado de Revilla V. Mi madre escribía hermosos poemas, escribía a máquina. No logró adaptarse a la sociedad conservadora y prejuiciosa en la que le tocó vivir. Era aficionada a comer verduras crudas, lo que en esos tiempos era una rareza. Era una mujer tierna y muy linda, que llamaba la atención por su garbo al caminar.
Hablaba inglés y leía libros escritos en inglés. Mi hermano fue un tiempo donde unos tíos y él hablaban inglés con mi mamá. Como yo no entendía, agarré un libro dando vueltas por el jardín y aprendí los verbos por mi cuenta.Iba donde mi mamá para plantearle… ella nunca hizo el esfuerzo de decirme “yo te voy a enseñar”. En muchos sentidos, fui una autodidacta.
Sus primeros años de estudiante en el Colegio Sagrados Corazones fueron matizados por vacaciones en la estancia paterna del Valle de Cinti. Fueron años apacibles en casa de sus padres que luego se transformaron en una infancia agitada cuando Gonzalo Romero se convierte en perseguido político y se desbanda la familia.
El recuerdo más lindo de mi infancia es nuestras vacaciones en Camargo, Cinti, hogar de la familia Romero. Ahí aprendí a usar hondas para ahuyentar a los pájaros, junto a los niños campesinos. Pisé uva junto a los peones, me deleité nadando en el Río Chico y aún recuerdo que cuando llegaba el río, recogíamos agua gredosa y la tomábamos en la mesa como si fuera limonada, moviéndola con la cuchara para que el barro que se había asentado se mezclara. Entonces el agua de los ríos era bebible, hoy está contaminada.
Mi abuela siempre nos estaba contando historias, cuentos de toda naturaleza. Incluso tenía unos cuentos medio de susto, propios de una familia de origen cinteño, área rural, un poco campesina. Y entonces, allá, los fantasmas son personajes de la vida cotidiana… Mi papá siempre nos mantenía con ese halo de misterio. Muchas veces mi papá —a veces mi mamá— me leía cuentos.
HE MAMADO ESE AMOR A LA PATRIA
Con la Revolución del 9 de abril de 1952, conducida por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), la FSB pasa a la oposición. Salía con mis hermanos a recoger cartuchos de los rifles que habían quedado en las calles. Los recogíamos para jugar con ellos. Los poníamos en fila como soldaditos y con las canicas intentábamos voltearlos. ¡Qué me iba a imaginar yo en esos días, que mientras jugaba con esos cartuchos, el que iba a ser mi marido años después, estaba luchando en uno de los grupos de combate aún siendo estudiante de secundaria, porque el momento así lo demandaba…! Era la generación del Chaco, se exaltaban esos valores de amor a la patria. En mi familia no acaudalada, de profesionales, he mamado ese amor a la patria.
Tras el triunfo de la Revolución, Gonzalo Romero tuvo que huir. Nos fuimos todos a Cinti antes de que fuera perseguido y exiliado. Tomó esa precaución. El mundo se me venía abajo. Todo lo que habíamos tenido… los juegos de niños con mis primos.
Me marcó. Mi mamá no se llevaba muy bien con mi abuelita. Cuando mi papá decidió —al terminar la vacación— volver a La Paz, mi mamá me dijo “no”. Tenía unas primas queridísimas: Ana María, María Teresa y María René Seoane. Le dije a mi papá: —Quiero ir a Cochabamba, con mis primas.
—Si te aceptan, te vas.
Fui. La pasé bien. Mi tío tenía una empresa, estaba construyendo la carretera 1 y 4. A nadie se le hubiera ocurrido que este buen señor se meta en política. Nos hacía hacer cosas… nunca mi papá nos había pedido que intervengamos en su proselitismo. Pero este mi tío era diferente. Me daba papelitos y cuando yo iba al colegio, iba con mi montón de papelitos que iba entregando. Cuando llegaba al colegio y cerraban la puerta, yo respiraba. Estuvo un tiempo en el Colegio Irlandés de Cochabamba. Ponía los papelitos también en los parabrisas de los autos. Tenía que cumplir. Eso no sospechaba la familia. Pensaban que yo estaba realmente en un entorno totalmente aséptico.
Ocurre que mi tío se metió a un golpe, a una revolución. Tomaron Cochabamba el 9 de noviembre de 1953. Ese año la Revolución Nacional buscaba asentarse. En agosto salió la Ley de la Reforma Agraria en un contexto de violencia, especialmente en Cochabamba. Se organizó la primera milicia campesina para combatir los brotes contra el MNR. Las cosas no estaban claras, había un cuadro de desacato social. Los emenerristas hacían esfuerzos por controlar las milicias campesinas en Ucureña. Tomaron preso a Juan Lechín…
Este tío estaba administrando un club social. Me acuerdo que yo salí corriendo el momento que escuchamos que había caído Víctor Paz Estenssoro. Era una zona alejada de la ciudad. Entré donde una señora que tenía una chichería y yo decía “Se ha caído el mono, se ha caído el mono”. En la cara de ella, me di cuenta que no le hacía ninguna gracia porque lo que estaba haciendo mi papá estaba un poco contracorriente, aunque no creo que estaba en contra de sus ideales, de la ética que él predicaba, pero era contra la Revolución.
Ese momento crecí muchísimos años de golpe. Volví a la casa. Mi tío fue tomado preso, descubrieron armas en la casa y fue todo un alboroto terrible. Lechín se portó muy bien. Toda esa gente que lo tomó preso, lo trató bien; pero el hombre estuvo abogando por todos los que cayeron presos. Los hizo liberar. Algunos creo que salieron al exilio. Otros se quedaron. Mi tío se quedó. Pudimos ver cómo se comporta la gente en esas circunstancias.
Era una época en que se acababa de dictar la Reforma Agraria y quizá el país y algunas gentes todavía no estaban preparados para todos los cambios. Yo recuerdo que cuando salíamos del colegio en Cochabamba, a algunos los recogían sus papás, otros se iban no más. Yo rezaba el rosario pensando que nos iba a pasar algo. Y bueno… con el tiempo, una tiene la oportunidad de ver que más bien era un momento excepcional el que me tocó vivir y estar ahí.
Mi padre ya estaba exiliado en Buenos Aires. Cuando supo por lo que había pasado, no lo podía creer. Estuve un año en Cochabamba. Esa Tía Tuti —a quien recuerdo muchísimo— junto a mis primas, me hicieron la vida muy grata en medio de todos esos desasosiegos de ese momento, incomprensibles para una niña de 12 años. El cariño que vi, esa solidaridad, esa manera de aceptarla a una. Era una más, nunca me sentí al margen de la familia. Siempre pensé que esa época me marcó para después.
Postales
ENTRE LIBROS Y PAPELES
La política provocó un desbarajuste en mi vida. Al volver a La Paz, Ana María vivió junto a sus hermanos Gonzalo y Horacio, y su hermana menor Jimena, bajo la tutela de la abuela paterna Ana Álvarez. Gracias a mi abuela, con quien viví buenos años de mi niñez y juventud, aprendí que en la vida hay cosas que están bien y otras que están mal. Así de simple y claro. Ella tuvo una influencia significativa en su formación: carácter firme, tesón y severa disciplina.
Mi padre nos dio una vida —como la de todo político— que no fue la mejor para la familia. En un momento dado tuvo incidencia en nuestra vida. No la hemos tenido fácil… Tuve una niñez más bien complicada. Hemos vivido con mi abuelita, mis tíos y teníamos que vivir con la precariedad de ser una familia opositora al MNR en ese momento. Entonces hacíamos tripas corazón, como se dice, pero la clase media no muestra su pobreza hacia afuera. Nos dábamos modos como fuera. Mi papá le había dejado unos pesos a mi abuelita y cuando comenzó a falta, a ella se le ocurrió pintar la casa, pensando que la podía alquilar, pero era una casa marcada, era casa de político, allanada tantas veces, nadie la quería. Lo que ocurría antes. El político era perseguido en todo, con saña terrible.
Fueron años duros para nosotros. Hubo años en que no pudieron comprarme los libros que necesitaba. Iba a estudiar con mis amigas e incluso en algún momento pudieron llevarme a un colegio público. No soy prejuiciosa. Estudió en el Sagrado Corazón de La Paz hasta sus 15 años (1956). Un día, mi tío me dijo “lo siento hija, pero tus hermanos tienen que ser bachilleres”. Me dijeron que tenía que dejar el colegio, no teníamos dinero. Pero, lejos de quedarme conforme en mi casa, me di modos para estudiar otras cosas.
Un día uno de mis tíos me dijo que me pagaba un curso para estudiar inglés en el Centro Boliviano Americano. Cuando empecé, me enteré de que si obtenía la mejor nota no tendría que pagar las mensualidades. Así aprendí inglés gratis, conseguí la beca.
Al mismo tiempo, me dediqué a la dactilografía y aprendí taquigrafía con mi tía. Tecleaba la máquina todos los días hasta que la dominé. El resto del tiempo, claro, mi abuela me hacía desempolvar la casa, hacía masitas, esas cosas que tienen que aprender las mujeres… O sea que me fui haciendo como sea. Cuando miro atrás, me pregunto ¿de dónde saqué esas ganas? Me iba mal, mi padre en el exilio; mi madre, alcohólica… En realidad, tuve muchos padres; mis tíos, mi abuela… A mi abuelita, la recuerdo con gran cariño. Fue una mujer que me inculcó muchísimos valores. Era cariñosa y estricta. Me enseñó a que no hay que ser ork’ochi , que siempre tienes que estar haciendo algo. A ella le ponía muy nerviosa que una esté sentada mirando el techo. No había televisión en esos tiempos. La cama era para dormir en la noche, estaba prohibida de día.
Hice teatro alguna vez… ‘Barba azul’. Estaba en un ropero vestida con una sábana. Era una de las esposas muertas, un fantasma. La nueva esposa abrió la puerta, pero no la abrió bien y se desmayó. Como el público tenía que verme a mí también, abrí la puerta… estaban las dos fantasmas, y yo salí… eso se convirtió en comedia. La monja casi nos mata.
Era muy estudiosa y también muy traviesa. En el barrio, la pasábamos muy bien. Jugaba a las muñecas con mis amigas y cuando crecí, me convertí en una arquera muy cotizada por los chicos. En mi casa siempre abundaron los libros… Uno de los tíos con quien viví era periodista: Carlos Romero. Me fomentaba mucho la lectura. Me aficioné a leer… Pensaba que algún día iba a ser escritora.
He vivido y vivo rodeada de libros y papeles. Es casi un vicio.
MI NANO
Conoció con la lectura lo que no podía aprender en el colegio. Leía como loca. Intentó seguir curso de secretariado pero los obstáculos económicos eran muchos… no había caso, no me podían comprar los libros.
Viví mucho tiempo con mis tíos, mi abuelita… La vida me llevó a hacer varias cosas: trabajar desde mis 16 años, estudiar después de casarme. No la he tenido sencilla. Yo misma miro atrás y pienso que he debido tener una gran energía. Cuando mi papá estaba exiliado… mi madre falleció. Murió en 1956, cuando Anita tenía 14 años.
Huérfana de madre, con su padre en el exilio, buscó trabajo a los 16 años pese al escándalo que hizo su abuela. Mi abuelita, que era tirada a la antigua, no quería que yo trabajara. No era bien visto que una “señorita de clase media” trabajara, aún si no tenía dinero. ¿Cómo conseguí mi primer trabajo? Mirando en El Diario, los avisos chiquititos. Fui, rendí examen. Cuando me telefonearon al día siguiente: “Ud. ha dado el mejor examen”. No lo podía creer. Comencé a trabajar en una agencia de turismo.
Yo estaba estudiando un Secretariado Comercial en inglés en el Bolivian Institute en la noche y trabajando en el día cuando conocí a Fernando Campero Prudencio. Era el chico mayor del barrio, estudiante de Derecho. Yo tenía una aversión natural por los movimientistas. Habían sido la causa de tantos conflictos en mi familia. Por eso, cuando empecé a salir con él me cuestionaba, me decía a mí misma “no puede ser”.
Me arreglé un 6 de agosto y nos casamos tres o cuatro años después. Él fue a hacer su doctorado.
Se casó en 1961 con Fernando. Casada, a los 19 años, culminó su bachillerato. No sé cómo le hice para estudiar, trabajar y atender a mis dos hijos. ¡Tendría tantas ganas de hacerlo! A pesar de los obstáculos, logró hacer el último año de bachillerato. Egresó de un CEMA nocturno.
Yo era de lo más activa, me gustaba bailar el rock. Yo salía con chicos menores, Fernando me llevaba por siete años. Para mí era toda una novedad. Prácticamente iba a ser un abogado. A él había cosas que no le gustaban hacer. El rock and roll por ahí bailaba, pero nunca ha sido fanático del baile. El chachachá nos encantaba. Yo era una bailonguera bárbara. A Nano nunca le gustó. Eso sí, una tiene que adaptarse. Yo siempre digo que el matrimonio es una obra de arte. Lo más fácil es quebrar la cosa. Los que captan la obra de arte son los que, en momentos dados, saben entender al otro. La verdad es que no hemos tenido momentos muy difíciles porque por principio no comenzábamos a discutir muy fuerte el rato en que estábamos enojados.
El contexto social en el cual le tocó desarrollarse era de dominio masculino en la universidad, en el periodismo, en la vida pública. Pero “mi Nano”, como Anita le decía a su marido, no fue tallado a la medida de su época. Era un hombre muy seguro de sí mismo, con ideales claros; que lejos de atraparla, le dio espacio para crecer profesionalmente y como persona, y encima, le dio estabilidad. ¡Qué importante, ¿no Anita?! ¡Qué afortunada te sentiste con tu Nano!
La apoyó en todo, con pleno respeto, como su par. En su práctica cotidiana, Anita y Nano hacían —por ejemplo— análisis de la realidad nacional e internacional. Reían a menudo, cultivaban un gran sentido del humor.
Una de las prioridades centrales para Ana María era asegurar un hogar estable, acogedor, con un clima de armonía. Ella se esmeró en construir su hogar con estas características. Era la versión contraria al hogar en el que le tocó nacer. Por eso —creo yo— que Anita hacía cuestión de llevar el “de Campero”. Muchas mujeres con las ideas libertarias que guiaban sus actos, se liberarían también de los apellidos de sus esposos. Sin embargo, Anita cuidaba ese apellido, lo usaba por convicción. Era el apellido de la familia que ella construyó. Desde la familia, hay que empezar a enseñar los valores de igualdad, de equidad.Así lo hizo.
Usar el apellido de mi marido me ayudó mucho a ser yo misma. Si no, hubiera sido la hijita de… Se me ha criticado por usar mi apellido de casada, pero empecé a trabajar y estudiar después de haberme casado, y en mis tiempos, si me quitaba el apellido de matrimonio hubiera sido un escándalo y bastante injusto con mi propio marido. Las muchachas jóvenes me han recalcado que tengo dueño, y yo les digo: “Para que ustedes se llamen lo que se llaman, hemos tenido que abrir el camino”.
Fernando es un ángel que me ha enviado el Señor. Era mi vecino. La casa de mi abuelita y la casa de sus papás eran colindantes. Su casa daba a la Arce y la mía a la Hermanos Manchego, pero yo lo observaba de ahí y aunque era mayorcito, me gustaba. Se dieron las cosas para que nos conociéramos…
Es una persona muy apasionada… en ese entonces no había derechos humanos. Se sufría muchísimo. De pronto, apareció él con otra visión. Creo que él me ha ayudado muchísimo en la vida… a mezclar aquello que tenía como algo de la familia, que una no tiene que pensar políticamente igual que sus padres. Él había sido una persona que había participado de estudiante en los prolegómenos del ’52. Sí, me trajo otra visión, me abrió muchos espacios… Era una persona muy comprensiva conmigo, que me acompañó en periodos difíciles para la familia.
A través de su familia política, Ana María se vinculó con una de las principales familias de Tarija y del norte argentino.
Ana María guardó el ejemplar del periódico de los días en que nacieron su hijo Fernando y sus dos hijas, Marcia y Natalia. Quería que supieran qué acontecimientos acompañaron su llegada al mundo. José Gramunt de Moragas bautizó a los tres.
“Fernando Campero fue el oasis de paz cuando el acontecer político y el futuro del país la desesperaba y la rebelaba. Fue el punto de equilibrio y de paciencia… el refugio de amor donde Ana María Romero de Campero cobraba fuerzas y energía para seguir en la brecha noticiosa, en la defensa de la democracia, de las libertades; aún más, de donde ella podía obtener el ímpetu para seguir ayudando a los menos favorecidos”, expresó la premiada periodista Mabel Azcui.
Su hijo Fernando recuerda: “Cuando éramos niños, jugábamos con autitos y ella organizó una vez, una carrera con todos mis amigos del barrio. Había que dar la vuelta a la manzana con los dinkies pero lo planificó de tal forma que habíamos personas que llevaban control con sus cuadernitos. Fue toda una organización que hasta el día de hoy mis amigos se acuerdan: ‘¡Esa carrera que organizó tu mamá hace tantos años!’ Normalmente las mamás te enseñan algo, pero ¡¿tomarse la molestia de organizar una carrera de autitos con niños de 10 años?!”
DE WOODSTOCK, DICTADURAS Y MEDELLÍN
Al volver del exilio, Gonzalo Romero fue parlamentario por tres legislaturas (1966 – 1969). También fue candidato a la vicepresidencia y luego se fue a Brasil en 1969, como Embajador de Bolivia. En su segundo matrimonio con la artista argentina María Esther Repetto, Gonzalo Romero tuvo dos hijos: Marcela y Diego. Mi papá era como un hermano mío. Estuvimos separados tanto tiempo. Era un ser tan particular, muy estudioso, era un humanista. Un gran creyente. Era una persona que se acomodaba a todas las edades. Caía bien a los niños, a los jóvenes, a personas sencillas, a más cultas. Él sí que era un personaje. Su abuelo y su padre le heredaron a Anita la pasión por el periodismo y la atracción por la política.
En 1966, entró a la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). El estudio del pensamiento y las ideas, la ética y las ideologías le atraía poderosamente. Aunque solo estuvo un año, continuó sus lecturas.
Dios ha estado siempre muy presente, aunque ha tenido varios rostros —diremos así— porque en esos tiempos yo diría que el catolicismo preconciliar mostraba un ser barbado. Era una imagen muy distinta a la que yo después, ya de casada, hallé en mi propia búsqueda.
Incursioné en el yoga… Tenía una tía que estudiaba teosofía… Me metí. ¿Por qué vuelvo al cristianismo, al catolicismo? Porque resulta que estas doctrinas y estas filosofías son muy respetables todas respecto a ser creyente, sobre todo. No puedo entender a los ateos, pero los respeto… Yo soy un ser que no me explico si no es rodeada de gente y en función de la gente. Eso hizo que yo comenzara a buscar por mi cuenta…
Era una época en que la Iglesia latinoamericana tomaba conciencia del carácter dependiente/sometido de la realidad social, política, económica y cultural a los centros hegemónicos de decisión. Comenzaba a hablar de la liberación como un proyecto de identificación y autodeterminación en todos los órdenes. Anita —como su padre— era una gran creyente y ésta era la Iglesia a la que apostaba.
En agosto de 1968 se desarrolla la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Medellín, Colombia. “Un sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte…” El programa de acción pastoral instó a que “se presente cada vez más nítido en Latinoamérica el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera, pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo hombre y de todos los hombres”.
Si bien Anita aplaudía esta vocación, hay quienes sintieron amenazados sus seculares privilegios, incluso sectores de las jerarquías eclesiásticas y, ante la puesta en práctica de los compromisos de Medellín, arremetieron contra esta Iglesia.
La periodista Lucía Sauma caracteriza a los años 70a en la Llave del tiempo como una “década de rebeldía, de la minifalda en las mujeres y del pelo largo en los hombres. Es la época de Woodstock, del movimiento punk y del ‘no future’ de los jóvenes”. Una década en la que se inicia “las dictaduras en América Latina: Bolivia, Chile, Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay, se unen en el denominado ‘Plan Cóndor’, creado para intercambiar detenidos políticos opositores a las dictaduras”. Se radicaliza la lucha y los discursos por la igualdad para las mujeres en todo el mundo. Se acaba Vietnam pero no las guerras en Camboya, Afganistán, Mozambique…
Surge universalmente Paulo Freire en Brasil, con su “práctica de la libertad” a través de la educación: “Todos nosotros sabemos algo. Todos nosotros ignoramos algo. Por eso aprendemos siempre”. Visión aprehendida en su esencia por Ana María. Mientras que en Bolivia “la dictadura de Banzer hace lo suyo: no hables, no escribas, no mires… Los mineros enseñan que no se rinden… Raúl Lara pinta sus cuadros de realismo mágico trasuntando el dolor y la impotencia ante el asesinato de su hermano por la dictadura argentina”… Fueron “años de reuniones a ocultas… Había un solo Canal de TV, el 7” .
MATRIMONIO: UNA OBRA DE ARTE
Ana María y Fernando vivieron muchos años en su casa de la calle Capitán Ravelo, un poco más abajo de donde vivieron siempre en la Hermanos Manchego, en el barrio tradicional de Sopocachi de la ciudad de La Paz. Y entonces llegaron los ocho nietos. Anita tenía una relación especial con cada uno y una de ellas. Conversaba, iba al cine, de paseo. Compartía juegos y travesuras. Escribió un diario para contar el nacimiento de cada uno de sus nietos y su vida durante el primer año. Al igual que con sus hijos, guardó un ejemplar del periódico del día en que nacieron.
“Los nietos amaban estar con su abuela, los involucraba en sus actividades. Mi hija Julia compartió mucho con ella, la acompañaba a reuniones, actividades sociales y otros que iban surgiendo en su trabajo. Los otros nietos disfrutaban mucho ir a dormir a su casa. No era extraño verla en la matinée en el cine, San Miguel, El Prado o en el mercado con sus nietos. En las épocas de más trabajo, se daba tiempo entre semana para venir a verlos.
No era extraño que traiga regalitos de sus viajes para cada uno de nosotros, incluidos los nietos, acertando en los gustos de todos… Mi hija Matilde nació planificadamente el día de su cumpleaños, y los cinco años que les tocó estar juntas lo festejaron juntas aun cuando nosotros vivíamos en Santa Cruz”, cuenta su hija Natalia Campero Romero.
Mabel Azcui guarda “recuerdos simpáticos del espíritu casi infantil de Anita que, desde fines de octubre, empezaba a organizar lo que serían las fiestas religiosas de fin de año en su casa. Empezando por las galletas y dulces que haría con sus hijas, luego con sus nietos, los adornos, los regalos… un largo listado de actividades que realizaba con dedicación y cariño.”
“La familia unida, para ella era importante” manifiesta su hijo Fernando. Hizo múltiples viajes a Cinti con sus hijos y evocaba la belleza de su geografía y la fuerza de los cerros colorados.
“Era sencilla y firme en sus decisiones. Sabía cómo poner las cosas en orden de una manera sutil. Siempre certera, nos aconsejaba, nos daba mucha confianza. Incentivó en nosotros el amor por la lectura y la escritura. Aunque ninguno salió periodista, las dos hijas optamos por el camino de la comunicación: Marcia es productora audiovisual y yo, diseñadora gráfica. Como esposa, siempre cariñosa, estuvo casada 50 años. Debo destacar la inteligencia de mi papá, pues dejó que ella se desarrollara sin poner peros. Fue siempre partícipe de sus logros y frustraciones y ella siempre recurría a él por consejos”, agrega Natalia.
Anita era una buena cocinera. Aprendió de su abuela paterna los secretos gastronómicos de Cinti y una de sus especialidades era la picana navideña de ese rincón del país. La Nochebuena era una tradición imperdible para la familia Romero Campero. Ella en persona dirigía la adoración al Niño al estilo Cinti, con villancicos, trajes de ángeles, alas y togas que todos usaban felices.
Creo que he sido una buena madre. Si bien he tenido un marido excepcional, he dado de mi parte. Hemos construido un hogar porque el matrimonio es una obra de arte. En las primeras de cambio, una puede aburrirse y tirar la toalla, como hace mucha gente. Esos son los matrimonios exprés que no duran nada. Hay que esforzarse para que las cosas vayan adelante. Sobre todo cuando hay coincidencias importantes de vida… la honestidad y la integridad son valores imprescindibles. Eso es lo que me dio fuerzas para construir y seguir luchando.
Mi esposo es un hombre que siempre me ha alentado en mi carrera profesional, pero ha sido un papá muy a la antigua que jamás cambió un pañal, jamás dio una mamadera. Yo veo hoy día que ambos participan en la crianza de los hijos…
Pese a ocupar cargos importantes, se dedicó a su familia. Siempre hay tiempo cuando hay la voluntad de hacer. Valoraba el entorno familiar. Daban ganas de quedarse ahípara asegurar un clima de armonía para sus hijos. “Fue la mamá-periodista que enseñó a sus pequeños —un varón y dos mujeres— las primeras letras en las máquinas de escribir de la radio, del periódico y la agencia de noticias, en los turnos de fin de semana, como lo hace la mayor parte de las madres periodistas del país. Fue la madre que vivía las angustias de los golpes de Estado en las siempre frías madrugadas de La Paz y, también, la periodista que, impelida con la fuerza de un resorte, salía a cumplir su deber de informar; un deber nacido de la vocación de servicio a su pueblo”, agrega Azcui.
“Con ella se podía hablar absolutamente de todo. Y de hecho sabía mucho de varios temas. Siempre fue una mamá cariñosa, en quien uno se podía apoyar. Participaba de cada proyecto nuestro, muy involucrada en las actividades familiares”, subraya su hija Natalia.
En la mañana, leía todos los diarios. En las noches, leía libros, escribía artículos, columnas, prólogos de libros. Era una lectora empedernida… literatura, política, filosofía… Tenía una gran biblioteca en su casa.
Ordenaba papeles… escuchaba música. Siempre activa, les decía a sus hijos que la realización personal jamás debe depender de la voluntad ajena. Tenía una debilidad muscular en el cuello que le ocasionaba un leve temblor en la cabeza, especialmente cuando estaba nerviosa o cansada y cuando hablaba frente a las cámaras o a grandes audiencias. Ella lo llamaba mi “noneo”. Había gente que —equivocadamente— pensaba que era Parkinson.
“Si bien estaba consciente del entorno social al que pertenecía, evitaba la ostentación. Le indignaba la injusticia y decía que no era necesario ser comunista para optar por los pobres. Admiraba a Mahatma Gandhi por haber logrado cambios importantes para su país por la vía pacífica”, cuenta su hijo Fernando. “Mi mamá odiaba a los chupamedias”, concluye Natalia.