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La selección del ‘Rey’

Al trabajador más veterano del Museo Nacional de Arte le llaman simplemente “Rey”. Nadie como él conoce los tesoros ocultos del “Emeneá”, las piedras talladas, las salas y patios de lo que fuera el Palacio de Francisco Tadeo Díez de Medina, abogado del Tribunal de la Real Audiencia de Charcas y el hombre que firmó la sentencia ejecutoria contra Julián Apaza, Gregoria Apaza y Bartolina Sisa en 1781. Reynaldo Gutiérrez Bedregal (La Paz, 1960) lleva 29 años subiendo y bajando las estrechas escaleras del MNA, buceando en su depósito, contemplando en silencio desde las obras coloniales pintadas por anónimos artistas indígenas (unas 360) hasta lo mejor del arte boliviano de los últimos siglos. Tras tres décadas de trabajo incansable, el “Rey” se ha dado el lujo de montar su propia colección, de fungir de “curador” (el único laburo que le faltaba por hacer) y de presentar su lista de favoritos —a gusto y placer propio— del arte boliviano del siglo XX. Es la Selección del Reyformada por 41 obras de 29 hombres y 11 mujeres artistas nacionales.

Reynaldo Gutiérrez entró a laburar en el Museo Nacional de Arte en 1992. Nueve años antes, su madre, Rosario Bedregal, que trabajaba de bibliotecaria en el Banco del Libro, dependiente del Instituto Boliviano de Cultura (IBC), había fallecido. “Rey” tenía cinco hermanos, estudiaba Electrónica e iba a heredar el ítem de su mamá para sustentar a la familia pues su padre, Darío Gutiérrez, militar de la Fuerza Aérea, ya no estaba tampoco. En esos primeros años, aprovechó para estudiar Bibliotecología, técnico medio, y viajar por toda Bolivia visitando las 187 sucursales que tenía el añorado Banco del Libro. En el año de los Juegos Olímpicos de Barcelona, fichó para el Museo Nacional de Arte, que dependía entonces del IBC.

Gutiérrez Bedregal tenía a cargo unos 300 libros, especializados en arte en su mayoría, pero también unos “exóticos” ejemplares de jardinería y miscelánea, entre otros. Los catalogó, los ordenó y no se quedó de brazos cruzados. Hizo de portero, de control de personal, de pintor, de plomero, de lo que hiciera falta. Y aprendió poco a poco, a base de prueba y error, los secretos del montaje de exposiciones. Los dominios del “Rey” llegaban hasta el último rincón del depósito del “Emeneá” donde más de 3.000 piezas artísticas nacionales (incluida una colección de arte latinoamericana con el paraguayo Osvaldo Salerno y  los brasileños Di Cavalcanti y Lygia Clark, entre ellos) yacían olvidadas. La  biblioteca cuenta ahora con más de 1.000 volúmenes y está siendo puesta en línea para compartir conocimiento con el Archivo Nacional de Sucre.

Con cada exposición de arte, Reynaldo fue aprendiendo algo. Un poco de museología por acá, otro de iluminación por allá. Para entonces ya formaba parte esencial de “Las Hormiguitas”, el colectivo de trabajadores del MNA capaz de hacer maravillas con casi nada. Un poco de albañilería por acá, otro de instalación de metales, madera y paredes por allá. El sobrenombre de “Las Hormiguitas” fue idea de María La Placa cuando se montaba la retrospectiva dedicada a su obra en 1996: “No sabes cómo y qué bien trabajan estos chicos, parecen hormiguitas”, le dijo a su marido mientras se ultimaban los detalles antes de la inauguración. Han pasado muchos años y la Selección del Rey tiene dos pequeños letreros que rinden homenaje a los trabajadores anónimos del Museo. “Son mejores que MacGyver”, dice Reynaldo con una sonrisa mientras posa para la foto junto a cuatro de ellos.

MUSEO. ‘Rey’ Gutiérrez en la biblioteca del MNA. Foto: Ricardo Bajo

Pero el más grande presente que atesora el “Rey” es la amistad de los artistas bolivianos, los vivos y los que ya no están entre nosotros. “Por falta de presupuesto, hasta el 2003 no había una partida formal y todo dependía de las embajadas extranjeras, no se contaba con curadores ni investigadores de las 3.000 obras, entonces yo comencé a charlar con los artistas, a preguntar y luego a leer sobre sus cuadros. Lo más lindo y reconfortante fue entablar una amistad sincera. Incluso muchos de ellos han sido padrinos para nuestros torneos de fútbol: Roberto Valcárcel nos donó los ‘shorts’; don Alfredo La Placa, las poleras; y doña Beatriz Mendieta fue nuestra madrina de medias”, cuenta Reynaldo que con los años se ha vuelto una auténtica enciclopedia andante y autodidacta sobre arte. Su método es “simple”: observa técnicas, colores y trazos, charla con las curadoras, lee libros y posee una envidiable capacidad de escuchar.

La idea de entregar —como homenaje simbólico— al trabajador más antiguo la responsabilidad de montar una muestra de arte boliviano del siglo XX fue de la curadora del MNA, Narda Fabiola Alvarado. La exposición —abierta hasta el mes de mayo— ocupa dos flamantes espacios: la sala Arturo Borda y la sala Taypi Qhatu, que forman parte de la Villa de París, actualmente en restauración con cooperación española. “De mi base de datos hice primero una preselección de 100 obras, entre arte figurativo y abstracto. La convocatoria no es la que yo hubiese querido pues tuve que dejar de lado a maestros como Borda, Guzmán de Rojas, Alandia Pantoja o Rimsa que estarán pronto en una gran muestra dedicada al indigenismo. Otras por espacio tampoco entraron, como piezas de arte cinético en movimiento. Y el director del museo, Iván Castellón, me recomendó que no repitiera más de una obra por autor. Solo hice una excepción con el maestro Alfredo La Placa”, dice Reynaldo.

El “curador” también optó por cuadros poco conocidos de autores famosos. Es la oportunidad perfecta para dar una nueva oportunidad a obras olvidadas, “para agradecer a todos los autores por igual; todos locos, todos lúcidos, cada uno y una con sus alegrías y sus tristezas”, añade Gutiérrez Bedregal.

Así en el inicio de la muestra se puede observar un espectacular óleo/tríptico sobre tela de don Lorgio Vaca, una explosión de color y coraje.  Es Manifestación popular de 1963. “Pareciera que el maestro, que es muy tímido en el cara a cara, hubiese pintado este cuadro antes de ayer, con esas mujeres marchando y luchando”, explica Reynaldo parado frente a la obra de más de tres metros de ancho. Otra pieza poco vista/conocida es Homenaje a Picasso (1973) de Ricardo Pérez Alcalá. “Lo más difícil fue sacar a la luz algunas obras muy queridas y dejar otras. Por ejemplo, a Fernando Montes no me lo puedo quitar de la cabeza. Siempre venía una vez al año al museo, nos metíamos al depósito y él personalmente retocaba sus obras; añadía algún blanco que había perdido vigor, por eso elegir solo una de las suyas ha sido difícil para mí”, dice mientras nos detenemos delante de La puerta del silencio (1992) con sus montañas queridas. “Es ‘la muela’, para nosotros los trabajadores del museo”, añade “Rey”.

Las Hormiguitas: Oswaldo Osco, Abel Santamaría, Jacinto Nina, Richard Portugal y Reynaldo. Foto: Ricardo Bajo

Reynaldo Gutiérrez también rinde tributo y vuelve a juntar en una “expo” a su pareja predilecta: de doña Inés Córdova se puede disfrutar un collage en metal y madera llamado Andes (1989) y de don Gil Imaná, Encarcelado, un óleo de 1960; un hombre arrodillado en su celda con los brazos en los barrotes. “Estoy ahora de comisión en la que fue la casa de Inés y Gil en Sopocachi y estoy gozando con la serie erótica que tenía Imaná; son increíbles dibujos, fascinantes, que él no dejaba que se vieran y se expusieran mucho”, cuenta “Rey” mientras habla de la bondad y el amor de la pareja. Junto a ellos en la “expo”, un cuadro del hermano Jorge (Imaná), Madre soltera de 1957. Y al lado, dos gigantes de nuestro arte: Walter Solón Romero con La mina (1976), sobre madera y Miguel Alandia Pantoja con Mineros II de 1955, óleo sobre cartón prensado.

La selección del Rey sirve también para apreciar la evolución artística de nuestro arte del siglo XX. Así se puede admirar el famoso Tambo de Enrique Arnal, los Glaciares verticales de María Luisa Pacheco (una reproducción de este cuadro luce horizontal en la Galería al Aire Libre de la Alcaldía paceña en Bajo Següencoma) y Coloquio de María Esther Ballivián. Al fondo de la sala Taypi Qhatu, luce majestuoso Urdimbre para la trama (1996) de Guiomar Mesa, un impresionante óleo sobre tela de dos metros por cuatro; con dos mujeres, cuerdas/hilos, rupturas/nexos, como protagonistas. “En la época que hacíamos dos muestras monográficas, siempre les pedíamos a los autores que al final nos cedieran una al museo, como donación, Guiomar nos dejó esta obra que se ha visto muy poco y es muy conocida a la vez; es la chance de apreciarla en todo su esplendor y significado potente”.

Pero si de una cosa está orgulloso el laburante más veterano del Museo Nacional de Arte es de haber recuperado, junto a sus “Hormiguitas”, algunos cuadros santo y seña del MNA. Son tres: Soledad (1979) de Raúl Lara, la citada La puerta del silencio de Montes y Las puertas/ventanas (1979) de Fernando Rodríguez Casas. Las tres se pueden gozar ahora en la muestra de Reynaldo. “Junto a Chipayas I y II de Gastón Ugalde, del cual tenemos en la exposición uno de sus cuadros llamado Cargador de sueños (1997), los cinco cuadros estaban en el Palacio Quemado y a través de cartas y pedidos logramos su regreso pues habían sido prestados. En la época de Mesa, el presidente pidió dos “Rimsa”, dos “Borda” y un “Gil Coimbra”. En la era de Evo nos solicitaron para los despachos tres “Rimsa” y dos “Borda”. Durante el gobierno de Jeanine no llegó ninguna petición. Entonces, nuestra batalla particular fue recuperar Fiesta altiplánica del maestro lituano/boliviano Juan Rimsa. Ese cuadro es un icono para el museo y sus trabajadores, demostramos que lo usamos para mil cosas, catálogos, souvenirs, libros. Las bases que tienen un cariño y un apego muy grande por los cuadros exigieron por carta su devolución y lo logramos”, cuenta orgulloso. La Fiesta altiplánica espera ahora su turno en el depósito.

Cada cuadro de la muestra tiene una explicación de este “curador” particular. Las madrinas (1970) de Norah Beltrán fueron escogidas porque al “Rey” le recuerdan al colombiano Botero y la escultura de Gonzalo Cardozo Alcalá sirve para rendir tributo póstumo al artista orureño fallecido en enero. Tras dos horas y media de charla, llega la pregunta fatal: “Imagínate que el museo está en llamas como aquella vez la “Vice” en 2003 y solo puedes entrar para salvar un cuadro, ¿cuál sería?”. Reynaldo no lo piensa un segundo: Descanso en la huida a Egipto (1720), más conocido como La Virgen lavandera de Melchor Pérez Holguín. “Este cuadro del barroco siempre me provocó una pregunta: ¿Por qué no puede ponerse a lavar una Virgen? Nuestro recorrido termina con otra interrogación: ¿Por qué no puede el bibliotecario montar una muestra de arte con todos sus locos, lúcidos y queridos artistas? Reynaldo, que no pudo estar presente en la inauguración de la muestra en marzo por una operación de hernia, no contesta. El “Rey” simplemente sube las escaleras hacia su atalaya/torre, donde antes estaba la oficina del director.

EXPOSICIÓN. Gutiérrez muestra algunas de las obras que se exhibiben en la muestra de arte boliviano del siglo XX. Foto: Ricardo Bajo

‘LA SELECCIÓN DEL REY’ MUESTRA OBRAS DE 40 ARTISTAS

• Miguel Alandia Pantoja

• David Angles

• Enrique Arnal

• María Esther Ballivián

• Norah Beltrán

• Gonzalo Cardozo

• Inés Córdova

• Moisés Chire Barrientos

• Alfredo Da Silva

• Gil Imaná

• Humberto Jaimes

• César Jordán

• Jorge Imaná

• Keiko González

• Alfredo La Placa

• Cecilia Lampo

• Gustavo Lara

• Raúl Lara

• Patricia Mariaca

• Beatriz Mendieta

• Guiomar Mesa

• Hortencia Montenegro

• Fernando Montes Peñaranda

• Beatriz Nogales

• María Luisa Pacheco

• Óscar Pantoja

• Herminio Pedraza

• Ricardo Pérez Alcalá

• David Pringle

• Gonzalo Ribero

• Fernando Rodríguez Casas

• Hugo Rojas

• Álvaro Ruilova

• Zenón Sansuste

• Francine Secretan

• Walter Solón Romero

• Ramón Tito

• Gastón Ugalde

• Lorgio Vaca

• Luis Zilvetti