Los ‘tesoros ocultos’ del Tambo
El Museo Tambo Quirquincho guarda en su flamante Bodega Cultural auténticas joyas del arte boliviano entre sus más de mil obras, muchas ganadoras del Salón Pedro Domingo Murillo. Entre los tesoros, está ‘Siembra’ de María Luisa Pacheco y su particular historia de ‘exilio’ y regreso
El cuadro Siembra de María Luisa Pacheco estuvo desaparecido durante medio siglo. No es cualquier cuadro. Fue el primer ganador en pintura del Concurso Anual de Artes Plásticas Salón Pedro Domingo Murillo, allá por julio de 1953. Niña mirando a un niño de Jorge Carrasco Núñez del Prado, hermano de Ted y Atilio, compartió honores “ex aquo”. Siembra fue una obra que marcó una tendencia en la carrera de una de las mujeres más grandes de nuestro arte, previa a su estilización sintética y posterior etapa hacia la total abstracción.
En octubre de 2005, una investigación del suplemento Fondo Negro del periódico La Prensa dio con su paradero: estaba en la casa de María Teresa Gutiérrez Iturralde (Gutiérrez de Belaunde, en su apellido de casada) en Lima, Perú. Hasta entonces solo se tenía una fotografía en blanco y negro. Hoy el cuadro sigue “desaparecido”: forma parte de la incompleta colección de “Pedros” que guarda la flamante Bodega Cultural del Museo Tambo Quirquincho, inaugurada hace dos semanas con tres salas que no están abiertas al público.
La Bodega Cultural Esposos de Mesa y Gisbert reúne las condiciones técnicas idóneas para salvaguardar estos tesoros ocultos del arte boliviano. Una máquina recoge la humedad del ambiente y la convierte en litros de agua que debe ser retirada. Un Illimanide Arturo Borda de 1944 (que antes estaba en el Museo Casa de Pedro Domingo Murillo), la emblemática Mujer(1970) de Gil Imaná, el óleo Gente de circo (1956) de Gabriela Rodo Boulanger, Muros(1964) de Luis Zilveti y Madres Tuberculosas(1983) de Antonio Mariaca (primer director del Museo Nacional de Arte en los 60) son algunas de las joyas “no aptas” para los ojos del gran público. Obra de Avelino Nogales, de la saga familiar de los Lara, de Elisa Rocha de Ballivián y de Fernando Montes, entre otros, junto a esculturas de doña Marina Núñez del Prado, Víctor Zapana y Francine Secretan son parte de esos “mil Pedros” escondidos.
También hay cuadros y artistas simplemente olvidados. Uno de ellos es Ángel Ismael Dávalos, hijo del coronel argentino exiliado Eduardo Dávalos Leguizamón y Felicidad Vidaurre y Ortiz de Zeballos. Ángel Dávalos pintó en 1914 un cuadro llamado Vista del centro de la Plaza Murillo en día de nevada. Antes estaba en el Museo Costumbrista. Ahora su lugar es la Bodega aunque está dañado y espera las manos del único restaurador del Museo y su pequeño equipo. La técnica usada por este artista paceño que vio su primera exposición 11 años después de su muerte (1964) fue óleo, madera pintada por el anverso y un vidrio superpuesto pintado por el reverso. El cristal está ahora rajado. En la obra se puede observar una Plaza de Armas iluminada de noche (era la única así en toda la ciudad), la vieja fuente olvidada al medio labrada por las manos del artista Feliciano Kantuta, una frondosa vegetación, paceños y paceñas bien elegantes y abrigados y unos bancos de madera con nieve sentada. Dávalos, retratista del poder, gran amigo de Arturo Borda y olvidado pionero del arte social, firmó algunas de sus obras con pseudónimo, entre ellos el de “Katari”.
Otro cuadro enigmático de la Bodega titula Plaza Alonso de Mendozade Pastor Tejada. No se conoce la fecha de su creación y poco, muy poco, se sabe de don Pastor. Menos se sabe de ese globo multicolor que animó la noche de fiesta popular en una plaza de Churubamba abarrotada.
En 2005 el alcalde Juan del Granado instruyó recuperar las 62 obras ganadoras del Salón Pedro Domingo Murillo que se encontraban en “ubicación desconocida” y montar una exposición permanente para poder apreciar así un recorrido cronológico por lo mejor de nuestro arte desde mediados del siglo pasado hasta la actualidad. Cuando el escándalo estalló hace 15 años, la Alcaldía recuperó al tiro dos obras: Reminiscencias de mi madre de Franklin Molina y Oh linda La Pazde Fernando Ugalde, hermano de Gastón. El cuadro de Molina se encontraba, como tantos otros, en el despacho de un funcionario municipal y la obra del “Nano” estaba en posesión de la artista Erika Florence Ewel, quien la devolvió al municipio paceño el 18 de octubre de 2005. Hay que recordar que por la resolución municipal de 1953 que marcaba la inauguración del Salón —el mayor concurso de arte en Bolivia— las obras premiadas pasaban a pertenecer a los museos municipales.
El sueño de Juan del Granado sigue sin hacerse realidad. Algún día —ahora que los cuadros están guardados en mejores condiciones aunque muchos necesitan una urgente restauración— la ciudadanía tendrá el placer de apreciar “in situ” estos tesoros olvidados. Siembra está al fondo de la primera sala de la Bodega Cultural del Tambo. Es más grande de lo que uno imaginaba, tiene más color y más fuerza que lo que mostraban las fotos y los recortes de periódico. Es imponente. Quizás por eso, su última “dueña” no dio muestras de felicidad cuando se tuvo que desprender de él. Entre los círculos culturales de La Paz, muchos sabían que Siembrano estaba donde debía estar, que lo tenía la hija del alcalde de aquella época, el fundador del Salón, Juan Luis Gutiérrez Granier.
“La directiva (sic) del Salón le dio ese cuadro a mi padre, el alcalde, es un símbolo para mi familia, mi papá le tenía mucho aprecio”, dijo hace 15 años la señora María Teresa Gutiérrez de Belaunde, esposa del embajador peruano en la Argentina por aquel entonces, Martín Belaunde, sobrino del expresidente del Perú, Carlos Andrés Belaunde.
“Si usted se cerciora veraz y completamente de que la Alcaldía de La Paz es propietaria legal y legítima del cuadro con toda la documentación jurídica y administrativa pertinente, lo devolveré”, me dijo con cierto asombro y bastante enojo. El oficial mayor de Culturas de aquel entonces, Pablo Groux, mandó toda la información vía fax hasta Lima y Siembra volvió medio siglo después a ser patrimonio de todos los paceños y paceñas. Groux viajó en persona hasta la capital peruana y recuperó la obra.
Hoy, el cuadro de María Luisa Pacheco casi toca el techo de la primera sala de la Bodega Cultural. Al lado, está Angustia de Genaro Ibáñez (primer premio en grabado en 1958) y muy cerca Paisaje de La Paz (primer premio en pintura en 1961) de Gil Imaná, con Llojeta a la derecha y el resplandeciente Illimani de fondo, vigilante. En una pequeña esquina, también en lo alto, surge un Desnudo (1939) de nada más y nada menos que el maestro don Cecilio Guzmán de Rojas que se iba a suicidar precisamente en Llojeta. La Bodega es un cúmulo de azares.
Una colorida Ternura (con madre e hijo en un abrazo) de Moisés Chire Barrientos parece sonrojarse ante la desnudez de la modelo del padre de la pintura indigenista. Viendo el arte de Chire Barrientos, uno se da cuenta de quién “inspiró” en su estilo particular al afamado Mamani Mamani. Casualmente, Muertos en combate (1991), una obra de este último, cuando todavía no era “Mamani Mamani” no descansa muy lejos del maestro Moisés. Cuando la puerta se cierra y la oscuridad reina en la Bodega, los Charangos (1955) de Enrique Arnal suenan y alegran la espera. El espectador (1970) también comparte habitación: Gonzalo Rodríguez pasó por el taller del español Daniel Vázquez Díaz, protagonista del realismo y el neocubismo, parte de aquella emergente vanguardia española de los años 50. Es el mismo taller en el que estudió años antes doña María Luisa Pacheco. La Bodega es un cúmulo de casualidades.
En la sala más contemporánea, surge de los portalienzos como por arte de magia Mañana habrá pan (1974) de Magda Arguedas. También es más grande de lo que uno imaginaba, es “culpa” de tantas pequeñas reproducciones de este cuadro mítico. Una de sus copias, esta sí gigante, se puede ver hoy en la galería al aire libre de la Alcaldía en Bajo Següencoma, dedicada temporalmente a las mujeres del arte boliviano de los dos últimos siglos. Los colores también son diferentes. Por eso se hace justo y necesario que el pueblo de La Paz y sus visitantes puedan apreciar este tesoro oculto que graficó la dureza y vileza de las dictaduras militares de los años 60 y 70.
Al lado de Magda, un “Gastón Ugalde” sorprende por su tamaño y maestría. Es Este rostro vale 1232 potosíes, ganador en 1992 al Premio Técnicas No Tradicionales. Cada punto del cuadro está formado por pequeñas reproducciones de la obra en su totalidad: es el antecesor de los famosos retratos en hoja de coca de Gastón Gilberto Ugalde. El Pepino de Emiliano Luján, colocado en una bandeja inferior, parece sonreírle desde su escultura de bronce. Otro cuadro que ha llegado desde una colección particular al Museo Tambo Quirquincho es la acuarela Máquina de coserde Ricardo Pérez Alcalá.
Cuando la “visita guiada” que nos regala gentilmente Miriam Salcedo Ortiz, responsable de salas del Museo, termina, Encrucijada (1953) de Armando Pacheco hace un guiño a Siembra de María Luisa Pacheco. Tantos años lejos de La Paz para ahora estar guardada en una “bodega” aunque sea linda. La mujer de la “encrucijada” se muerde las uñas con los ojos, con cierto asombro y bastante enojo. De los más de mil “Pedros” no se tiene aún ni siquiera un catálogo oficial. La exhibición permanente tendrá que esperar, como esperamos a Siembra por más de medio siglo.
Postales
La Bodega Esposos De Mesa-Gisbert
El Tambo Quirquicho era una gran casona que iba desde la actual plaza Alonso de Mendoza hasta la avenida Montes. Hoy algunas partes de ella, donde antiguamente funcionara una de las primeras sedes del club Bolívar en los años 30, ya no pertenecen al Museo Tambo Quirquincho. Fue a lo largo de la historia morada del propio Alonso de Mendoza, propiedad de Vicenta Juaristi Eguino, tambo de quinas y tabacos, salón de bailes durante el Carnaval, pista de patinaje, Hospicio San José y un kínder llamado Oscar Alfaro. Su actual portada de piedra no es original, fue extraída de la hoy demolida Casa de los Ayesta, que se encontraba en la esquina de las calles Sucre y Sanjinés. La recuperación de la vieja propiedad del cacique Quirquinchu fue obra y gracia de una pareja de ilustres paceños, doña Teresa Gisbert (19262018) y don José de Mesa Figueroa (1925-2010) en un gran trabajo perseverante de investigación y recuperación del patrimonio cultural de Bolivia.
Por eso, la Bodega Cultural lleva merecidamente sus nombres. Gisbert y de Mesa desarrollaron una larga y fructífera tarea como historiadores, arquitectos e investigadores, principalmente, del arte virreinal boliviano, peruano y americano. Escribieron más de medio centenar de libros y también trabajaron conjuntamente en un ejemplo vivo de “Chacha-Warmi” en la restauración del Museo Nacional de Arte. Junto a la Bodega Cultural, en unos espacios remodelados recientemente con restauración de pisos, muros, graderías de acceso y puertas de madera, se puede apreciar una vieja piedra donde se amarraban los caballos y otro lugar recuperado denominado “Área de cuarentena Inés Córdova”, dedicada a la insigne artista potosina-paceña, ganadora de varias ediciones del Salón Pedro Domingo Murillo y donde se reciben y registran las obras recién llegadas al museo.