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A mano alzada

Escribo a mano alzada. Me cuesta decir algo. Vuelvo a La Paz, mi ciudad, luego de un año. Estamos vivos, la emoción me cubre con este aire andino bendito, no quiero recordar pero el Tata Mururata me dice, sacándose el sombrero: “Memoria, siempre memoria”. Mientras pasamos la tranca, recuerdo. Hace un año los fascistas irrumpen en el Palacio Quemado con una Biblia evangélica, queman oficinas estatales, los militares pisan la Wiphala, se arrancan la  bandera del brazo. Recuerdo, solo fue hace un año, algo le pasó al tiempo que no pasa, hace un año fue la masacre de Senkata, son asesinados jóvenes aymaras, albañiles, caseras, vecinos, cientos de heridos, denuncio esto en las redes sociales, llueven las amenazas. Recuerdo a una Waldita, docente de Literatura gritando histérica: “urgente, toque de queda, intervención militar”. Recuerdo la masacre de puente Huayllani, 15 de noviembre, 11 muertos, más de 200 heridos. Hay causas por las que se puede morir, pero no hay causas por las que se puede matar, dice una viuda llorando. Militares balean por atrás, policías balean por delante. El nuevo Arce Gómez dice que los vecinos se dispararon entre ellos.

Recuerdo cómo salimos de La Paz, sin ningún derecho en la piel, con cuatro fuerzas represoras alrededor: policías, militares, parapolicías, paramilitares; y el nuevo Arce Gómez amenazando con esposas y balas al que se le ponga al frente. Recuerdo a mi esposa temblando en el aeropuerto, nos íbamos a Cochabamba presionados, asustados, llovía a cantaros, militares aprobaban listas de pasajeros, decidimos irnos por separado, ella entra primero, yo al último, el gran Mirkito con su taxi nos ayuda, por fin paso al preembarque con mi sombrerito cocalero y mis lentes de aumento, de pronto dan mi nombre por el parlante y dos nombres más: los pasajeros… deben apersonarse a puerta 3. Me digo: “cagué”. No tenemos ningún derecho, a quién acudir, a quién quejarse, la Defensora del Pueblo está clandestina, es 22 de noviembre, la marcha por los muertos de Senkata ha sido reprimida, los ataúdes caen al piso. Un funcionario de Boa me lleva en silencio, vamos con una señora de pollera y un joven a la pista del avión, nos meten a un cuarto, tres militares gritan: “¡Abran sus maletas!” La mía la revisa uno con pintura de guerra en las mejillas, grita: “¡Por qué va a Cochabamba!”. “Ahí vivo”, le respondo. “¡Cómo lo comprueba!”. Saco de mi billetera el certificado de sufragio, le saca foto, me pide el celular, por suerte había borrado todos los mensajes de cumpas, lo mira sin mirar. El militar de al lado revisa a la señora de pollera: “¡Aquí hay!”, dice. El que está conmigo se va allí, la señora tiene un sobre con muchos dólares escondido en sus ropas. “¡Esto es prohibido, señora!”, gritan. “Estoy yendo a Cochabamba a comprar pollos”, dice la señora. “No se puede, además usted está yendo a financiar a los terroristas”, dice el otro. Se la llevan. “¡Váyase!”, ordena el milico llamando al de Boa. Subo al avión, mi corazón está por explotar, mi esposa llora, le hago la señal del pulgar de todo bien, llegamos a Cochabamba pálidos, nos vamos en taxis diferentes, por suerte el departamento de mi esposa es algo lejano.

Mientras la ciudad se enciende, recuerdo. Unos jóvenes rechonchos arrastran de los pelos a la Alcaldesa de Vinto, la desvisten y patean, le pintan el pelo color sangre, el nuevo Arce Gómez dice que correrá bala si siguen las protestas. Recuerdo. Unas señoras piden de rodillas golpe de Estado. Un exmilitar pide intervención de los marines. Un intelectual cómplice del golpe escribe y desea que este gobierno sea como la UDP. Mi esposa me dice: “párala, no hables con la mente”, se escucha, ya pasó. El Tata Illimani me saluda, tranquilo kilo dice, hay coquita en las calles,  está anocheciendo, el silencio es solemne en la bajada a la hoyada.

Entonces  llegamos a mi departamentito, tiene olor a la vejez, las fotos de mis padres lagrimean, corro detrás de mis guitarras encerradas en un ropero, riego desesperado cadáveres de plantitas, respiro los Andes profundos, pongo una velita por nuestros muertos. Lucho Arce jura como  Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia. Hay un Amuki diferente, de duelo, de dolor. Se festeja en silencio. El pueblo aymara  ha vuelto al palacio. El pueblo quechua jura honestidad en la Asamblea. La Bolivia profunda tiene esperanza y memoria. Recuerdo. Silencio. Memoria. Mano alzada, la izquierda. Que será. Que pasará. La dignidad ha vuelto. Amuki activo. La Patria revive herida de bala. Ya tenemos derechos. Nadies nos puede agredir así nomás. Honor y gloria a los que hicieron posible que respiremos esta nuevita libertad.

(*) El Papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta