La casa de MANUEL VICTORIO GARCÍA LANZA
La hacienda del patriota yungueño se alza en Coroico, conservando su historia. Abraham Colque y María Candia resguardan su esplendor
Nadie recuerda el nombre del francés que vivía en la hacienda coroiqueña de San Pablo, de propiedad de Manuel Victorio García Lanza. Decían que era un mecánico especialista en fabricar las prensas que ya entonces servían para apilar las hojas de coca en los famosos tambores. Lo evidente era que se enfrascaba en interminables conversaciones con quien años después sería uno de los protomártires de la independencia americana.
“Una simpatía íntima reinaba entre los dos: algunas veces descuidados dejaban escapar en público palabras y frases tendentes a la emancipación de América. No debe dudarse que tenían sus planes reservados sobre esta atrevida empresa: pero desgraciadamente han quedado envueltos en el más insondable misterio”, especula el intelectual coroiqueño Nicolás Acosta, basado en los Apuntes para la historia de la independencia de Bolivia, escritos en 1869 por Vicente Lanza, el hijo del patriota.
Acosta va más allá. Afirma que el “mecánico francés” se daba frecuentes viajes a la ciudad de La Paz, donde —él supone— se reunía con el resto de los criollos que encabezaron el levantamiento del 16 de julio. Por supuesto que asegurar que todo fue armado por el misterioso extranjero, que vivía en la Hacienda de San Pablo, sería desconocer todo el proceso histórico que culminó con la creación de la Junta Tuitiva, pero seguro que tuvo alguna influencia en los afanes libertarios del más radical de los rebeldes paceños.
Manuel Victorio, al igual que su hermano Gregorio y su medio hermano José Miguel, provenían de familia adinerada. Su padre, Martín, de progenitor asturiano, había nacido en Coroico. Se casó con Nicolasa Mantilla, con quien adquirió la Hacienda de San Cristóbal, entre otras propiedades.
Los dos García Lanza Mantilla fueron enviados a la Universidad San Bernardo del Cuzco. Sus biógrafos coinciden en que fue en esas aulas que los dos yungueños comenzaron a preguntarse sobre por qué los criollos eran personas de segunda en los dominios españoles. Gregorio terminó su formación académica, mientras que Manuel Victorio tuvo que retornar antes de concluirlos por la repentina muerte de su madre.
Manuel Victorio parecía encaminarse a ser uno más de los ricos e influyentes criollos que habitaban estas tierras. “Desempeñó la subdelegación de Sicasica accidentalmente por unos ocho meses. En 1804 obtuvo la vara de regidor, no sabemos por qué suma, y se incorporó en el Cabildo como caballero venticuatro, o sea, regidor perpetuo”, relata Nicanor Aranzáes, en su clásico Diccionario Histórico del Departamento de La Paz.
“Según el plumario de Victorio García Lanza, sus haciendas eran las de Choacollo en Coroico, que la tenía por su mujer D. María Mantilla, la del Carmen, que era de él, la de Picho en Yanacachi, donde vivía su mujer y que también le pertenecían; una de puna llamada Pagchani, que era de su suegra, y una parte en la hacienda de Yalaca”, relata la historiadora Rossana Barragán, en un libro aún inédito, basado en documentación hallada en el Archivo General de la Nación, de Buenos Aires, Argentina. En algún momento de su historia, la Hacienda del Carmen se fusionó a la de San Pablo o cambió de denominativo. Pero su capilla mantuvo su fama, estaba dedicada precisamente a esa imagen religiosa. Hasta el día de hoy, esa comunidad coroiqueña celebra su festividad principal el 16 de julio.
Pero el continente americano ya era un volcán a punto de entrar en erupción. Al descontento indígena, que había generado diversos levantamientos, se sumaba el de los criollos. La nueva administración de la corona española estaba decidida a recuperar el control de sus colonias y a mejorar sus recaudaciones. Es en ese intento que había comenzado a afectar los intereses de los hijos que los españoles tuvieron en estas tierras.
“Por los años 1776, 1780, justamente, había habido una increíble alza de los impuestos, que afectaba a toda la economía que se tenía en La Paz, principalmente de la coca, y eso provocó una serie de descontentos y revueltas ya en aquella época”, contextualiza la doctora Barragán.
Esos y otros elementos atizaron la bomba que explotó aquel 16 de julio de 1809 en la capital paceña. Manuel Victorio García Lanza no participó directamente de la revuelta. Un día antes fue enviado a Chuquisaca en busca de apoyo para el movimiento, misión en la que no tuvo éxito. Regresó a La Paz en agosto y marchó a Yungas en septiembre, con el propósito de armar un gobierno propio para esa región.
Pero a su llegada a Yanacachi se enteró de que Remigio La Santa y Ortega, el derrocado obispo de La Paz, se le había adelantado y estaba apostado en Irupana. La estrategia desplegada por Manuel Victorio para la organización política y militar de Yungas ha sido recogida a detalle por Rossana Barragán en el Archivo General de la Nación de Buenos Aires: “Para los líderes de la Junta había que ganarse a la población indígena a través de fomentar el comercio y disminuir los famosos impuestos y las alcabalas. Una de las banderas, y eso es bastante único, prometió libertad a los esclavos, les decía que todos iban a ser iguales”.
Los choques con las tropas del Obispo La Santa fueron un rotundo fracaso para el bando patriota. La llegada del ejército realista a la zona terminó de sepultar el sueño del gobierno propio de Manuel Victorio y sus allegados. Todavía peor, Lanza y Gabriel Antonio Castro fueron traicionados por quien guiaba su huida y terminaron degollados. Sus cabezas fueron expuestas cual trofeos en las plazas de las principales poblaciones yungueñas.
Los bienes de los García Lanza resultaron entonces confiscados, entre ellos la Hacienda del Carmen o San Pablo. “Todas las pertenencias y bienes de la familia García Lanza y Mantilla han sido expropiados, para aplicarlos al Real Erario para escarnio de los traidores a la Corona de España”, dicta la Ordenanza emanada por Goyeneche, según un artículo escrito por Óscar Siñani.
LA GRÁFICA
En nuevas/buenas manos
Durante varios años, Abraham Colque y María Candia estaban buscando un terreno en Coroico. Él creció desde su infancia en La Chojlla y junto a ella vivieron muchos años en Chulumani. Soñaban con construir una pequeña casa en la región yungueña. Es en esa búsqueda que se encontraron con la antigua casona del patriota García Lanza.
Cuando fueron a conocerla retornaron convencidos de que era demasiado grande para sus pretensiones y posibilidades. Dicen que la casa te busca, por lo menos así ocurrió con ellos. Hubo tal conexión con la anterior propietaria que terminaron convencidos de que el lugar les estaba destinado. Por supuesto que ello exigió un gran esfuerzo económico, no solo para la compra sino también para la refacción. Felizmente, las gruesas paredes de adobe habían mantenido incólume la estructura de la casa de hacienda. Ya antes había sido cambiado su techo de teja y el piso, seguramente de ladrillo, por uno de madera. El frontis se encontraba en riesgo por una rajadura que lograron detener.
De la famosa capilla quedaba únicamente la torre y se encontraba en serio riesgo. Tuvieron que invertir en el cambio del techo y en el arreglo de su vieja estructura, también basada en adobe. El pequeño templo es parte fundamental de la identidad de la vieja casona y había que preservar lo que había de él. Al lado construyeron una plataforma techada, que es una especie de sala multiuso.
El sueño de Abraham y María es recuperar el sector en el que funcionaba la prensa de hojas de coca, de la que solo quedan sus bases. El objetivo es tener ahí un museo en el que la gente encuentre objetos e información sobre los García Lanza, pero también sobre la rica historia de la región yungueña. En ese objetivo están empeñados en recuperar objetos antiguos de la zona y hasta han encargado un cuadro al artista bolivianos Sol Mateo, quien también reside en San Pablo.
En los alrededores han construido un sabroso espacio que cuenta con un horno de barro, un fogón yungueño y una parrilla. Una larga mesa con sus respectivas bancas completan el lugar, pensado para preparar los alimentos y degustarlos recién cocinados.
Abraham es un enamorado de las plantas, ha llenado el lugar de ceibos, toborochis, flores y todo tipo de arbustos. Asimismo, ha trabajado en la recuperación de los huertos de naranjas y mandarinas. Plantó un pequeño cocal, de cuya primera cosecha participó la reconocida antropóloga y cocalera Alison Spedding, y ahora está poniendo un cafetal.
La casa de Manuel Victorio García Lanza ha recuperado vida y ha comenzado a recibir visitantes de la ciudad de La Paz y otros lugares del mundo, gracias a la calidez y el cariño de sus actuales propietarios. Aún quedan en pie las bases de la prensa de hojas de coca que, quizá, fue construida con la ayuda de aquel “mecánico francés” que habitaba en el lugar, en las épocas en que el patriota yungueño comenzaba a darle forma a su sueño de una tierra americana con gobierno propio.