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¿Por qué gustan las telenovelas turcas?

Doña Cristina espera todas las noches su telenovela favorita. Antes veía “novelas” latinas pero ahora le gustan más las turcas. No se perdió un capítulo de Las mil y una noches y la historia de amor entre Onur y Sherezade y ahora está enganchada a Tierra amarga, por Unitel. Su hija universitaria, Wara, también ha sucumbido. Ambas gustan del formato antiguo, clásico y tradicional: las viejas historias de folletín no envejecen nunca. La caballerosidad, la entrega, el amor romántico y desesperado, y la solidaridad familiar están de regreso, o tal vez nunca nos abandonaron. Pero, ¿por qué gustan tanto estas series pensadas y rodadas en un país tan lejano y ajeno como Turquía, de mayoría musulmana?

Una de las principales razones por las que las dizi (“serie”, en su idioma original) tienen tanto éxito en los cinco continentes es porque las tramas son universales: argumentos con los que resulta fácil identificarse. A la universalidad —el relato de la mítica Sherezade y sus cuentos de las mil y una noches es un ejemplo— hay que sumar la lentitud en las tramas y un conservadurismo moral de siglo XXI, caracterizado por lo políticamente correcto y los mensajes con contenido social contra la discriminación y la violencia machista.

La química entre los personajes —interpretados por célebres actores y actrices de una belleza alejada del estereotipo gringo y cercana/semejante a la latina— no se demuestra con toqueteos y cercanía física (menos con besos), sino con miradas, gestos y lenguaje corporal. La nueva Meca del entretenimiento casero supo, como nadie y sorprendentemente, leer y captar cierto cansancio en determinadas audiencias alrededor de la hipersexualización de la televisión actual. Y llenar ese vacío abandonado.

Las “novelas” turcas —al contrario que las edulcoradas y/o narcoviolentas latinas— no tienen el amor como único ingrediente del menú: el misterio, el drama, el adulterio, la aventura y un final sorpresivo salpican las largas series que no siempre tienen un happy end moralizante. Es decir, trabajan más y mejor la empatía y hay un mayor “respeto” por la inteligencia del espectador y espectadora que es enganchado por la “dictadura de las emociones” y por el reto de tomar partido de forma directa ante disyuntivas éticas, entregando así un rol “activo” al consumidor.

La buena factura técnica —con especial atención a la música— y los escenarios naturales, exóticos y lujosos (¿aspiracionales?) a orillas del Estrecho del Bósforo —a contra corriente de las telenovelas latinas grabadas en estudio— son el postre de esta receta/fenómeno que ha llegado a los hogares bolivianos para quedarse.

Turquía fabrica más de cien “novelas” de lujo al año a bajo coste y vende a un total de 156 países por todo el mundo. Se calcula que 600 millones de personas de cuatro continentes han visto alguna dizi. El país de los baños turcos es el segundo mayor exportador mundial de ficción televisiva, solo por detrás de Estados Unidos. Y lo hace con estándares de postproducción (sonido, imagen, música) semejantes a las de las grandes películas hollywoodenses.

El Gobierno de Ankara (su capital oficial) es plenamente consciente de su importancia estratégica y cultural y lo nota principalmente en el sector turismo. La llegada de visitantes del exterior ha crecido a la par del éxito de las novelas en medio planeta. Según la Organización Mundial del Turismo, Turquía —el paraíso de los palacios, los bazares, los castillos, los cruceros por el Mar Egeo y las grandes iglesias convertidas en mezquitas como la de Sofía— es el sexto país que más viajeros capta con cerca de 40 millones de turistas al año. Solo es superado en Europa por Francia, España e Italia. Desde que las series turcas entraron en América Latina, los viajes a Turquía, han aumentado un 35%, principalmente de brasileños, argentinos, colombianos y mexicanos.

Sin embargo, fue Chile el primer país sudamericano donde llegaron y triunfaron y también donde se doblan al castellano para el resto del continente. Y se hace con un lenguaje neutro pero reconocible por la audiencia latina con el fin de generar cercanía. En 2014, el canal chileno Mega apostó por Las mil y una noches y su share se disparó, llegando la televisión del vecino país a tener cinco novelas turcas simultáneamente por tres canales diferentes.

Desde el Observatorio Iberoamericano de Ficción Televisiva la tienen clara: “Las tramas sugieren un proceso de mediación entre dos espacios: modernidad/tradición, ciudad/área rural, religiosidad/laicismo, turcos/kurdos… Un espacio tradicional y patriarcal marcado por la religión y la familia como núcleo de amor e identidad versus otro espacio moderno marcado por los derechos de la mujer empoderada y capaz de liberarse de los malos tratos, del matrimonio forzoso o de la violación pero en el que los personajes no logran encontrar el amor”.

Así, el 70% de la audiencia de las series turcas es femenina en su país de origen y en sus países de recepción. No es casualidad que una buena parte de los guiones y la dirección esté en manos de mujeres, decididas en Turquía a colar subrepticiamente mensajes de superación.

Pero la producción audiovisual turca no se contenta con “novelas” por doquier a precios accesibles sino también está produciendo miniseries para paladares más “exquisitos” como Hakam, el protector, la primera serie otomana de Netflix, de acción y fantasía. Y el próximo paso es más ambicioso si cabe aún: siguiendo el modelo del cine indio (y su famoso Bollywood) se construyen ya los estudios Midwood (los más grandes de Europa) con el fin de producir telenovelas locales y atraer los grandes rodajes internacionales. Doña Cristina tiene novelas a su gusto garantizadas de por vida.

‘Amor eterno’ es una de las telenovelas turcas con más éxito en Estados Unidos y Latinoamérica. Foto: Internet

¿Por qué no se besan?

Es más difícil toparse con un beso en una telenovela turca que encontrar una aguja en un pajar. No es que estén prohibidos, pero casi, porque son muy poco frecuentes y cuando los hay son muy cortos (no más de tres segundos) y sin lengua, por supuesto. Y es que Turquía es un país de 83 millones de habitantes con la gran mayoría (99%) confesando la religión musulmana (80% son sunitas y 10% alevíes). Y en el Islam, el beso está reservado para la intimidad; un ósculo en público es visto como inmoral.

El horario habitual de las series turcas en su propio país es la nueve de la noche —como en Bolivia— y es normal que toda la familia se reúna en torno a la televisión, incluyendo niños y niñas. El Consejo Superior de la Radiotelevisión (RTÜK) vela por esta regla no escrita e incluso ha habido protestas en las calles cuando un beso apasionado en vía pública televisiva ha sobrepasado la raya.

Turquía, bajo el gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan, ha visto cómo el país experimenta una acelerada islamización, a contra ruta del origen laico de la nación fundada por Mustafá Kemal Atatürk tras la ocupación de su capital histórica Constantinopla (actual Estambul) y la caída del vetusto Imperio Otomano (1299-1920), como consecuencia de la derrota turca en la I Guerra Mundial. Esta incipiente sensibilidad religiosa es visibilizada políticamente a través de una hegemonía de los partidos conservadores. La última “novela” en padecer la censura fue Kara Para Ask (2014), serie donde abundaron los besos y las escenas pseudo eróticas.

Y si los besos atentan contra la moralidad y la decencia de las nuevas generaciones, el alcohol y el tabaco, también. Cuando los personajes toman, lo hacen en vasos de cristal sin marca de trago alguna. También están prohibidas las escenas violentas contra la niñez y la mujer aunque Turquía tenga una alta tasa de feminicidios. Las telenovelas, aunque sean turcas, no pueden dejar de ser telenovelas.

La exitosa ‘Tierra Amarga’. Foto: Internet

Las ‘novelas’, como ‘soft-power’

Turquía es pleno sabedor de que sus telenovelas ejercen un rol político fundamental; que son instrumento clave de su soft-power (poder blando) de su geo-política internacional. El soft-power es la capacidad de un actor político para incidir en las acciones de otros actores valiéndose de sus medios culturales o ideológicos. O sea, lo que ha venido haciendo Hollywood después de la II Guerra Mundial a la actualidad.

Los melodramas románticos se han convertido en la herramienta más influyente turca en el mundo y han mejorado la imagen de un país tradicionalmente vinculado a conflictos políticos y atentados terroristas. El gobierno del presidente Erdogan ha abierto recientemente nuevas embajadas en América Latina como en Costa Rica o Guatemala.

Los países vecinos (y otrora aliados o enemigos durante el Imperio Otomano) perciben las “novelas” como “imperialismo cultural”, no muy diferente del estadounidense. El plan de Erdogan de volver a colocar a su país como actor fundamental en el tormentoso mapa de Oriente Medio (con su rol activo en la guerra de Siria) no descuida la capacidad de influencia de sus telenovelas. Así, Arabia Saudita, país competidor, ha eliminado las series turcas de su programación televisiva mientras que Egipto, otrora la nación árabe dominante, ha emitido una “fatwa” (decreto religioso) en contra.

Entre las pioneras está ‘¿Qué culpa tiene Fatmagul?’. Foto: Internet