‘EL AMOR ES LA COSA MÁS JODIDA DEL MUNDO’
El ganador del Premio Nacional de Novela 2018, Guillermo Ruiz Plaza, ha lanzado su nuevo libro de cuentos. Está seguro de que el humor es un arma de la lucidez. Y que el amor es más necesario que nunca
Guillermo Ruiz Plaza ha publicado un nuevo libro, esta vez de relatos. Se llama Los claveles de Tolstoi, editorial 3600. El ganador del premio de novela en 2018 sigue construyendo una obra particular, caracterizada por el cuidado de la palabra, la forma, la construcción de imágenes y escenas. Y el humor, últimamente. Ruiz Plaza, alegre paceño y apasionado por nuestro triste fútbol, vive hace años en el sur de Francia pero su literatura sigue anclada en Bolivia, en personajes bolivianos lanzados al mundo para sentir/padecer nostalgias, fracasos, esperanzas y ganas de (no) volver. “Mientras estemos vivos no dejaremos de sentir miedo ni menos esperanza”: son las dos caras de un mismo temblor; así (se) entiende la vida, la literatura, la política, la amistad y el amor. “Guille” tiende puentes y no pertenece a ninguna generación/grupo de escritores y escritoras. Es un solitario/humilde corredor de maratón y se convierte, libro que pasa, en una de las voces más fascinante de las letras nacionales. ¿Su nuevo género tras explorar los territorios de la novela, el cuento y la poesía? Un ensayo, salpicado de aforismos. Guillermo Ruiz Plaza ha dejado de ser un secreto.
—En los cuentos de tu nuevo libro, Los claveles de Tolstoi, a veces pareciera que corres demasiado, que no desarrollas los personajes como se puede hacer en una novela, ¿cómo mides la supervivencia de tus personajes?
—Los cuentos largos están a medio camino entre el relato breve y la novela. Sin embargo, ahí donde la novela se demora y profundiza, el cuento, aunque sea largo, debe avanzar. A la vez, en el cuento largo se puede ahondar más en los personajes que en el relato breve. Cada género tiene sus ventajas y sus límites.
—En tu última novela, Días detenidos, ganadora del Premio Nacional 2018, la voz era femenina. En los cuentos de ahora, todas son voces masculinas. ¿Cómo viajas entre lo femenino/masculino?
—Rosana, el cuento más largo del libro, usa una tercera persona engañosa: se trata de una voz femenina, pues en más de una ocasión se confunde con la de esta mujer haitiana. Por lo demás, es cierto que, en conjunto, he privilegiado las voces masculinas. La voz masculina de Adriano, forjada por una invisible y poderosa Marguerite Yourcenar en las magníficas Memorias de Adriano, es el mejor ejemplo de que, al crear un mundo, los autores se despojan de todo lo que puede limitarlos, incluido el género. Ya sea masculina o femenina, la voz narrativa es un artificio. Incluso lo que puede parecer natural, lo es solo en la medida en que ha sido trabajado. Sí, estuve tentado de contar un episodio clave del libro, que brilla por su ausencia, desde el punto de vista de Abril. Pero comprendí que esa mujer me fascinaba por la misma razón que a los personajes: por el aura misteriosa que la rodea y la distancia insalvable que la caracteriza. Si los personajes la veían como un enigma vivo, yo no debía romper el encanto. Abril es como esos misterios sin resolver que salpican nuestras vidas. Vila-Matas dice que si uno no va por la calle comprendiéndolo todo, ¿por qué habría de ser distinto en la literatura?
—En el prefacio del nuevo libro, Fernando Iturralde se debate entre considerar a “los claveles” como un libro de cuentos entrelazados o como una novela experimental. A ratos parecen pequeños mecanismos de relojería. ¿Cómo fueron las historias brotando/uniéndose?
—La interpretación de un libro dice más del lector que del autor. Fernando Iturralde, exigente literato y filósofo inquieto (además de gran amigo), la leyó como una novela fragmentada y experimental en parte porque es un devoto de Saer, para quien la novela solo es válida en la medida en que se aleja del género novelesco (que para Saer comienza con Madame Bovary y termina con Bouvard et Pécuchet). Me parece que Los claveles de Tolstoi se puede leer como un libro de cuentos y, a la vez —si a uno le gusta tender puentes y llenar vacíos con la imaginación—, como una novela experimental. La última palabra la tiene el lector.
—La frustración y el fracaso —junto a los terribles presentimientos/silencios— atraviesan como vasos comunicantes tus relatos, ¿la literatura es la única esperanza en estos días?
—El miedo y la esperanza son las dos caras de un mismo temblor: el de estar vivos.
Por eso el estoicismo trata de librarse de ambos. Es sabio, pero irrealista. Mientras estemos vivos no dejaremos de sentir miedo ni menos esperanza. Esto es cierto tanto en lo que concierne a la literatura como al amor, la amistad, la política, etc.
—¿Es el libro una obra también sobre el desarmor? ¿Por qué el amor no es lo que creemos?
—Te refieres al segundo episodio, en El depar, en que el padre le dice a su hijo —preocupado porque la convivencia con su esposa resulta cada vez más difícil—: “el amor no es lo que crees.” Y luego: “Ni duendes ni magia. Es sudor, hijo, es perseverancia. Es la cosa más jodida del mundo”. Realmente lo creo. La ciencia nos dice que el amor (sus efectos químicos) dura tres años; que después de eso, solo pervive la costumbre, la amistad o la fraternidad. ¿Es el amor una ilusión efímera, alimentada por espejismos culturales? A esta pregunta solo se puede responder desde la vivencia personal. Nadie puede responder por nosotros. Yo creo en el amor como aprendizaje. En las sociedades consumistas, en que las relaciones amorosas parecen formar parte de la misma lógica —consumir y luego desechar—, el amor es más necesario que nunca. Querer de verdad al otro es querer sus problemas y no cejar frente a los obstáculos: reparar en vez de desechar.
—¿Cómo trabajas tu prosa en los cuentos? ¿Te das espacio para que aparezcan destellos de poesía?
—La poesía es una terca compañera de la que no consigo librarme. Se pasea libremente por mi prosa, pero a veces debo contenerla para que no haga de las suyas en desmedro de lo narrado. Creo que, bien utilizada, puede potenciar la ficción.
—Hablando de poesía, hace poco, recibiste la noticia de una traducción al italiano de uno de tus poemas que habla de silencios y distancia. ¿Cómo se dio?
—En realidad, ese poema y varios otros míos han sido traducidos al italiano por Emilio Coco en Il paese degli specchi (El país de los espejos), antología publicada en 2019 por Raffaelli Editori. Tengo la suerte de formar parte de ella junto a 31poetas bolivianos de distintas generaciones, a muchos de los cuales admiro. Tener en las manos ese librazo ha sido una inmensa alegría, tanto por el placer de leer mis poemas en italiano como por la necesaria difusión de la poesía boliviana en general, que, como ha escrito Eduardo Mitre, sufre un injusto cerco de silencio.
—Citabas recientemente en tus redes sociales una frase de Ricardo Piglia alusiva al diario de Tolstoi donde se lee: “Escribir no es difícil, lo difícil es no escribir”. ¿Recuerdas tus épocas cuando se hacía fácil no escribir?
—Cuando tenía unos 50 años, Tolstoi sufrió una grave crisis espiritual y renegó de sus grandes novelas porque le parecieron frívolas. Se propuso seriamente dejar de escribir. Sin embargo, nunca logró dejar la escritura. Escribió hasta el final. Incluso, cuentan que, en la pequeña estación de trenes donde murió, durante su agonía, Tolstoi escribía en el aire con una pluma imaginaria. Esa es la imagen más estremecedora de la maldición del escritor. Hace poco leí algo de Cioran con lo que me identifiqué plenamente: “Escribo para librarme de una carga o al menos para aligerarla. Formular es salvarse, aunque no se garabatee sino insensateces, aun sin una pizca de talento. En los manicomios, deberían dar a cada interno toneladas de papel que llenar”.
—¿Por qué te gusta ficcionalizar sobre escritores?
—En realidad, me fascinan los artistas: no solo los escritores, sino los músicos, los pintores, etc. El arte es un misterio, y ese misterio nos justifica. Cuando escribo sobre artistas lo hago con verdadera curiosidad por lo que podría descubrir.
—En los cuentos hay humor (Bravosobre la carrera de Literatura de la UMSA y sus alumnos hechos a los malditos/ borrachos, a lo Saenz/Viscarra) pero también hay fútbol, gastronomía, películas y música. ¿Cómo se cuela de contrabando el humor necesario (para alejarse de la inevitable solemnidad) con el “pan con queso”, la selección boliviana y el punk/la electrónica/clásicos latinos en tus escritos sin que parezcan una obligación típica de la literatura contemporánea comercial?
—Desde siempre, en el cine, he preferido las comedias. Sobre todo si están en la línea de Woody Allen o los hermanos Coen. Por otro lado, soy más bien bromista, y sin embargo, aunque en mis libros anteriores se puede detectar cierto humor, sobre todo humor negro, es algo puntual y como en sordina. He estado leyendo a autores como Singer o Romain Gary, que emplean mucho el humor, y he comprendido que la risa, para ser fértil, debe llevar a la reflexión, a la crítica, a la autocrítica. Debe ser un arma de la lucidez. Esta toma de conciencia me ha permitido dar rienda suelta a mi propio sentido del humor en la escritura.
—Eres visto como un caso particular en las letras bolivianas. No formas parte del grupo alrededor de Edmundo Paz Soldán que escribe desde afuera; no vives en el país hace años y por ende no eres de los literatos que hacen obra desde Bolivia con todos sus grupos heterogéneos, pero estás desarrollando una carrera prometedora. ¿Dónde crees encajar? ¿Hay que encajar?
—Sí, estoy aislado, aquí, en este pueblito en el sur de Francia. No es que me pese demasiado, porque soy de naturaleza solitaria. Sin embargo, tanto de éste como del otro lado del “charco”, tengo la suerte de contar con un puñado de buenos amigos.
—En los dos últimos libros de literatura boliviana que he leído (Hola mi amor de Gonzalo Lema y tus “claveles”), los personajes dicen leer suplementos culturales/literarios, los cuales han terminado de ser sepultados por la pandemia. ¿Qué relación has tenido como lector/escritor con los anhelados suplementos literarios de los periódicos, desaparecidos casi todos, a excepción de La Ramona de Opinión o El Duende de Oruro que volvió?
—Siempre he leído y disfrutado de los suplementos literarios del país. Recuerdo Fondo Negro del desaparecido periódico La Prensa con nostalgia. Desde hace varios años colaboro con La Ramona del diario Opinión de forma irregular pero fiel, y me alegra mucho que El Duende haya regresado. Los suplementos culturales son preciosos, porque la cultura es preciosa. Desgraciadamente, en época de crisis, es lo que, junto a la educación, suele pagar los platos rotos.
—“El futuro es ese veneno que se cuela por las grietas del día y que nos impide vivir de verdad”. Este aforismo (junto a otra docena) golpea de repente al lector y lo hace levantar la vista del libro, la mejor señal que puede transmitir una obra. ¿De qué parte de tu cabeza o corazón salen frases tan demoledoras? Has ejercitado varios géneros, ¿para cuándo uno de aforismos?
—Me encantan los aforismos. Mis dos poemarios contienen varios. Suelo tener sobre el velador algún libro de Cioran para envenenarme con unas gotitas de lucidez demoledora antes de dormir. Tengo ya varios ensayos con los que me gustaría conformar un libro, y había pensado en una sección del mismo compuesta de aforismos.
—¿Te imaginas alguna vez volviendo a Bolivia a vivir/escribir? ¿Habrá alguna vez la novela del regreso, algo también muy literario por cierto?
—Días detenidos es una novela del regreso o, al menos, de la posibilidad del regreso. Tal vez haya sido una manera de decirme a mí mismo que la vuelta siempre es posible, que, como canta Rubén Blades, la vida te da sorpresas.