Icono del sitio La Razón

Félix Layme: Difusor de la cultura y la lengua aymara

Nació en 1949, en Jesús de Machaca, parte de la provincia Ingavi de La Paz. Desde joven, y en la misma región, Félix Layme Pairumani hizo del ayllu de Sullkatiti —y los valores sobre los que éste se erigió—, su convicción; y sobre la lengua en la que se comunicaba —el aymara— forjó su reconocida y autodidacta carrera. A sus 72 años, en la madrugada del pasado martes 17 de agosto, este importante difusor de su cultura falleció. Su cuerpo volvió a reunirse con personas y lugares de su pasado.

En 1971 egresó de la Escuela Superior de Formación de Maestros de Warisata. Desde aquel momento empezó a forjar su carrera en la educación. Layme fue, entre tantas cosas, un reconocido profesor de aymara, dedicado a sus alumnos. Enseñó, durante varios años en la Universidad Católica Boliviana (UCB) en La Paz, institución que reconoció su trabajo y que en 2005 le otorgó el título de Doctor Honoris Causa. También trabajó en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Sus alumnos, de ambas academias, supieron celebrar su dedicación, escogiéndolo ‘mejor docente del año’ en reiteradas ocasiones.

Una vida dedicada al registro

La enseñanza se vio combinada con su obsesión por otras áreas y su insaciable sed de ahondar en la lengua aymara y la cosmovisión andina, siempre pensando en revalorizarlas y darlas a conocer al resto del país y del mundo hasta convertirse en un divulgador de su cultura. Él mismo, cuando le tocó describirse, lo hizo como “un autodidacta”. “Quise ser estudiante, pero siempre me aplazaban, entonces opté por el camino del estudioso, por mi cuenta y a base de la lectura. Amo la sabiduría y estoy dedicado a buscar los conocimientos de los ancestros aymaras y del mundo”. Así se perfiló en redes sociales.

De ese modo, Layme adquirió más de una faceta. “La parte más conocida es la lingüística. Fue encargado del suplemento bilingüe Jayma (trabajo comunitario para el beneficio común), escrito en castellano y aymara desde 2000 en tamaño tabloide, de ocho páginas. La apuesta por escribir en su idioma es muy rescatable. También publicó en Presencia, en más de 300 números, cuando éste todavía existía”, cuenta su amigo y colega Esteban Ticona, sociólogo y antropólogo. Las páginas del semanario Kimsa-Pacha, escrito en aymara, quechua y guaraní, también fueron testigos de sus palabras. Fue, además, columnista de LA RAZÓN durante tres años, de 2010 a 2013.

Layme se dedicó también, de forma constante y entusiasta, a la investigación. “Otra faceta menos conocida, pero fundamental es la de su papel de investigador. De sus trabajos de campo hay varias publicaciones, también muchos trabajos inéditos”, complementa Ticona. Entre las publicaciones más conocidas están Desarrollo del alfabeto aymara (1980), El proceso de valoración de las lenguas aymara y quechua (1989), Breve diccionario bilingüe: aymara castellano, castellano aymara (2014). Escribió igual en la Reforma Educativa.

Las letras, sin embargo, no fueron el único soporte donde Layme plasmó su intriga y curiosidad por su cultura. “Poco se dice sobre su perfil de fotógrafo. Él estaba siempre con su cámara fotográfica y su filmadora. Ofició más de una vez como periodista: rescató historias e imágenes. Tomaba muchísimas fotos, debe haber un archivo inmenso”, comenta Ticona.

Su más grande afán era el registro de lo que acontecía a su alrededor. “Él siempre estuvo dedicado a la investigación de todas las temáticas que hacen al pueblo aymara, su vida era la investigación. En cada festividad que se realizaba en los pueblos o en el aniversario de Jesús de Machaca, mi papá viajaba y muchas veces nos llevaba y ya estaba grabando, haciendo entrevistas a los abuelos, a las abuelas, tomaba fotografías de todo. A su retorno transcribía todo y ya estaba adecuando diferentes materiales”, rememora uno de sus hijos, Franz Layme.

La pasión y el amor que sembró en su carrera los tuvo también con su familia, como padre de seis hermanos Layme: Lino Germán, Sara Elizabeth, Franz Gabriel, Lucía Corina, Iván Hermes y Óscar, quien falleció en 2002.  “Fue una de las experiencias más dolorosas que nos tocó vivir como familia, puesto que Óscar apenas tenía 18 años. Él estaba estudiando en la Unidad Académica Campesina de Tiwanaku, la carrera de Agronomía y Zootecnia, pero tuvo cáncer”, relata su hijo.

LA GRÁFICA

Félix junto al lingüista Xavier Albó. Foto: Archivo Familia Layme

La escuela German Busch donde Layme enseñó en sus primeros años de maestro. Foto: Archivo Familia Layme

TIWANAKU. Félix Layme junto a sus alumnos de la universidad. Foto: Archivo Familia Layme

Félix Layme en otras facetas de su juventud. Foto: Archivo Familia Layme

Foto: Archivo Familia Layme

El hechizo de los paisajes andinos

Como todos, acompañó la vida profesional con pasatiempos que compartió con los suyos. Franz lo recuerda como un buen conversador. “Era muy hogareño, le gustaba compartir con la familia: salir a pasear juntos, ir al fútbol, le gustaba jugar ‘un partidazo’, como decía él, en el que todos y todas participemos, nadie se quedaba sentado, desde los nietos y nietas, pasando por las mamás. Cuando yo lo iba a visitar, nuestras charlas nunca duraban 10 minutos, fácil nos quedábamos dos horas charlando”.

Los paisajes y escenarios andinos lo tenían cautivado. “Salir al campo era su mayor placer e ir de pesca al río Pallimarka en el ayllu Sullkatiti también le encantaba. Ver todo lo verde siempre le gustó. En estos espacios jugaba siempre con sus nietos, muy jovial y entusiasta”, afirma Franz. En vida, el camino académico se fue labrando con la compañía de sus hijos. “Yo lo admiro desde que tengo tres años. Él me cargaba en el cuello e iba conmigo a pasar sus clases en la escuela rural Germán Busch de Sullkatiti, lo veía impartir sus clases en aymara y también vi cómo sus colegas maestros le cuestionaban que impartiera sus clases en aymara puesto que el código de educación solo reconocía el castellano como lengua oficial”.

“Ya más jovenzuelo lo acompañaba a sus charlas en Tiwanaku y seminarios en las radios Pacha Qamasa y San Gabriel. Sus charlas siempre eran diferentes y amenas, llenas de anécdotas y vivencias. Lo apoyé con las diagramaciones de los periódicos, con las publicaciones, las ediciones y reediciones y también con los libros”.

‘La lengua es el alma de las culturas’

Hoy,  Franz Layme sigue un camino análogo al de su padre,  quien le puso este nombre en homenaje al pedagogo Franz Tamayo, quien también fue poeta y político. “Fue suficiente con llevarme a todos sus espacios para hacer que yo adoptara la misma línea de pensamiento y motivación, de amor por trabajar en la recuperación y revitalización, posicionamiento y proyección de la lengua y cultura aymara desde la instancia en la que nos encontráramos. Él decía que la lengua no puede estar sola, así como la cultura no puede ir sola, que la lengua era el alma de la cultura”.

Félix Layme le daba un regalo constante a sus hijos y la vida a él. Niños y jóvenes siempre recibieron libros. “Mi madre le reclamaba que solo traía libros, y le decía ‘¿tus hijos/as van a comer libros? wawanakamaxa libroti manq’ani’. Él invertía gran parte de sus salarios en la compra de textos, que hoy se guardan como una librería”.

Paralelamente, la trayectoria del maestro fue reconocida, como ocurrió con el Premio Mundial Hiroshima por la Paz y la Cultura en 1998, recibido en Estocolmo, Suecia, junto a Xavier Albó, sacerdote jesuita español, lingüista, investigador y antropólogo.

Aquel admirador de los abuelos y abuelas (“mi papá decía que eran bibliotecas andantes”), aquel que se encomendaba siempre a sus wak’asy achachilas, aquel que subió al Illimani dos veces para estar en contacto con su tierra, hoy se reúne con su hijo en uno de esos lugares que fascinaron a la familia, en su Jesús de Machaca. Óscar Layme en vida pidió ser enterrado en aquel espacio familiar: Sullkatiti.

“El 25 de octubre de 2002 lloramos tanto su partida como familia. Unas semanas antes, todos, incluido mi padre, habíamos prometido regresar a la comunidad para enterrarnos allí algún día. Cumplimos la voluntad de mi padre: retornar al ayllu que lo vio nacer”, dice emocionado su hijo, despidiendo con estas palabras a su padre.