Andrés e Ignacio: cuando lo que importa es el amor
Andrés Fernández e Ignacio Bacarreza se casaron simbólicamente el 18 de septiembre. Aquí comparten su historia de amor
Tres días antes de la boda decidieron separarse. Dejaron el departamento donde viven juntos y regresaron, cada uno por su lado, a sus hogares maternos. Fue una idea de Andrés, extrañarse un poquito para que el momento de su matrimonio sea más romántico. “Claro que puedes quedarte conmigo. Si quieres, duermes conmigo también”, bromeó la mamá de Ignacio. Hace tres años que él había dejado la casa de sus padres para unir su vida con la de Andrés. Pero ahora era diferente: el sábado 18 de septiembre de 2021, Ignacio Bacarreza Del Pozo y Andrés Fernández Meleán se darían el sí.
La pareja lleva seis años de relación y tres viviendo juntos. Prácticamente estaban casados. Ambos, tomados de la mano y todavía cansados por los trajines de la boda, reconocen que su vida matrimonial no difiere mucho de la de antes.
¿Y por qué entonces se casaron?
“Aparte de reafirmar nuestro amor, que es muy importante, yo quería tener una fiesta en que compartamos lo que sentimos con los amigos y la familia. Ambos hemos vivido las bodas de nuestras hermanas y pensábamos: ¿por qué nosotros no?”, plantea Ignacio.
Todo empezó hace seis años.
—¿Lo conoces al Ignacio Bacarreza?
—No.
—Seguro lo debes conocer.
—No todos los gay se conocen.
—Deberías buscarlo en Facebook. Marisol, amiga de ambos, fue quien insistentemente les dijo, a cada uno por su lado, que debían conocerse. Tanto así que finalmente Andrés, luego de revisar el perfil de Ignacio varias veces y ver que era muy guapo, con unas manos que le cautivaron, se animó a agregarlo y escribirle.
—Hola, soy Andrés. Soy amigo de Marisol, ella me habló de ti. Por si acaso no soy un asesino serial.
—Perdón, pero yo no hablo así no más con extraños, lo siento.
Ignacio fue cauteloso, pero como Andrés, había también revisado varias veces el perfil del “churro” que tanto había sugerido su amiga. Y lo agregó.
Con el tiempo empezaron a hablar cada vez más y vieron que tenían muchas cosas en común: el arte, la música, la historia…
La primera vez que se vieron frente a frente fue casual, uno entraba y el otro salía del baño de un pub. “Señor Bacarreza”, saludó Andrés. “Señor Fernández”, respondió Ignacio. Y se fueron cada cual por su lado.
Con el tiempo se pusieron de acuerdo para salir, la primera cita fue a la Feria del Libro. Siguieron viéndose hasta que un domingo, de ch’aki, se vieron para dar unas vueltas y fueron a la casa de Andrés para ver una película. Se quedaron dormidos. Al despertar se besaron. Fue su primer beso. “¿Quieres ser mi chico?”, se declaró Andrés casi sin pensarlo. Ignacio se rió nervioso: “¿En serio? ¡Sí!”.
Desde entonces son inseparables. “Me enamoró su positividad, siempre está contento y me transmitía eso. Era lo que le faltaba a mi día cuando hablábamos. Él le pone música a mi vida”, sonríe Andrés mientras mira a Ignacio con complicidad. “Me atrajo todo el conocimiento que tenía, además de que era el churrazo. Es un hombre súper inteligente y siempre ha tenido una respuesta para todo. A él también le he empezado a sacar su lado chistoso, divertido”.
Y es que Ignacio canta todo el día. Al principio a Andrés le parecía algo raro, hasta que un día se puso a cantar con él.
Hace algo más de tres años, Andrés sacó la propuesta de que vivan juntos en casa de su mamá, pero a Ignacio no le gustaba mucho la idea. Entonces vio que había una feria inmobiliaria, donde encontró un departamento que entusiasmó mucho y le mandó unas fotos a su pareja. Empezaron a investigar en bancos y después de que dos les rechazaron, el tercero les dio el préstamo como codeudores.
“Cuando nos ponemos una meta en la cabeza, lo logramos. Cada proyecto juntos, sea un viaje o una pequeña compra, nos llena de emoción”, suelta Ignacio.
La pandemia fue la prueba de fuego: 24 horas juntos. Sin embargo, fue la oportunidad de mostrar sus habilidades en la cocina con algo de ayuda de sus mamás —Ignacio prefiere el horno y la pastelería, Andrés el picante y los condimentos— y de respetar los espacios de cada uno.
¿Lo más lindo? Los silencios juntos.
Además está Milán, un perrito Yorkshire terrier adoptado de cinco años de edad que cuidan desde hace dos. “Es nuestro compañerito”, exclama Ignacio.
Fue la pandemia la que les animó finalmente a casarse. Y ni bien se pudo viajar, en una visita que hicieron al Salar de Uyuni, Andrés, de rodillas, puso un anillo de compromiso en el dedo de Ignacio.
—Sí, acepto.
La que más celebró fue la familia y los amigos. Reservaron la fecha con anticipación. “Nosotros decidimos afrontar la ceremonia y la fiesta solos, pero nuestros papás nos fueron ayudando de a poco”, describe Andrés. Su mamá estaba muy emocionada. A su papá le costó un poco más, pero fue cosa de darle tiempo. “Cada quien tiene su forma de asimilarlo”.
La familia de Ignacio recién estaba conociendo a Andrés. “Cuando le conté a mi papá, estaba feliz. A mi mamá es a la que más le ha costado. Pero ella, en su forma y a su manera, ha sabido cómo ayudarnos”. Con el tiempo, ella rotuló los sobres de las invitaciones e hizo la torta.
Las dos familias entraron al ritmo de boda. Peluquerías, vestidos, comida, música, decoración… cuidaron cada detalle.
El día de la boda, los novios estaban tranquilos. Habían dormido en casa de sus mamás y compartido momentos inolvidables en familia. El sábado 18 de septiembre, en el Jardín Club La Paz de Los Pinos, los invitados llegaron puntuales a la ceremonia. Se empezaron a escuchar las notas del cuarteto de cuerdas. Las mamás se abrazaron antes de salir para llevar a sus hijos al altar. Ignacio estaba nervioso, sus manos le temblaban. “Camina tranquilo, no te encorves, hijito, sonríe y saluda a la gente”, le recomendó su mamá.
Andrés estaba tranquilo. Su madre antes le había hecho comer una salteña para que no tenga el estómago vacío. No le ganaron los nervios hasta que al ingresar vio que su papá no estaba, se había atrasado. La gente aplaudía, muchos lloraban al verlos caminar hacia el altar.
Todo le puso muy nervioso.
De nada sirvió que se aprendiera sus votos de memoria, tuvo que sacar el teléfono y leer. “Ignacio, amor de mi vida, mi compañero de aventuras, cómplice y mejor amigo. Eres el equilibrio en mi viaje, la calma de mis tormentas, lo dulce de mi despertar.” Los ojos de Ignacio brillaban bajo el sol. Andrés tenía que parar para respirar y continuar. “Celebraré siempre lo que encontremos el uno en el otro, serás mi inspiración en nuestro camino y buscaré ser la tuya en plenitud e individualidad. Seguiré creando y construyendo contigo nuestra vida juntos con respeto y plenitud. Juro que siempre buscaré ver de verdad nuestro amor… te amo y te amaré infinitamente más que ayer y menos que mañana, ésta y todas mis vidas”.
Se sentía la energía de toda la gente allí reunida. “Amor de mi vida, mi príncipe hermoso, mi Andrés….. cómo poder empezar a describir este hermoso viaje que nos trajo hoy a estar frente a frente dándonos el sí”, también leyó Ignacio, que hacía grandes esfuerzos —todos inútiles— para no llorar. “Te prometo que tu corazón estará a salvo al lado del mío, que lo cuidaré y abrazaré todos los días. Y te digo sí y mil veces sí, hoy y siempre. Sigamos comiéndonos al mundo y construyendo un hogar, aprendiendo el uno del otro, lleno de alegrías, risas y sonrisas… De la mano juntos, siempre”.
Y bailaron. Primero fue Can’t Help Falling In Love de Elvis Presley, luego llegaron los vals. El brindis fue muy emotivo con los papás de ambos destacando lo orgullosos que están de sus hijos.
La ceremonia empezó al mediodía y la fiesta se prolongó hasta el filo de la noche. En la madrugada llegaron agotados, con un cansancio que semanas después siguen arrastrando con felicidad.
“Nuestra vida de casado no ha cambiado mucho a la de antes”, describe Andrés, pues en Bolivia aún no existe la figura legal del matrimonio igualitario, pese a que ya hay un precedente: en julio de 2020 la Sala Constitucional Segunda del Tribunal de Justicia emitió una sentencia que ordenaba al Serecí certificar la unión civil de David Aruquipa y Guido Montaño, que llevan más de 10 años de convivencia.
¿Entonces, por qué se han casado?
“Si tenemos un contrato para pagar el departamento. Hemos firmado un contrato mutuo que implica sucesión, obligaciones… está todo ahí para tener las cosas claras. Las hermanas firmaron como testigos para darle validez y avalarlo”.
Todo lo que resta ahora es una aventura. Eso sí, Andrés e Ignacio se tienen uno al otro, se lo han prometido. Al final de cuentas, lo que importa es el amor.