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Ever Roca, el camino de un autodidacta

Ever Roca Oliveira (1989) nació en la Amazonía boliviana. Y aunque no parece lo más relevante, este dato es fundamental para comprender su propuesta artística. Una de sus obras, Zafra, Castañero Amazónico, muestra a un hombre escondido en los bosques trabajando la tierra. A su lado, un perro lo mira atentamente. El óleo sobre lienzo parece, por su realismo, el fino pero intenso trabajo de los colores y la técnica detallada, una fotografía.

Si bien Beni fue la ciudad donde abrió sus ojos, fue en Pando —allí lo llevaron sus padres un año después de nacido— donde tomó sus primeros lápices que luego devendrían en pinceles. En 1997 empezó a cursar la primaria en Cobija. Un tiempo más tarde, cuando tenía apenas 11 años, afloró lo que sería su camino: el dibujo y, más tarde, la pintura.

Se inició reproduciendo las caricaturas televisivas. “A mis 10 años hacía dibujos para la clase solo como un hobby, algo que me gustaba. Llenaba mi cuaderno con dibujos caricaturescos, los que veía en la televisión. A mis 12 años fue cuando empecé a hacer dibujos más continuos, aunque no era de los alumnos a los que les encantaban las artes plásticas ni que paraba dibujando”, recuerda Roca.

Cuando llegó a la secundaria, Roca empezó, por azar, a indagar en la anatomía humana y las formas del cuerpo. “Dos años más tarde empecé a hacer dibujos para anatomía en la carrera de Enfermería en la Universidad de Pando. Pasé de los dibujos caricaturescos al cuerpo, no porque lo buscara, ni nada de eso, sino que me pedían encomiendas y me pagaban. Lo hacía todo a lápiz”, cuenta.

Zafras. Castañero Amazónico, óleo sobre lienzo.

De la mímesis a la propuesta

Esto lo llevo a ampliar la forma en que hacía un ejercicio de reproducción de lo que veía y también a sentir curiosidad por otras técnicas. “Un tiempo después sentí intriga por la pintura, en esa edad hice mi primer acrílico sobre las paredes, a veces sobre cartón. Mis padres no se molestaban de que yo pintara en los muros. Quise incursionar en el óleo, pero no llegaban a Pando, entonces utilizaba pinturas enlatadas de Monopol y las diluía con lo que podía”, dice.

Cuando encontró los óleos para principiantes en Cobija, empezó a hacer murales. “Hice uno de un pesebre cerca a Navidad”, recuerda. “A mí me parecía que lo hacía muy bien para ser de los primeros trazos, pero nadie podía darme una crítica constructiva porque en Pando nadie conocía sobre arte”.

La admiración por saber cómo mejorar su técnica al óleo lo llevó a adentrarse en el conocimiento autodidacta y vivir el asombro. En la etapa de secundaria, “empecé a experimentar mucho más y tratar de llenar un vacío, entonces buscaba libros relacionados con el tema artístico, aunque había muy poco material por acá. Pude conocer historia del arte: las técnicas, las corrientes, los pintores. Todo esto me motivó muchísimo”.

Una vez que conoció su tradición, empezó a gestar su propia propuesta y dejar atrás la reproducción. “Decidí empezar a hacer paisajes, escenas que estaban en mi mente, ligadas a la Amazonía. Cuando terminaba un cuadro, sentía que quería más y quería evolucionar. Al principio regalaba los cuadros, no los vendía. Hasta ahora en Pando es muy difícil la venta de arte”.

Lo siguiente fue consolidarse como pintor en su ciudad “e intentar cambiar la concepción del arte en Pando. Empecé a regalar cuadros y a venderlos a precios muy bajos, a mostrar mis obras a las instituciones, a mi familia y a los barrios”. Y aunque la tarea fue difícil, “hoy hay un poco más de apertura al arte, pero aún la recepción es muy pequeña”.

En estos años llegó a participar de diversas exposiciones, tanto individuales como colectivas, entre ellas la muestra Bolivia Internacional Individual en Brasil (2019); la Exposición Colectiva Nacional e Internacional (2017) en las galerías del patio del cabildo Tarija-Bolivia; una muestra colectiva en el Museo Costumbrista Juan Vargas (2018). Participó también del Encuentro Internacional de Muralistas en El Alto en 2019. Obtuvo diversos reconocimientos en el país y afuera en el marco de bienales o, por ejemplo, el importante Premio Nacional Eduardo Abaroa en 2016.

“Escogí este lado del arte primero porque fue una atracción con la diversidad de mi región y, después, porque es una región peculiar y poco atendida. El arte en Bolivia está orientado a lo andino, pero hay muy poco de este lado”, dice. “No es común ver obras de la Amazonía en el país, aunque las hay en Perú y Brasil. Siento que la mía es distinta porque he apostado por un realismo que enfatiza con los colores y los rasgos fuertes lo que es esta cultura. Los colores verdes y cafés predominan, porque son característicos de la región”.

La Amazonía y sus paisajes. La Amazonía y sus animales. La Amazonía y sus colores. La Amazonía y sus personajes. Todo ello se convirtió, de a poco, en la fuente de trabajo de Roca, quien hoy, luego de un camino autodidacta, es un retratista de una cultura que cautiva.

Fotos: Ever Roca