Icono del sitio La Razón

¡Agua para todos!

Esta agua nos servirá para cocinar, para que tomemos y para bañar a mis hijos. Ya no se van a enfermar, porque antes tomábamos del pozo y les daba infección estomacal”, comenta Bertha Yujra, quien por muchos años sufrió la escasez de este recurso natural en su pueblo, Cuniri (distante casi dos horas de la urbe paceña), una víctima más de la escasez mundial de agua.

Para muchos es una actividad normal y rutinaria abrir el grifo para beber o para asearse; no obstante, para millones de personas es complicado debido a la escasez cada vez mayor de agua. Según World Resources Institute (WRI), en la actualidad más de 1.000 millones de personas carecen de este recurso, y se prevé que para el año 2025 haya 3.500 millones de individuos que sufran por la falta de líquido.

Entre los principales factores para que la población sufra este problema están la contaminación de aguas dulces y el uso descontrolado de este recurso, según destaca la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR). En el caso boliviano, aproximadamente 2,7 millones de personas no cuenta con un acceso seguro y permanente a este recurso natural.

A este panorama se suma la pandemia del COVID-19, pues ha ocasionado más contaminación por el uso masivo de plástico, un sistema de salud que ha colapsado, problemas en la gestión educativa y una alarmante tasa de desempleo.

Además de ello, Bolivia sufre sequías, inundaciones e incendios, lo que afecta la producción agrícola. Las poblaciones de Coroico y Mecapaca —ubicadas en el departamento de La Paz— son un ejemplo de este fenómeno, ya que si bien tienen riqueza vegetal y son áreas ideales para la agricultura, carecen de líquido para consumo humano, por lo que se debe esperar la época de lluvias para su almacenamiento en tanques. Gracias a ello, en tiempo de sequedad, los vecinos reciben el recurso de dos a cinco horas diarias. En algunos casos, solo dos días a la semana.

Ante esta dificultad que crece cada vez más no solo en el país, sino en todo el orbe, Reynaldo Rodríguez y su hijo José iniciaron un proyecto para ayudar a las familias que deben enfrentarse con la escasez de este recurso natural.

SISTEMA. El reciclaje de botellas PET es parte clave del sistema implementado por Reynaldo y José Rodríguez. Foto: Salvador Saavedra

“Junto a mi padre hemos tomado conciencia de todo el contexto que estamos atravesando, por lo que hemos generado una alternativa económica-responsable, con el objetivo de beneficiar a personas desempleadas y contribuir a mitigar impactos ambientales que nosotros mismos hemos generado en el planeta”, afirma José, que es profesional en turismo y además activista por el medio ambiente.

Gracias a su trabajo como ingeniero en telecomunicaciones, Reynaldo ha visitado varias poblaciones rurales. En aquellos lugares se dio cuenta de que muchas personas empleaban animales para transportar agua. En el caso de los menores de edad, varios suelen ir a su colegio con al menos una botella llena para lavarse y beber. En esta perspectiva, entre padre e hijo surgió el desafío: ¿Qué tal si hacemos algo para ayudar a la población?

Como resultado de días de intensos análisis, Reynaldo y José mejoraron un diseño de recolección de agua de lluvia. Botellas plásticas, una prensa, tarrajas, cañerías, acoples, uniones y otros materiales de plomería…, todos estos elementos sirvieron para empezar a hacer realidad este plan, que consiste en la construcción de muros hechos con botellas PET y unidos por cañerías, en las que se acumula el líquido, con una capacidad para retener entre 50 y 100 litros.

“Este proyecto quiere fomentar el reciclaje en unidades educativas rurales que carecen de agua y apoyar a personas necesitadas, con la adquisición de botellas PET, para la construcción de los tanques de almacenamiento. En una primera etapa, todo esto beneficiará a 15 colegios del área rural, a través de asesoramiento técnico correspondiente, traslado del personal, material y herramientas, además del desarrollo de talleres de educación ambiental para la conservación y aprovechamiento de nuestros recursos naturales”, explica José.

Registros de ventas de distribuidoras de gaseosas y agua mineral en Bolivia indican que la población utiliza al menos 8.500 botellas cada mes, en las que, con el proyecto de los Rodríguez, se puede almacenar 17.000 litros de agua.

Después de un arduo trabajo, el sueño se hizo realidad en una primera prueba en una vivienda de la comunidad Cuniri, en el municipio de Viacha, ubicada a aproximadamente dos horas de viaje en vehículo desde la ciudad de La Paz.

“Cuando no llueve, sufrimos por agua en noviembre y diciembre. Entonces sacamos de los pozos, aunque a veces no hay y el ganado puede dejar de beber dos a tres días, por eso tenemos que caminar de una a dos horas para llevar el líquido”, cuenta Bertha Yujra, ama de casa que debe cuidar a sus dos hijos.

Con mucha paciencia y precisión, Reynaldo y su esposa, Gloria Quisbert, terminan de armar una pared de 1,4 metros de largo y 1,5 de alto, con botellas PET (tereftalato de polietileno). De a poco, los envases de plástico, que cotidianamente suelen contaminar terrenos fértiles o el agua de ríos, lagos y mares, se transforman en un muro con tuberías que terminan en un grifo, que da esperanza a la familia de Bertha.

“Si hubiese más recursos se podría fabricar un tanque de 1.000 litros”, comenta Reynaldo, alegre porque ayudó a una familia y esperanzado por llegar a más poblaciones rurales del territorio boliviano. Por esa razón, la familia Rodríguez ahora está buscando apoyo económico, con el firme objetivo de llevar su proyecto a más viviendas de zonas alejadas de las capitales de departamento.

El movimiento Earth Overshoot Day llama a la reflexión sobre el cuidado de los recursos naturales y la lucha contra la contaminación, ya que la humanidad ha sobrepasado la explotación de recursos.

En este ámbito, Bolivia es uno de los países con mayor biodiversidad en el mundo, por lo que “necesita el apoyo de todos para promover ésta y otras acciones que mitiguen la contaminación y la escasez de los recursos naturales”, reflexiona Rodríguez.

Después de ver instalado el mecanismo en su vivienda, las caras de alegría de Bertha y su hijo John son insuperables. Reynaldo también sonríe: la satisfacción de hacer felices a las personas no tiene comparación. Por ello quiere apoyo para este proyecto, para que haya agua para todos.