AnaMar: Periodista y Defensora del Pueblo
Quienes trabajaron con Ana María Romero de Campero dicen que su ADN era una mezcla de valentía y ternura, elementos fundamentales para forjar a la mujer que, como escribiría el padre Luis Espinal, era una persona que supo ‘gastarse la vida por los demás’.
Los recuerdos se arremolinan entre quienes la conocieron y las voces coinciden en que Ana María Romero de Campero era una mujer adelantada a su tiempo, una ferviente defensora de los derechos humanos. “Era muy curiosa y tenía acceso a informes y reportes de organismos de Derechos Humanos y un sinfín de instituciones, los cuales leía y entendía. Ella sabía de la inequidad entre ricos y pobres, falta de accesos a servicios básicos, temas de migraciones y otros”, señala Natalia Campero Romero, hija de la mujer que hizo historia en el país entre 1998 y 2003 como la primera Defensora del Pueblo.
La periodista Gabriela Ugarte, quien trabajó con ella durante varios años, indica que la entrega y lucha por los otros era algo que llevaba en lo más profundo de la médula. “Era un ser excepcional. En todo momento demostraba este sueño de ir más allá. Su vena periodística siempre atenta a la vulneración de derechos, no solo por ser Defensora sino por ser alguien que ha estado en un momento de inflexión de nuestra historia. Ella decía que había recibido muchos reconocimientos y privilegios y cómo no iba a luchar para que el resto de las personas los tengan”.
¿Qué hace que una mujer con una vida cómoda luche por el bienestar de los otros? “Su niñez fue dura, pero nunca la reflejó en nosotros y muy rara vez la contaba. Eso la volvió más sensible. Además está su cercanía a la Iglesia, mi mamá no era una beata que simplemente comulgaba, ella pensaba más en su trabajo, en el periodismo, eso la hizo mucho más sensible. En la Defensoría del Pueblo pudo conocer los problemas de frente y a la sociedad boliviana desnuda con todo lo que tiene. Eso la marcó”, recuerda su hija.
En la Fundación UNIR fue impulsora de una iniciativa especial: el Fondo Concursable de Periodismo de Investigación. “Ese Fondo tenía su espíritu, porque ella apostaba que para tomar las mejores decisiones debemos estar bien informados y una buena información con calidad radicaba en mirar al periodista como un sujeto democrático al que se pueda alentar y brindar canales de información para que no sea un simple mediador, sino sea un protagonista”, explica Ugarte.
Campero desarrolló un esquema en el que el acuerdo común plantea que para hacer un buen periodismo se precisa tres componentes. Uno era la voluntad editorial, es decir la voluntad de los medios para desarrollar un periodismo equilibrado y distante de los poderes, pero al mismo tiempo interpelador. “Ella decía: ‘No me interesa tener en mi equipo relacionadores públicos, yo necesito periodistas de pura cepa que sean interpoladores, pero a la vez sean propositivos’. El primer elemento para que esta iniciativa sea posible era la voluntad editorial de desarrollar un buen periodismo”, describe Ugarte.
El segundo punto se suscribía a los recursos económicos. Para ello se otorgaban recursos con base en una propuesta que era seleccionada además por un comité de periodistas. El tercer punto era la pluralidad. “No se tiene que resolver solo entre paceños o cochabambinos, sino entre todos, decía. El comité tenía el principio de la pluralidad con representantes de diferentes medios, regiones y equilibrio de género. Siempre buscaba equilibrio y pluralidad”.
Esa simpatía hacia el gremio se dio porque lo conocía en profundidad. Fue una pionera en el periodismo en 1968, que empezó “por puro impulso y ganas de escribir” y le había tocado muchas veces ser la primera mujer periodista, como lo dijo en una entrevista realizada por Ronald Grebe para la revista Chasqui. Trabajó en Fides, en Presencia y junto con otras dos compañeras creó el Círculo de Mujeres Periodistas.
Facetas
Al pie del cañón
La lucha era parte del día a día de AnaMar —como se la llamaba con cariño—, quien tenía una posición muy clara y firme para afrontar el fuego cruzado entre el poder y las demandas de la sociedad civil desde que comenzó sus primeros pasos en el periodismo o cuando se consolidó como Defensora del Pueblo. “Ella tenía la apertura para escuchar. Se fue constituyendo en una institución que ganó su espacio. Participamos en una serie de conflictos. La gestión de Ana María estuvo entre los gobiernos de Gonzalo Sánchez de Lozada (Goni) y Hugo Banzer Suárez. Momentos álgidos con mucha conflictividad social”, rememora Antonio Aramayo Tejada, quien trabajó en la Defensoría con Romero.
Aramayo recuerda que la fuerza y consecuencia de Romero se manifestaba en todo lo que hacía. “En una reunión que tuvimos, un ministro nos dijo ‘Ustedes nos atacan, pero no se dan cuenta de que son parte del Gobierno’. Ana María decía ‘Nosotros no somos parte del Gobierno, somos una institución del Estado avalada por la Constitución Política del Estado (CPE) y no respondemos al Gobierno’. Ella además dijo ‘la Defensoría del Pueblo se creó con el objetivo de hacer un seguimiento y vigilancia a las instituciones del Estado’”.
La trinchera de Romero eran los derechos humanos y no daba ni un paso atrás. Sus posiciones no eran emocionales sino que estaban sustentadas jurídicamente. Además, ella tenía como periodista ya una simpatía importante, “de pronto con el trabajo en la Defensoría del Pueblo se consolidó su imagen como la de una persona firme, con valores, posiciones y que defendía lo que creía”, agrega Aramayo.
Su lucha por los derechos humanos era parte de su día a día y perduró hasta su último suspiro. Ya fuera de la Defensoría del Pueblo, “en 2006 cuando se hizo arrodillar a campesinos en Sucre enfrente de la bandera de Chuquisaca, un acto deleznable por parte de algunos capitalinos frente a algunas personas del área rural, ella se manifestó y quiso plantearlo de una manera constructiva. Decía ‘Te indigna, pero tienes que involucrarte. No solo con un comunicado sino un acto creativo del cual no vamos a ser nosotros los protagonistas’. Van a hablar los sujetos que han sido símbolos del racismo y discriminación”, narra Ugarte.
Así, Campero y su equipo en la Fundación UNIR se contactaron con miembros de la comunidad afrodescendiente boliviana y se hizo una manifestación pública con cultura. “Son los afrobolivianos quienes han logrado posicionarse y ganar un espacio en la escena pública desde su cultura. Es un acto en el que diferentes voces van a presentar su oposición. No se podía admitir este tipo de reacciones de racismo y, con la fotógrafa Wara Vargas, hicimos un trabajo con frases muy hermosas. Ana María, con sensibilidad, identificaba sectores que con voz propia podían hablar del racismo y la discriminación y siempre los periodistas fueron nuestros cómplices para difundir”.
La Defensora del Pueblo tenía claro que había que estar un paso más adelante del lamento. “Allí se impulsó una normativa que pueda sancionar los hechos de discriminación y así surgió la Ley 345. Fue a raíz de los hechos del 25 mayo de 2008 (…). La enorme sensibilidad arraigada en su médula le permitió poder distinguir estos sucesos desde sus privilegios y no por eso criarse en una burbuja, sino abrirse a una sensibilidad. Ella en su faceta de Defensora del Pueblo interactuó con trabajadoras sexuales, personas que viven con discapacidad y víctimas de trata y tráfico. Era una mujer que no se quedaba en el escritorio sino de armas tomar”, dice Ugarte.
Aramayo resalta que la profunda empatía de Romero le permitía entender al otro. Los años fueron pasando, pero su compromiso y conciencia social no mermaba. “En octubre de 2003, ella fue a hacer la huelga por los 18 muertos que habían (durante la denominada ‘guerra del gas’). Sus hijas le dijeron que no vaya y ella dijo: ‘Yo a ustedes las crié libres, déjenme tomar la decisión para brindar la oportunidad a otros que están en peores condiciones’”, cuenta Ugarte.
En los últimos años de su vida fue senadora durante el segundo gobierno de Evo Morales, pese a estar delicada de salud. “Me llamó y me dijo, ‘yo no soy capaz a mi edad de quedarme a ver cómo el país sufre y no se puede hacer cosas importantes desde los más desprotegidos y esperar la muerte desde la ventana de mi casa’. Fue un ser maravilloso y estoy agradecida de aprender con ella”, concluye Ugarte.
El 25 de octubre de 2010 falleció Romero, dejando un aporte vital para el periodismo y los derechos humanos. La vida de AnaMar fue lucha y celebración.