Alerta Roja
La película surcoreana de desastres dirigida por Lee Hae-jun y Byungseo Kim se centra en la erupción de un volcán en la montaña Baekdu
CINE
Gracias a una de esas carambolas impensadas desembarcó en las pantallas locales esta producción surcoreana, traída por una distribuidora independiente con sede en Tarija: otra rareza en los tiempos que corren, marcados por un ensanchamiento del monopolio de las películas comercializadas por las sucursales de las empresas punta de la industria fílmica made in USA.
La puesta en circulación de Alerta roja en 2019 (Bajo el título en inglés Ashfall/Lluvia de cenizas), coincidiendo con el lanzamiento de Parásitos (Bong Joon-ho), película de la misma procedencia, ganadora del Oscar al mejor film extranjero y de la Palma de Oro en Cannes, cuyo suceso, de crítica especialmente, opacó la recepción de este emprendimiento de calidad claramente inferior a la de su connacional pero tampoco desprovista de algunos (pocos) rasgos interesantes y que en su país de origen fue el mayor éxito taquillero de los últimos años —la vieron 8 millones y medio de espectadores—, gracias, entre otras cosas, a incluir en su elenco a varios de los actores allí más populares, pero de igual manera por la ambiciosa envergadura de la superproducción, cuyo presupuesto rondó los 20 millones de dólares.
Inscrita en el género de películas de catástrofe, con cierta tradición en la filmografía surcoreana de los últimos 15 años —en 2009 Haedudae mostró un tifón devastando Busan; Pandora de 2016 abordó un desastre nuclear inspirado en el de Fukushima; Exit de 2019 describió una nube tóxica de misterioso origen infectando Seúl—, inclinada asimismo a incluir en los argumentos referencias más o menos explícitas al largo conflicto político con su par del Norte, en algunos casos dejando traslucir algunas posibilidades de una pronta reunificación, como, en otros, develando los enormes escollos para que ello pueda efectivizarse a plazos más o menos próximos. El trabajo a dúo de los realizadores Byung-seo Kim y Lee Hey-jun oscila entre ambas tendencias sin tomar claramente partido por una de ellas, no obstante algunas insinuaciones, un tanto crípticas, que mencionaremos más adelante.
Jo In Chang, el protagonista central, es un capitán especializado en desactivar bombas de todo calibre. La súbita erupción del monte Baekdu, localizado justo en la frontera entre Corea del Norte y China, entraña un inminente peligro para el territorio de las dos Coreas. Su disparatada misión, la cual de todas maneras solo tiene un 4% de posibilidades de éxito, consiste en detonar una bomba atómica en una de las minas subterráneas cercanas al volcán a fin de que la lava en lugar de salir por la cumbre fluya hacia el conducto artificialmente habilitado impidiendo así la catástrofe provocada por dicha erupción. El problema mayor estriba empero en conseguir el explosivo nuclear, encargo que Jo In tratara de cumplimentar negociando con Lee Joon Pyeong, un alto funcionario del Ministerio de las Fuerzas Armadas del régimen norcoreano. Si tal estrategia falla, no queda otra sino robar una ojiva, justo cuando Estados Unidos viene ejecutando un programa de desnuclearización, con el concurso del desertor Ri Jun-pyong, quien reniega de su nacionalidad.
Evitando demorarse en prolegómenos el relato entra pronto en materia. A los cinco minutos de metraje, Baekdu vomita sus primeras descargas de fuego y lava desencadenando un temblor cuyas réplicas destrozan media ciudad de Seúl en secuencias pródigas en espectaculares efectos especiales hechos, no podía ser de otra manera, por computación. Que el monte causante de semejante hecatombe sea un símbolo insistentemente enarbolado por la dinastía de los Kim, a cuya cabeza se encuentra Kim Jong-un, el temible líder de esa nación, es desde luego un guiño, difícilmente discernible empero para el grueso de los públicos del mundo desconocedores de los entretelones políticos del país asiático.
Nada menos que cinco guionistas fueron convocados a trabajar la estructura argumental de base para Alerta roja. El resultado final entrega la impresión de que el quinteto en cuestión redujo su tarea a sumar, literalmente, ideas, pero ninguno de ellos asumió la de articularlas en una historia consistente, puesto que la dispersión de las mismas es el mayor punto flaco de la película. A menos que los directores hubiesen tenido el propósito de poner en pantalla una suerte de recopilación en sorna de los innumerables tropos de las películas de catástrofe fabricadas en Hollywood y adoptadas en varios de los arriba mencionados títulos surcoreanos del mismo género. Tal presunción choca empero contra la sensación de que el asunto se toma demasiado en serio, acogiéndose a la hipótesis, frecuentada por el cine y las series televisivas norteamericanas de que las armas nucleares, siempre y cuando sean puestas en manos de un confiable grupo de superhéroes, pueden llegar a ser la panacea perfecta para poner atajo a desastres masivos de variada envergadura. Y por añadidura son patentes las referencias a Armaggedon (Michael Bay/1998) y a 2012 (Roland Emmerich/2009), dos prototipos del referido punto de vista, con lo cual la supuesta ironía acaba puesta entre mayúsculos signos de interrogación.
El hecho es que la inicial, ponderable, decisión de dispensarnos de los circunloquios para ir cuanto antes al grano, va evaporándose a medida que avanza el relato, pues éste, quedó anotado, se desperdiga en innumerables subtramas y deja a medias sus líneas fuerza, las cuales podrían haber sido el sustento transversal de un trabajo que al igual que los otros títulos arriba señalados seguramente traducen en alguna medida las aprehensiones colectivas de los habitantes de ese medio país agobiado por la inacabable pulseada con la otra mitad y para peor aquejado de temores permanente por lo que pudiera ocurrir si Corea del Norte y China pasan de las amenazas a los hechos. Resquemores a los cuales aporta su cuota parte el permanente intervencionismo estadounidense, al que la película alude, eso sí, sin medias tintas, abandonando filones que pudieron haber sido profundizados con beneficio para el nivel de la obra acabada, tal el caso de la amistosa relación entablada entre Jo y Ri, el mandamás de la misión y el agente doble.
Entre las flaquezas inocultables del armado narrativo destaca el pobre tratamiento del personaje de la esposa del capitán protagonista, padre en ciernes, la cual aparece y desaparece por puro arbitrio. Así en los momentos iniciales de la trama, inmediatamente después de la erupción, resulta atropellada por un tsunami, pero algunos minutos después vuelve a presentarse intacta, no obstante su avanzado embarazo. Es un ejemplo de los incontables absurdos argumentales de los cuales se desentiende el tratamiento afanado casi exclusivamente en ofrecer un divertimento sin pausa, propósito hasta cierto punto puesto en riesgo por un metraje estirado mucho más allá de lo conveniente y en el cual salen sobrando, entre otras, las bromas, los chistes excedidos de peso y los pasos en falso indecorosos en una misión a tal punto crucial que de ella depende la sobrevivencia de millones de gentes.
Por cierto no todo resulta objetable en la película de Kim y Hey-jun. Hay un adecuado manejo artesanal de los múltiples momentos de acción, el trabajo de los actores, pese a no contar con el soporte de papeles trabajados a fondo, es parejamente inobjetable. Y, sobre todo, resulta atrayente la textura visual elegida, absteniéndose del colorido sobresaturado y optando por una suerte de velado que aporta a densificar figurativamente la atmósfera tensa de las secuencias con una mayor carga dramática. Funcionan asimismo los cambios de ritmo, aún si los desvíos argumentales tienden a acentuar por momentos la impresión de una pérdida de rumbo del relato, que en esas instancias ahonda la impresión de estar mezclando distintos guiones.
Si Ud. se pregunta por qué el grueso de los críticos considera que el cine coreano se encuentra en un momento pico, Alerta roja no le absolverá las dudas, al contrario, como si lo hacían Parásitos, Tren a Busan (Yeon Sang-ho/2016) o cualquiera de los eslabones de la maciza filmografía de Lee Chang-Dong (Poesía/2010; Burning/2018). Pero si su plan es pasar un buen rato distraído sumergiéndose durante 130 minutos en este despatarrado y pasado de revoluciones batido con ingredientes tan disímiles como el thriller político, el “bromance”, la distopía, el cine bélico, la película puede servir al efecto.