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Norma Merlo: Su voz, su mirada, su pasión y su alma

Más de una semana desde que Norma Merlo dejó el mundo. Al menos físicamente, tal como dijo su esposo y compañero de vida, Pedro Susz, cuando anunció el fallecimiento de la actriz en redes sociales. Inmediatamente llegaron las reacciones: no solo de los amigos más cercanos sino de quienes tal vez no conocieron tanto a la artista argentina, boliviana por elección, pero que por muy breve o único que hubiera sido su contacto con ella, bastó para hacerla inolvidable.

En los mensajes se hablaba de la voz de Merlo, de su mirada penetrante, de su sentido del humor o de las muchas obras en las que participó. Se la recordó como una fuerza, una energía apabullante.  

Pero en sus últimos días, Norma Merlo se apagaba poco a poco, como una velita. Eso lo sabía muy bien la activista feminista y amiga cercana de Merlo, María Galindo. “Te hago un homenaje pensando que a ti te gustaría, porque ahorita ni nos vas a escuchar, o lo harás y no nos vas a entender, o nos vas a escuchar y no nos vas a reconocer”, expresó en Radio Deseo, un 17 de febrero del año que corre.

Hace años que Merlo estaba muy afligida por la diabetes. En los últimos meses su estado físico, la enfermedad sumada a la edad, la fueron dejando deteriorada, postrada en cama, toda silenciosa. Sin embargo, su fuego permanecía fulgurante en sus seres más cercanos, quienes antes de su partida compartieron sus viviencias para que su esencia permanezca.

OTELO. Dirigida por Mabel Rivera, la producción se realizó para televisión con Norma Merlo y Daniel del Castelo

Su voz, su mirada

“Cuando fui a verla al teatro por primera vez me quedé impactada. Tenía una voz majestuosa, tan cálida y no tan grave a la vez, además de un trabajo actoral con el que llenaba el escenario”, rememoró Adalía Auzza Barro, la actriz y coordinadora de la compañía teatral Los Cirujas.

A la Merlo —tal como la recuerdan sus amigos colegas de tablas Luis Bredow y Marta Monzón— tanto en el escenario como en el día a día, las palabras le salían redonditas de la boca, con todas las letras incluidas y con el volumen preciso para que hasta el público en el “gallinero” del imponente Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez la escuchase como si ella estuviera a lado suyo. 

“La voz de Norma es una voz muy versátil. Puede ir del amor a la ira, del dolor a la alegría exultante. Sabe manejar muy bien respiración, pausas, improvisaciones. Yo creo que es una de las voces más carismáticas que he conocido”, dice Galindo.

“Aquella voz potente era su manera de afirmarse. En el fondo ha sido una persona muy autocrítica consigo misma y creo que a través de esa voz impostada es que ella se afirmaba”, contó Pedro Susz semanas antes del fallecimiento de la actriz.

Sin embargo, todas las voces se apagan. “Ya no puede hablar. Y se comunica todavía más que antes a través de la mirada, los muy pocos momentos en los cuales está despierta y relativamente lúcida”, acotó el esposo de la artista.

Expresivos y penetrantes, así fueron descritos los enormes y punzantes ojos negros de Norma Merlo. Una mirada que Marta Monzón compara con la de la inolvidable Liv Ulmann en los filmes de Ingmar Bergman: tan vívida que atrapa.

“Cuando uno trabaja con ella, siente una comunicación con el personaje que ella representa. En la mirada está comunicándote quién es ese personaje y también la intensidad del momento. Eso hace que todos los actores que actúen con ella, actúen mejor”, afirmó Bredow.

Pero, acotó el actor, la suya era también una mirada inteligente sobre el mundo, de mucha perspectiva para entender el teatro y la condición humana.

Tal vez por eso tanto Auzza como Monzón están de acuerdo en que Norma era un cuerpo escénico comprometido con cada personaje que interpretó.

“Si actúas solo con la cara, no estás actuando. El actor trabaja con el cuerpo entero, alma y corazón. En el caso de las mujeres, vagina también. Y el espectador da lectura de lo que más le llama la atención (…) por eso la Norma es un iceberg. Solo ves la punta, pero el iceberg es todo lo que está por debajo”, dijo Monzón.

TRABAJO. Norma Merlo trabajó con muchas artistas como Andrea Villena y Adalía Auzza., entre otras

Su pasión, su legado

Monzón no pudo recordar la primera vez que vio en escena a Merlo, pero sí lo que sintió: el cuero erizado, la fuerza, la energía. Pasaron años hasta que comprendió que aquello era algo que transmitían actrices que, como Norma Merlo, lograban trascender al personaje y la obra.

“Esto que voy a decir puede que no resulte muy simpático, pero una vez que la ves a la Norma, sales del teatro y ves el resto, como que no sales muy conforme”, confesó Monzón, segura de que Merlo tuvo muchas cosas que nadie más tendrá.

Su vocación por el teatro empezó de niña, como el patito feo del colegio, haciendo payasadas y morisquetas para ganarse el afecto de sus compañeros.

Cuando Bredow la conoció, en 1975, Merlo se unió a Teatro Tiempo, la compañía teatral de la difunta Rose Marie Canedo. Juntos, en 1977, interpretaron Sahara, un libreto que pese a haber sido escrito por el actor, se reveló como mucho más de lo que él mismo había imaginado cuando Norma Merlo lo interpretó.

Fiel admiradora de la artista, María Galindo cree que el teatro de Merlo es uno que siempre ha sabido provocar y construir consciencia como nadie. “Cuando Mujeres Creando compró Radio Deseo, no había que conversar ni ponernos de acuerdo: Norma iba a ser una parte estructurante de la radio”, aseveró la activista que trabajó con Merlo cuando ya era una artista consagrada en Bolivia y estaba a nada de, el 2004, recibir la Medalla al Mérito Cultural del Gobierno Nacional.

“Yo nunca he visto a una actriz del teatro nacional de la talla de Norma Merlo, de eso estoy absolutamente convencida: de que ella era la mejor por la forma, la profundidad con que llenaba el teatro”, aseguró Galindo, quien conoció a la artista cuando ella era una asidua asistente de la Cinemateca Boliviana, donde Merlo siempre estaba trabajando, haciendo de todo un poco. “Yo no me atrevía a hablarle, era prácticamente una niña, pero después que me atreví, no puedo ni decir lo fácil que fue hablar con ella”.

“No hacía distinciones entre amigos y amigas, respaldaba a todos los del mundo del teatro. Los jóvenes, los menos jóvenes, las mujeres, los hombres. Respetaba todos los ámbitos del teatro, todos los escenarios y todos los públicos. Era una maestra de humildad sea que trabaje para un público de niñas y niños, o para gente reclusa de la cárcel o trabajadoras sexuales. Norma tomaba contacto con su público”, recordó la activista.

Y así también lo corroboraron Auzza y Bredow, Susz y Monzón. Su trabajo era tan intenso como impecable.

Norma Merlo: Con el corazón de teatro

JUNTOS. Pedro Susz y Norma Merlo caminando juntos por plaza Abaroa

HOMENAJE. Susz sosteniendo un homenaje a la trayectoria de su esposa, otorgado por el Senado boliviano

NIÑOS. Enseñando a los más jóvenes en la Escuela Nacional de Teatro

OCHENTAS. Junto a AidaLuz Marín a finales de los ochentas, en un receso de su trabajo en la Cinemateca Boliviana

‘SAHARA’. Con el elenco de ‘Sahara’, una de las primeras obras de Merlo en Bolivia

Su amor, su alma

Pero su legado es tal vez lo más difícil de entender para quienes no llegaron a conocerla o trabajar con ella.  Pedro Susz sabe que la principal enseñanza de su esposa fue la importancia de entregarse con todo cuando se trabaja en algún campo creativo y Luis Bredow sabe que el legado de Merlo es haberle enseñado a los muchos que trabajaron con ella el valor del compromiso y la seriedad a la hora de trabajar en una obra.

Lo saben porque pudieron compartir con ella. Y aunque hay muchos actores y actrices que todavía recordarán a Norma Merlo, hay otro tanto, los más jóvenes, que no tendrán esa oportunidad.

PREMIO. En 2004, durante el gobierno de Carlos Mesa, la artista obtuvo la Medalla al Mérito Cultural del Gobierno Nacional

Galindo lo dice con rabia: En Bolivia no hay legados. “Norma ha enseñado todo lo que sabe, lo ha enseñado con mucha generosidad a niños, a jóvenes. Ha hecho todo lo que cualquiera le ha pedido. Las Mujeres Creando le hemos pedido mil millones de cosas, pero no hay legado porque la sociedad no tiene la capacidad de construir un sentido de legado, de respeto por lo que va dejando la gente en el camino”.

“Yo creo que Norma es inédita, es imposible reeditarla. Hubiera sido muy importante que en Bolivia hubiera una escuela de teatro capaz de recoger el trabajo no solo de Norma Merlo, pero eso no hay. En Bolivia, en La Paz, entre los y las artistas, no hay. Y no quiero ser falsa hipócrita en eso, no creo que nadie tenga la capacidad de recoger el legado de Norma Merlo”, acotó la activista.

Pedro Susz conoció a Norma Merlo en Argentina, allá por 1972. Tenían 15 años de diferencia y ambos eran miembros de una comuna hippie. El flechazo no fue inmediato, éste recién llegó en 1974.

“No teníamos una relación muy estrecha. Ella siempre decía que yo la ignoraba hasta que un día me pidieron que tomara fotografías de una puesta en escena que estaba haciendo el grupo de unos poemas de Prévert y realmente me conmovió de tal manera su interpretación a través de la gestualidad, de la voz, que podríamos decir que me enamoré instantáneamente de ella”, recordó el esposo de la artista.

Después de eso fue como si se rompiera un muro entre ellos. Él ya no le parecía un muchacho serio que solo hablaba de ideologías, y ella adquirió una nueva dimensión en los ojos del comunicador. “Era una confesión implícita de que habíamos estado manejándonos con prejuicios el uno al otro”, admitió Susz.

En un tren desde Buenos Aires, durante cuatro días y tres noches, se mudaron a La Paz en 1975. Los esperaba una vida juntos, pero a Merlo también le esperaba una vida y una trayectoria que dejaron huella en todo aquel que la conoció.

“Te ponía a prueba porque quería ver si ibas a soportar su sinceridad. Te decía ‘hola bestia peluda’ y si te enojabas sabía que tenía que ir con cuidado cuando hablara contigo, o si te reías, pasabas inmediatamente al nivel de la broma y el cariño”, explicó con picardía Luis Bredow. Adalía Auzza lo confirmó. “No te la dora, ni te da vueltas, y por eso creo que a mucha gente le cae como un balde de agua fría”.

“Es un alma pura, todavía ingenua, siempre abierta a ayudar a los demás, a compartir con los demás, a entregarse a los demás, no solo en el escenario, sino en la vida cotidiana también. Sus amigas siempre han visto que era una de sus mejores amigas y sus colegas en el teatro comprendieron que siempre estaba dispuesta a darles el empujoncito que a veces se requiere para afirmarse en una tarea creativa”, agregó Susz y después no quiso decir mucho más, convencido de que en las altas y bajas de su relación pudieron perdurar pese a todas las oscilaciones.

A una semana de su partida, el Teatro Municipal se ha convertido en uno de sus hogares, pero no es el único: hoy también habita en todos los que la han amado.

Fotos: Marta Monzón, Mabel Franco, Sergio Caballero, Lucía Cameratti, María Cristina Bredow, Aidaluz Martín, Adalía Auzza, familia Castro Ribera