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Monumentales: Wiracocha y el escudo nacional

La política se ejerce en muchos escenarios, pero son aquellos que se pueden recorrer, palpar y mirar los que más se imponen en la memoria y terminan por convertirse en símbolos. Eso lo saben, o lo intuyen, en la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP) por lo que, a principios de agosto del año que corre, estrenaron una nueva sede en cuya infraestructura se dieron la tarea de hacer grabar íconos de las 36 naciones y pueblos originarios de Bolivia. Y entre todos estos símbolos resaltan un gigantesco Wiracocha, el dios grabado en la piedra de la puerta del Sol de Tiwanaku, y un imponente y detallado escudo de armas de nuestra nación.

Rodeado de figuras aladas, propias de la cultura tiwanacota, Wiracocha fue erigido en el mural de la testera del nuevo hemiciclo de la Cámara de Diputados. Mide 12 metros de largo y 8 de ancho y parece tallado en piedra, cuando se trata de un trabajo en madera de las manos de Mariano Antonio Ramírez Justiniano, artista nacido en Villazón y que se formó en la Escuela de Bellas Artes “Hernando Siles” de La Paz.

Este escultor de 43 años de edad es también el responsable del Escudo Nacional de Bolivia, tallado en madera y revestido de un acabado de betún en sus 2,70 metros de largo y 3,20 de ancho con los que se yergue por encima del nuevo hemiciclo del Senado.

Ya casi cumplido el primer mes de uso del nuevo edificio del Legislativo, en el que se invirtió poco más de Bs 509 millones, nombres y detalles comienzan a aflorar. Ramírez es uno de ellos. Un escultor de metal y soldadura que asumió el reto de crear dos simbólicas piezas de madera para uno de los escenarios políticos más importantes de Bolivia.

PESO. La pieza central del escudo de armas necesitó de 8 personas para ser instalado

Las geometrías de Wiracocha

Wiracocha, con toda su geometría tiwanacota, fue su primer reto, uno que empezó en modelos a escala que este escultor tallaba, buscando los tonos y texturas que mejor combinarían con la piedra comanche del hemiciclo de los diputados. 

“Me puse a trabajar como un alquimista con diferentes tonos de pintura y texturas hasta que conseguí algo de textura y color que aprobaron (en la ALP)”, explica Ramírez. Después de dos meses de experimentación, allá por finales de 2019, sería resina mezclada con arena ultrafina y ciertos pigmentos de coloración los que le dieron a la madera esa ilusión de piedra muy realista. Homenaje perfecto a un imperio de piedra como Tiwanaku, sin arriesgarse a colocar el material real y terminar por causar un derrumbe en el flamante hemiciclo.

Pero mientras esto sucedía, en otros escenarios políticos se gestaba una crisis que paralizó los trabajos del escultor hasta septiembre de 2020, cuando incluso la pandemia del coronavirus había retrasado aún más el emprendimiento de su obra.

De octubre a noviembre, Ramírez, al mando de seis artesanos, trabajó los diseños tiwanacotas a partir de una plantilla gigante que luego dividió en módulos.

Pieza por pieza, con una caladora, fue recreando los íconos de esta ancestral cultura boliviana, creando una especie de rompecabezas que, semana a semana, iba colocando en el mural.

“Yo me quedo con Wiracocha, pues es el astro supremo que nos da luz y vida. Para mí es nacional, internacional, universal. Es una figura para todos de luz y vida. Yo me quedo con eso”, asevera Ramírez, quien después dedicaría noviembre, diciembre y parte de enero a dar los retoques a su rompecabezas gigantesco hasta que pareciese una sola piedra.

‘Si no puedes soldar…

A contrarreloj para el estreno programado del nuevo edificio de la ALP, en abril del año que corre comenzaron los trabajos para realizar el escudo con cinco artesanos al mando de Ramírez.

Ya para entonces estaba curtido. Este escultor tiene por filosofía conciliar dicotomías en su arte. Se lo conoce por buscar entre la chatarra materiales para soldar y “remetalizar”, concepto que usa para hablar de metales desechados que él rescata y que, con su trabajo, de alguna forma reencarnan en obras como la que adorna el frontis de la universidad San Francisco de Asís en la plaza Abaroa o el edificio Jardín de la avenida 6 de Agosto.

“Cuando uno cree que es el final, puede ser el principio. Yo parto de esa dialéctica de vida y muerte”, expone al hablar de sus esculturas de chatarra.

Es por ello que siempre ha mantenido la mente abierta a trabajar con todo tipo de material, incluyendo la madera. Hacerlo no fue el gran reto de este trabajo, tanto como vencer el vértigo que lo hizo sufrir mucho en el armado de Wiracocha.

“Poco a poco llegué a la cima”, relató sobre su paulatina ascensión de los andamiajes hasta lograr ese gran triunfo de aquella primera etapa, mismo que lo ayudaría a enfrentar mejor la presión de terminar el escudo de armas en apenas un mes, del 10 de abril al 10 de mayo, con la colaboración de un gran tallador de madera como es don Antonio Baraja.

“Es el juego de las versatilidades: si no puedes soldar, pues trabaja en otra cosa. La experiencia de la vida a uno le enseña no estancarse en una sola cosa”.

Finalmente, los 24 tableros que componen este escudo de impresionante detalle y relieves fue dividido en tres módulos cuyo peso fue la parte más difícil de su ensamblado en el muro al que estaba destinado. Es más, solo el centro del Escudo Nacional necesitó de ocho personas para ser instalado.

“Es gratificante y complicado vivir del arte”, expresa Ramírez, pensando en cómo ahora su nombre de escultor y artista boliviano empieza a ser asociado a este importante escenario político. Más que nada porque para él, ser un artista en Bolivia “es una labor quijotesca de día a día, con temporadas altas y bajas”.

Y, sin embargo, hay trabajos monumentales como éste, icónicos, enormes, que le permiten estar agradecido con su oficio y con la vida.

Tanto Wiracocha como el Escudo de Armas fueron armados como dos enormes rompecabezas

Fotos: Mariano Ramírez, Archivo La Razón