VIUDA NEGRA
En otra entrega del UCM, la directora Cate Shortland trae de vuelta a la espía encarnada por Scarlett Johansson
CINE
Para las legiones de obedientes fans del denominado Universo Cinematográfico Marvel (UCM) ésta daría la impresión de ser una pieza extraviada, y por eso mismo extrañada, del rompecabezas de secuelas y precuelas que desembarcan de tiempo en tiempo en las pantallas satisfaciendo la insaciable adicción de aquellos hacia las andanzas de esa tropa de vengadores justicieros encargados de poner orden en el desbarajustado mundo asediado por rufianes resueltos a dominarlo para sus propios réditos. Un poco, o mucho, al modo instrumentado por las series y franquicias que saturan las pantallas exprimiendo los suyos merced a la ansiosa apetencia de tal inducida confusión entre cinefilia y consumo reiterativo de basura que viene asolando las listas de estrenos de algunos años a la fecha. Quienes han conseguido mantenerse a buen resguardo de tal dependencia respecto al bombardeo comercial instrumentado por Disney, Sony, Marvel et alt. se ven (nos vemos) en suma en figurillas para encontrar algún sentido a las redundantes vueltas de tuerca que, por ejemplo, reviven personajes que pasaron a mejor vida en alguno de los capítulos precedentes de las sagas campantes en ese irritante ir y venir de figuras imaginarias transbordadas de los cómics al celuloide en este tiempo que daría la impresión de apostar todas sus cartas a la confusión entre la “realidad” real y su simulación virtual. O limitándonos a la materia que nos ocupa, tales reiteraciones impedirían aparentemente ponderar cada entrega por sus valores, o falencias, propias, sin quedar enredado en el referido juego auto-referencial que, en definitiva, pareciera ser el anzuelo primordial del género en cuestión.
Tal lo apuntado arriba abundaron a propósito del estreno de Black Widow los lamentos por la demorada oportunidad para que Natasha Romanoff, finada al concluir la estirada Avengers: Endgame (Joe y Anthony Russo/2019), tuviese la oportunidad de renacer como protagonista de su propia epopeya, que los estudios tenían entre manos desde 2000, cuando los derechos se encontraban en poder del estudio Lionsgate, que dos años más tarde le encomendó a David Hayter fabricar el respectivo guion, el cual acabó archivado, hasta que en 2019 la idea volvió a florecer, retomando el hilo del debut del personaje en Iron Man 2 Pantera
Negra (Jon Favreau/2010). Es obvio que ello hace parte de los oportunistas esfuerzos de Disney para aparentar estar en sintonía con algunos de los conflictos sociales de actualidad. Si en esa línea Pantera Negra (Ryan Coogler/2018) fingía simpatizar con las demandas de la población afroamericana, Black Widow procura mostrarse a tono con las reivindicaciones feministas, contra la cosificación y la hipersexualización de las mujeres, actuales en buena parte del planeta, tarea para la cual, luego de sondear a 65 directoras de diversas procedencias, por último optó entregarle el timón a la australiana Cate Shortland para hacerse cargo del capítulo inicial de la llamada fase 4 del interminable UCM.
Shortland, debe decirse, aborda la referida deuda sociocultural valiéndose de una historia con rasgos intimistas, en la exigua medida en que ello resulta dable para un producto apuntado al consumo masivo, focalizado sobre la falsa identidad que Natasha Romanoff va develando haber sido condicionada a presumir era la suya. Un escabroso periplo interior que le permite tomar conciencia de la manipulación de la cual fue víctima, relatado con un no menos accidentado, y logrado a medias, esfuerzo con el fin de equilibrar el esfuerzo de la directora buscando zafar de los estereotipos seriales por medio de la humanización de sus personajes.
Para su guion Eric Pearson se inspiró al parecer básicamente en el argumento de la serie televisiva The Americans (2013-2018), traducida para su difusión en los países de habla hispana como Los Infiltrados, no fuera a ser que los espectadores un tanto lelos de estas circunscripciones malentendieran de qué iba la cosa. Allí, en pleno forcejeo geopolítico entre la URSS y los Estados Unidos durante el gobierno de Reagan, cierta pareja de espías de la KGB, afincada en Washington D.C. se disfrazaba de una típica familia de clase media norteamericana. Sin embargo una de las hijas comenzaba a sospechar de la genuina identidad del matrimonio.
Un par de escenas introductorias buscan poner en autos lo antes posible al espectador. Natasha ha debido entrar en la clandestinidad acusada de violentar el Acuerdo de Sokovia mudándose al bando de Steve Rogers. De inmediato, flashback, a una secuencia, datada en 1995 —poco después del cese de la Guerra Fría— que nos presenta en Ohio a Natasha, niña todavía, compartiendo una merienda con su hermana menor Yelena —la cual estaría predestinada a tomar la posta en los inevitables venideros regresos sobre lo mismo ante la anunciada desvinculación, por razones obvias, de Scarlett Johansson de la factoría Disney/Marvel—, su “madre” Melisa y su “padre” Alexei. El encuentro “familiar” resulta súbitamente interrumpido cuando el supuesto “papá” urge a fugar a la carrera hacia Cuba. Allí son bienvenidos por un grupo de agentes soviéticos comandados, se sabrá más adelante, por el tenebroso general Dreykow en cuyo laboratorio —la Habitación Roja— se lava el cerebro de un nutrido grupo de mujeres a fin de entrenarlas como espías antes de dispersarlas por todos los confines del mundo con el propósito de adueñarse de éste. Son esos momentos biográficos los que Natasha va ¿recordando?, ¿descubriendo? —no queda muy claro—, a lo largo de ese angustiado, digamos, ajuste de cuentas con su pasado.
De aclararlo un tanto, por eso los entrecomillados, se ocupa la siguiente escena, en la cual se descubre que los supuestos padres eran espías del bloque enemigo con la misión de reclutar niñas para entregárselas a Dreykow, que a su vez, cree Natasha, acabaría siendo asesinado, quizá —el adverbio traduce la duda planteada en la propia narración— por el progenitor postizo de Natasha o por ella misma vengándose luego de haber sido convertida en una despiadada viuda negra que termina desertando para fugar a los Estados Unidos y dedicar el resto de su vida, mientras procura averiguar en paralelo quién es ella realmente, a poner coto a las trapacerías de Dreykow.
Este último es un malandrín a tal punto esquemático que culmina resultando llanamente caricaturesco, idéntico al de todos los villanos paridos por Marvel, cuya fragilidad malhiere de manera inevitable la credibilidad dramática de los conflictos que, a su vez, no dejan de ser rellenos para los extensos despliegues de efectos especiales, los cuales tampoco escasean en Viuda Negra, aun cuando la endeblez de muchos de ellos es posible que defraude a los adoradores de tales artificios.
Resulta patente, la directora quiso dejarlo bien a la vista, un guiño recurrente a las películas de James Bond, incluso hay una cita explícita de Moonraker (Lewis Gilbert/1979), el undécimo título de la saga del agente 007, mediante una secuencia proyectada en el televisor instalado en el ambiente en el cual transcurre una de las escenas. Y dado el acento “feminista”, se dijo, del relato, podría advertirse cierto sesgo irónico en tal acercamiento pues si hubo un personaje que traducía a cabalidad la visión machista ese fue el inabollable detective británico.
Un metraje menor no le habría venido nada mal a la película, puesto que salen sobrando varios de los cansinos diálogos, presuntamente embebidos de una apesadumbrada vibración emocional, entre Natasha y Yelena, así como los de ambas con sus padres ficticios, los que en buenas cuentas no trascienden la charlatanería de adobo destinada a orlar la acción frenética propia del género, algo atemperada en la oportunidad, con una pizca de perspicacia. Por añadidura la trama, antes que atenerse a un plan dramático, tampoco deja de ser una acumulación de momentos desperdigados.
En alguna medida la marrada, cuando menos, a media narración de Shortland impide el naufragio total merced a la inquieta y oscilante composición de su personaje por Scarlett Johansson, quien se esfuerza visiblemente en evitar a toda costa incurrir en el estereotipo de las heroínas paródicas, desplegando un notorio esfuerzo por matizarlo con gestos de duda y desconcierto que lo aproximan un tanto a la criatura humana que la directora quiso engendrar, con muy desvaído resultado.