Doctor Joel Moya, una vida dedicada a salvar la visión
Imagen: José Lavayén
Moya posa en su oficina, atrás reconocimientos y el pergamino que le dieron las personas ciegas con las que trabajó
Imagen: José Lavayén
Su compromiso comenzó siendo muy joven al trabajar con personas con discapacidad visual, quienes le permitieron entender la realidad del ciego. Su lucha se fortaleció salvando la visión de muchas personas
Había vuelto de Brasil de acabar una especialidad en un hospital-escuela en Belo Horizonte. De 28 años y con ganas de transformar el mundo, se encontró con la dura realidad en Bolivia: una economía frágil y el estar desempleado.
“Al no tener trabajo pensé hay que trabajar de algo. En aquel entonces entró al poder Jaime Paz Zamora y uno de los líderes de los médicos era militante y me lo encontré por la calle por pura casualidad y era mi amigo. Resulta que estaba yendo a tomar posesión, lo acompañé y él dirigió la reunión. Comenzó la repartija de trabajos. Al final, hablaron del Instituto Boliviano de la Ceguera y dijeron tiene que ser un oftalmólogo y me dijeron tú”. Así fue designado como presidente del Concejo Nacional de la Ceguera, pero sin sueldo y solo remuneración por alguna reunión.
“Me shockeaba un poco el título, pero tenía que enfrentar mi problema no podía correrme. Entonces me recibieron los no videntes y me hicieron preguntas. Me sentí desnudo porque ellos me estaban analizando todo con su pensamiento. Cuando uno se forma oftalmólogo se forma para operar, curar y tratar. Uno no se forma para rehabilitar ciegos, pero conocer este mundo fue maravilloso para mí”.
Moya descubrió que las personas que pierden la vista tienen que levantarse para que se integren y puedan leer en brayle, vestirse, cocinar y hacer actividades de la vida diaria. “La gente pese a esa adversidad se repone, rehabilita, viaja, se apasiona, pelea, lucha, se casa y tiene hijos. Son personas que no les escuchan y estuve con ellos un año y medio; fue poco pero aprendí mucho. Tras eso terminé escribiendo un libro: El ciego y la ceguera en Bolivia con documentación”, recuerda y una lágrima rueda por su mejilla porque recuerda que estas personas hasta lo llamaban “El ciego Moya”.
La experiencia marcó su vida, su compromiso por preservar la visión y alimentó su lucha contra la ceguera. Aún guarda un pergamino que los miembros de la Federación Nacional de Ciegos le otorgó, el mismo está colgado en el despacho de director que ocupa en el Instituto Nacional de Oftalmológico (INO) hace 10 años. Centro en el que trabaja desde 1979 y en el que quiso replicar el modelo de hospital-escuela donde se formó en Brasil y creó subespecialidades para los pacientes.
Pero antes de llegar a este alto puesto, la vida lo guió por el camino que debía seguir. “Llegaron a Bolivia una organización mormona que me becó a EEUU para un curso de actualización en Utah. Un americano indagó quien sabía de ceguera y esta población dio mi nombre. Seleccionaron tres médicos que fueron a Utah y me mostraron todo lo que hacían con las personas con discapacidad visual. También fui a un curso de catarata y escuché a dos médicos de centroamérica y recordé que tenía fotos de las actividades que hacíamos en Bolivia. Un gringo me vio, era miembro de una fundación y me dotó de 100 lentes intraoculares que costaban unos 300 dólares en aquel tiempo”.
Al retornar de ese viaje, lo despidieron de su puesto ya que estaba vinculado al Ministerio de Salud y los cambios respondían a intereses políticos. La vida hace que todo se concatene, esos lentes años más adelante serían donados por Moya para realizar cirugías en Oruro, junto con el Club de Leones, y devolverles la visión a afectados por estas patologías, que eran personas de la tercera edad.

Ayudar al otro
“Esa gestión que estuve con ellos (personas con discapacidad visual) desarrollamos un proyecto de viviendas y recibí una donación que llegaba de Europa y se hizo 30 casas para no videntes en un terreno que rescatamos de ellos. Se reactivaron los talleres de la vida diaria”.
¿Por qué apasionarse tanto por ayudar a otros? El médico responde que el fue el primer médico en su familia y conocía la realidad de las personas que vienen de abajo. Nació en Vallegrande —tierra de su madre y le heredó los ojos verdes— y su padre es del norte de Potosí. Ambos lo forjaron con sensibilidad social.
“Yo era joven, tenía unos 30 años, tras esa operación hicimos más de 500 actividades con el programa e hicimos cirugías de cataratas gratuitas por diferentes lugares del país. Siempre fui muy transparente con la donación porque quería que muchas personas se beneficien y eso gustó de mi trabajo para los patrocinadores. Así hubo más apoyo y se concretó el departamento de apoyo a la comunidad que tiene el INO con el que hemos viajado por toda Bolivia. Hemos atendido unos 3 millones de pacientes, regalamos lentes y medicamentos. Los gringos decidieron mandarme corneas para operaciones y sumó más de 3.000 cirugías. Un tejido de buena calidad en EEUU cuesta $us 1.000. Era cifras altas que se dieron gratis a quienes se necesitaban”, rememora el médico, que se postuló para el INO y lo logró.
Esa lucha filantrópica por salvar la visión es algo que quiere transmitir a los médicos que se forman en especialidades en el INO. “Entender lo que le pasa al otro y ayudarlo es muy importante y va más allá de solo pensar en lo material”, sentencia.