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Fernando Miranda: La dedicación detrás del oficio de la imagen

Te voy a contar una anécdota”, dice el fotógrafo Fernando Miranda. Detrás de él, un estante de libros de fotografía sirve de fondo para unas cuántas cámaras fotográficas antiguas y magníficas, tan cuidadas que parecen recién fabricadas. “En los noventa, hubo una época en que los fotoperiodistas argentinos hicieron un paro y diarios como Clarín, o La Nación, y todos los demás, salieron sin fotografías”, rememora Miranda, entendiendo que su interlocutor todavía no logra captar la magnitud de esa historia.

“Ni siquiera las publicidades tenían imagen, solo había textos”, continúa. Está vestido casualmente y sonríe ligeramente mientras habla. Entre los libros hay ejemplares de los cinco libros de fotografía que ha publicado hasta el día de hoy. Justo detrás de él, en varios estuches negros, descansan archivados los negativos de su extensa obra: 31 años de trayectoria profesional como fotógrafo. 

“Un docente en Argentina me decía que los diarios tienen un epígrafe grande y su fotografía para que cuando lo pongas en el quiosco, de lejos no leas sino veas el título del diario y la foto y eso te atraiga”, explica Miranda, quien se define como fotógrafo por oficio.

Aquellos diarios sin fotos, sustituidas por una cruz o una mancha negra, abundantes en letras pequeñas sin nada que las ilustren, son un episodio fuerte en la memoria de un hombre que ha dedicado su vida al oficio de la imagen.

Si bien de profesión tiene el título de técnico en sonido de grabación y música, Miranda es un fotógrafo cuyas habilidades lo han llevado a dar talleres sobre el tema en Argentina y Bolivia, así como a ser restaurador y curador de fotografía en el Museo Nacional de Etnografía y Folklore, con quienes trabajó en la colección de Damián Ayma, patrimonio documental del mundo.  

“De chico siempre he soñado con imágenes. Mi sueño era hacer pintura, pero si me transporto en el tiempo, en esas épocas era muy difícil estudiar pintura. Así que me quedo enamorado de una cámara de mi padre, que aún la tengo y funciona. Ahí empieza mi camino con la imagen”.

Para Miranda la imagen es un vehículo de expresión que lo ha ayudado a traspasar muchas barreras en lo personal, con el beneficio añadido de conocer a mucha gente interesante y varios países.

Romántico y analógico

En tiempos digitales, Miranda elige todavía ser analógico. Lo suyo son los carretes para la cámara, el revelado de negativos en un laboratorio y el esfuerzo casi artesanal que debe poner en cada fotografía analógica. 

“No reniego para nada de lo digital. Lo hago también”, aclara quien fue fotoperiodista en Argentina y que abandonó esa línea de trabajo para dedicarse a su obra autoral. Para él, la fotografía digital puede ser una herramienta muy útil. Sin embargo, en Bolivia se sentía como una imposición.

“Cuando vuelvo a Bolivia, encuentro con pena un país que había matado lo analógico. Ibas a un negocio a comprar un rollo de 35 mm y quien te atendía te miraba como si fueras un marciano. A lo mejor no entendía lo que habías pedido y llamaba a alguien más y decía ‘el señor está buscando algo que no sé’”.

Amante del laboratorio de revelado y sus químicos, Miranda ha aprendido a hacer fotos con varias técnicas de primera época. Collodion, fotografías en vidrio, cianotipia, calitipia. Todo forma parte de un cuidadoso proceso, que empieza con el fotógrafo planificando cuidadosamente cómo utilizará la luz.

“En el mundo de hoy tienes rapidez para sacar la foto y verla en el instante. Si no me gusta, la borro. Y así muchos de los fotógrafos pareciera que están jugando jueguitos con un joystick en la mano borrando y borrando”.

Para él la imagen es un momento específico al que se tiene que esperar y lo analógico le permite soñar con ello, mientras pacientemente interpreta la luz, listo para recibir ese momento, sin la idea de que luego podrá meterlo en una computadora para arreglarlo.

“A lo mejor, cuando llegue al laboratorio con los negativos descubriré, lleno de sorpresa, que la foto que hice está buena, pero que a veces la de al lado está mejor. Eso todavía me llena de satisfacción”.

Casi retando a su interlocutor a que lo llame un romántico, Miranda cree que el verdadero valor de la fotografía es saber ver y saber entender.

Miranda en su estudio. Foto: Álvaro Valero

Foto: Álvaro Valero

Miranda colecciona máquinas antiguas y las usa para poder ejercer su oficio como fotógrafo en sus términos. Foto: Álvaro Valero

Miranda realiza fotos de primera época con técnicas únicas que requieren el mezclado de sustancias químicas en su laboratorio. Foto: Álvaro Valero

Foto: Álvaro Valero

La democratización de la imagen

“Creo que, en el mundo de hoy, gracias a la inmediatez, se han perdido las pequeñas cosas que son grandes al final. El saber valorar ese tempo de que la vida no es toda rápida, que en la vida todavía hay que tomarse un momento para observar y ver”.

Para él, la fotografía es el oficio de pintar con la luz y el oficio de la imagen es tiempo y dedicación. Algo que no se encuentra en la democratización de la imagen que trajeron los celulares y las fotos inmediatas. Pueden ser buenas, pero les falta la entrega que tiene alguien con oficio.

“Ansel Adams, un fotógrafo americano, tomaba apuntes de un lugar y volvía después de un año para recién tomar la foto. Por eso es el maestro que es”.

Miranda lo dice pues sabe que no es lo mismo mostrarle a un coleccionista que paga $us 6.000 por imagen una foto en plotter pegada en trupán, que, en un papel de algodón, copiado en laboratorio. “Pero ¿cuánta gente tiene acceso a eso?”, se pregunta y con ello recalca que a su modo el oficio de la imagen es uno muy duro de ejercer pero lleno de satisfacciones.

“La fotografía nunca ha sido barata (por costos y esfuerzo). El cómo, el cuándo, el por qué, todo importa. Ese es el respeto que uno tiene que tener por su trabajo. Todo el mundo puede hacer imágenes, pero no todos son fotógrafos. Yo, por ejemplo, amo cocinar, digamos que sé cocinar, pero no soy un chef”.

Pero, con el mundo retornando, cada vez más, a la tendencia analógica en fotografía, Miranda se siente emocionado por lo que eso podría significar para los muchos fotógrafos bolivianos que conoce y que, en algunos casos, ha ayudado a formar.

Y mientras tanto, Fernando Miranda seguirá trabajando en sus retratos, restaurando fotos históricas con el Musef, y entendiendo la imagen desde el lente que su oficio le ha dado, siempre viajando y conociendo gente y momentos nuevos.