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Adela Zamudio y Óscar Alfaro: Rebeldía Paralela

Corrían los primeros años de la tercera década del siglo pasado. La pacata sociedad cochabambina vio alterado su ritmo de vida por las polémicas que, usando como arma nada más que la letra, se habían entablado entre la máxima autoridad de la diócesis de la ciudad y Adela Zamudio, poeta, educadora y luchadora social.

La lid había empezado años atrás, en 1905, cuando a Adela se le ocurrió fundar la primera escuela fiscal de niñas; hasta entonces la educación que se daba a las impúberes muchachitas era impartida en la Escuela Municipal “San Alberto”, en la que, bajo la tutela de religiosas, la capacitación de las educandas no iba más allá de la artesanía y de la cocina domésticas. Adela rompió el arcaico molde y fue directora hasta 1920 de la institución que había creado.

Ello ya resultaba urticante para la clerecía, empero la reacción epidérmica se hizo mayor al publicar Adela Zamudio la poesía Nacer hombre como un ataque frontal a la organización familiar patriarcal idealizada por la Iglesia Católica. Aún más, Adela Zamudio, asumiendo la defensa de una joven religiosa que quería librarse de la esclavitud a que había sido sometida en el convento de Santa Clara, exacerbó los efectos urticantes que su lucha ya había producido en la clerecía.

Todo ello adquirió mayor magnitud cuando, en 1920, Adela fundó el Liceo de Señoritas, contratando, ¡horror de los horrores!, algunos profesores varones para impartir asignaturas que escapaban a la capacidad de docentes mujeres. Poner en contacto directo a jóvenes educandas con profesores del sexo opuesto no podía sino que romper los linderos de la moralidad.

Gota a gota estaba por rebasarse el recipiente de una convivencia civilizada entre la dama libertaria y la Iglesia. Hasta entonces si bien las posiciones antagónicas resaltaban con diáfana claridad, todavía la Iglesia no se sentía herida en sus intereses.  Adela provocó entonces la ruptura definitiva. En su poesía ¿Quo vadis? lanzó un duro ataque contra la jerarquía de la Iglesia Católica:

Se estaba hiriendo a la jerarquía católica, se estaba atentando contra la divinidad de su modo de vida, se estaba llamando  a la rebelión. Y todo ello no podía quedar impune; el obispo de la diócesis se puso a preparar lo menester para la excomunión de la atrevida mujer.

No contaba el prelado con el movimiento social que salió en defensa de la atrevida, y tuvo que quedarse con los preparativos que no había osado poner en ejecución.

Todo ello tuvo un broche definitivo cuando, a nombre del Estado y de la sociedad, el presidente Hernando Siles, en ceremonia de gala  que tuvo lugar en el Teatro Achá de la ciudad  de Cochabamba, coronó a Adela Zamudio con la Guirnalda de Plata.

El pueblo de San Lorenzo, a tres leguas de la chura Tarija, región de naturaleza ubérrima, fue la cuna en la que Óscar González Alfaro lanzó sus primeros gemidos el 5 de septiembre de 1921. Ahí, más de un siglo antes se había iniciado la gloriosa epopeya libertaria de Eustaquio Méndez; ahí con otras armas, Óscar González Alfaro transitó la huella revolucionaria dejada por el Moto.

La niñez escolar de Óscar transcurrió en una modesta escuelita de San Lorenzo; los estudios secundarios le fueron impartidos en el colegio San Luis de Tarija, en el que, a pesar de estar regido por sacerdotes católicos, se respiraba un aire de libertad científica y cultural.

González Alfaro buscó nuevos horizontes, trasladándose a Sucre donde subsistían todavía, después del triunfo de la revolución federal que le quitó a la sede gubernamental, algunos destellos de brillantez.

Fue allí donde Óscar comenzó su actividad poética utilizando modestos pasquines impresos que circulaban la ciudad; fue allí que adoptó como seudónimo su apellido materno; fue allí que se afilió a la emérita sociedad cultural Gesta Bárbara, en la segunda fase de la existencia de ésta.

Dentro de Óscar Alfaro bullía el sentimiento rebelde que lo empujaba a la lucha contra todas las injusticias sociales. Sin medir consecuencias nefastas a su persona, lanzó su poma Camarada Cristo. Conteniendo estrofas de desenmascaramiento de la hipocresía de los más altos prelados de la curia. No transcribiré el poema íntegro, sino tan solo lo más urticante de sus renglones.

La reacción del arzobispado de Sucre, arzobispado primado de la Iglesia Católica Boliviana, no se dejó esperar; muy rápidamente lanzó el decreto de excomunión contra el atrevido mozalbete que había osado lanzar diatribas contra el Papa. Y si la reacción del arzobispado fue instantánea, más instantánea aún fue la actitud subsecuente de Alfaro. A los dos días de hacerse pública su excomunión, publicó el poema Dictador del mundo:

A diferencia de Adela Zamudio, que criticó acerbamente el increíble lujo de la jerarquía vaticana, pero sin identificar personalmente a los papas de turno, Alfaro dispara sus dardos de fuego contra Pío XII. Si tal la posición de Alfaro con respecto a la “hermandad” de Pío XII con las élites capitalistas no deja de sorprender que, sin decirlo explícitamente, haya puesto en entredicho también la política de Pío XII con respecto a la Alemania hitlerista y al genocidio que se cometía en contra del pueblo judío, genocidio del que estaba perfectamente enterado, sin que Pío XII diga “pío”.

Sucre no era ya ambiente propicio para la supervivencia física de un advenedizo hereje. Alfaro se replegó a sus bases tarijeñas; allí fue a dar a Canasmoro, en cuya normal impartió clases de Literatura, al mismo tiempo que se dedicó también a reclutar jóvenes para la lucha revolucionaria, entre ellos, Nilo Soruco.

Tenía que subsistir y, en función de ello, se dedicó a escribir poesía y cuento para niños que editaba en mimeógrafo, que iba vendiendo en las escuelas de toda Bolivia, por centavos, naturalmente.

Así lo sorprendió la muerte un día de Navidad, dejando a la Estrella de Belén con altibajo derramando lágrimas por la desaparición del más grande cantor de la infancia.

Dijo algún poeta “… la vida es el amor y es el recuerdo”. Han transcurrido 10 décadas de su deceso; empero en lo más profundo del sentimiento de los bolivianos, de ancianos, de adolescentes, y de niños, pervive Óscar Alfaro. Daniel Rivero y Rivero, el excomulgador, en cuyo honor se ha bautizado una principalísima avenida, y Francesco Pierini Serafini, el excomulgador frustrado tiene apenas un modestísimo monumento en recóndito lugar de un convento franciscano. Ambos gozan de un olvido piadoso.