Icono del sitio La Razón

Medina Mendieta: piedra, madre y muerte

En la casa/estudio del maestro Alberto Medina Mendieta, en la calle Jaén, frente al extinto Bocaisapo, hay más de mil obras de arte, muchas de ellas enrolladas, esperando a ser redescubiertas. Hace dos años, el artista orureño sufrió un pequeño percance cuando fue impactado por un coche a la salida de misa un domingo cerca del colegio San Calixto. Desde aquel día, el maestro vive junto a su hija, Ninoska Selma, en Alto Següencoma. Entrar en la casa/taller de Medina Mendieta para hacer una selección ha sido tarea ardua de su hermano, Édgar Ramiro, también pintor.

La exposición de homenaje en el Museo Nacional de Arte (MNA) es un regalo que ofrece la chance de apreciar una carrera de 70 años, de sorprenderse con cuadros que jamás se habían visto antes, de poner en su justo lugar a uno de los artistas más importantes de las artes bolivianas, más reconocido/apreciado fuera de nuestras fronteras que en nuestro propio país. Quizás, el Premio Nacional de Culturas pueda compensar esta injusticia algún día, quizás.

Me he dedicado a trabajar toda mi vida con el arte, por ello es que tengo toda esta producción, mil obras en el extranjero y mil en Bolivia. He optado por seguir esta carrera y la he ejercido con mucho entusiasmo. (Alberto Medina Mendieta)

Lo primero que llama la atención cuando uno entra en el Palacio de Cristal del MNA son dos acuarelas gigantes sobre papel, quizás las más grandes de la historia del arte boliviano. La señalética de la exposición —curada a cuatro manos entre José Arispe y el propio Ramiro Mendieta— dice: “Sin título” y los años 2010 y 2011, mismo mes de diciembre. Se trata de Protesta 1 y Protesta 2. Son, indudablemente, dos “Medina Mendieta”: hombres y mujeres marchando, desde la noche de los tiempos, clamando a los cielos, presentes como piedras inamovibles, plasmando rebeliones. “Esta sala está dedicada a su etapa pétrea, en formato grande y mediano, una de las más identificables de su carrera. La muestra ha sido una iniciativa del director flamante del Museo, Iván Castellón Quiroga, un gran amigo y admirador de la obra de mi hermano”, dice Ramiro mientras recorremos las tres salas.

Las figuras pétreas/indígenas son, para el crítico ecuatoriano Jorge Velarde, “una denuncia del maltrato, es su contribución a la sensibilidad social del momento, una identificación profunda con los legítimos valores nacionales de los pueblos andinos”. Es la solidez/permanencia de un maestro a prueba de balas y tiempo. Es lo pétreo, que según su paisano Edwin Guzmán Ortiz, “trama una textura que invade los seres y les dota de una identidad granítica. La piedra los posee y les otorga gravedad, es más, lo pétreo se torna piel y viceversa”.

Mis figuras pétreas expresan la fuerza y la grandeza de nuestra raza que por su dureza ha logrado imponer su idiosincrasia a través de sus mitos, tradiciones y costumbres, de manera que mi mensaje es mantener latente nuestra identidad cultural (Alberto Medina Mendieta)

La muerte y la maternidad dominan la Sala Cristal y la Sala Díez de Medina: Madre montaña (1982), Parto (1964), Hijos a espaldas (1995), Velorio(1980), Ocaso(1966), Parturienta(1956), Atardecer(1990) y Carnaval de la muerte(2004) estremecen por igual. “La nostalgia, la tristeza, la desolación, el dolor y la muerte siempre marcaron la obra de mi hermano”, cuenta Ramiro. Vemos rostros impávidos, faces de monolito, puños en alto y gestos de sufrimiento y nostalgia pero también, entre líneas, cuerpos entrelazados para el amor/sexo, ternura a borbotones para la esperanza: es Huaynu-Amor (1975), el “eros” entre tanto “thanatos”.

La gráfica

Obra. ‘El juicio final’ está en la Iglesia del Socavón Foto: Ricardo Bajo

Obra. ‘Antepasados’ Foto: Ricardo Bajo

Obra. ‘Arcángel cosmonauta’. Foto: Ricardo Bajo

Alberto Medina, en un retrato fotográfico hecho por Iván Bueno. Foto: Ricardo Bajo

‘Atardecer’, pintura que data de 1990 Foto: Ricardo Bajo

Retrato de Medina, realizado por Oswaldo Guayasamín Foto: Ricardo Bajo

La muerte lo atraviesa casi todo, tal vez se deba al fallecimiento prematuro de su padre, Alejandro Medina, herido de muerte durante la Guerra del Chaco. En la sala “familiar” hay dos retratos de su madre, doña Severa Mendieta Galindo. En uno, ella tiene 80 años; en el otro, solo medio siglo. La madre lo contiene todo. También está colgado otro cuadro revelador: es Feticida (1956) donde un gemelo sobrevive y otro muere tras el parto. Son sus dos nietos, hijos de Alejandro Boris. Mientras tanto, el retrato fotográfico en blanco y negro de Iván Bueno dialoga, de una punta a otra de la Sala Previa, con el retrato artístico de Oswaldo Guayasamín: la mirada de don Alberto es la misma y lo abarca todo.

No soy pesimista, por el contrario, todo lo que hago está hecho con el optimismo de despertar el espíritu de los demás; hacerles ver la realidad y cambiar su arrogancia por honestidad. Estoy seguro que algún día esto ocurrirá. (Alberto Medina Mendieta)

En la búsqueda en la casa de la Jaén (MedinArt Studio) que el maestro abría al público durante las Largas Noches de los Museos, aparecieron dos sorpresas: Juego de canicas (1968), la única litografía de su época parisina cuando don Alberto era un joven treintañero —becado por el Gobierno de París para estudiar grabado— en medio de las barricadas y las piedras del Mayo Francés. Sus aventuras en medio de la revolución las contó Néstor Taboada Terán en la revista orureña Cultura Boliviana. La otra sorpresa es una serie de seis sobre cartón prensado de los famosos cigarrillos Colorados. 

El maestro Medina —galardonado en 2011 con el Premio Obra de una Vida del Salón Pedro Domingo Murillo— ha atravesado diversas etapas a lo largo de su prolífica vida: cultivó el naturalismo y el indigenismo, formó parte de los artistas sociales de la Generación del 52, desarrolló una fase cubista y abstracta, estuvo tras las huellas de Oswaldo Guayasamín —del cual fue amigo y con el que vivió en 1993 durante meses en Ecuador—, abrazó el color tras su etapa más telúrica/pétrea y terminó retornando a las acuarelas para las iglesias de provincia y las esquinas de la ciudad.

Si el arte es testimonio de la época que a uno le toca vivir, Medina Mendieta bebe/bebió de todas las corrientes, siempre con un estilo/universo propio, nacido desde las entrañas de los socavones. Pintó y pinta la Bolivia que vivió, atravesado por el compromiso social, por una cosmovisión, por lo andino/minero, por las palliris, por lo cotidiano de sus personajes urbanos/desheredados.

Me considero descendiente de la cultura uru-murato, o sea, pinto hace más de 10.000 años, los uru-muratos son considerados el pueblo más antiguo de América. He sido influenciado por ese medio geográfico/cósmico/mágico del lado oriental del lago Poopó; y por el medio social, soy de la clase media empobrecida, he vivido muy cerca de los centros mineros y por eso sé que el minero es el obrero más explotado y maltratado (Alberto Medina Mendieta)

Y si de formatos hablamos, los usó todos. Y cuando no había una técnica propicia a la mano, se la inventaba con soportes en materiales reciclados. Así, Medina es el creador del dibujo de fuego (pirodibujo), del arte naipe, del esmalte industrial sintético, del “collage” con láminas de polietileno y los hilo-dibujos (técnica al hilo de costura). La versatilidad y la habilidad riman en la obra del maestro orureño, siempre buscando, siempre a contracorriente, siempre libre. Considerado durante una de sus etapas pictóricas como el “Picasso andino”, el orureño rescata una frase del malagueño: “Picasso hizo siempre lo que le dio la gana, pintó como niño, pintó como grande, pintó figurativo, abstracto, vanguardia, murales…”.

El artista, actualmente, es un personaje íntegro, en todo el sentido de la palabra. Ya se han desechado las técnicas tradicionales en las cuales uno se especializaba. Ahora el artista tiene que saber y entender de todo, en técnicas, temáticas, formas… (Alberto Medina Mendieta).

El cuadro más enigmático/extraño de la exposición es, sin duda, Arcángel cosmonauta (1995). Es un óleo naif sobre lienzo, es un divertimento “kitsch” (otro rasgo colateral de su obra). Está colocado junto a un “auténtico” Medina Mendieta, Antepasados (2004). Es un astronauta disfrazado de arcángel arcabucero. O al revés: es un ángel virreinal lanzado al espacio con la bandera norteamericana en su casco. A ratos pienso que debería estar en el despacho de la embajadora gringa en La Paz. Por un (buen) puñado de dólares, obviamente, que sirvan para montar la casa/museo que don Alberto se merece.

Si mi obra dice algo, eso que lo define el espectador. Es inútil esforzarse por entender el arte, es un misterio divino. El arte no se entiende, se siente. Los artistas más famosos no son siempre los mejores. El marketing del arte actual se debe a una permanente apología del artista y su obra. La privatización del arte está creando verdaderos engrendros. (Alberto Medina Mendieta)

Al final de la segunda sala, se proyectan imágenes de murales. Unos ya no están entre nosotros, otro —El juicio final— ilumina la iglesia del Socavón en su Oruro natal y aquellos están desaparecidos/destruidos y son dignos de una novela negra. Alberto Medina Mendieta pintó dos obras murales en dos colegios orureños: la Escuela Donato Vásquez (La educación primaria) y el Colegio Nacional Simón Bolívar (La alfabetización). Ya no existen más, tan solo quedan fotos y bocetos. Pintó también uno —A mi Oruro— en el lobby del hotel de la Terminal. “Un señor evangélico se hizo cargo del hotel y como no le gustaban los diablos y las carnes y los pecados, lo hizo desenrollar y no lo quiere devolver. Varias instituciones públicas y privadas orureñas han intentado recuperar el muro pero no ha sido posible”. Un mural que nadie ha tocado está sobre la calle 12 de la avenida Ballivián en Calacoto. 

Lo que nadie tampoco pudo tocar es la relación del maestro con la juventud (con los jóvenes muralistas como Alvin Huayllas), con la docencia, con la gestión cultural. Nacido en Oruro en 1937 pero bautizado en La Paz (en la iglesia de San Agustín), desarrolló también una clandestina/desconocida carrera como poeta. Uno de sus escritos In memoriam está presente en la muestra. “Mi hermano está presente con un poema llamado La creación en una antología de poesía latinoamericana que se publicó en Argentina, ediciones Pegaso. Incluso la hija de Alfonsina Storni le entregó un galardón en aquella ocasión”, cuenta su hermano Ramiro cuando terminamos el paseo por las tres salas en tributo a una obra sólida como las montañas retratadas, diversa como la identidad boliviana, fuerte como su trazo, amorosa y dolorosa como su cosmovisión pétrea.

Soy un artista plástico, terrestre aunque nacido cerca de las estrellas, a cuatro mil metros sobre el nivel del mar, en ese techo del mundo llamado Oruro. Mi nombre es Alberto Medina Mendieta y vi la luz el siete de septiembre de 1937, a las siete de la tarde del séptimo día de la semana. Mi nombre tiene siete letras. Con mis antecedentes podría llenar páginas enteras pero no serviría de nada, aquí solo cuenta el valor y la calidad de la obra de arte. (Alberto Medina Mendieta)