Mañaneras: Aguja e hilo, armas de lucha contra la pobreza
El 80% de sus integrantes son mujeres y tienen más de medio siglo de existencia

No hay puntada sin hilo”, dice un refrán y también lo repiten las mañaneras. Cada una de las integrantes de esta asociación tiene una historia personal detrás de cada trabajo. Es un oficio que se hereda, de generación en generación en la mayor parte de los casos, y en el que el 80% de sus afiliadas son mujeres, quienes costuran y venden sus propios productos.
Las mañaneras son conocidas por comercializar sus confecciones en las calles, por la Tumusla y la plaza Eguino desde muy tempranas horas del día hasta antes de las 10.00, ya que esos espacios son ocupados luego por las vendedoras con patente y en el mundo de los comerciantes informales la territorialidad no da tregua. Esta actividad data de hace medio siglo, con una historia de organización gremial organizada para sobrevivir.
Esther Chura es una de las mañaneras. Su madre se dedicó a este oficio y ahora lo hace ella y también su hermano, quien migró y trabajó durante años en talleres de costura en Argentina y al volver al país empleó todos sus conocimientos para instalar su propio taller junto a ella.
Chura abre las puertas de su espacio de trabajo en Senkata, donde yacen máquinas a pedal, telas e hilos multicolores con los que sus operarios confeccionan prendas, especialmente para invierno, aunque la coyuntura de la pandemia del COVID19 hizo que el negocio se amplíe a la costura de los trajes de bioseguridad para ambos sexos y todas las edades.
Vencer a la pobreza es el común denominador de las integrantes de este sector, en el que muchas han demostrado que sí es posible y se han convertido en las propietarias de unidades productivas.
Un ejemplo de ello es Clementina Quispe, quien nació en Santiago de Machaca y trabajó desde los siete años de vida, ya que su familia era numerosa y de escasos recursos. “No sabía hablar castellano, mi mamá era aymara cerrada”, cuenta. En su vida laboral hizo de todo y hasta fue trabajadora del hogar en Santiago de Chile, pero su destino cambió en 1999 cuando su madre se accidentó y volvió al país.
“En 1999 empecé a estudiar en el colegio Don Bosco y trabajé cuatro años en la sección de camisas de los costureros y era empleada. De ahí quería estudiar y quise superarme. Comencé a diseñar. A mis 32 años tuve mis propias máquinas. Comencé con faldas y ahora soy múltiple. Ya soy diseñadora y soy patronista múltiple”, señala Quispe, quien ahora tiene su propio taller y operarios bajo su mando.

Costura que trasciende fronteras
Chura explica que “para el mercado boliviano, cada taller produce 20 unidades por día y con eso tenemos un ingreso de subsistencia. Por eso, 40 talleres hemos apuntado a la exportación, sin embargo ahora esta opción está parada”.
Exportar sus prendas es casi imposible porque los países de la región piden una denominación de origen y en Bolivia no se produce tela, hilos y otros elementos para la confección, aunque sí existe la mano de obra calificada. “Pese a ese aspecto, desde hace dos décadas conseguimos un comprador de nacionalidad venezolana, quien hasta 2019 importaba un contenedor anual con nuestras prendas. No perdemos la fe de volver a exportar y nos estamos capacitando con la fundación Folster en este tema”, señala Quispe, cuyo taller está en Achumani.
Estas mujeres encontraron en la costura un medio de vida desde 1968. En la actualidad cuentan con 1.785 miembros registrados, según datos municipales. En cada puntada que dan imprimen una esperanza y una de ellas es seguir prosperando, comprar máquinas más modernas para ahorrar tiempo, producir más y poder hacerle frente a las importaciones de ropa provenientes del gigante asiático, China, para que su oficio siga existiendo.