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Peñas todavía no muestra toda su fuerza

Hay movimiento en la población de Peñas —a 59 kilómetros de la ciudad de La Paz—, llegó un minibús lleno; son los invitados de una primera comunión en el santuario, compartirán la celebración y luego se irán. Como también levantarán sus toldos los agricultores y comerciantes de la plaza principal. Y el silencio inundará la tierra donde Julián Apaza Nina, el famoso Túpac Katari, fue sentenciado y descuartizado.

En los 240 años que pasaron desde la ejecución del esposo de Bartolina Sisa, la comunidad vivió temporadas de olvido, otras de reivindicación de su aporte cultural y memoria histórica, aunque hay una certeza que los años van asentando: todavía hay mucho por “desarrollar”, principalmente en el tema turístico.

Era 1781, esa época cuando los españoles dominaban el actual territorio boliviano, cuando las tropas de soldados encabezadas por José de Reseguín, teniente coronel de los Reales Ejércitos y comandante general de la Real Audiencia de Charcas, se instalaban en la comunidad de Peñas, hoy perteneciente al municipio de Batallas (La Paz), para quedarse cerca de 19 días, y ser testigos/protagonistas de la ejecución del líder indígena o “sedicioso, asesino, hombre feroz o monstruo de la humanidad con costumbres abominables y horribles”, como lo calificaron los colonizadores en el siglo XVIII.

Es inevitable preguntar: ¿por qué los españoles instalaron un campamento en Peñas? Algunos de los comunarios, los más extrovertidos, responden que fue por la ubicación privilegiada dentro del altiplano paceño, justo a la mitad entre la ciudad de La Paz y el lago Titicaca. Además, resaltan la “protección de las rocas del cerro Wiraconi” donde hay manantiales de agua. “Era el lugar ideal para que los caballos descansen”, comentan. La mirada de los pobladores coincide con los relatos de los libros. Peñas era un lugar estratégico para los españoles que buscaban retomar el control en las poblaciones sublevadas como Sorata —a 100 kilómetros de la comunidad— o Achacachi.

Hoy se llega a la población, donde fue descuartizado el hermano de Gregoria Apaza, por la ruta nacional 2 o carretera hacia Tiquina, se toma un desvío antes del municipio Batallas por una vía asfaltada. Algunos turistas nacionales, de los pocos que llegan en pandemia, se sacan fotografías junto a una de las esculturas de Túpac Katari; este grupo eligió la cabeza, otros se interesan más en las manos del caudillo que no se acogió al “perdón español”.

Era un 10 de noviembre de 1781, a las tres de la tarde, cuando arribó el capitán Mariano Ibáñez conduciendo al “formidable reo Julián Apaza” a Peñas, la tierra donde cuatro días después sería condenado.

“Aquí fue descuartizado el líder indígena Julián Túpac Katari”, está escrito en el monumento de la plaza principal de Peñas, donde a voz del pregonero se escucharon los delitos de los que era acusado, antes que los cuatro caballos robustos jalaran con cuerdas cada una de sus extremidades. En una de las esquinas está la casona o Museo de la Sentencia de Túpac Katari, un inmueble restaurado como símbolo de la “rebelión indígena” e inaugurado en 2018. En ese lugar se leyó la sentencia “al dicho Julián Apaza en pena ordinaria de muerte y último suplicio (…) se transferirá su cabeza a la ciudad de La Paz, primero a la Plaza Mayor y luego a Quilliquilli; la mano derecha en una picota se enviará a Ayo Ayo y después a Sicasica; la mano izquierda a Achacachi; la pierna derecha a Chulumani y la izquierda a Caquiaviri”, los principales pueblos de la rebelión.

La descripción de la muerte de Túpac Katari se la conoce por las cartas e informes de Esteban de Loza y Francisco Tadeo Díez de Medina. “No hay ninguna narración de indígenas puesto que los acontecimientos se produjeron en un poblado vencido y convertido en un cuartel de tropas españolas”, relata María Eugenia del Valle de Siles, en su libro Historia de la rebelión de Túpac Catari.

El campamento español se levantó de Peñas el 25 de noviembre de 1781 en medio de un terrible temporal, un aguacero.

Un candado en la puerta principal  de la centenaria casona no permite el ingreso al lugar donde se leyó la sentencia. Este espacio de dos plantas todavía no tiene todo el montaje museográfico. “En el patio hay un árbol que debe tener unos 78 años máximo. Los salones están en un buen estado por la restauración”, dice Jesús Mejía, antropólogo y nacido en Peñas, quien asegura que la casona fue comprada por su abuelo en 1911 como una casa “con méritos”.

En el actual municipio de Batallas, en la provincia Los Andes, se situaron 15 haciendas, establecidas por españoles que despojaron el territorio a sus propietarios originales durante la época colonial, según datos del Ministerio de Culturas y Turismo.

“La casona y la iglesia del pueblo tuvieron las mismas características. Son de barro, tierra, agua y cuero de ovejas”, menciona Mejía.

La iglesia de Peñas, donde hoy una niña vestida de blanco recibe felicitaciones y mixturas por su primera comunión, es el mismo templo que fue mencionado en una de las cartas del escribano Esteban Loza, quien relata cómo el 11 de noviembre de 1781 en el Santuario de Nuestra Señora de las Peñas se “mandó a comparecer a un indio, para efecto de tomarle su confesión de quién con asistencia del protector e intérpretes nombrados se le recibió el juramento que lo hizo por Dios y (ilegible) señal de la Cruz”.

Preguntado si sabe la causa de su prisión, Túpac Katari dijo que “haya sido por haber levantado sublevación en las provincias haciendo cabeza de ellas por facultad que le dispensó un Catari”, transcribe Jorge A. Ovando, en el libro Cercos de ayer y hoy, texto que tiene la declaración y sentencia completa de Túpac Katari, documentos que fueron hallados en el Archivo General de Indias de Sevilla.

LA GRÁFICA

TESTIGO. El Museo de la Sentencia de Túpac Katari

El santuario Virgen de la Natividad Peñas

El interior del museo

El interior del museo

Un paisaje de la localidad

El altar de “Nuestra Señora de Peñas”

La plaza principal de la población

UN TEMPLO RENACENTISTA

En ese santuario —que 200 años después de la muerte de Túpac Katari fue declarado bien cultural protegido junto a la plaza mayor, radio urbano actual, cueva y entorno ecológico— se tomó la confesión a Julián Apaza.

“Los primeros documentos que tenemos son unos libros de bautizo recién de 1850. Entre 1700 y 1800 no tenemos datos para hacer una reconstrucción histórica de lo que ocurrió en la iglesia”, menciona Antonio Zavatarelli, sacerdote del santuario Virgen de la Natividad Peñas.

El templo colonial tiene origen renacentista. Fue remodelado en 1611 para albergar a la Virgen de la Natividad o “Nuestra Señora de Peñas”, su festividad se celebra el 8 de septiembre, fecha en que la población recibe decenas de visitantes.

“La estructura básica de la nave de la iglesia es la misma con el bautisterio, y al fondo hay un interesantísimo retablo barroco de 1700 en pan de oro. Y había lienzos antiguos de mucho valor, y platería en el centro. Ahora en ese lugar hay una reconstrucción, un tallado de madera de lo que era esta interesante obra en plata, y claro que fue una gran pérdida a nivel cultural”, explica el padre Alberto.

A pesar de los robos que sufrió en 2009, la iglesia es un importante atractivo turístico. Además, la institución religiosa también colabora con los jóvenes estudiantes de Turismo de la Unidad Académica Campesina de la Universidad Católica Boliviana San Pablo. “Estamos con la primera promoción, los jóvenes están trabajando ahí en la cafetería del pueblo. Ellos ofrecen trekking, escalada de alta montaña, paseos culturales, visitas por las pinturas rupestres, paseos históricos”, comenta el religioso.

Todas las actividades turísticas que ofrecen a los añorados visitantes tienen un gran potencial que todavía no encuentra su cúspide. “Es un lugar hermoso para hacer caminatas y está muy cerca de la ciudad”, dice uno de los turistas. Pero su ajayu, la fuerza de Peñas está principalmente en su memoria histórica, que cada 14 de noviembre reúne a comunidades aymaras, quechuas, indianistas y kataristas para conmemorar la resistencia anticolonial del líder indígena.

FOTOS: CLAUDIA FERNÁNDEZ Y ARCHIVO LA RAZÓN