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El payaso GARO, libre y presente

Édgar Luis Valderrama se disfraza para trabajar, como muchos. Se arregla, se maquilla en su cuarto, se coloca el “uniforme” y sale a la calle con su maletín. Mientras camina, devuelve los saludos de la gente. Lo primero que hace en su “oficina” de la plaza San Francisco —su lugar en el mundo— es sacar los bártulos (ora una trompeta, ora unos guantes de boxeo) y poner el termómetro: “La Paz hoy no está para bromas, se respira mala vibra, hoy no está bonito, habrá que entrar por otro ladito, hoy tocará ser paciente”. Entonces Garo, que nunca repite un “show” —porque ni él, ni la ciudad, ni los espectadores somos los mismos— se las busca, se las ingenia para transformar esa bronca en buena onda. “La satisfacción, cuando lo logras, es muy grande, entonces te dices: ‘Hoy sí hice reír; hoy sí me lancé con toda la energía; hoy sí me sentí feliz’”. Édgar Luis Valderrama es el payaso Garo. Y así lleva siete años ofreciéndonos, cuando cae la noche, toneladas de alegría por algunas monedas aunque el mejor pago sea un aplauso y una frase de ánimo al final; solo eso provoca el subidón de las cosas bien hechas.

Hacer reír es un ejercicio que tiene que ver con el talento y el desgaste físico (Álex Ayala Ugarte, Ser payaso es cosa seria, editorial El Cuervo).

PÚBLICO. La interacción es vital para este artista que aborda a los transeúntes o que se sube a los vehículos que pasan por la calle, “siempre con respeto”, dice. Foto: Rodwy Cazón

Para Garo, actuar es una fiesta. El espíritu de la alegría es el único que manda. Solo así le creen al payaso. “La San Fran es mágica. Vine de Tarija hace tiempo con un familiar para estar una semana pero comencé a actuar junto a otro compañero y esa semana se convirtió en un mes y ese mes en años. Noté el cariño de la gente paceña, es como destapar una ollita y ahí está todo hirviendo como una sopa kalapurka. En Bolivia, la gente es, somos, un poco tímidos pero cuando logras meterlos en tu mundo y en tu juego, son increíbles. Te siguen la corriente, están contigo, te cuidan y te protegen. Es algo muy lindo que me pasa por dentro, me fue gustando este escenario con esa mezcla hermosa de gringos y bolivianos”.

 Un payaso es libre, es un ser libre y actúa como tal. El que repite las mismas bromas, los mismos trucos, lo único que hace es transmitir desasosiego y un cierto halo de tristeza. Garo contagia lo contrario, debajo de su barbijo se ve entusiasmo, a pesar de las dificultades. El payaso sabe perfectamente que uno acaba dando lo que es uno: es el poder de la atracción, es el secreto de Garo.

Foto: Rodwy Cazón

Detrás de un payaso alegre suele haber una historia triste, es decir, el cliché se cumple más a menudo de lo recomendable (Álex Ayala Ugarte, Ser payaso es cosa seria, editorial El Cuervo).

Édgar Luis Valderrama nació en Tarija un 19 de septiembre de un año que no dice. Cuando Édgar habla de su infancia, se escucha un triste cuento, el mismo que narró el inglés Dickens una y otra vez hace más de un siglo, el mismo que se puede ver hoy en muchas calles de Bolivia y Sudamérica. Niños que se ven obligados a trabajar para aportar a la casa, niñas que solo quieren quedarse en el hogar para gozar con el juguete que no existe.

Garo arrancó a trabajar con apenas cuatro años, ayudaba a su mamá a vender maní dulce, gritando por las calles chapacas: “El mejor maní, a un pesito nomás”. Era mucho trabajo pero el niño Édgar no se enojaba. “Tenía que colaborar para lograr permisos, por ejemplo participar en el concurso de danza de mi curso. Fue complicado pero todo eso me hizo más duro. Y cuando tenía apenas 11 años ya me solventaba solo, haciendo manillas a dos pesitos, que vendía en la plaza principal de Tarija, junto a los artesanos grandes. Así aprendí a ser fuerte”.

Édgar no conoció a su padre y con su madre vivió poco hasta que un día lo entregó a una familia de Tarija. “Me dejó en la puerta de una casa y me dijo: Aquí te vas a quedar”, cuenta. “Mi mamá hizo lo que pudo, hace poco falleció y fui al entierro; a mi familia adoptiva le agradezco muchísimo, pues ahí me formaron y me inculcaron buenos valores, pertenecía a las iglesias evangélicas donde era músico pero algo me faltaba”.

El humor y la risa son vehículos para comprendernos, una especie de magma que ilumina y quema pero sin destruirnos (Álex Ayala Ugarte, Ser payaso es cosa seria, editorial El Cuervo).

La dura vida desde los inicios le enseñó a valorar, apreciando lo que es ganar peso a peso. “Eso me sirvió para trabajar en el campo actoral. Tienes un sueño y tienes que trabajar, más o menos, para lograr la meta. Aprendí a arriesgar y a formarme. No tuve la dicha de ingresar a una escuela de teatro o circo o clown pero aprendí en talleres con muchos maestros de Bolivia y del extranjero que pasaron por esas escuelas. Me sirvió mucho la técnica actoral de la biodinámica, antes de crear y salir a escena. En un momento decidí ser payaso, me gusta mucho esa palabra, en ella me reconozco. No tanto con el mimo, pues el mimo es el que no habla, que te lleva a otros lugares con su cuerpo, con sus técnicas, pero el payaso no tiene tantas cortapisas, todo lo sabe, es independiente al momento de actuar y es libre”.

Con la ayuda de su nueva familia, terminó el bachillerato y comenzó a estudiar una carrera, Industrias de la Alimentación. Duró un semestre. El bichito de la actuación ya estaba inoculado, para bien. De su época de vendedor de manillas, recuerda el compadrerío y la solidaridad de los artesanos. “Poco a poco fue surgiendo un personaje de mimo y entonces me enamoré de la figura del payaso. Fue una consecuencia de estudiar, de aprender, de salir del país a estudiar. Busqué talleres y cursos de técnicas de clown, acrobacia, manejo corporal, danza contemporánea, un sinfín de cositas, de máscaras. Ahora estoy investigando mucho de la comedia del arte para encontrar esa forma de estar presente, de estar vivo”, cuenta Garo.

Al principio, en la esquina de la calle Sagárnaga con la Mariscal Santa Cruz, hay poca gente pero cuando termina el “show” unas horas después, las gradas parecen la curva sur del estadio en un día de clásico. El payaso bromea con los peatones, abraza al más inesperado, hace parar taxis y minibuses, se sube a las vagonetas y se despide sin querer queriendo para volver siempre con su público, su hinchada. “Siempre con mucho respeto, hay que saber tratar a las personas, quienes quieren participar, sería hermoso que todos puedan involucrarse pero no todos están de buen humor, cada uno viene de una vida, tienes que aceptarlos. La calle es un trabajo muy complicado pero es muy satisfactorio escuchar las risas o escuchar las historias que les pasa en los shows y que luego me cuentan en mi Facebook, son muy inspiradoras, dan mucha fuerza para seguir adelante. Y no todos los días son iguales, hay gente que una tarde no se prende por sus problemas pero a la jornada siguiente sí, eso es muy lindo. Hay que estar muy concentrado pero dejar que pasen las cosas”.

Garo tiene nostalgia del circo, de aquellas carpas que llegaban a los barrios más alejados, a los pueblos escondidos. A veces, Garo pronuncia la palabra “circo” como si ésta existiera. ¿Dónde están/viven ahora los magos, los tragasables, los acróbatas y el resto de la fauna circense? ¿Por qué los payasos abandonaron esa vida errante de feriante? Garo cambió el circo por la calle, que no es lo mismo pero es igual. De su educación cristiana/evangélica todavía arrastra mañas: cita la Biblia (“hay que seguir en el camino”) y de vez en cuando termina/inicia sus frases con un “gracias a Dios”. El payaso Garo es una persona agradecida, con la vida, con la gente, con las sonrisas contagiosas que logra robar tras un “show” callejero.

CUERPO. El trabajo del payaso Garo es bastante físico. Se lo puede encontrar todos los días en la Plaza Mayor (San Francisco). Foto: Rodwy Cazón

En el nombre de un payaso suele haber rastros escondidos de su identidad (Álex Ayala Ugarte, Ser payaso es cosa seria).

Garo no se acuerda desde cuándo lo llaman así. “En la escuela ya me decían así, no recuerdo por qué, así que cuando tuve que buscar una chapa de payaso, la tuve fácil pues me pareció un nombre agradable, bonito, que iba conmigo”. Los colores chillones de su uniforme son más fáciles de explicar. Con un damero gigante en oro y negro, el disfraz, como el humor, colabora en la misma causa: ahuyentar las penas y el dolor de la gente.

Un payaso, confiesa Garo, siempre dice que sí. Aunque no sepa, dice que sí. Aunque no quiera, dice siempre que sí. Si sabe, bien; si no sabe, también pues toca inventar o aparentar. Si te dice que no, ese es su fracaso. El payaso, en este mundo de pantallitas y encierro individualista, se resiste a morir. Sabe que es un personaje del pasado pero mientras existen hombres y mujeres que se sientan en una grada de la calle a ver lo que hace el payaso, el oficio no morirá nunca. Son catorce los años que lleva Garo buscando y construyendo su personaje. Y lo que queda. Garo sigue siendo un chiquillo de la calle pero no es uno cualquiera. Es aquel que organiza/prepara un montón de platos de ají de fideo para los habituales de la plaza San Francisco. Lo hizo a finales del año pasado cuando la pandemia hacía sonar los estómagos vacíos.

Foto: Rodwy Cazón

Édgar no es solo un payaso que hacer reír sino que también gusta de transmitir mensajes. “Me nace de corazón, no es para las cámaras y mi ego, es para lanzar un mensaje que todos somos hermanos, bolivianos, que todos tenemos un corazón que late, dos brazos, dos piernas, dos ojitos y estamos en la misma tierra. Quisiera mostrar en la calle y en las redes que nos tenemos a todos, que seamos un poquito más humanos, es mi manera de pensar, de ver el mundo. A veces, no es necesario tener mucho, quisiera tener mucha plata para poder ayudar pero a veces una simple sonrisa, una simple palabra que tal vez nunca alguien ha recibido en su vida, ayuda más, levanta el ánimo”.

Y de las risas y los mensajes, Garo pasa a los sueños. “¿Dónde te ves como payaso en 20 años?” Édgar se ríe. “Uf, soy un hombre, soy un niño de sueños muy grandes, quisiera muchas cosas, ser un empresario de la animación y andar viajando a festivales de circo, mostrando mi show, dando talleres. Me veo en las calles y en lugares muy grandes”. El payaso te puede enseñar, te puede educar, te puede hacer reír. Garo lo hace todos los días en las fiestas infantiles, en las transmisiones en vivo en sus redes sociales y por supuesto lo hace todas las tardes cuando cae la noche en la “San Fran”, la oficina del payaso Garo.