Gil Imaná: El maestro visionario que entregó su arte al país
El 28 de enero murió el artista nacido en Sucre. Antes de partir al encuentro de su amada Inés Córdova, dejó un legado que resume su visión y su vida
Dame unos 10 minutitos”, pide José Bedoya, historiador del arte boliviano del siglo XX. Es media mañana del jueves 28 de enero de 2020. El exdirector del Museo Nacional de Arte (MNA) recién se ha enterado de la muerte de su amigo personal y colega Gil Imaná Garrón, uno de los más grandes pintores de la historia boliviana.
Media hora más tarde se escucha su voz más tranquila y centrada. Hay tantas cosas positivas que decir sobre el pintor nacido en Sucre el 16 de julio de 1933 y reconocido con el Cóndor de los Andes en 2014, que no sabe por dónde empezar.
Todo un niño prodigio, Imaná siempre tuvo la facultad de expresarse a través del dibujo, pero no sería hasta sus 14 años que, al ser reclutado para un taller especial del maestro de pintura lituano Juan Rimsa, comenzaría su carrera como artista.
“Su padre y madre tenían también una sensibilidad extraordinaria y mucha amplitud de mente pues, en ese tiempo, que dos hijos te digan vamos a ser artistas era medio complicado”, comienza Bedoya.
Quizás el momento fuerte todavía no ha pasado. El gestor cultural recuerda en aluvión muchas cosas a la vez y las va contando, pero algo que siempre prima es la certeza de que Gil Imaná era un espíritu abierto, grande y noble.
Así empezó el legendario grupo Anteo del que formó parte junto con Lorgio Vaca y Walter Solón. Todo comenzó en una cama de hospital a la que estaba forzado Solón, en situación muy delicada, tras un accidente aéreo. “Sin prácticamente conocerlo, estos artistas conformaron un grupo que iban a visitarlo y apoyarlo constantemente”, relata Bedoya. Aquel grupo marcó un segundo espacio para la conformación de la personalidad artística de Imaná: la posibilidad del mural y su íntima relación con las clases trabajadoras.
Poco después llegaría el tercer espacio de desarrollo artístico de Imaná, un detalle trascendental: el amor por Inés Córdova, con quien conformó una pareja entregada al arte. Ella trabajaba en cerámica, él aprendió a expresar su pintura en ese material. “Inés Córdova es un nombre inseparable de Gil Imaná. Seguramente Dios y su Inés lo estaban esperando con los brazos abiertos”, agrega Bedoya.
El entrevistado guarda un breve silencio y luego suelta lo que había pensado: Imaná estaba delicado desde hace rato. “Había prácticamente perdido la vista, pero, aun así, con esa limitación, él siguió dibujando e hizo un par de exposiciones de dibujos prácticamente de memoria”.
La familia lo cuidó hasta los últimos momentos de la madrugada, cuando murió de causas naturales a sus 87 años.
Un regalo para Bolivia
Una primera llamada es rechazada. Con mucha amabilidad, el músico Cergio Prudencio, viceministro de Interculturalidad del Ministerio de Culturas, Descolonización y Despatriarcalización, informa en un mensaje que en ese momento está en una reunión. Pero cuando se entera del motivo de la llamada pide también unos minutos hasta poder estar disponible.
“Me siento muy orgulloso de poder decir que durante mi presidencia en la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (FCBCB) se consolidó a plenitud la donación de don Gil Imaná que, por voluntad plena, fue realizada en favor de la fundación. Incluyendo cerca de 7.000 bienes culturales y un inmueble ubicado en la calle Aspiazu, esquina 20 de Octubre, con el fin de hacer allá el museo ImanáCórdova”, declara con formalidad.
Minutos antes, José Bedoya había dicho que aquella donación fue, para Imaná, el acto final de amor a la patria y a sus ideales. La colección, que incluye obras propias y ajenas que fue adquiriendo con los años, fue parte vital de su investigación para generar su estética característica.
Prudencio, por su parte, habla de todo el movimiento que trajo esa colección. Entre gestiones y papeleos, el viceministro llegó a conocer muy bien a un Imaná que, pese a ya estar prácticamente ciego, todavía conservaba una memoria prodigiosa.
Bedoya también rememoró lo útil que fue esa cualidad durante la época de la donación: él nada más tenía que describirle a Imaná unos cuantos detalles de las pinturas para que, a falta de vista, él las pudiese recordar con exactitud.
Esta donación implicó un desprendimiento y una visión muy importante, destaca Prudencio. “Él estaba muy consciente de que, ante semejante magnitud de obra, lo que correspondía era que el Estado se encargue de gestionarla, administrarla y difundirla. Lo hizo en un momento en que la gestión gozaba de muy buena estructura y posibilidad de atender la donación. No fue fácil, aun habiendo la voluntad de don Gil y la disposición clara de transferirle a la fundación, había temas jurídicos pendientes. La titulación de la casa no estaba consolidada, la catalogación no estaba concluida, lo cual concluimos junto al Ministerio de Culturas”. Sin embargo, no se pudo cumplir la voluntad última del artista: que esa casa sea una casa museo. El músico señala que esto les corresponde a las nuevas autoridades de la FCBCB.
“Era un hombre extraordinariamente sensible, cosa que se demuestra en su obra. Una sensibilidad con el ser humano, con el paisaje, con la fuerza telúrica, con las causas sociales. Era muy culto, muy cultivado, muy leído, con quien era exquisito conversar sobre diferentes temas del arte, la cultura y la filosofía”, recuerda. Hay un silencio. “Ay, me toca una fibra”, dice mientras se le quiebra la voz. “Su ternura, sí, él era un hombre muy tierno”.
Termina la llamada con este quiebre honesto, breve, significativo y casi tan descorazonador como el del artista cruceño Lorgio Vaca, el último miembro vivo del grupo Anteo quien, horas después, en un tono tranquilo, resignado y de respiración tan acompasada como invisible, expresa también su dolor. “Para mí es… no tengo palabras para describir mi sentimiento porque Gil es mi hermano del alma y… en fin… no sé qué decir.” No es necesario verlo para sentir cada uno de esas palabras.
Adiós a Gil Imaná
Un camino de despedida
No faltaron los homenajes en vida para los ganadores del Premio Nacional de Cultura 2004. “El momento más gratificante en mi trayectoria como director del Museo Nacional de Arte fue conocer a Gil Imaná, tener el honor, junto a la jefa de la unidad de museo, Karen Brigido, y con el apoyo del equipo del museo, de realizar la muestra Inés Córdova Gil Imaná – Homenaje a un amor”, relata el exdirector del MNA Max Hinderer Cruz.
“Tuve el honor de acompañar a don Gil por las salas de exposición a visitar la muestra instalada, era el 30 de agosto de 2019, apenas unos momentos antes de la inauguración de lo que fue la última gran retrospectiva de su obra en forma de homenaje. Escuchar sus palabras, profundas, conmovedoras, emocionantes”.
La pieza final, que concluía el recorrido, era un dibujo al carbón, La Partida, que Gil Imaná dibujó tras la partida de Inés: un dibujo hecho cuando el artista no solo había perdido al amor de su vida, sino la vista. “Dibujó con la maestría de una vida acumulada en sus puños, con la pasión eterna grabada en su memoria, dibujando directamente desde el corazón. La obra muestra el anhelado reencuentro de estas dos almas gemelas, Inés y Gil, reunidos, atravesando el Lago hacia el más allá”.
Ese reencuentro con Inés es el consuelo que amilana un poco el dolor de los que lo conocieron en su arte, su generosidad y su grandeza. Descanse en paz, maestro.