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El universo de libros de Álvaro García Linera

El escritor argentino Jorge Luis Borges dio una de las descripciones más exactas: le decía “universo” a lo que los demás llamamos biblioteca y es que un número, que parece infinito, de libros que se ordenan en un recinto no pueden ser más que puertas que transportan al lector a otros mundos y realidades. Eso lo sabe Álvaro García Linera, exvicepresidente de Bolivia, quien tiene una biblioteca con “varios miles” de libros, como él dice, ya que no lleva la cuenta exacta de la cantidad que posee porque no los colecciona, ni son un adorno; son objetos utilitarios que lee y usa para su constante formación política y para su trabajo intelectual como profesor de universidades internacionales en las que enseña.

“Los libros son mi aire y mi alimento. Mi madre cuidaba a cuatro hijos, trabajaba, nos alimentaba y nos mandaba al colegio. Ella no poseía ninguna propiedad y éramos una familia con carencias económicas, pero siempre sacaba al final de mes unos 20 o 30 pesos, de no sé dónde, que había ahorrado, para darme un libro. Me incentivó a la lectura”, rememora.

El adolescente de 14 años de aquel entonces acudía con ese dinero a comprar ejemplares para saciar su basta curiosidad. En esos trajines, le llegó Espartaco, del escritor Howard Fast. En esa historia, el gladiador encabezó una rebelión de esclavos y puso en jaque al poder de la República romana, lo que lo consolidó como un héroe de la lucha contra la opresión e injusticias. Ese relato fue el puente que lo llevó a buscar lecturas más profundas sobre marxismo, comunismo y filosofía, ya que previo a ello leía historietas, como la gran mayoría de los jóvenes de su edad.

Foto: Rodwy Cazón

“Estábamos en dictadura de Hugo Banzer, pero ya había un despertar social, se estaban reactivando los sindicatos y las movilizaciones. Entonces los jóvenes mayores que yo atravesaban un proceso de radicalización. Los partidos PS1, MIR, ELN, PCML y POR ya hacían su trabajo en las universidades y permeaba el debate de izquierda. Nosotros éramos muy jóvenes. Recuerdo que en mi casa siempre había un policopiado o algún texto de izquierda porque el mayor de mis hermanos aparecía con estos folletos, con música de protesta y lo absorbí. Me politicé con la politización de mi generación mayor”, recuerda el académico marxista.

Además, su madre conversaba con él y sus otros hijos sobre las lecturas que hizo de filósofos como Jean Paúl Sartre, Immanuel Kant y Montesquieu. “Eso iba influyendo en mis elecciones. Así iba a la Universidad (San Simón) a buscarlos. Como estábamos en dictadura, los libros de marxismo los traían a la Universidad porque era un tiempo inestable y no se podía conseguir en las librerías a menos que uno se haga amigo del dueño. Me hice amigo de don Werner Guttentag, de Los Amigos del Libro en Cochabamba, como ya me conocía, me metía a un cuartito donde estaban escondidos los libro de izquierda”. Los tres tomos de El Capital, de Karl Marx, fue una de las primeras lecturas que se propuso completar durante sus vacaciones escolares. “Tenía 15 años y evidentemente no entendí el 95% de lo que estaba allí, pero significó una disciplina porque cada tomo tenía 800, 600 y 1.000 páginas, respectivamente. Allí comencé a hacer anotaciones. Tras volver a clases expuse esa lectura en el colegio a mis amigotes y si yo no había entendido mucho leyéndolos, ellos menos”.

LECTURAS. Tres textos que el político recomienda a los jóvenes para detonar el pensamiento crítico. Foto: Rodwy Cazón

Tras esa experiencia se dio cuenta de que le faltaba más bagaje y fue el detonante para seguir leyendo. “Veía a mis mayores hablar de un autor y de otro. Estaba muy de moda en esa época leer a Guillermo Lora, a (Marcos) Domic y a Marta Harnecker. Ellos a su vez citaban a Lenin, Tucker o  Hegel y como no me contentaba con tener menos información que mis mayores, acudí a sus fuentes principales y comencé a buscar las obras escogidas de Lenin, Mao y Marx”.

El ‘Qhananchiri’ y las tinieblas

“La vida es así, muy dura, los hijos tienen que dar, de vez en cuando, a sus madres grandes dolores si quieren conservar el honor y la dignidad de los hombres”, es una de las célebres frases de Antonio Gramsci, teórico marxista y sociólogo, que pasó gran parte de su vida en la cárcel. Uno de los escritos más reconocidos de este pensador italiano son los Cuadernos de la cárcel. Una colección de esta obra se alza en uno de los estantes de García Linera.

Desde sus 18 hasta sus 30 años, el marxista boliviano armó su primera biblioteca, la cual fue saqueada por policías cuando entró a la cárcel de Chonchocoro, tras haber formado parte del Ejército Guerrillero Túpac Katari (EGTK). Su nombre de lucha era Qhananchiri (“el que ilumina” en aymara) y sobre él pesaban 12 acusaciones.

“La Policía  encargada de la Fiscalía era del partido ADN, de Hugo Banzer y Tuto Quiroga, me robaron toda mi  biblioteca”. Pero la vida y su azar no dejan de sorprender. Dos décadas después, De demonios escondidos y momentos de revolución, uno de los libros de su autoría y que le habían saqueado, volvió a sus manos, pero con una dedicatoria, que no era precisamente para él.  “Ministro, le envío uno de los muchos libros que encontramos en la casa del delincuente y terrorista Álvaro García Linera, el Qhananchiri”, reza parte de la dedicatoria firmada por un capitán que realizó el operativo en 1992.

“Es el relato y el testimonio del saqueo que viví”, señala sereno, pese a que pasó cinco años en la cárcel, fue torturado y los dos primeros meses estuvo aislado sin poder ver ni hablar con nadie.

“En la cárcel leí 900 libros durante los cinco años que estuve recluido”, recuerda, pero fue una lucha lograr que le permitieran introducirlos al penal de máxima seguridad de Chonchocoro porque en principio no permitían que ingrese ni un periódico semanal. La pelea duró meses, pero en el séptimo mes logró que ingresen los tomos. “En la cárcel es muy fácil desplomarse moralmente, más aún si no sabes si vas a estar 10 o 20 años. Entonces, tienes tres opciones: eludir el mundo con las drogas, aferrarte al trabajo o leer”.

García Linera se refugió en la lectura, pese a que sus libros eran revisados para ver si eran subversivos o no y, en principio, le permitieron meter solo uno por mes. También trabajó en un taller del recinto penitenciario, produciendo muebles de bambú, hasta que el lugar se quemó en un motín en el que los presos reclamaban un sueldo por las largas jornadas de trabajo. Los libros fueron su refugio, para muestra un botón: cuando salió de prisión sostenía una bolsita con sus pocas mudas de ropa y un gangocho, dentro estaban todos los libros que puedo guardar en su celda pese a que para que entre un nuevo libro le obligaban a devolver el anterior.

Foto: Rodwy Cazón

Epopeya indianista

“En 1997 armé mi salida de Chonchocoro una media hora antes porque pensé ‘capaz no me dejan irme’. En la litera tenía ya una colección de libros”. Aquellos ejemplares que le acompañaron durante el encierro fueron El Capital y libros de cronistas españoles que describían sus viajes y experiencias durante la conquista. Esos tomos fueron los cimientos para reconstruir su actual e imponente biblioteca, que hoy se divide en cuatro habitaciones de su casa.

Así como la biblioteca de Alejandría fue capturada por un ejército musulmán que, según cuenta la historia, habría destruido con fuego el lugar cumpliendo una orden de un califa, la posibilidad de perder este templo del conocimiento se hizo carne en noviembre de 2019. “Se iba a quemar todo si se entraban a mi casa los golpistas el 19 de noviembre. Amenazaron con ello. Gracias a 15 personas, que no sé quiénes son, y mis dos cachorras que resguardaron este lugar no se concretó el hecho”, cuenta el exvicepresidente.

Los recuerdos se arremolinan en la cabeza del docente universitario cuando mira los lomos de las publicaciones y localiza algún ejemplar que marcó algún episodio de su vida. ¿Qué lo acercó al indianismo?, se le pregunta y responde que el bloqueo de caminos de 1979 de la Federación Campesina, cuando aún era un estudiante de 17 años. “En aquel momento, la Central Obrera Boliviana (COB) era el referente político y llamó a que levanten el bloqueo, pero la federación campesina no lo hizo. En ese tiempo había solo Canal 7, en blanco y negro, y allí salía el dirigente de la COB y el representante campesino. Esa  imagen me impactó porque eran unos campesinos-indígenas que no obedecían el mando obrero, hablaban otro idioma y vivían junto a nosotros. Dijeron que bloquearían La Paz y primero bloquearon la entrada al Lago”. Una reminiscencia del cerco de Túpak Katari en la colonia.

“El tema indígena se quedó en mí por esta ruptura cognitiva en mi mente de comunismo, socialismo, marxismo obrero y ahora aparecían los aymaras. Se despertó el racismo que escondía la clase media. Comencé a buscar la historia boliviana y me encontré con textos de Fausto Reinaga como El indio y el cholaje boliviano”.

Así germinó su lectura sobre lo indianista que se entremezcla con su marxismo hasta hoy y “hasta que me muera”, enfatiza y bajo la idea que gestó a sus 17 años: “Los indios deben gobernar Bolivia”. ¿Qué pasará con su biblioteca el día que él ya no esté? Alba su única hija, hoy de tres años, es quien la heredará.

Borges en la Biblioteca de Babel da una certeza en la que sospecha que más allá de todos nosotros y del tiempo que nos devora, la  biblioteca es la que perdurará: “iluminada,  solitaria,  infinita,  perfectamente  inmóvil, armada de volúmenes preciosos, incorruptible y secreta”.