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Los Gismondi: Un legado fotográfico rico y vivo

Un cartel da el aviso sobre una vieja puerta de madera de la calle Comercio, al 1013: “Foto Gismondi se traslada a la zona Sur” y debajo dos teléfonos, una dirección de Facebook y un correo electrónico. El mítico estudio fotográfico de Luigi Doménico Gismondi se inauguró en 1907 a una cuadra de la plaza Murillo y hoy, tras 114 años, cierra sus puertas en el centro. La familia Gismondi tiene negativos corriendo por sus venas desde hace siglo y medio: la bisnieta Geraldine sigue a pie de cañón tras heredar el oficio de su bisabuelo Luigi, su abuelo Adolfo y su madre Graciela. “Hemos vivido la fotografía en mi familia desde la cuna, está en nuestros genes”, dice Geraldine. Su madre Graciela tiene 81 años y siempre se opuso a trasladar el estudio, a hacer cambios. “Con su edad sigue sacando fotos y ese es su gran motivo para vivir”, contaba su hija el martes. Un día después, Graciela va a morir; quizás por un resfrío mal curado, quizás por el dolor de ver ese cartel sobre el número 1013 de la calle Comercio.

Luigi Doménico Gismondi llegó al puerto peruano de Mollendo desde San Remo, Italia, en 1890, huyendo de la miseria apenas unas décadas después de la unificación italiana. Viajó en barco junto a su padre Pietro, su madre María y sus tres hermanos mayores Giacinto, Stefano y Angelina. Tenía 18 años y todo un mundo para recorrer por delante. Se casó en 1901 en Arequipa con Inés Morán, una peruana de Majes, con la que tuvo catorce hijos, de los cuales solo sobrevivieron siete. Los Gismondi eran/son una familia de artistas e iban a seguir el legado de otros italianos célebres en el Perú como Bernardo Bitti y su rol fundamental en la Escuela Cuzqueña de Pintura.

Giacinto y Stefano comienzan a viajar por el vecino país y así recorren a finales del siglo XIX Cuzco, Arequipa, Lima, Chincha, Callao, Trujillo y Huacho. Son a estas alturas los Gismondi Hnos o Gismondi y Cía y sus servicios van desde los retratos al óleo, la acuarela y el pastel hasta los cuadros mitológicos/históricos y las decoraciones al estilo del Renacimiento italiano. Los hermanos de Luigi Doménico llegan incluso a pintar la “Capilla Sixtina” de Colán. Para entonces, nuestro Gismondi ya había viajado por todo el sur del Perú, el norte de Chile y toda Bolivia a lomos de una mula o simplemente caminando, siempre con su cámara de fuelle al hombro. El foto-óleo era una de las atracciones novedosas de su repertorio.

En 1904, Luigi Doménico llega por primera vez a La Paz. La flamante sede de gobierno apenas tiene 70.000 habitantes y 22 barberos. Tres años después, el italiano se instala y abre su primer estudio en la calle Yanacocha al 95 esquina Comercio en plena arteria comercial donde se asienta una nutrida colonia de extranjeros para vender telas, trajes, embutidos, cerveza y relojes. Ha conocido al presidente José Manuel Pando en uno de sus andanzas y ha logrado que lo nombre fotógrafo oficial de la presidencia. El negocio comienza a ir viento en popa con retratos de los mandatarios de turno que llegan caminando desde la antigua Plaza Mayor al estudio Gismondi. Los pongos, los caciques aymaras, los mendigos y las hermosas cholas se alternan en el tercer piso de su taller con las damas y los caballeros de la alta alcurnia paceña. Para Luigi Doménico, un rostro en primer plano es un rostro en primer plano. El racismo y el clasismo siempre quedarán fuera de foco.

El letrero de la mudanza del estudio

Por las noches, el italiano reproduce la Alameda iluminada, también hace inéditos fotomontajes y usa sus habilidades artísticas para retocar las fotos. Entonces, Gismondi decide embarcar de nuevo a toda su familia de regreso a Italia para comprar la vieja casa del padre rodeada de olivares, cerca de San Remo, junto al mar Adriático. Se va toda la prole menos dos hijos que han heredado la pasión paterna: Cesare parte a Lima para montar su propio estudio y

Adolfo se queda en La Paz. De los tres hijos que tuvo don Adolfo, solo Graciela siguió con el oficio de fotógrafa. “Desalojamos el estudio de la Comercio justo antes de la cuarentena rígida, tardamos dos días en trasladarnos en dos camiones grandes, bajamos todo, desde muebles del siglo XIX hasta viejas películas de mi abuelo Adolfo y el enorme catálogo desconocido de mi bisabuelo”, dice la bisnieta, la cuarta generación de los Gismondi.

Hace unos años, una institución de Estados Unidos llegó a La Paz interesada en la magna obra fotográfica y digitalizó unas 300 instantáneas que registran el trabajo en las minas, las ciudades de Bolivia y sus monumentos y las diferentes nacionalidades de todo el país desde el Chaco, los valles y la Amazonía hasta el altiplano. No es ni el 10% de todo un rico patrimonio que hoy está guardado en la casa particular de doña Geraldine. “Tres veces la Alcaldía ha intentado comprarme el archivo, como hicieron con don Julio Cordero, pero no hemos llegado a ningún acuerdo. Ellos quieren quedarse con los derechos de autor y yo no quiero renunciar al sello de Gismondi, ese es mi mayor tesoro y lo que me mantiene hoy haciendo fotos bajo el legado de mi bisabuelo. También quisieron darme unos 50 pesos por unos muebles de hace dos siglos diciendo que eran solo trastos viejos. Una vez también vinieron al estudio unos señores de Chile y me dijeron que las películas de cine son altamente inflamables, que tienen TNT en su composición. Lamentablemente en nuestro país no es como en otros que existen fundaciones públicas o privadas que tienen el presupuesto y el cuidado para tener todo estos materiales en buenos lugares de conservación y preservación con temperatura y luz adecuada”, añade.

Geraldine Gozálvez enseña un retrato de su abuelo Adolfo Gismondi

Geraldine todavía recuerda cómo jugaba con los químicos bajo la atenta mirada de su abuelo Adolfo. “Nos gustaba enredar con nuestras manos y asistir a ese acto de magia al ver cómo el blanco y el negro se convertían en sepia con el virado, adoraba colorear y sellar las fotos. Y me acuerdo de niña ver a mi madre batir la cola para pegar los cartones y las postales con fotos de naturaleza”, relata con nostalgia a pesar de que también rememora el frío y la oscuridad del cuarto de revelado y las manos dañadas. Su vida ha estado rodeada de negativos de vidrio, de acetato, de rollo, placas, daguerrotipos y grandes lentes. Y también de fuego y sus restos: “El estudio se quemó un día que llegó una pareja de recién casados a sacarse un retrato. El hombre encendió un cigarrillo y lo apagó en un maceta con serrín. Eso originó el incendio y se quemaron muchos negativos que hoy tienen la marca quemada. No me acuerdo si fue en vida de mi bisabuelo o unos años después”.

Geraldine Gozálvez Gismondi ha pasado en los últimos años buenos y malos momentos. Los malos se resumen en los días y semanas de octubre y noviembre de 2019 cuando el centro se llenó de gases y se vació de clientes. Luego llegó la pandemia y la posterior quiebra. Y el obligado traslado por la imposibilidad de pagar alquileres y demás gastos.

Los buenos momentos siempre llegan de la mano de los clientes más fieles. “Me siguen buscando en mi estudio de la zona Sur personas que llaman al teléfono desde Ciudad Satélite en El Alto o desde la plaza Riosinho. Son hombres y mujeres que estaban acostumbrados a pasarse por el estudio de la Comercio. Un señor mayor vino el otro día y me dijo: La fotografía más hermosa de toda mi vida me la tomaron en Foto Arte Gismondi en el año 1946, quería una copia, estoy recién buscando el original”. Geraldine suele vender también los originales de las fotos más celebres del bisabuelo, como esa que titula Hombres tirando una cuerda de 1925, obra que compró por su belleza y composición —propia de un gran artista plástico— el fotógrafo paceño Patricio Crooker.

Una de las virtudes del estudio es ofrecer fotos de antaño y retratos “vintage” con vestidos de hace un siglo que eran propiedad de las abuelas paterna y materna de Geraldine. “He estudiado publicidad, diseño gráfico y escenografía. He tomado cursos de maquillaje y de fotografía con grandes maestros como el peruano Oscar Medrano, que fue el primero en retratar a los guerrilleros de Sendero Luminoso en la selva de Ayacucho. Soy diseñadora de modas y fui bailarina con el ballet de Chela Urquidi y conozco mucho de posturas y poses. También fui modelo, por lo que sé cómo deben pararse las chicas y los chicos para una buena foto. Pero a pesar de todos los estudios y experiencia, creo que este oficio es innato”, dice Geraldine que reniega porque hoy la gente —con los celulares a bocajarro— no aprecia ni distingue una buena foto de una mala y porque hoy lo digital permite retocar todo y cambiar hasta la identidad de lo retratado.

Luigi Doménico —cuya biografía definitiva está escribiendo Miriam Quiroga Gismondi— no quiso comprar nunca los cuatro locales donde funcionó su legendario estudio entre la calle Comercio y la Yanacocha. Volvió a Mollendo para morir dos años después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Nunca pensó en quedarse pero se quedó. Gismondi, el gran retratista de La Paz, el gran constructor del imaginario de todo un país diverso que recorrió de punta a punta, registró para la posteridad nuestro mejor presente.