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Gastón Ugalde: ‘El rol del artista es transformar el mundo’

Este año lo pasé creativamente”, se ufanó Gastón Ugalde sentado en el living de la Galería Puro. El artista, nacido en La Paz en 1944, abrió sus exposiciones presenciales en noviembre con Colección Privada, una muestra que recoge diferentes piezas de su trayectoria artística y que en esta ocasión, mientras conversa apoyado en el sillón y los cojines de awayo —uno de los materiales recurrentes en sus obras y un elemento que le apasiona—, lo lleva a reflexionar sobre más de 50 años de trabajo. Con su característica forma de hablar dispersa, encantadora y extrovertida, Ugalde comparte  que los meses  de confinamiento lo inspiraron, agitaron su creatividad y provocaron nuevos proyectos

—¿Cómo afectó la pandemia del COVID-19 en su trabajo?

— Este año lo pasé creativamente. He caminado La Paz silenciosamente. La ciudad y yo en silencio por varios meses. Los tres primeros fueron un fenómeno de miedo y paranoia, la gente no salía y las calles estaban vacías. Fotografiar la ciudad así no había sido tan bonito, notamos que hasta la Jaén, cuando la ves sola, es un poco artificial. De todo esto tengo muchos registros de video y de fotografía. No sé qué haré con el material. Por otro lado, nos damos cuenta de que las galerías de arte en Bolivia siempre están en cuarentena. La gente no está acostumbrada a visitar galerías y museos.

—¿En qué momento se inició su carrera como artista? ¿Hay algún hecho o influencia en especial que haya sido decisiva en este camino?

—Uno nace artista. Lo que pasa es que la educación y la escuela te enseñan a dejar de ser artista. Tu manera de comunicarte y de sentir, en determinado momento, es de otra forma. Yo siempre estuve apegado a las artes. En 1960 mis padres me pusieron en un taller con Agnès Frank. A ella la considero una de las artistas más importantes del siglo pasado junto a María Luisa Pacheco, María Esther Ballivián, Inés Córdova y Marina Núñez del Prado. En la década de los 60, 70 y 80 hubo una fuerte presencia de la mujer en el arte y con producción, porque siempre he dicho que el artista boliviano no produce. Frank me abrió los ojos a la sensibilidad de la pintura, me transformó la manera de ver las cosas a través de una expresión plástica y pictórica. 

—Trabaja en técnicas muy diferentes, desde las tradicionales a las más relacionadas con el arte contemporáneo (pintura, fotografía, video, grabado, dibujo e instalaciones) ¿por qué?

— El ser multidisciplinario tiene que ver con la interculturalidad que vivimos constantemente en nuestro país y particularmente en la región andina del continente, desde México hasta Chile. En Bolivia es verdad que existen 36 naciones conviviendo dentro de una sola. Yo he caminado mucho por el país en los años 70 y los 80. La presencia de cada cultura influye porque Bolivia es diversa. El boliviano baila y canta, esa es nuestra máxima expresión y el arte siempre es fiesta. La dialéctica del porqué algunas culturas aprecian más la ópera o el teatro o el arte plástico es asombrosa, en algunos está y en otros no. Uno puede expresarse de diferentes maneras, sobre todo en el arte colectivo y trabajando con otros artistas y otras personas, que es la forma en que a mí me gusta, porque te lleva por distintas ramas.

—¿Qué elementos culturales sirven de inspiración para sus obras?

—La coca siempre me ha inspirado. Tuve exposiciones en Bolivia, Brasil, y en España, la Feria Mundial de Sevilla, donde tuve que restaurar la obra porque la gente se comía las hojas y Réquiem a la cocaína en París. La primera instalación de arte que hice fue en el Museo Nacional de Arte en los años 60 con khulas (pedazos de barro) porque vino un momento de sequía. Fue la primera instalación de ese tipo en el MNA. Las personas, sin embargo, no entendieron la exposición, incluso ahora no entenderían. Pero Teresa Gisbert de Mesa, que en ese momento era directora del museo, comprendió y publicó en un periódico un comentario que decía: “Este artista va a dar de qué hablar”.

Desde entonces hago mucha instalación, me gustan mucho las rocas y los proyectos de apachetas. He debido construir más de mil apachetas en todas mis caminatas, muchas de ellas comunitarias. La piedra y la sal siempre han sido un fuerte en mi obra. He hecho muchas performances a nivel mundial con sal. Dos veces he llenado el teatro María Teresa Carreño en Venezuela, el teatro más grande y moderno de Latinoamérica: 4.500 personas y escenario circular.

Foto: María José Richter

—¿A cuál de sus muestras le tiene algún cariño especial?

— Tengo varias, muchas de ellas colectivas. Trabajé con 10 o 12 artistas en un año o año y medio. El mural del bicentenario me gusta, pero nunca se lo ha llegado a ver como estaba propuesto por las bolitas. También tengo mucho orgullo de mis piedras en Tiwanaku, cada vez que voy me siento muy emocionado, me gustaría engrandecerlas. Recolectamos piedras gigantes del cerro y las llevamos hasta el lugar. Muchas de las piezas más importantes de Tiwanaku están en La Paz y en las fachadas de casas o se las han llevado a otros países, como Japón. Esta es la primera vez que alguien está trayendo piedras, he puesto unas 80 hasta la entrada del museo. Ahora quedan muy pocas. Me gustaría mejorarla, buscar financiamiento, pero ese es otro gran problema. En Bolivia no hay mecenas ni filántropos ni coleccionistas de arte, ni uno. El “negro” Romero lo era en su época, creó la primera Bienal de Arte INBO 1975. Gané el primer premio sin ser pintor, y ahí me volví caminante.

— ¿Qué papel, si acaso debe haber uno, tiene el artista hoy en día en Bolivia? ¿Hay alguna relación por parte del Estado?

— El rol del artista siempre es transformar el mundo, cambiar la humanidad y preservarla. El arte siempre es político, social y decorativo, al ser decorativo también tiene una influencia social.  El Estado debe mantener proyectos como Intervenciones Urbanas, cualquier cantidad de dinero que recibe el artista es un estímulo. Se puede vivir del arte si se trabaja con él. Todo el que trabaja vive de su quehacer.

—¿Cómo ve el mercado del artista boliviano hoy en día?

—Hasta hace unos años, yo me moría por ir a bienales, he ido a todas. Creo que soy el único boliviano que ha ido dos veces a la Bienal de Venecia, pero estas no sirven para comercializar, sirven para mostrarte, para conocer gente y para llenar el currículum. Entonces cobraron importancia las ferias en Miami, Sao Paulo y Nueva York, por ejemplo. Hay que vender para sustentar el viaje y ganar algo, pero es importante estar ahí para entrar en el mercado del arte. La realidad es que hay que vender, sino se vuelve a la figura del artista en el cuarto oscuro como Van Gogh y ahí el mercado realmente se vuelve pequeño.

—¿Qué proyectos tiene pensados para el futuro?

—Extraño mucho la integración de las sociedades bolivianas a través del arte. Ese fenómeno sucedió en los años 70 y 80 de una forma fantástica. Había una voluntad extrema de integrar el arte y había grandes artistas en el país. Los festivales de Sucre eran muy lindos, la gente los esperaba cada año. Eso se ha dejado pasar. Quiero ir a Cochabamba y a Santa Cruz para trabajar en ello, traer gente de afuera y promocionar a nuestros artistas. El 26 de enero estamos invitando a seis artistas a Uyuni. Queremos viajar con la muestra para integrarla a otras sociedades, como la cruceña, además de provocar el turismo interno y generar curiosidad.

Soy un improvisador todo el tiempo. Organicé esta muestra en la Galería Puro en muy poco tiempo. Y estaré presentando una instalación en Cochabamba, en la ex Casona Bickenbach, que ahora es el Campus Cala Cala.

Una de las máscaras en exposición. Parte de la exhibición ‘Colección Privada’ presentada en Galería Puro, ubicada en la zona de San Miguel. Foto: María José Richter

Perfil

Multifacético

Desde 1972 formó parte de más de 100 exposiciones colectivas en todo el mundo, incluidas las Bienales de Sao Paulo (1978, 1981, 1985), La Habana (1986, 1999), París (1982) y Venecia (2009, 2011). Montó alrededor de 90 exposiciones individuales.